Yemen: fragmentación, mediación y crisis humanitaria
Cuando en otoño de 2011 se rubricó la Iniciativa del Golfo, auspiciada por el Consejo de Cooperación del Golfo y apoyada por Naciones Unidas y Estados Unidos, se trataba de evitar una guerra en Yemen. A través de este acuerdo, se pretendía alcanzar un proceso de transferencia de poder pacífico que pusiera fin a meses de protestas dentro del contexto de las Primavera Árabes. Bajo el lema “sin vencedores ni vencidos”, la Iniciativa proponía la dimisión del presidente Ali Abdallah Saleh —en el poder desde 1978— en favor de su vicepresidente Abdelraboo Mansur al Hadi, quien, en febrero de 2012 debía concurrir como el “único candidato de consenso” a las elecciones presidenciales. El acuerdo también contemplaba una completa hoja de ruta para llevar a cabo la reconciliación y reconstrucción nacional, un proceso que debía ser transversal e inclusivo y que tendría que haber culminado en 2014 con un nuevo marco jurídico-legal y con la celebración de elecciones democráticas, libres y competitivas. Sin embargo, la sucesión de acontecimientos fue distinta y, aunque Al Hadi llegó a ser elegido presidente en 2012, durante la celebración de la Conferencia de Reconciliación Nacional comenzaron a surgir fisuras y divergencias que estancaron la negociación.
Los huzíes, un grupo rebelde de reivindicación de la identidad zaydí nombrado así en honor a su fundador, Hussein Badr Din al Huzí, aprovecharon este impasse político para avanzar hasta Sanaa y, apoyados por el depuesto presidente Saleh y sus leales, dieron un golpe de estado de facto en septiembre de 2014, sometiendo a arresto domiciliario al presidente Al Hadi. Éste logró huir y nombró a Adén la capital temporal de Yemen e hizo un llamamiento internacional para poner fin al golpe de estado huzí. El 26 de marzo de 2015, una Coalición liderada por Arabia Saudí se incorporaba a la guerra civil yemení en apoyo al presidente Al Hadi. De esta manera se internacionalizaba el conflicto bélico. La Coalición creyó que se trataría de una intervención quirúrgica y rápida que en pocas semanas haría retroceder a los huzíes y que restituiría en el poder al presidente. Con esta intervención Arabia Saudí pretendía evitar la expansión de la influencia iraní en la región ante la convicción de que los huzíes de confesión chií, estaban recibiendo financiación, entrenamiento, e incluso órdenes directas desde Teherán.
Pero lo cierto es que no se trató de una intervención rápida, a pesar de que la Coalición consiguió un avance rápido en las primeras semanas, no logró su objetivo de recuperar Sanaa, y el conflicto entró en una fase de estancamiento que duró años. Ambas facciones se sustentaban en alianzas débiles, a veces incluso antinaturales, que terminaron por fracturarse, protagonizando enfrentamientos armados dentro de los propios bandos. Por una parte, se disolvió la alianza entre los huzíes y los leales a Saleh, tras el asesinato de este último a mano de los rebeldes en diciembre de 2017. En el caso de la coalición anti-huzí también tuvieron lugar enfrentamientos reiterados de mayor o menor intensidad, sobre todo entre los secesionistas del sur y el ejército regular bajo el mando de Al Hadi.
En los últimos meses, la esperanza de alcanzar una eventual paz en Yemen después de casi nueve años de conflicto se ha incrementado considerablemente. Sobre todo a raíz de dos acontecimientos inesperados; la distensión irano-saudí y el anuncio de la reanudación de las relaciones diplomáticas de ambos países, y la prolongación durante más de un año de una tregua, inicialmente alcanzada para seis meses, entre la Coalición y los huzíes. Pero éstos no son los únicos factores que han favorecido una coyuntura propicia para la paz sino que ésta venía gestándose tiempo atrás.
