El patrimonio cultural inmaterial, definido por la Unesco a partir de la Convención de 2003, presenta una evolución dinámica característica, marcada por la tradición y la innovación. Así, las comunidades encargadas de preservar este frágil equilibrio reciben una cierta habilidad de sus ancestros y la transmiten a las nuevas generaciones en un proceso vivo y cambiante. En Túnez, las artesanas de Sejnane constituyen un modelo de preservación del patrimonio inmaterial. Las técnicas que utilizan estas mujeres para modelar la cerámica son milenarias y les han permitido vivir modestamente durante siglos gracias al comercio de sus obras.
A modo de introducción: ¿Qué es el patrimonio cultural inmaterial?
Un largo trabajo de investigación llevado a cabo por la Unesco sobre las funciones y los valores de las expresiones y prácticas culturales, así como sobre los monumentos y parajes, ha abierto el camino a nuevos enfoques acerca de la comprensión, la protección y el respeto del patrimonio cultural de la humanidad. Este patrimonio vivo, llamado inmaterial, otorga a sus depositarios un sentimiento de identidad y continuidad, ya que cada uno de ellos lo hace suyo y lo recrea constantemente. Pero este patrimonio vivo, motor de la diversidad cultural, es frágil. En el curso de los últimos años ha adquirido un verdadero reconocimiento mundial, y su salvaguardia se ha convertido en una de las prioridades de la cooperación internacional gracias al papel estelar desempeñado por la Unesco con la adopción, en 2003, de la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial.
Según la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial, el patrimonio cultural inmaterial –o patrimonio vivo– es el crisol de la diversidad cultural y su preservación, la garantía de la creatividad permanente del hombre. La Convención de 2003 definía el patrimonio cultural inmaterial en términos más abstractos; es decir, como el conjunto de prácticas, representaciones y expresiones, así como los conocimientos y habilidades que las comunidades, los grupos y, llegado el caso, los individuos reconocen como parte integrante de su patrimonio cultural.
La definición también indica que el patrimonio cultural inmaterial que debe ser protegido por la Convención debe tener las siguientes características:
- Transmitirse de generación en generación.
- Ser recreado continuamente por parte de las comunidades y los grupos, conformemente a su interacción con la naturaleza y a su historia.
- Proporcionar a las comunidades y los grupos un sentimiento de identidad y continuidad.
- Contribuir a fomentar el respeto hacia la diversidad cultural y la creatividad humana.
- Estar de acuerdo con los instrumentos internacionales relativos a los derechos humanos.
- Estar de acuerdo con las exigencias de respeto mutuo entre las comunidades y el desarrollo sostenible.
El patrimonio cultural inmaterial es tradicional pero, al mismo tiempo, es algo vivo. En la mayoría de los casos, se recrea constantemente y se transmite de manera oral. Es difícil hablar de autenticidad en el contexto del patrimonio cultural inmaterial; algunos especialistas desaconsejan el empleo de este término. El depositario de este patrimonio es el espíritu humano, y el cuerpo humano es el principal instrumento de su representación o –literalmente– de su encarnación. Una comunidad suele compartir tanto conocimientos como habilidades y, con frecuencia, las manifestaciones del patrimonio cultural inmaterial son acontecimientos colectivos.
Muchos elementos del patrimonio cultural inmaterial están en peligro debido a la globalización, las políticas uniformadoras y la falta de medios, tanto de apreciación como de comprensión que, en conjunto, pueden acabar por afectar a las funciones y los valores de estos elementos, y suscitar el desinterés de las nuevas generaciones. Al establecer la lista representativa, la Convención introduce la idea de «representatividad». El término representativo podría aludir, a la vez, no sólo a la creatividad humana y el patrimonio cultural de los estados, sino también al patrimonio cultural de las comunidades, que son quienes ostentan las tradiciones en cuestión.
Hacia una definición
El concepto de riqueza patrimonial no se limita únicamente a sus manifestaciones tangibles, como las ubicaciones, los monumentos y los objetos arqueológicos que se han visto preservados a través del tiempo. También abarca las tradiciones, entre las que se encuentran las técnicas artesanales y todo lo que se ha incluido en lo que Unesco define como patrimonio cultural inmaterial: el que las comunidades reciben de sus antepasados, y que a su vez transmiten a las nuevas generaciones. Esta transmisión suele realizarse por medio de la transmisión oral y/o visual, como sucede con los oficios artesanales, que constituyen el tema de nuestro artículo.
