No nos equivocamos si decimos que la identidad está vinculada al patrimonio cultural, ese patrimonio cuyo legado cultural es complejo y, en gran parte, más inmaterial que material, incluyendo las diferentes versiones que tenemos de la historia propia, aunque, ciertamente, encierra algunos signos muy claros de identidad, como pueden ser la lengua o la religión. Con todo, hay que decir que no siempre es así, puesto que muchos países y comunidades comparten lengua y/o religión, pero albergan, al mismo tiempo, diversas identidades vinculadas a una voluntad de reconocimiento.
En el ámbito de la antropología, para los teóricos actuales, la identidad no es algo dado sino dinámico, una incesante serie de operaciones para mantener o corregir un yo donde uno se acepta, se sitúa y se valora. El filósofo Paul Ricoeur propone que la identidad es una narrativa que comporta aquello que le sucede al individuo, y podríamos añadir a los pueblos a través del tiempo. Creo que a los antropólogos, más que hablar de identidad, nos interesa conocer el sentimiento de «pertenencia» y su porqué; sentimiento que puede atañer a un individuo o bien a un grupo amplio.
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