Ante la incapacidad de imponerse militarmente ante sus adversarios, las partes beligerantes empezaron a tomar conciencia de que la guerra no se solucionaría por la vía militar y que era necesario llegar a un acuerdo político. Hasta el momento las mediaciones habían obtenido un escaso éxito, pero la opción de la negociación poco a poco cobraba cada vez más adeptos.
Por otra parte, la irrupción de la Guerra en Ucrania y su conocido incremento en los precios en las materias primas y artículos de primera necesidad generó una nueva presión en las deterioradas economías de ambos bandos, empeorando aún más una crisis humanitaria que Naciones Unidas ya considera como la más grave de los últimos cien años. Además, la guerra de Ucrania tuvo su incidencia en el posicionamiento de Arabia Saudí. Los ataques balísticos de los huzíes a las instalaciones petroleras saudíes y la necesidad de cerrar temporalmente algunas de éstas, supuso un punto de inflexión para el reino saudí que manifestó que estos ataques, cada vez más graves, podrían afectar al suministro mundial de combustible en plena crisis energética por la guerra de Ucrania.
Por otra parte, desde hace años se puede observar el cansancio acumulado de Arabia Saudí ante un conflicto que genera no sólo grandes pérdidas económicas, sino que también contribuye a incrementar el desprestigio del reino a nivel internacional. Todos estos motivos, junto a la distención con Irán, han ayudado a aumentar a la aspiración saudí a abandonar la guerra y centrarse en otro de sus objetivos prioritarios, la agenda 2030.
Existe un último factor que ha favorecido este clima de distensión, pero que también constituye un arma de doble filo. Se trata del nuevo Consejo de Liderazgo Presidencial nombrado en abril de 2022. Dicho Consejo de ocho miembros viene a sustituir la Presidencia de Abdelraboo Mansur al Hadi quien, a pesar de haber sido desde 2012 el presidente internacionalmente reconocido de Yemen, es una figura denostada tanto dentro como fuera del país y que, en los últimos tiempos, ha gozado de pocos apoyos incluso entre sus aliados tradicionales. Arabia Saudí, que ya preparaba su salida del conflicto yemení, propició y forzó la constitución del Consejo de Liderazgo Presidencial, una institución que pretendía unificar el mando militar y que al mismo tiempo aspiraba erigirse como una solución política integral a la grave fragmentación existente dentro de la facción anti-huzí.
Y es que, como hemos destacado, tras casi un lustro de guerra en Yemen el país ha sufrido una importante fragmentación y alteración del orden político que ha afectado tanto a la configuración del poder en sí mismo como al control territorial, generando un nuevo orden local con entidades cada vez más autónomas y organizadas, que están armadas y entrenadas, que poseen agendas divergentes, a veces incluso antagónicas, y que además cuentan con diferentes aliados regionales o internacionales, que a su vez poseen su propia agenda política. A esta importante proliferación de grupos armados independientes hay que sumar una cantonización de Yemen en al menos cinco regiones; el norte, la región de Al Jawf, Marib y Shabwa, la región Al Mahra y el interior de Hadramawt, la región de Adén, Lahye, Al Dahle y la costa de Hadramawt y por último Taiz y Hodeida.
La amenaza constante de la eclosión de nuevos focos de conflicto dentro de bando anti-huzí, en lo que constituiría una guerra dentro de la guerra, favoreció, como hemos visto, la creación de este Consejo de Liderazgo Presidencial que pretendía superar los problemas de convivencia en una alianza frágil e inestable incluyendo entre sus miembros a los principales líderes de las distintas facciones existentes; salafistas, secesionistas, líderes tribales afines a Arabia Saudí, Hermanos Musulmanes, miembros del gobierno prerrevolucionario e incluso los leales de Saleh convertidos desde su asesinato en efectivas facciones anti-huzíes. A día de hoy, las divergencias continúan siendo muy importantes en el seno del Consejo. Y aunque Yemen cuenta con una larga tradición en liderazgos colectivos, el Consejo está muy lejos de lograr la unidad política y militar deseada.
