Del desierto al mar: la insólita presencia del wahabismo en el Mediterráneo

Lola Bañón

Doctora en Ciencias de la Información, Universidad de Valencia

El wahabismo nació a miles de kilómetros de las orillas del Mediterráneo, en el entorno hostil de un desierto de la península Arábiga, pero una serie de circunstancias geoestratégicas lo han situado como una insólita e inesperada presencia muy cerca de nosotros. La difusión de las imágenes de yihadistas en los conflictos orientales y la visión de las tragedias del terrorismo tanto en los países árabes como en los europeos han colocado la necesidad de seguridad entre las prioridades de la agenda política en nuestra zona. La confusión y la zozobra se entremezclan en un discurso público y mediático en el que las referencias al Islam son continuas en este contexto, a pesar de que la vivencia espiritual de la inmensa mayoría de musulmanes mediterráneos rechaza esta radicalidad y recuerda que esa lectura va incluso contra los principios del Corán.


A pesar de ese retrato recurrente que encontramos muy frecuentemente en los medios, la llegada del yihadismo al Mediterráneo tiene razones no únicamente religiosas sino, sobre todo, políticas. El resultado es que la expansión del wahabismo, la inspiración ideológica del yihadismo, en nuestro territorio ha derivado en los dramas a los que asistimos cada cierto tiempo con los atentados y en una guerra cruenta, la de Siria, que puede convertirse ‒para muchos ya lo es‒ en un nuevo Afganistán, pero esta vez en nuestra vecindad geográfica.

Las intervenciones extranjeras han hecho que en Siria se haya instaurado un conflicto internacional en el que Estados Unidos, por ejemplo, ha respaldado con su ayuda a grupos que sostienen una agenda wahabita, en una pretensión de reemplazar al pretendidamente secular régimen de Bashar Al Asad por una teocracia islámica bajo su control.

El wahabismo no llegó a Europa hace cuatro días, pero su impacto es reciente en nuestra realidad debido a la aparición de los atentados terroristas en nuestra área. Los intentos de encontrar una explicación al porqué de tales acciones se encuentran con una dificultad de narración mediática; son complicados de explicar, la atmósfera es de terror y la velocidad de la información acelerada por internet y la televisión hace que siempre se acaben subrayando los aspectos anecdóticos que resultan atrayentes, pero que solo ofrecen una parte de la explicación y no dejan espacio u ocasión para el análisis.

Hay que bucear mucho en la historia reciente para encontrar las causas del porqué nos hemos de enfrentar ahora al reto de la seguridad a causa de ideologías lejanas y  políticas firmadas a miles de kilómetros de nuestro mar. En definitiva, es la constatación de que el Mediterráneo, en el tablero internacional, no es sujeto sino objeto y se ha convertido en un escenario donde otros intereses dirimen sus conflictos. La guerra siria es un ejemplo claro.

Los antecedentes históricos del salafismo y el wahabismo

Se considera al wahabismo como la inspiración de Daesh (‘Al-dawla al-islâmiyya fi l-‘Irâq wa l-shâm, el Estado Islámico de Iraq y el Sham), el ejército oficioso que ha asentado sus dominios ocupando amplias zonas de Iraq y Siria. El cuerpo ideológico wahabita es una quiebra epistemológica con la tradición interpretativa islámica; se trata de un literalismo radical, en el sentido más estricto de cada palabra en el texto.

El wahabismo es una lectura de la tradición islámica que se gestó en la península Arábiga en el siglo xviii, basada en las prédicas de Mohammed Abdelwahhab (1703-1792), y se convirtió en la doctrina oficial del reino desde su creación en 1924. Propugna la relación directa con el texto del Corán de tal manera que no contempla las aportaciones efectuadas en cuanto a interpretación por las cuatro escuelas jurídicas del Islam. Es una doctrina suní que resucita las manifestaciones salafistas que ya habían aparecido en el siglo ix con el imán Ahmad Ibn Hanbal. Incluso en Al Andalus hubo salafistas que pretendían el retorno al sentido estricto de la palabra como fue, por ejemplo, el escritor del siglo xi Ibn Hazm, de la escuela zahirita.  Por lo tanto, en el centro de todo salafismo está la idea de negar al Corán cualquier sentido interpretativo, lo que resta valor a cualquier intervención del individuo. En consecuencia, los edictos son infalibles y ello tiene una derivación política muy relevante: es imposible el cuestionamiento de cualquier dirigente, aunque no sea justo ni correcto.

