La construcción del embajador en la época moderna. La diplomacia entre los Estados italianos y la Monarquía hispánica (siglos XVI-XVII)

12 January 2023 | | Spanish

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slideshow image Statue of Cosimo I de’ Medici, second Duke of Florence and first Grand Duke of Tuscany. Via Pixabay

Estamos en un momento rico en enfoques innovadores del estudio de la mediación diplomática en que, cada vez más, se comparte la idea de que esta debe estudiarse como parte de un sistema político, social, cultural y religioso. A través del concreto análisis de los perfiles de los «actores» y también de sus prácticas se pueden comprender las intersecciones, aún muy fuertes en la Primera Edad Moderna, entre organismos institucionales heterogéneos. Ello se produce en un entorno marcado por un fuerte policentrismo político y por diferentes tensiones, algunas de las cuales van en la dirección de definir nuevos instrumentos institucionalizados, mientras que otras se relacionan con la conservación de prácticas más antiguas. Los caminos de la historiografía alrededor de la historia de la diplomacia en la Edad Moderna parecen ahora maduros para superar la idea de la diplomacia como instrumento para consolidar el Estado en su incipiente fase de centralización[1].

Quiero, por lo tanto, replantear el perfil de la diplomacia en la Primera Edad Moderna, mirando la relación entre lo que el análisis institucional nos dice y lo que se comprende a través de las fuentes de carácter práctico. Si observásemos los Estados europeos al comienzo del siglo xvi, monarquías, principados y regímenes oligárquicos que vivían diferentes procesos de consolidación y de arraigamiento en los territorios según los distintos caminos articulados, veríamos también una red virtual de individuos en movimiento: mercaderes, soldados, religiosos, estudiantes, además del entorno de cortes itinerantes con sus aparatos, a menudo muy extendidos, de ministros y altos oficiales y de servidores de la corte y de la casa. También la actividad de los diplomáticos sería muy visible: por parte de algunos organismos estatales asistiríamos al envío de embajadores residentes, destinados a establecerse por algunos años –solían ser tres– en estados lejanos; si hiciésemos una representación gráfica apreciaríamos en algunas cortes una tendencia muy marcada al envío de embajadores: en las de la Italia centro-septentrional en el siglo xv; en las de Fernando de Aragón y en las de Maximiliano I y de Enrique VII, ya hacia el siglo siguiente.

La actividad de los representantes diplomáticos podría ser apreciada en toda su articulación y complejidad. Bastaría con seguir también el envío de los representantes no permanentes. Muchos fueron de hecho los estados que al comienzo del siglo xvi no quisieron entregar sus negocios a los embajadores y aún menos a los permanentes. El envío de embajadores extraordinarios  para establecerse cerca del soberano únicamente el tiempo necesario para gestionar los negocios y luego volver, tenía una tradición antigua. Además, todavía se solía practicar bastante a menudo el encuentro directo entre soberanos con la esperanza, que no siempre respondía a los hechos, de que negociar cara a cara entre soberanos podía llevar a una definición más eficaz de las cuestiones y de los negocios.

La actividad diplomática, sin embargo, no se comprendería plenamente ni siquiera considerando a los diferentes tipos de embajadores y los encuentros entre soberanos. Sería necesario considerar también a los individuos que viajaban con el embajador: el secretario de embajada en primer lugar, y con frecuencia algunos miembros de la familia como hermanos, hijos o sobrinos que seguían al embajador para tener una experiencia de viaje y de estancia en países extranjeros; además de los numerosos servidores que podían incluir algunas figuras de confianza y otras más lejanas[2].

Además de los embajadores, hay que añadir diferentes tipos de emisarios. Los que habían sido enviados por organismos territoriales menores y que no podían tener la calificación formal de embajador, pero que desarrollaban muchas de sus funciones: residentes, enviados, agentes, a su vez acompañados por diferentes personas, se movían entre entidades no plenamente soberanas, pero con jurisdicciones amplias: piénsese en el virreinato de Nápoles, adonde Venecia no enviaba un embajador, sino que mantenía a un residente cremallera para las comunicaciones, los negocios o la toma de decisiones. Obsérvese el caso de las ciudades hanseáticas que, gozando de un papel importante en el comercio, habían obtenido la posibilidad de tener un embajador en España en el siglo xvii.

Considerando el agency de los individuos conectados con el mundo de la mediación diplomática, el cuadro tendría que incluir también a los que estaban alrededor de las cortes y de las embajadas: en parte se trataba de los mismos cortesanos, que tenían relaciones y ponían en circulación informaciones y noticias; en parte eran diferentes figuras que    vivían la vida de la ciudad y de vez en cuando entraban o salían de la Corte si era necesario: traductores, servidores, militares, comerciantes, religiosos, artistas, preceptores, médicos, informadores, espías, etcétera. Un largo elenco de individuos que atravesaba espacios: del corto alcance de los recorridos intraciudadanos o periciudadanos (tabernas y tiendas, viviendas internas y externas a la ciudad, monasterios y conventos) al medio alcance de los desplazamientos entre ciudades cercanas y a las distancias más grandes que unían ciudades y cortes de estados diferentes[3].

