Descolonizar la ciudad a través de la poesía y de la traducción
En agosto, estuve en Malta para participar en un festival de literatura mediterránea, y allí tuve la oportunidad de conocer a un talentoso escritor español que, en cuanto se enteró de que era argelina, me dijo: «¡Me encanta Albert Camus!».
Tengo que admitir que este tipo de comentarios, dado el contexto, nunca falla a la hora de dejarme perpleja.
Le contesté a mi amigo escritor con una gran sonrisa: «¡Sí, claro! ¡Albert Camus es un gran escritor!»
Hace más de seis décadas, en plena guerra de liberación (1954-1962), el poeta argelino de origen europeo Jean Sénac (1926-1973) propuso una definición, más bien una respuesta a la pregunta que sigue estando de actualidad (después de 60 años de independencia): ¿qué significa ser un escritor argelino?
En su ensayo titulado El sol bajo las armas, publicado en 1957, en respuesta a las declaraciones del ministro de Asuntos Exteriores francés en la ONU, que «evocaba (e invocaba) la dimensión francesa de la cultura argelina»¹, Sénac repasa la historia de la resistencia anticolonialista de los poetas argelinos desde principios del siglo xix a través de una palabra expresada en los tres idiomas, a saber: el árabe, el bereber² y el francés, y especifica: «Es argelino todo escritor que haya optado definitivamente por la nación argelina».
Este año en Argelia celebramos el 60º aniversario de la independencia tras 132 años de colonización francesa (1830-1962); una colonización que no solo consistió en ocupar la tierra, sino que también fue una tentativa permanente de alienación cultural e identitaria.
Justo después de la independencia en 1962, los escritores argelinos se encontraban en una situación inédita: escribir en árabe o en francés (en ese momento el bereber no formaba parte de las lenguas literarias y se manifestaba solo a través de una tradición oral de poesía). El escritor argelino no tenía lectores, ya que la condición colonial dejó la mayoría del pueblo argelino en situación de analfabetismo. En 1963, la poetisa de origen europeo y militante de la revolución argelina Anna Gréki (1931-1966) publicó su primer poemario en versión bilingüe (en francés y traducido al árabe) en una editorial tunecina. El poemario se titula Argelia, capital Argel y es probablemente uno de los primeros poemarios publicados después de la independencia, si no el primero.
En 1965, Anna Gréki escribió en un artículo titulado «Teorías, pretextos y realidades: SER O NO SER»: «tres años después de la independencia de Argelia, para nosotros, escritores argelinos de habla francesa, ¿cuál es nuestra posición? En primer lugar, ¿existimos? ¿Como escritores y como argelinos?».
En ese texto, Gréki quiso reaccionar a lo que ella llamaba «la mala pelea», refiriéndose a lo que iba a ir convirtiéndose en un conflicto y una sistemática guetización de la esfera cultural, lingüística e incluso social y política.
Este «conflicto lingüístico» no resultaba de la independencia (como algunos nos quieren hacer creer a través de su prisma ideológico), sino que es consecuencia directa de la colonización; algunos dirían del «cúmulo de colonizaciones». Por el momento quedémonos con la colonización francesa y recordemos que en el año 1938 el decreto «Chautemps» declaró la lengua árabe como lengua extranjera en Argelia a fin de limitar, entre otras cosas, la acción de la asociación de «los ulemas musulmanes» ³ que luchaba por la enseñanza de la lengua árabe y la creación de manuales escolares argelinos escritos en árabe. Por otra parte, los pocos niños argelinos que tenían la oportunidad de ir a la escuela debían aprender de memoria esta frase: «Nuestros antepasados son los galos».
El historiador argelino Mohamed Harbi (1933) subraya, en sus memorias filmadas,⁴ la importancia de la dimensión social de la crisis lingüística que se manifestó claramente durante la primera década de la independencia y que aceleró y potenció, de algún modo, un proceso de arabización complejo que resultó, para muchos observadores, caótico. Por ejemplo, hasta 1966 el francés era el único idioma que aseguraba el empleo, sobre todo en la administración y los puestos de gestión económica. Así fue como el francés siguió siendo, durante los primeros años de independencia, una lengua de ascenso social y de éxito profesional, lo que agudizó un sentimiento de frustración y de injusticia.
En cuanto a la literatura, Jean Sénac, el poeta de origen europeo que apoyaba la independencia del pueblo argelino, era muy consciente de la complejidad de la cuestión lingüística e identitaria; por consiguiente, él había previsto esta «mala pelea»: primero en 1957, en su ensayo El sol bajo las armas, en el que propuso una definición de escritor argelino sin distinción de la lengua en la que escribiese. Luego, en 1959, en un artículo titulado «Literatura de relevos» destacaba la dimensión transitoria de la literatura argelina escrita en francés, o, como la llama Sénac, «literatura de grafía francesa» (y no francófona), hasta que los argelinos recuperasen sus idiomas nacionales, a saber el árabe y el bereber, por medio de un sistema educativo argelino que sería independiente y que liberaría el pueblo de la prisión del analfabetismo.