Además de Ibn Hanbal, la otra figura clave en la formación del pensamiento del padre del wahabismo fue Ibn Taymiyya, un inspirador clave en la fundación del corpus ideológico del islamismo del siglo xx, en especial para el egipcio Sayyid Qutb, miembro de los Hermanos Musulmanes.

Las consecuencias de imponer una visión única del Islam no son solo religiosas, sino políticas: se evita la posibilidad de un estado plural en un reino en donde las luchas tribales requerían un poder fuerte que legitimara únicamente a una tribu de guerreros. La alianza de los Al Saud con Mohammed Ibn Abdel Wahab dotó de legitimidad religiosa a las campañas militares de conquista de territorio.

El dinero del petróleo en la difusión del wahabismo

El wahabismo se desarrolla en paralelo a la formación y consolidación del reino de Arabia Saudita. ¿Cómo este Islam tan lejano y con ambiciones circunscritas en un principio a un estado del desierto toma el impulso para extenderse a nuestras orillas, a países como Egipto o Marruecos entre otros y, en menor medida, a las poblaciones emigrantes musulmanas del Mediterráneo norte? La respuesta está en el dinero del petróleo del Golfo Pérsico, que en los años 70 del siglo pasado se convirtió en un arma poderosa para la extensión internacional del wahabismo. Las intervenciones televisivas del jeque Abdul Aziz Ibn Baaz, el gran Muftí de Arabia Saudita, fallecido en 1999, y las del jeque Al Albani han sido referencias fundamentales no solo para sus discípulos, sino también en Europa y Estados Unidos. De esa forma, el wahabismo consiguió imponerse no como una perspectiva más de la religión, sino como la doctrina global ortodoxa del Islam suní, de tal forma que incluso los musulmanes no salafistas han visto cómo en ocasiones se valoraba su nivel de compromiso religioso y espiritual tomando como referencia las estrictas reglas wahabitas, extrañas en sí a la propia cultura mediterránea y a la vivencia de su religión en la zona.

La crisis del petróleo en los años 70 y la subida del precio del crudo supusieron ingentes cantidades de capitales para Arabia Saudita, dinero que en buena parte se invirtió en la implantación de mezquitas, centros culturales y escuelas para pobres en todo el mundo. La ideología wahabita es expansiva desde sus inicios y se encontró además con otra circunstancia histórica: la revolución iraní de 1979. La revuelta chiita causó mucha preocupación en la casa de Al Saud por la posibilidad de contagio. Occidente, a su vez, se dispuso a cooperar con su aliado saudita, que siempre aparecía especialmente en los medios audiovisuales como el buen socio frente a los retratados como conflictivos iraníes. Ese mismo año marcó también otro momento clave en la historia de Oriente Medio con la firma del tratado de paz entre Israel y Egipto; un acuerdo que en amplios sectores del mundo árabe se vivió como una rendición y creó un profundo malestar en la población sensibilizada con el drama palestino.

Egipto, primer movimiento armado wahabita en el Mediterráneo

La expansión del wahabismo desde Arabia Saudita hacia el Mediterráneo tiene uno de sus episodios decisivos en 1954, cuando en Egipto el presidente Nasser disuelve la cofradía de los Hermanos Musulmanes y decenas de sus miembros son acogidos en Riad. No hay que olvidar que esta entidad, creada por Hassan al Banna en 1928, recibió a su vez en esa época inicial a miembros del llamado Ikhwan (milicias wahabitas que se enfrentaron a los Al Saud acusándolos de laxitud en las costumbres), que huyeron de Arabia escapando de la familia que formaría la casa real. Esta situación entronca con la fundación de la Yihad Islámica egipcia, entidad que propugnaba el retorno del califato a Egipto. Esta idea es la que abandera hoy Daesh.

Así, en el año 1974 se formó en Egipto el que sería muy posiblemente el primer movimiento armado wahabita en el Mediterráneo, bajo el mandato del egipcio Saleh Saria. Esta formación supone, asimismo, un choque en el Cairo entre el régimen y el wahabismo. A pesar de que el salafismo no cuestiona el poder político e indica que hay que obedecer al mando en plaza, comienza a formarse en aquel momento un sector crítico que empieza a promocionar la idea de que, efectivamente, hay que acatar siempre a la autoridad, pero solo si aplica lo que consideran como Islam justo. De esta forma, un grupo de wahabitas se separa para cuestionar el poder político en Egipto.