Son muchos los que opinan que el «artesanado tradicional» constituye el ámbito más concreto en el que el patrimonio inmaterial encuentra su expresión. Sin embargo, la Convención pretende proteger no tanto los productos artesanales como tales, cuanto las habilidades y los conocimientos indispensables para que su producción perdure. Cualquier esfuerzo para salvaguardar el artesanado tradicional debe tender, esencialmente, no a preservar los objetos artesanales –por muy hermosos, preciosos, raros o importantes que sean–, sino a implantar las condiciones que animarán a las artesanas y artesanos a continuar produciendo obras de todas clases, y a transmitir sus habilidades y su destreza a otros, en particular a los miembros más jóvenes de su propia comunidad.
El ejemplo del artesanado femenino en Túnez
Túnez, país de tradiciones y civilizaciones milenarias, dispone de un patrimonio cultural y un fondo artístico y artesanal tan rico como variado. Los legados patrimoniales, tanto materiales como inmateriales, dejados por las diversas civilizaciones que se han ido sucediendo en las ciudades, los pueblos y los campos tunecinos, entre los que cabe citar la destreza acumulada durante siglos, e incluso milenios, y el dominio de técnicas artesanales ancestrales, constituyen una auténtica riqueza y un potencial cultural incontestable.
Resistiéndose con dificultad, pero con empeño, a nuestro entorno moderno, que intenta nivelar las diferencias mediante una creciente mundialización globalizadora, los dedos de los artesanos y las artesanas tunecinos siguen perpetuando en nuestros días la memoria colectiva. Éstos continúan manejando y trabajando maravillosamente la materia, moldeándola en formas forjadas por siglos de historia y cultura. Así, impregnado de valores culturales y aportaciones de las distintas civilizaciones, el producto artesanal tunecino, bien sea utilitario o decorativo, tradicional o moderno, continúa conservando –a pesar de las vicisitudes y presiones– una presencia que es bien visible incluso en la vida cotidiana de los tunecinos. Eje importante de la política nacional de desarrollo, dicha artesanía participa en la diversificación de las nuevas explotaciones, preservando la identidad tunecina y el patrimonio cultural del país.
Desgraciadamente, los oficios tradicionales y los saberes ancestrales –tanto en Túnez como en otros muchos países en vías de desarrollo, para los que el modelo económico que hay que seguir se basa en la industrialización y el modelo social es el de la modernidad–, a pesar de los esfuerzos que se han llevado a cabo, no están lo suficientemente valorados y se hallan deficientemente explotados.
Muchas veces, este patrimonio no se halla lo bastante preservado contra una pérdida progresiva pero irremediable. Antes bien, suele verse amenazado –debido a que es más frágil que el patrimonio monumental y arqueológico– por una conjunción de los efectos de la evolución de las mentalidades, la modernización de las sociedades y la presión ejercida por la industrialización. Por ello, varios oficios están en vías de extinción, e incluso definitivamente perdidos por falta de relevo y transmisión generacionales, de preservación y promoción, de investigación y salvaguardia, y de creación e innovación. También, probablemente, por falta de un apoyo institucional fuerte y bien enfocado, y porque los hombres y las mujeres que conservan y dominan dichos oficios no siempre los valoran lo suficiente. En efecto, como lo pasan mal tanto en el aspecto económico como en el moral, dejan que se pierdan técnicas patrimoniales en beneficio de una producción en serie cuya carga cultural y contenido artístico están, por lo general, transgredidos y disfrazados.
Por otro lado, las importaciones de ciertos productos denominados artesanales procedentes de diversos países, entre los que se hallan Marruecos, Turquía, África subsahariana e incluso Asia, con frecuencia son baratas y de dudosa calidad. Por ello, están invadiendo cada vez más los zocos y comercios de las ciudades tunecinas, pasando a ocupar el lugar de la producción nacional o local. Esta forma de crisis y degeneración del sector del artesanado tunecino no es un fenómeno reciente, sino el resultado de sucesivas políticas que no han sabido promover la artesanía ni como valor cultural, ni como recurso económico, ni, a fin de cuentas, como vínculo social.
