Dilemas de los movimientos sociales en contextos autoritarios: el caso del movimiento amazigh en Marruecos
La población amazigh,[1] pueblo indígena del norte de África, se distribuye de forma desigual entre los países del Magreb, desde el oasis de Siwa, en Egipto, hasta el océano Atlántico, abarcando gran parte de las tierras del Sahel y las islas Canarias. Se estima que aproximadamente 20 millones de personas en este territorio serían amazigh: entre el 60% y el 40% en el caso de Marruecos, entre el 30% y el 20% en Argelia, entre el 10% y el 8% en Libia, el 1% en Túnez y en torno a unas 20.000 personas en Egipto. A pesar de esta importante presencia en el norte de África, los imazighen no recibieron un reconocimiento de sus particularismos una vez que los estados en los que se encuentran asentados hoy en día alcanzaron su independencia. Así, fue la búsqueda de este reconocimiento lo que hizo que, a partir de los años sesenta, se crearan diversas plataformas, colectivos y asociaciones. En el caso de Marruecos, no fue hasta el año 2011, en el contexto de la llamada Primavera árabe, cuando la identidad y la lengua amazigh obtuvieron un reconocimiento oficial, un triunfo atribuido a las casi seis décadas de activismo en el país. Durante todo este tiempo, el movimiento amazigh ha pasado por diferentes etapas en las que la pregunta «¿qué hacer?» ha sido algo recurrente a la hora de decidir sobre dos dilemas centrales: la identidad y la participación política formal.
En primer lugar, es necesario tener en cuenta que los miembros de un movimiento social no constituyen un grupo homogéneo, sino que portan múltiples identidades que influyen en su participación y en la forma en que se relacionan con la acción colectiva. Para que un movimiento sea operativo, es fundamental que sus líderes se erijan en actores capacitados y mediadores, en la medida en que deben negociar internamente la organización del movimiento en torno a una identidad colectiva específica. La construcción de dicha identidad no es un proceso espontáneo, sino una tarea deliberada que exige definir sobre qué elementos se articulará la identidad compartida. Si bien muchos de estos grupos se enfrentan a diversos tipos de discriminación precisamente por su identidad, esta condición también puede ser reconstruida como un recurso político que fortalezca la cohesión interna y aumente la visibilidad externa del movimiento.
En segundo lugar, cuando nos referimos al dilema de la participación formal, nos referimos a la situación en la que un movimiento social decide si entra en la arena política formal o si continúa de manera informal o a través de canales indirectos.
Aunque estos son dilemas que pueden presentarse en cualquier movimiento social, en lo que respecta al movimiento amazigh en Marruecos, este ha estado estrechamente vinculado a las diversas estrategias desarrolladas por la monarquía para apropiarse de las fuerzas que pudieran cuestionar la estabilidad del régimen y contenerlas. Estas estrategias se enmarcan en un modelo de gobernanza que los regímenes no democráticos utilizan para acomodarse a las presiones sociales, económicas y políticas, tanto internas como externas, y manejarlas, implementando diversas medidas de liberalización —controladas y diseñadas desde arriba— al tiempo que mantienen prácticas del pasado. Así, mientras se toman decisiones sobre la ampliación de los espacios para las distintas formas de organización cívica, el favorecimiento de una mayor competitividad electoral o el apoyo público al discurso de los derechos humanos, se sigue ejerciendo la coerción, la vigilancia, el patronazgo o el clientelismo. Estas prácticas se convierten en una «válvula de escape» para estos «autoritarismos modernizados».