Al establecerse de manera más arraigada, la residencia de los embajadores dio pie a  situaciones nuevas: en las ciudades se establecieron embajadas más organizadas; la residencia en el extranjero para varios años provocó la necesidad de tener una sede diplomática que, al mismo tiempo, era la sede del embajador y de la embajada, y contaba con un buen número de servidores. Además, entre las actividades del embajador residente adquiría un peso hasta entonces desconocido la creación de una red de personas cada vez más arraigadas en el territorio. No bastaba con apoyarse en los nacionales presentes en el lugar; era necesario ahora desarrollar más redes de contactos, amistades, relaciones de colaboración muy amplias y articuladas[4].

Por lo tanto, el establecimiento de embajadas permanentes tendría  que ser bien evidente para estudiar las relaciones que generó y no tanto como marca de una presunta modernidad de los estados que dichos embajadores habían enviado. Sobre ese aspecto, que durante mucho tiempo fue central para los estudios de la diplomacia en la edad moderna, investigaciones recientes han propuesto un cambio de perspectiva, leyendo el nacimiento de la diplomacia permanente en una fase emergente como un instrumento para fortalecer los estados y no como un resultado de ello[5].

En los siglos xvi y xvii la difusión del hecho residencial de los embajadores es importante para los cambios profundos que conllevó en la organización de las misiones diplomáticas y para los instrumentos de información que produjo, cada vez en mayor medida. En la corte de destino ello provocó el aumento de redes de relación, de intercambios de invitaciones, así como de la práctica de entrega de regalos[6].

Al comienzo del período que consideramos las formas de la diplomacia estaban viviendo una fase de transición, no conectada exclusivamente a la presencia estable, o no, de los embajadores, es decir, a la difusión de la residencia permanente. También dio lugar a una definición por parte de los que enviaban al embajador sobre cuáles serían los roles del diplomático; la identificación de los instrumentos de acción en la corte a la que estaba destinado (hombres de confianza, formas de procurarse las informaciones, oportunidades de encuentro). Asimismo, hay que considerarla introducción de los lenguajes simbólicos apropiados para poner en la escena los momentos de encuentro ante los soberanos en el marco de una sociedad jerárquica basada en la distinción de rango[7].

Por lo tanto, si observásemos, como he dicho, la circulación de los que estuvieron involucrados a menudo, como diríamos hoy, a tiempo parcial, en las actividades conexas con la diplomacia a las puertas de la Edad Moderna, la constelación de figuras en movimiento que veríamos sería riquísima: mucho más amplia de la que obtendríamos a través de un censo únicamente de los embajadores permanentes; mucho más móvil de la que podríamos dibujar si considerásemos solamente los movimientos de los enviados con mandato oficial.

Las tareas y los deberes atribuidos a los embajadores se entrelazan además en una conexión muy a menudo indisoluble del desarrollo de otras funciones. Funciones informativas, funciones de negociado y funciones de representación son los tres aspectos que tradicionalmente se atribuían a los embajadores en plena Edad Moderna. Muchas otras fueron, sin embargo, las áreas de intervención de los representantes en las cortes extranjeras: tanto de los embajadores extraordinarios, que no desaparecen ni siquiera cuando los ordinarios, o residentes, se expanden de forma masiva, como los mismos ordinarios que llevan a cabo funciones de mediación social o de carácter literario en los cultural exchanges[8].

Este censo virtual, con representaciones de los diferentes momentos, ofrecería un mosaico con espacios y momentos de una gran densidad de presencias, cartas y movimientos. Las zonas con una densidad mayor cambiarían a lo largo del tiempo, en relación con el despliegue de dinámicas más amplias: la fundación de las cortes permanentes tras la superación de las itinerantes, las fases de guerras alternadas con las de paz, marcarían diferencias profundas en la distribución de los individuos, de los contactos y de la circulación de sus cartas y de sus objetos. De hecho, la consolidación de la residencia no vivió un camino progresivo y uniforme. Los resultados en términos de gestión de las informaciones obtenidas por los que usaron precozmente estos medios, como en el caso de Fernando de Aragón, llevaron los otros soberanos a reconocer la necesidad de introducir este nuevo instrumento de gobierno. Piénsese en Francisco I de Francia quien, a raíz del fracaso de Pavía en 1525 y de la humillante Paz de Madrid en 1526, introdujo un cambio sustancial en la estructura diplomática de su reino, ampliándola considerablemente[9]. Central fue comprender por parte de los soberanos la importancia de obtener una información puesta al día y continua sobre las realidades cercanas o lejanas. Dinámicas complejas que han sido analizadas también a través de un enfoque abierto a considerar los numerosos agentes de la mediación diplomática, en un abanico de personas con encargos formalizados o informales, públicos o secretos, temporales o estables.