Así, la política colonial impulsada a partir de la década de 1920, que tendía a sustituir los productos locales por productos manufacturados franceses, había relegado la artesanía local a una posición marginal. Desde entonces, el producto artesanal ha ido perdiendo su carácter funcional y, progresivamente, se ha visto apartado del uso cotidiano doméstico y familiar que antes asumía de una manera natural. Sin embargo, en sus diversas formas y categorías, el artesanado sigue estando presente en las diferentes regiones de Túnez y nos seduce por su calidad, riqueza y sencillez, y por el hecho de que refleja, de manera rotunda, la propia personalidad y las largas horas de paciencia y concentración que los artesanos y las artesanas le dedican.
Al estar vinculado a la historia del país, a su economía, a los estilos de vida de sus habitantes, así como al modo en que éstos interpretan su entorno, el trabajo artesanal propone otra manera de descubrir y conocer los lugares, los espacios y sus pobladores. Por este motivo, para implicar a las diferentes regiones, es necesario implantar una política efectiva para la salvaguardia y promoción de los productos artesanales, partiendo de un enfoque de descentralización que tenga en cuenta sus propias especificidades, porque es en las regiones donde se descubre y encuentra la parte más importante de las riquezas artesanales nacionales.
Desde siempre, las mujeres han desempeñado un papel esencial en la salvaguardia de las tradiciones, en la transmisión de los rituales que rigen la vida, así como en la conservación de las destrezas, elementos indispensables para la cohesión familiar y social. Mejor que nadie, y sea cual sea el país al que pertenezcan, las mujeres saben, de un modo intuitivo y aportando su sensibilidad, adaptar y renovar dichas tradiciones. En los ámbitos del arte, las técnicas manuales, las habilidades y, en especial, la artesanía, sorprende constatar hasta qué punto y con cuánta frecuencia el éxito de las mujeres está relacionado con la utilización de métodos y prácticas simples y naturales, así como de elementos de gran riqueza cuya antigüedad y valor conocen bien, lo bastante como para poder gestionarlos, cuando la necesidad lo requiere, de una manera innovadora y moderna. Ya sean urbanas o campesinas, las mujeres, muchas veces y a pesar de soportar presiones de toda clase, son las conservadoras del saber y las destrezas tradicionales. Conservan, perpetúan y transmiten a las jóvenes generaciones un patrimonio cultural e identitario que, por desgracia, hoy se halla debilitado y en riesgo de desaparición porque es intangible e inmaterial.
Actualmente, sobre todo debido a las dificultades económicas y la contracción del mercado laboral a que tienen que enfrentarse tanto los hombres como las mujeres, las artesanas asumen cada vez más el rol del cabeza de familia y, por tanto, se convierten en la fuente principal de ingresos para responder a las necesidades familiares diarias. Así, tanto aquellas que bordan con hilos de algodón y seda, o con hilos aún más preciosos, de oro o plata, como las que tejen alfombras de lana de pelo largo (zarbiya) y de pelo corto (klim y mergoum), las que tejen telas bordadas o colchas de diferentes clases, o las alfareras, famosas por sus creaciones milenarias, todas son mujeres que hacen que el artesanado tunecino sea famoso y, por lo tanto, pueden aspirar a que se las considere una parte importante de la memoria colectiva de una población joven, y no tan joven, en busca de su identidad.
Nos parece primordial e incluso urgente salvaguardar y promover la artesanía tradicional, y valorar y animar a las artesanas poseedoras de este saber patrimonial. Los gobiernos y las instituciones nacionales e internacionales, como la Unesco, gracias a ayudas y legislaciones adecuadas o a mecanismos ya existentes como, por ejemplo, la Convención para la Clasificación del Patrimonio Inmaterial de la Unesco, tendrán que responder a las legítimas aspiraciones encaminadas a posibilitar un desarrollo económico y humano sostenible.