Los dilemas y las dinámicas mencionados han afectado al movimiento amazigh y lo han hecho transitar por cuatro fases distintas desde la creación de las primeras asociaciones hasta la actualidad. La primera de ellas es la que tiene lugar entre finales de los años sesenta y principios de los noventa, y corresponde a los primeros pasos del activismo amazigh en Marruecos. Se inicia en un contexto muy específico: la universidad de los años sesenta y setenta, dominada por fuerzas de izquierda, sobre todo aquellas organizaciones que formaban parte del movimiento marxista-leninista marroquí. Estos grupos estaban marcados por una ideología revolucionaria arabista para la que la diversidad étnica y cultural eran cuestiones secundarias. En esos tiempos, era mucho más fácil identificarse políticamente como progresista o revolucionario —en tanto en cuanto estas ideologías representaban valores más positivos para la juventud— que posicionarse a favor de la amaziguidad. Esto era considerado como algo retrógrado y populista, pues se asimilaba tanto a la política colonial francesa como a la acción del Movimiento Popular, que hasta entonces había sido el único actor que, oficialmente, representaba los intereses de la población amazigh. Este ambiente político e intelectual sirvió de catalizador para la primera generación de jóvenes que se implicaron en la causa amazigh en Marruecos, y también como marco para la formación de las primeras organizaciones del movimiento, cuyo objetivo era hacer frente a la situación de precariedad y olvido de la cultura amazigh y recuperar y promover su lengua y sus tradiciones. El elemento central del discurso del movimiento amazigh en ese período era la defensa de la «cultura popular». Se consideraba que la cultura amazigh era la base y la cultura real de los marroquíes, que se había visto desplazada por las tradiciones árabes y francesas impuestas por las élites urbanas. Este discurso identitario se propagaba, sobre todo, a través de la música, la poesía y otras expresiones artísticas en las que se utilizaba la lengua amazigh, así como de la organización de diferentes actividades socioculturales.
La segunda fase del movimiento amazigh coincide con un período de liberalización política que tiene lugar a lo largo de los años noventa, y que facilita la firma de la Carta de Agadir (1991). Este documento constituye la primera demanda colectiva al Estado marroquí para que otorgue el estatus de lengua oficial al tamazight en la Constitución y lo integre en la vida pública. Este hito fortaleció el activismo amazigh y permitió el florecimiento de nuevas asociaciones y de las primeras experiencias de coordinación en el ámbito nacional. A nivel internacional surgieron también organizaciones de cooperación transnacional, en concreto el Congreso Mundial Amazigh (1995). La apertura del sistema político favoreció la llegada de ciertas concesiones al movimiento, como el reconocimiento oficial de la diversidad cultural y lingüística de Marruecos y la adopción de medidas destinadas a normalizar la cuestión amazigh en la vida pública del país. A pesar de ello, en paralelo se siguieron produciendo episodios de represión selectiva. En esta nueva etapa, con las mencionadas transformaciones, comenzaron a aparecer las primeras divisiones dentro del movimiento, lo cual dio paso a la aparición de diversas tendencias, sobre todo en lo que se refiere al ámbito de la acción colectiva (regional, nacional o internacional) y al foco de las demandas (culturales o políticas). En el ámbito discursivo, la defensa de la «cultura popular» queda relegada a un segundo plano para defender la idea de que la cultura amazigh es un sustrato de la cultura marroquí, una cultura plural, en la que el elemento amazigh representa el sustrato principal, la capa original.
La tercera fase se inicia a principios de la década de 2000, con la difusión de un nuevo texto central para el movimiento: el «Manifiesto amazigh» (2000), un documento firmado por intelectuales y militantes con el que se pretende adoptar una postura común de la militancia con vistas al reinado de Mohamed vi. Otro de los propósitos del manifiesto consistió en aumentar la presión sobre los responsables políticos del país y obtener el reconocimiento oficial de la amaziguidad de Marruecos, que incluía tanto la lengua como su introducción en el sistema educativo, los medios de comunicación, los planes de desarrollo y la revisión oficial de la historia de Marruecos. Este nuevo hito impulsa la creación de nuevas asociaciones en el país, algo que coindice con una crisis de las formas tradicionales de participación política, como los partidos políticos o los sindicatos. En lo que concierne al discurso identitario, la visión de la identidad se vuelve más comunitarista, en tanto en cuanto la identidad amazigh no es solo una noción cultural, sino una cuestión política. Se defiende la idea de que la identidad marroquí es algo homogéneo, no tiene que ver con una composición híbrida, sino que es exclusivamente amazigh. Además, se relaciona con valores como la autenticidad —pueblo indígena del norte de África—, la ciudadanía, la modernidad y la secularidad.