Mientras tanto, miles de Coranes impresos en Riad iban distribuyéndose en mezquitas y universidades. Muchos jeques de la universidad islámica de Al Azhar se fueron a Arabia Saudita y volvieron radicalizados de la misma forma que miles de trabajadores egipcios emigraron allí y regresaron con la misma evolución de sus ideas.

Todas estas circunstancias encontraron además una atmósfera propicia, con una población muy joven que requería una respuesta de futuro y no la encontraba: la juventud árabe no veía oportunidades laborales en sus sociedades y además vivía su identidad con gran frustración por las políticas internacionales y los acuerdos de Occidente con dirigentes árabes autoritarios. En especial, se desarrolló la percepción de la existencia de un doble rasero en la cuestión de Oriente Próximo con el palestino como eterno perdedor, con el árabe como elemento político sin influencia en el mundo. Se creó una amalgama ideológica y emocional que hizo fácil que en las mezquitas wahabitas se ofreciese no tanta religión como afecto, espíritu de grupo, ideales y también un cierto modelo de masculinidad en el que se podía ser héroe usando la violencia ante la injusticia.

Afganistán, la gran escuela de los yihadistas con Bin Laden al frente

Frente a este escenario se iría gestando lo que muchos consideran como la gran eclosión de la expansión del wahabismo en el Mediterráneo: la llamada a la yihad para luchar contra la Unión Soviética que había invadido Afganistán y contra la que se suponía era legítimo oponerse, puesto que eran considerados ateos. Hasta allí viajaron miles de hombres con escasa cultura y limitada formación religiosa que fueron convertidos sin obstáculos consistentes en wahabitas. Son los que se llamarían «árabes afganos», algunos de los cuales serían después los autores de las bombas en Egipto y Argelia, entre otros.

En muchas mezquitas de Arabia Saudita había dos cajas para recoger donativos; una para la yihad en Afganistán y la segunda para Palestina. Normalmente había más generosidad para la primera y eso era porque prosperaban los comentarios en el sentido de que con la victoria en Afganistán sería posible después liberar a los palestinos de la ocupación israelí.

Hasta los años 90 solo se registraron ataques contra fuerzas militares francesas y norteamericanas fuera de Europa. Las redes yihadistas iniciaron una colaboración, fruto en buena parte de las relaciones forjadas por algunos de sus miembros tras su paso por Afganistán. Miles de ellos se conocieron en los campos de entrenamiento. La figura de Bin Laden emergió con consistencia y pronto se convirtió en un referente mediático que hizo crecer su liderazgo en buena parte del mundo árabe. En la guerra de los Balcanes lucharon yihadistas como voluntarios y en ese territorio se forjaron alianzas de radicales de varias nacionalidades. En este episodio histórico se gesta el establecimiento de varias células que ayudaron a articular la empresa del yihadismo global, una estructura que debería actuar en  los conflictos en los que los musulmanes eran atacados, ya fuera en Chechenia, Bosnia o Paquistán, por ejemplo. Todas esta entidades a su vez tenían relaciones con Al Qaida, grupo que comenzó como una organización y acabó convirtiéndose en una ideología internacional. Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y la intervención de Estados Unidos en Afganistán e Iraq se originó una multiplicación de las acciones terroristas en diversos países árabes y europeos. De forma sintética, la ruta del yihadismo estaba trazada desde Arabia Saudita a Sudán, atravesaba el desierto africano para entrar a Argelia y desde ahí, se introducía en Europa. Ya en 2005, por ejemplo, la policía española descubrió un entramado dedicado al envío de voluntarios a Iraq.

Cuando Siria y Marruecos también abrieron la puerta wahabita

En Siria, la familia Al Asad había reprimido con contundencia a los Hermanos Musulmanes. Pero cuando cayó el comunismo se quedaron prácticamente sin aliados. Por ello, en la primera guerra del Golfo, el régimen se vio obligado a tejer relaciones con Arabia Saudita. Como compensación, los Al Saud, entre otras cosas, concedieron miles de becas para que estudiantes sirios fueran a estudiar a Riad. De allí, muchos volvieron a su país totalmente radicalizados.