El cruce entre estos diferentes niveles y entre las diferentes fuentes ha permitido ofrecer algunos elementos de reflexión sobre temas cruciales de la historia de la diplomacia en la Primera Edad Moderna, conectando el análisis de las realidades institucionales a la de los caminos individuales y la consideración de intereses de pequeños grupos y facciones al estudio de las opciones de los embajadores, enviados, agentes y otros individuos en movimiento en la Europa de la Primera Edad Moderna[10].

El panorama así dibujado ha mostrado una Europa en movimiento en la que el viaje era una experiencia muy presente, sobre todo en la vida ciudadana y cortesana. Con los hombres –y también con las mujeres, pero no puedo tratar de ellas aquí– viajaban cartas, libros, cuadros, objetos de valor, esencias y especies vegetales y animales en una conexión cada vez más importante con las tierras situadas más allá de Europa[11].

Quiero remarcar la idea de la importancia de la expansión de la red de los enviados en diferentes momentos: durante la segunda mitad del siglo xv, posteriormente en la primera parte del siglo xvi y, finalmente, de forma más constante a partir del final del siglo xvi. Pero más que la presencia en sí misma de los embajadores residentes, antiguo topos de la historiografía dedicada a estudiar el nacimiento del Estado moderno, es la multiplicación de los hombres, sean presentes de forma estable, sean circulantes para períodos cortos, y la expansión de la red informativa, aquello que representa un cambio profundo, que influenció de forma irreversible en la creación de espacios de discusión públicos o semipúblicos y de los procesos de decisión política.


NOTAS

[1] Recuerdo algunas investigaciones que han tenido un papel de renovación en los estudios de historia de la diplomacia en la edad moderna: Ambasciatori e nunzi. Figure della diplomazia in età moderna, núm. monográfico a cargo de D. Frigo, en «Cheiron», 30 (1998); S. Andretta, L’arte della prudenza. Teorie e prassi della diplomazia nell’Italia del XVI e XVII secolo, Roma, Biblink, 2006; Diplomazia e politica della Spagna a Roma. Figure di ambasciatori, coord. por M.A. Visceglia, en «Roma moderna e contemporanea», 15, 1-3 (2007); Sulla diplomazia in età moderna. Politica, economia, religione, coord. por R. Sabbatini, P. Volpini, Milano, FrancoAngeli, 2011; I. Lazzarini, Communication and Conflict. Italian Diplomacy in the Early Renaissance, 1350-1520, Oxford, Oxford University Press, 2015; Practices of Diplomacy in the Early Modern World c.1410-1800, coord. por T.H. Sowerby, J. Hennings, Londres, Routledge, 2017; P. Volpini, Ambasciatori nella prima età moderna tra corti italiane ed europee, Roma, Sapienza University Press SUE, 2022.

[2] Beyond Ambassadors. Consuls, missionaries, and spies in premodern diplomacy, coord. por M. Ebben, L. Sicking, Leiden, Brill, 2021.

[3] Embajadores culturales. Transferencias y lealtades de la diplomacia española en la Edad Moderna, coord. por D. Carrió-Invernizzi, Madrid, Uned, 2016.

[4] Agentes e identidades en movimiento, coord. por R. Vermier, M. Ebben, R. Fagel, Madrid, Sílex, 2011.

[5] Sobre este tema, I. Lazzarini, Storia della diplomazia e International Relations Studies fra pre- e post- moderno, en  «Storica», 65, 22 (2016), pp. 9-41.

[6] Arte y diplomacia de la monarquía hispánica en el siglo XVII, ed. por J.L. Colomer, Madrid, Fernando Villaverde, 2003; L’arte del dono. Scambi artistici e diplomazia tra Italia e Spagna, 1550–1650, coord. por M. von Bernstorff, S. Kubersky-Piredda, Cinisello Balsamo-Mailand, Silvana Editoriale, 2013.

[7] F. Cosandey, Le rang. Préséances et hiérarchies dans la France d’Ancien Régime, París, Gallimard, 2016; Rappresentare a Corte. Reti diplomatiche e cerimoniali di Antico Regime, coord. por C. Bravo Lozano, R. Quirós, en «Cheiron», 1 (2018).

[8] Artistic and Cultural Exchanges between Europe and Asia, 1400-1900, a cargo de M. North, Aldershot, Ashgate, 2010.

[9] G. Alonge, Ambasciatori. Diplomazia e politica nella Venezia del Rinascimento, Roma, Donzelli, 2019.

[10] P. Volpini, Ambasciatori nella prima età moderna tra corti italiane ed europee, Roma, Sapienza University Press SUE, 2022.

[11] The global lives of things. The material culture of connections in the early modern world, a cargo de A. Gerritsen, G. Riello, Londres, Nueva York, Routledge, 2016.