Migraciones internacionales y construcción del Mediterráneo. Miradas históricas.
En los últimos años, el mar Mediterráneo se ha convertido en una frontera y en un cementerio para migrantes: más de 50.000 personas han muerto intentando cruzar a la orilla norte desde principios de la década de 1990. Así, el Mediterráneo se ha convertido en la frontera más mortífera del mundo. Según la Organización Internacional de las Migraciones (OIM), en todo el mundo, 65.000 personas han muerto en rutas migratorias desde 2014. La mitad de estas muertes tuvieron lugar en el Mediterráneo.
Esta situación es resultado directo de unas políticas migratorias europeas que, desde la segunda mitad del siglo XX, han reducido progresivamente las posibilidades legales de migrar desde países del sur y, en particular, desde las costas sur y este del Mediterráneo, hacia Europa. El establecimiento del espacio Schengen (1985/1995), la biometrización de los pasaportes y la creación en 2004 de Frontex –la agencia de la Unión Europea encargada del control y la gestión de las fronteras exteriores del espacio Schengen– son distintas etapas de un modelo migratorio de control de las fronteras mediterráneas que ha traído consigo la criminalización de las migraciones internacionales. Estas medidas están amparadas por el Pacto Europeo sobre Migración y Asilo, reformado en 2023.
El control de las fronteras exteriores de la Unión Europea ha ido acompañado del refuerzo de los muros (en Ceuta, Melilla, o en la frontera greco-turca a lo largo del río Evros) y de la creación de campos de tránsito, como los hotspots creados en islas griegas e italianas en 2015. En estos países llamados «de primera línea» según lo establecido en los acuerdos de Dublín, se recogen las huellas digitales y las solicitudes de asilo de las personas migrantes recién llegadas. Estos procedimientos van de la mano con una política de externalización de fronteras que busca desplazar la responsabilidad de la gestión migratoria hacia países del sur del Mediterráneo, con el objetivo último de contener las llegadas a Europa. De este modo, la Unión Europea financia a la guardia costera libia que, vulnerando los derechos humanos, maltrata y encierra a migrantes provenientes de distintos territorios africanos que tienen la esperanza de cruzar hacia la orilla norte del Mediterráneo. Asimismo, para evitar la travesía del Sahara y la llegada a las costas del Mediterráneo, la Unión Europea financia, junto con la OIM, centros de selección de migrantes en el Sahel.
Por todo ello, varios autores afirman que, lo que la clase política europea bautizó como «crisis migratoria» en 2015, a raíz de la llegada ese año de 1,3 millones de personas migrantes –provenientes, entre otros países, de Siria–, fue más bien una «crisis de acogida»[1] y, por tanto, una crisis de gestión del asilo dentro de la Unión Europea.
En definitiva, a pesar de que los países europeos son signatarios de la Convención de Ginebra sobre el Estatuto de los Refugiados, y de que no existe prueba alguna de que la llegada de migrantes tenga efectos negativos, las políticas europeas contribuyen a construir el relato de la inmigración como un problema. De hecho, cabe destacar que varios estudios científicos muestran los efectos positivos de la presencia de migrantes en las economías nacionales[2], contradiciendo discursos políticos cargados de nacionalismo identitario y xenofobia.
El Atlas des Migrations en Méditerranée, un proyecto de investigación para informar sobre cómo las movilidades y las migraciones han construido el Mediterráneo
En este contexto, es esencial que las ciencias sociales difundan los resultados de sus investigaciones y, así, arrojen luz sobre los procesos migratorios, demostrando su importancia histórica en la construcción del espacio mediterráneo.
En este artículo presentamos un proyecto de investigación colectivo cuyo objetivo es mostrar cómo, a lo largo de la historia, las migraciones y las movilidades han dado forma a las sociedades y culturas mediterráneas y han contribuido a la construcción de sus territorios, considerados el fruto de interacciones entre las sociedades y los espacios. Se trata, entonces, de tomar distancia frente a una omnipresente actualidad alarmista y frente a la tentación del presentismo[3] para considerar las movilidades y las migraciones en el largo plazo, poniendo en perspectiva las realidades contemporáneas y movilizando los resultados de investigaciones sobre distintos periodos históricos. Así, esta obra[4] es el resultado de cinco años de trabajo colaborativo de un equipo multidisciplinar de 80 investigadores e investigadoras franceses y europeos –compuesto por historiadores especializados en diferentes épocas de la historia del Mediterráneo, desde la Antigüedad hasta la Edad Contemporánea, así como politólogos y geógrafos– que aceptaron el reto.