En otro país, Marruecos, el salafismo estaba presente en el siglo xix pero apenas tuvo incidencia hasta 1979, cuando la revolución iraní y la inspiración revolucionaria chiita pusieron en guardia a las autoridades marroquíes, que vieron en el wahabismo el recurso ideal, pues denostaba tanto a los chiitas como el cuestionamiento de la autoridad. Hay que considerar que en el universo mental del wahabita, el cristiano no ha tenido oportunidad de conocer la verdad, pero el musulmán chiita sí y, a pesar de ello, la ha rechazado. Por ello se considera que merece el castigo.

Marruecos, hasta el año 2000, controló la introducción de grupos religiosos, pero había abierto ciertamente la mano a algunas entidades islamistas con el fin de frenar a la izquierda, en la misma dinámica que el egipcio Sadat. Arabia Saudita, además, había dado mucho dinero para la lucha contra el Frente Polisario y, en correspondencia, el reino alauita autorizó la construcción de más de 30.000 mezquitas en Marruecos. Al igual que en Egipto, estudiantes y trabajadores marroquíes viajaron al Golfo y volvieron radicalizados.

Con los atentados de Casablanca en 2003 saltaron las alarmas; en aquella época no se reconocía oficialmente un estructura yihadista amplia, pero las evidencias mostraron que los atentados requieren una organización extensa y en los medios internacionales se empezó a hablar de los antecedentes similares a los de otros países que habían sufrido el terrorismo en el Mediterráneo: muchos marroquíes habían estado en Afganistán, habían conocido la experiencia Al Qaida y allí tejieron amistades y redes para operar a su vuelta.

Por otra parte, tras la guerra afgana llegó la invasión de Iraq y allí se crearon las condiciones que luego confluirían en el nacimiento de Daesh: la desarticulación del ejército iraquí con tres millones de hombres con preparación militar y sin destino laboral y humano coincide con la disponibilidad financiera de los países del Golfo, dispuestos a ganar cuota de protagonismo en el tablero de una guerra en la que el régimen sirio contaba con la ayuda del potente Hizbul.la libanés. La lucha contra este frente chiita posicionó a los regímenes wahabitas en el camino de la ayuda al llamado (de manera inapropiada) Estado Islámico.

El wahabismo y su expansión mediática

Se habla de la expansión del wahabismo en las redes sociales y, sin duda, internet y su capacidad de mover información traspasando las fronteras tiene una  función muy importante. Sin embargo, la gran difusión del mensaje wahabita encuentra su gran desarrollo gracias a la televisión por satélite. Por este medio y no por otros se difunde masivamente la doctrina que los gobiernos admiten para proyectar sus intereses geoestratégicos. Así, entre 2011 y 2014, el número de cadenas religiosas aumentó un 50 %: En el año 2016 tenemos más de 70 canales de televisión donde los jeques salafistas hacen auténticas proclamas y promocionan, además, campañas de recaudación, por ejemplo, para los rebeldes sirios.

Desde la pantalla, los predicadores wahabitas del Golfo alcanzan gran fama y notoriedad entre miles de jóvenes y también entre los que luchan en Siria, entre otras cosas porque su belicosidad contrasta con la moderación de los clérigos locales, que mayoritariamente no se han opuesto al régimen sirio. Por otra parte, además, la guerra siria ha ofrecido la oportunidad  a los salafistas de incrementar su prestigio entre los suníes, postulándose como los defensores del único Islam real. Así, personas sin preparación religiosa ni espiritual se encuentran abocadas de forma única al credo wahabita.

Frente a la aceptación de la pluralidad religiosa del Islam, el wahabismo deriva la idea de la obligación de luchar no solamente contra los ateos o los no musulmanes, sino también contra aquellos que son tipificados como malos creyentes, perspectiva que abre la veda para el ataque a los musulmanes chiitas, sufíes y los suníes que practican un Islam que no se adapta al estricto molde salafista. De ahí deriva la interpretación distorsionada del concepto de yihad, un término que se refiere al esfuerzo de superación personal, interior, y que se convierte desde la perspectiva wahabita en lo que el Islam designa con el término bid’a, es decir, una incorporación nociva y por ello misma contraria a la religión.