La alfarería modelada de Sejnane: un patrimonio ancestral
Siempre realizada exclusivamente por las mujeres rurales, en Túnez la alfarería modelada está hecha completamente a mano, según una técnica rudimentaria pero secular, denominada de modelado colombín (rollos de arcilla). Sobre ella nos dice Camps (1964: 230): «La técnica más antigua y más empleada en el norte de África para la fabricación de la vajilla doméstica […] procede del añadido de placas». Estas piezas ocupaban, sobre todo en el campo, un lugar central en las viviendas y se usaban como baterías y utensilios de cocina, vajilla e incluso mobiliario. Frente a la alfarería torneada –de producción masculina–, la alfarería modelada respondía a una economía doméstica tradicionalmente cerrada.
Ya desde el Neolítico se tienen noticias acerca de esta actividad artesanal, común en los países magrebíes y, en un perímetro más amplio, en el entorno mediterráneo. Los historiadores y arqueólogos afirman que, en el norte de África, esta producción se remonta al Neolítico y la Edad del Bronce, a mediados del siglo v antes de nuestra era, dato que Chelbi confirma: «La cerámica modelada magrebí del Neolítico y la Edad del Bronce halla su lugar en una koiné mediterránea […]. Los inicios de esta producción se sitúan entre los años 4400 y 3800 a. C.» (Chelbi, 1995: 28). Fayolle añade: «Coincidiendo con Camps, podemos decir que la alfarería modelada bereber nació durante el II milenio a. C., a finales de la Edad del Bronce mediterránea, del mismo modo que las sepulturas neolíticas del noroeste del Magreb ya contenían piezas de alfarería modeladas con fondo plano» (Fayolle, 1992: 13).
Uno de los rasgos esenciales y, probablemente, una de las razones de que las formas tradicionales hayan resistido el paso de los años y las modas, es que son funcionalmente satisfactorias, muy equilibradas a la vez que adaptadas a sus respectivos usos. En efecto, dichas formas son el resultado de una cadena gestual por parte de las alfareras, unos gestos comunes, familiares y transmitidos de generación en generación a través de la observación y el aprendizaje, y directamente heredados del pasado. No podemos sino constatar que hoy en día, si la producción de Sejnane todavía es especialmente apreciada y reconocible entre la alfarería de todas las demás regiones del país, ello es gracias a la calidad y los colores de su arcilla, y sobre todo gracias a la belleza de su decoración, la riqueza de sus motivos y la finura de su ejecución.
Y para concluir…
La ciudad de Sejnane, rica en yacimientos de arcilla, ofrece una variedad de materias básicas naturalmente disponibles. Desde la preparación de la arcilla para el modelado hasta la mixtura de los colorantes vegetales para la decoración o la utilización de conchas para el pulido, todo está producido por el propio entorno natural del lugar. ¡Desde la extracción de la materia prima hasta el producto ya acabado, todo se hace a mano! Y todo es obra de las mujeres: desde el modelado de la alfarería a su decoración. Se trata de sencillos objetos comerciales expuestos ante los douars en improvisados escaparates que todavía dan fe de la habilidad de las mujeres, que garantizan su fabricación y decoración, confirmando así el carácter siempre vivaz de sus destrezas. Los revendedores acuden a las casas de las artesanas más conocidas y activas para abastecerse, y ellas luchan contra las presiones sociales y familiares para participar en ferias y salones especializados, ya sea en Túnez capital, por todo el país o en el extranjero. Las que tienen éxito pasan a ser independientes, se enfrentan al mundo comercial de los hombres y se convierten en una especie de estrellas, envidiadas por las que no han podido o no han sabido alcanzar el mismo reconocimiento.
Hasta ayer, estas piezas de alfarería estaban destinadas a cubrir las necesidades domésticas de las familias, pero actualmente han pasado a formar parte de un comercio puntual y frágil destinado a una clientela que, por desgracia, todavía no es lo bastante numerosa como para asegurar la promoción efectiva de esta artesanía. Sin embargo, a día de hoy, nada en Sejnane señala la existencia de este precioso patrimonio, excepto el hecho de que, a lo largo del camino que une Bizerta con la población, todos los días del año, y desde la mañana hasta la noche, los niños (a menudo niñas sin escolarizar) se instalan ante sus douars para vender la producción de las alfareras, sus madres, a los escasos automovilistas que se arriesgan circular por esos apartados caminos. Pero ¿durante cuánto tiempo podrán seguir resistiendo el ataque que las amenaza?