En 2020, el Mediterráneo sigue siendo un espacio migratorio de gran importancia a nivel internacional: los países ribereños representan aproximadamente el 7% de la población mundial, pero acogen al 15% de los 280 millones de migrantes internacionales del planeta. Dos tercios residen en los países de la orilla norte del Mediterráneo y la mitad de las personas que emigraron desde la costa sur vive en Europa, lo que demuestra la vitalidad de los lazos inscritos en una larga historia común.
La observación del espacio físico del Mediterráneo muestra que, históricamente, el mar ha favorecido la conectividad de sus 20.000 km de costas, gracias al cabotaje y a las islas que han servido de escalas y asentamiento en las travesías marítimas desde la Antigüedad, como así lo relatan los míticos viajes de Ulises. El interior de los países mediterráneos es a menudo montañoso, y las llanuras y espacios costeros están más orientados hacia el mar que hacia el interior, hecho que ha contribuido a hacer del Mediterráneo ese «espacio en movimiento» del que hablaba el historiador Fernand Braudel.
¿Cómo han modelado y transformado los movimientos de poblaciones las sociedades mediterráneas a lo largo del tiempo? ¿Qué formas han tomado estos encuentros entre grupos y sociedades a lo largo y ancho del Mediterráneo? ¿Sobre qué estructuras se han construido estas movilidades? ¿Quiénes han sido los principales actores de estas movilidades? ¿Qué territorios y sociedades han resultado de estas movilidades?
El proyecto se ha articulado siguiendo una lógica temática, no cronológica, con el objetivo de confrontar los distintos períodos, las escalas y las temporalidades, y poner a prueba la diacronía. Este enfoque ha permitido discutir las propias categorías de movilidades, así como sus actores y sus efectos. El Atlas aborda de manera sucesiva las estructuras que enmarcan, controlan o acompañan las migraciones (rutas, fronteras, lugares de acogida, marcos políticos), los actores que las animan (comerciantes, obreros, esclavos, religiosos, intelectuales, artistas, etc.), así como las modalidades de contacto entre las personas migrantes y las sociedades de acogida (invasiones, colonizaciones, transferencias, cosmopolitismo, xenofobia). También permite discutir la pertinencia del término «espacio mediterráneo», poniendo de relieve las conexiones antiguas y renovadas que, a través de las migraciones, articulan el Mediterráneo con el resto del mundo, y destacando la noción de «pulsaciones migratorias»[5].
Diversidad de movilidades y actores
En todas las épocas, los movimientos migratorios, voluntarios o forzados, han sido impulsados por motivos de diversa índole, como la supervivencia, la búsqueda de un mundo mejor, el deseo de descubrimiento y viaje, la sed de conocimiento o riqueza, un proyecto político de dominación, de conquista, de proselitismo religioso, de colonización o de sometimiento. Estas razones económicas, políticas, culturales, étnicas o religiosas son de carácter individual, familiar y, en ocasiones, comunitario, y toman una dimensión masiva cuando la intensidad de las crisis o los conflictos es tal que impulsa a las personas a emigrar. Por lo que al estatus se refiere, cabe destacar que éste es generalmente definido por las condiciones de movilidad y de estancia. Asimismo, conviene señalar que las sociedades precontemporáneas nunca han sido inmóviles, si bien en la época contemporánea asistimos a una aceleración y una masificación de las movilidades, facilitadas por las revoluciones industriales y tecnológicas, del transporte y, posteriormente, de las comunicaciones. Por ejemplo, aproximadamente 26 millones de personas precedentes de Italia dejaron su país entre los años 1860 y 1960.