Esta revitalización organizacional y discursiva propició una respuesta del régimen marroquí que se materializó en la adopción de una nueva política oficial del Estado hacia la cuestión amazigh. La llegada de Mohamed vi al trono supuso la apertura de diversos procesos de negociación con varias fuerzas sociales, económicas y políticas del país capaces de cuestionar la naturaleza del régimen y su continuidad, como ciertos sectores del movimiento islamista, activistas de derechos humanos y el propio movimiento amazigh. En este último caso, la estrategia de apropiación implicó la integración de militantes en los círculos de poder como élites secundarias, la cooptación de élites asociativas en distintas esferas institucionales, la adopción de ciertas demandas, sobre todo en el campo de la educación —como la inclusión del tamazight en la educación primaria o la creación de departamentos universitarios de cultura y lengua amazigh— y de los medios de comunicación —como la aparición de un nuevo canal de televisión en tamazight—, y la creación de nuevas instituciones como el Instituto Real de la Cultura Amazigh (IRCAM). Esta situación propició la radicalización de los sectores no cooptados, tanto en el ámbito discursivo como en el de la acción colectiva, así como la profundización y expansión de las fracturas internas.
La cuarta fase del movimiento amazigh se inicia con la participación de este en las protestas antiautoritarias de 2011, a las que se une de forma generalizada. La reforma constitucional de ese mismo año establece en su preámbulo que la cultura amazigh es uno de los componentes del Estado, y que el tamazight es una lengua cooficial, junto con el árabe, que debe ser integrada en la vida pública. Esta incorporación debía llevarse a cabo mediante un desarrollo legislativo posterior que se ralentizó durante casi siete años. Dicha tardanza, junto con la consecución de los objetivos principales del movimiento tras la reforma constitucional, contribuyeron a una progresiva desactivación del movimiento en la esfera pública, que empezó a prestar más atención a otras reivindicaciones que tienen que ver con el derecho a la tierra, la explotación de los recursos naturales, las expropiaciones estatales y la soberanía sobre el territorio. Surgen entonces nuevos ciclos de movilización en las periferias amazigh del país (Khourigba, Imider, Alhucemas, Zagora) en torno a cuestiones de carácter socioeconómico (alto desempleo, nivel de desarrollo económico inferior) que favorecerán la emergencia de concepciones específicas en torno a la identidad, en particular la interiorización del sentido de la periferia, de vivir en los márgenes. Estos procesos consiguen movilizar extensamente a la población (hombres y mujeres, mayores y jóvenes) gracias a la legitimidad de la protesta y a que afectaba de forma clara a la vida diaria de la población.
Las últimas elecciones de 2021 reflejaron, asimismo, los distintos modos de concebir la militancia dentro del movimiento amazigh, en tanto en cuanto ciertos sectores de la militancia decidieron participar en el proceso a través de los partidos oficiales, y otra parte de esta comenzó a animar de nuevo el debate sobre la idea de crear un partido político, pese a las limitaciones constitucionales.
En definitiva, tal y como hemos visto, el movimiento amazigh marroquí es un caso interesante de abordar porque, a pesar de ser Marruecos el primer país magrebí en reconocer constitucionalmente la identidad amazigh y declarar su lengua cooficial, después de casi seis décadas de activismo la consolidación de la causa amazigh ha contribuido más a su fragmentación que a su revitalización. En este sentido, el movimiento amazigh es más heterogéneo que nunca; no existe un liderazgo claro, puesto que los grandes líderes del pasado ya no están o se han desvinculado de la acción, y los factores de movilización son más diversos. En semejante contexto, el movimiento amazigh ha abierto distintos caminos dentro de su activismo, que incluyen tanto su desvinculación como la cooptación o el cambio de arena de la protesta.
[1] Se adopta el término amazigh en lugar de bereber para referirse a estas poblaciones, su cultura y su causa con el fin de reflejar la expresión de autoconciencia de este pueblo y sus reivindicaciones. El término bereber deriva del término griego extranjero, que fue asimilado por los conquistadores árabes, los cuales aplicaron el término al barbar a los indígenas y al-barbariya a su lengua. El historiador Ibn Jaldún afirmó que, etimológicamente, el término procede del verbo árabe berberat, que significa «refunfuñar» o «hablar de forma ininteligible». Muchos amazigh consideran peyorativo el término bereber y lo han ido sustituyendo por amazigh en singular, que significa «hombre libre», y por imazighen en plural.
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