Actualmente, la negociación conducida exclusivamente entre Arabia Saudí y los huzíes supone un nuevo desafío para la paz en Yemen. Efectivamente, hay signos evidentes de que cada día estamos más cerca de la salida saudí de la guerra, sin embargo, esto no significaría en ningún caso el fin del conflicto, sino más bien el fin de su dimensión internacional. Los huzíes se han negado a establecer negociaciones de paz multipartidistas. Su estrategia está bien definida, sacar el mayor beneficio posible de su negociación con Arabia Saudí arrinconando a sus enemigos yemeníes que cada vez están más debilitados. Las concesiones llevadas a cabo hasta el momento han sido muy ventajosas para los huzíes, y diariamente elevan sus demandas esgrimiendo la necesidad de resolver el “expediente humanitario” para poder construir un clima de confianza mutua en el que poder negociar. Por otra parte, los huzíes han expresado su voluntad de negociar con el Consejo de Liderazgo Presidencial, pero solamente una vez Arabia Saudí y el resto de los aliados hayan salido oficialmente de la guerra. Esto les brindaría la posibilidad o bien de continuar el conflicto, esta vez sin la coalición internacional, o la posibilidad de optar por la negociación con el Consejo de Liderazgo, pero desde una posición más ventajosa que les permita imponer su visión de paz y tratar de obtener así todas sus aspiraciones.
Lo cierto es que a pesar de que no ha existido una escalada militar entre Arabia Saudí y los huzíes desde que se estableció la tregua en abril de 2022, sí han tenido lugar ataques huzíes a instalaciones petroleras en el sur de Yemen. El objetivo principal de estos ataques es cortar los ingresos petroleros del Consejo Presidencial, al menos, hasta que éste los divida con los huzíes, una petición que los rebeldes han tratado de imponer y que demuestra la escalada en la guerra económica que se mantiene en Yemen desde que comenzó el conflicto. Además de los ataques a las instalaciones petroleras, los huzíes han protagonizado una serie de demostraciones de su capacidad militar y lo han acompañado de declaraciones en las que manifiestan estar preparados para el regreso a la contienda. Un tipo de ostentación de la fuerza que enlaza con la cultura tribal yemení, pero que también históricamente ha acompañado a los procesos de mediación de conflictos.
En esta situación Arabia Saudí no puede simplemente abandonar la guerra y pactar con los huzíes, porque dejaría en sus fronteras un conflicto inter-yemení de muy difícil resolución. Tampoco puede ceder a todos las peticiones de los huzíes, pues ofrecería a los rebeldes una percepción de dominación muy perjudicial para la posterior negociación con el Consejo de Liderazgo Presidencial. Arabia Saudí está contribuyendo al debilitamiento del Consejo al mantenerlos alejados de la negociación, pero también porque no ha desembolsado una partida de financiación prometida el año pasado dificultando la gobernabilidad. Por otra parte, tanto Arabia Saudí como Emiratos Árabes Unidos mantienen sus apoyos de manera individual con los miembros del Consejo afines y con los que comparten objetivos en lugar de apoyar al Consejo Presidencial como una unidad de mando, potenciando aún más su debilidad.
En este contexto la comunidad internacional y especialmente Naciones Unidas tiene poco margen de maniobra. Pero debería aunar todos sus esfuerzos para adquirir un rol más activo en la mediación. También debería tratar de elaborar una nueva narrativa de la paz que supere la visión de dominación de las diferentes partes, y que busque compromisos globales atendiendo a las realidades sobre terreno, deshaciendo de una vez por todas y de manera inequívoca la idea de que la guerra en Yemen es, simplemente, una guerra proxi, porque las verdaderas raíces del conflicto se encuentran en la extensa fragmentación político-militar de Yemen. Sólo superando la fragmentación primero en el seno del Consejo Presidencial y luego a través de la negociación entre éste y los huzíes se podrá alcanzar una paz que, a día de hoy, parece todavía muy lejana.
This article is an outcome of the lecture Leyla Hamad offered at the IEMed in the framework of the Aula Mediterrania 2022-23 series. Watch again the full lecture.