Si analizamos la historia regional del Mediterráneo y más allá de Oriente Próximo vemos que las rivalidades entre poderes construyen los ejes definitorios del tablero político en el que se juegan las ambiciones hegemónicas que hoy se disputan básica pero no únicamente Arabia Saudita, Irán y Turquía.

El wahabismo, desde esta perspectiva, es un instrumento ideológico para la expansión y el control y no un vector estrictamente religioso. Es un error efectuar una lectura superficial y esotérica de la dimensión teológica del yihadismo; pues más allá de las proclamas teñidas de presunta religión hay un proyecto político que, paradójicamente, encuentra eco en otra tendencia ideológica que se desarrolla en Occidente: el puritanismo de los movimientos religiosos, especialmente en Estados Unidos, que sirven de acicate a una pretendida lucha contra todo aquello que se aparte del cristianismo tal y como ellos lo entienden.

Las primeras estructuras yihadistas llegadas a Europa en la década de los 80, en un principio tenían intereses solo en sus países de origen, principalmente abatir a sus propios gobiernos para instaurar regímenes de inspiración salafista en naciones como Egipto, Túnez, Argelia, etc. Se dedicaban a recaudar fondos y distribuir propaganda entre las comunidades de inmigrantes. Es necesario incidir en la diferencia entre las formaciones salafistas que promueven un Islam escrito y puritano, pero que no admiten el uso de la violencia personal, y los grupos yihadistas que claramente optan por el terrorismo. Desde luego, Europa no era su objetivo. Eso sí, comenzaron a criticar el apoyo que Estados Unidos y Europa prestaban a Israel frente al drama palestino y a los dictadores árabes, y muchas formaciones exacerbaron sus posiciones contra Occidente.

Siria, el Afganistán más cercano

En la guerra de Siria, el salafismo tiene un papel relevante. A pesar de que el conflicto se inició de forma pública como una revuelta contra el régimen de Al Asad, pronto, y ante la inacción internacional, se visibilizaron contingentes de yihadistas en diferentes facciones de los grupos opositores: Jabhat al Nusra y Kata’ib Ahrar al Sham. Estas organizaciones se han visto favorecidas por más fondos y equipamientos que otras facciones opuestas al régimen.

La perspectiva confesional de la guerra siria, por tanto, entronca directamente con la intervención foránea y la lucha por la hegemonía en la zona. Occidente se encuentra sometido a una democracia de las apariencias y durante décadas ha cuidado con mimo sus relaciones diplomáticas con Arabia Saudita, circunstancia evidenciada en el relato mediático construido en las televisiones públicas, desde las que ha llegado casi siempre y hasta hace muy poco la idea de que era, textualmente, nuestro aliado incondicional. De hecho, en  la propia Arabia Saudita, la casa al Saud ha evidenciado con algunos gestos una cierta intención de modificar su política de apoyos a ciertos grupos yihadistas. No hay que olvidar que su propio territorio ha sido escenario de atentados terroristas firmados prioritariamente por células de Al Qaida.

La inestabilidad creada por las políticas de Occidente y los países del Golfo en el interior de algunos estados y la condescendencia de la política exterior con Arabia Saudita ha contribuido a mirar sin alerta la instalación de la red de mezquitas en la que se difundía una estrecha atmósfera ideológica ajena a la que viven millones de musulmanes, pero en la que han encontrado refuerzo y objetivo miles de hijos de la inmigración que no han tenido educación religiosa como la de sus padres y sí un gran sentimiento de distancia respecto al país en el que ellos nacieron. Algunos han encontrado en el yihadismo la inspiración de una masculinidad en la que sentirse a gusto, huyendo del espectro de la marginación… Ahora, los grupos salafistas constituyen un obstáculo real para la estabilidad de algunos países del Mediterráneo, incluso para aquellos que están haciendo un gran esfuerzo para consolidar estructuras democráticas, como es el caso de Túnez.

El artículo se iniciaba con la cuestión sobre si algún día el Mediterráneo podrá ser sujeto político y no escenario pasivo de luchas no propias. La respuesta a esa incógnita depende en cierta medida del futuro de Siria. Si el conflicto llega a hacerse crónico por la carencia de una política exterior responsable que vaya a entender las causas y atienda el conflicto humanitario de los refugiados, la expansión de las ideas yihadistas no podrá desactivarse. Siria puede ser un nuevo Afganistán, esta vez en el mismo corazón del Mediterráneo.