Migraciones y movilidades transnacionales
Las migraciones internacionales, generalmente definidas por un cambio de residencia por un tiempo determinado y por motivos muy diversos, están inscritas en las movilidades de población (véase, por ejemplo, las migraciones estacionales de trabajo, las trashumancias). La variedad histórica de trayectos, etapas y duraciones de estancia cuestiona la visión comúnmente aceptada de que la migración es un movimiento unidireccional y definitivo. En realidad, incluso en épocas antiguas, las migraciones a menudo consistían en movilidades, es decir, idas y venidas, retornos, que a veces se daban en personas de una o dos generaciones posteriores que no siempre regresaban al lugar de origen. Sin embargo, no fue hasta finales del siglo XX cuando se empezó a hablar de transnacionalismo para designar estos vínculos entre el «aquí» y el «allá». Desde hace ya mucho tiempo, se han creado espacios relacionales entre las sociedades receptoras y los lugares de origen, generando transferencias culturales en campos tan diversos como las artes, la gastronomía o las ciencias. Las migraciones en masa inscriben estos intercambios en la cotidianidad, abriendo espacios sociales transnacionales.
Las migraciones también pueden ser salidas ineludibles, huidas, exilios. Esto da lugar a la figura de la persona refugiada –que apareció a mediados del siglo XX– y que a veces genera dinámicas «diaspóricas» que, animadas por una fuerte conciencia identitaria, en algunos casos transforman el sueño del retorno en una experiencia concreta.
Contactos: cosmopolitismos y segregaciones
Como bien representan las grandes metrópolis mediterráneas, los contactos no son solo vectores de intercambios y cosmopolitismo. Los fenómenos de rechazo, los procesos de discriminación y sus efectos segregadores también están inscritos a largo plazo. Sea cual sea el territorio, la época o el origen de las poblaciones, la persona extranjera es frecuentemente percibida como una amenaza política y social, lo que influye en la morfología urbana de las ciudades mediterráneas, a pesar de su cosmopolitismo. Pensemos en los guetos, cuyo primer ejemplo encontramos en Venecia en 1516, pero también en las instituciones contemporáneas de los campos de tránsito y detención, como los hotspots italianos o griegos mencionados anteriormente.
Pulsaciones migratorias y el Mediterráneo como espacio-mundo
Finalmente, es importante destacar que, a lo largo de la historia, los países ribereños del Mediterráneo han sido simultánea o sucesivamente espacios de salida y de llegada, de acuerdo con diversas pulsaciones migratorias. España, Italia y Grecia, al igual que más recientemente los países del sur del Mediterráneo, se han convertido en países de recepción de migrantes después de haber sido países de emigración. El Mediterráneo nunca ha sido un espacio cerrado: desde la Antigüedad, las movilidades han conectado el Mediterráneo con el mundo, el horizonte se ha ampliado y los intercambios se han intensificado. Alejandro Magno se lanzó a la conquista de Asia en el siglo IV a.C.; en la Edad Media, cristianos y musulmanes se aventuraron por rutas terrestres y marítimas desconocidas a través de Asia o del Sáhara, mientras que, desde el siglo XV, las Américas atraen a los mediterráneos. Desde la globalización de la segunda mitad del siglo XX, el espacio mediterráneo recibe, en ambas orillas, migrantes provenientes de Europa del Este, América Latina y África subsahariana o Asia. La diáspora económica china está presente en todas las grandes plazas comerciales mediterráneas. Al amanecer del siglo XXI, el Mediterráneo es un espacio de mezcla globalizada, que prolonga y amplía su función de crisol.
[1] Véase, por ejemplo, la obra: Lendaro A, Rodier C, Lou Vertongen Y, dir., 2019, La crise de l’accueil. Frontières, droits, résistances, París : la Découverte.
[2] « Macroeconomic evidence suggests that asylum seekers are not a “burden” for Western European countries », Hippolyte d’Albis, Ekrame Boubtane, Dramane Coulibaly, Science Advances, 2018 (4) : eaaq0883.
[3] Hartog François, 2012, Régimes d’historicité: Présentisme et expériences du temps, París: Seuil.
[4] Baby-Collin Virginie, Bouffier Sophie, Mourlane Stéphane, dir., 2021, Atlas des migrations en Méditerranée, de l’Antiquité à nos jours, Arles: Actes Sud.
[5] El término « pulsaciones migratorias » remite a la idea de vaivén. En este sentido, refleja que los movimientos migratorios son reversibles.
Watch again the lecture by Virginie Baby-Collin at the Aula Mediterrània series.