La cuestión lingüística permaneció en el centro del debate intelectual, político e identitario en Argelia hasta los años noventa del siglo pasado, con varias tentativas e iniciativas de «reconciliación» y de acercamiento de las distintas esferas, interrumpidas por el estallido de la guerra «civil» (¿fue civil? ¿interior? ¿contra el terrorismo?), cuando la voz de la muerte acalló cualquier intento de debate matizado y, en vez de cuestionar la lengua de los vivos, nos encontramos cuestionando la de los fallecidos, como lo hizo la escritora Assia Djebar, gran figura de la literatura argelina contemporánea, en su ensayo El blanco de Argelia (publicado en 1995). En él plantea el tema del trágico destino de los intelectuales argelinos y se pregunta: «si sus amigos muertos siguiesen comunicándose con ella, ¿en qué idioma hablarían?». En el capítulo «La lengua de los muertos» del mismo libro, Djebar subraya que para el intelectual argelino, en vida, el francés fue sobre todo una lengua impersonal, una lengua de pudor y de austeridad que ocultaba las diferencias sociales.
Cuando se acaban las ideas
siempre quedan las palabras
y los muertos que son héroes
y que sirven de nombres de calles
de clarines, de coartada, de olvido.⁵
En 2016, descubrí la poesía de Anna Gréki, más precisamente su poemario Argelia, capital Argel, mientras buscaba textos poéticos argelinos que pudiesen constituir una referencia de una corriente de modernismo poético, parecida a las distintas corrientes de modernismo y postmodernismo que nacieron tras la segunda guerra mundial.
Ya sabía que esta tendencia no había existido en la poesía escrita en lengua árabe, ya que en los años cincuenta y bajo el dominio colonial, el árabe se había transformado en Argelia en un elemento de resistencia identitaria, con lo cual se encontró bloqueado en sus formas más conservadoras.
Anna Gréki nació en el este de Argelia en 1931, en la zona de Menaa, un pueblo bereber que formaba parte de un «municipio mixto», una zona rural con una población mayoritariamente autóctona y una minoría de colonos europeos. Sus padres franceses trabajaban como profesores de escuela.
Muy pronto, Colette Grégoire, conocida como Anna Gréki, pudo identificarse con su condición de argelina y, así, era obvio que se unió a la lucha para la independencia del país. En 1957, Gréki fue encarcelada y torturada por las autoridades coloniales francesas en Argel. Fue en la famosa cárcel de Barbarroja donde Anna Gréki escribió Argelia, capital Argel, uno de los tres textos más importantes escritos en las cárceles durante la guerra de liberación, junto con La cuestión, de Henri Alleg, y Quassaman, el texto del himno nacional escrito en árabe por el poeta Moufdi Zakaria.
A diferencia de Albert Camus, que no podía nombrar al personaje del árabe en su primera novela, El extranjero, Anna Greki podía fácilmente nombrar a su amigo de la infancia Nedjai en su primer poemario. Gréki no solo podía nombrar a autóctonos, sino que también podía nombrar y describir ciudades, pueblos, ríos, zonas remotas, flores, sonidos de radio, de abejas, de helicópteros, amores, iras permanentes o alegrías temporales, diseñando con poemas en forma de mapas en los libros de geografía, con líneas azules, rosas y verdes, los rasgos de un pueblo en lucha. Con una visión moderna del lenguaje poético y una exigencia estética y revolucionaria, Gréki logró liberar su poesía de la carga emocional del momento histórico, o sea, de lo que hubiese podido convertirla en un lenguaje de propaganda.
«Vive en un país cuyos habitantes no saben cómo nombrar la antigua guerra. Y si se equivocasen al nombrarla, provocarían otra guerra. Así, como prisioneros que encienden un cigarrillo con otro cigarrillo.»⁶
Yo tenía casi diez años cuando estalló la guerra a inicios de los años noventa. En esa época vivía en un barrio del centro de Argel, un barrio que podría considerarse como de clase media, y que lleva el nombre de uno de los líderes históricos de la revolución argelina: Krim Belkacem. Mi padre, un intelectual y político, tenía su nombre y apellido inscritos (en árabe y en francés) en el buzón de la entrada del edificio y en la puerta de madera de nuestro piso. Con la violencia terrorista, inicialmente dirigida contra policías, intelectuales, artistas, escritores, políticos y mujeres, nuestros nombres se habían convertido, a la vez, en un informador y un blanco. El nombre de la guerra, por sí solo, se había convertido en un arma que reflejaba la posición política e ideológica. Hasta ahora, a nivel oficial no se usa el término «guerra civil» y la mayoría del pueblo argelino usa la expresión «los noventa» para referirse a las «muertes repetidas» a lo largo de una década que tendemos a teñir de negro o de rojo. Así, quitamos nuestros nombres de los buzones y de las puertas de madera sustituidas por puertas de hierro. Durante la misma década, surgieron nuevos barrios en cuyas viviendas había números en lugar de nombres.
Al descubrir la poesía de Anna Gréki me di cuenta de que, más allá de la dimensión intimista y minimalista de una poesía moderna, un poema puede destacar y acceder a los rasgos físicos de una guerra, una crisis o una desilusión sin caer en un sentimentalismo lírico o en una forma de discurso de propaganda.
Tras haber publicado tres poemarios y un ensayo biográfico sobre mi padre, y tras la traducción de una selección de poemas de Anna Gréki a fin de incluirlos en una obra referencial de modernismo poético argelino que se puede leer, también, en árabe, empecé en 2018 a escribir mi cuarto poemario titulado: Como un enano que avanza lentamente dentro de la leyenda, un poemario en el que intento retratar y cuestionar el proceso de ocupación del espacio colonial en Argel tras la independencia, y las distintas estrategias populares de adaptación de este espacio al «modo de vida argelino», teniendo en cuenta las distintas limitaciones económicas y culturales. En la misma recopilación de poemas intento explorar el terreno minado de los nombres, ese otro territorio para liberar: nombres de calles, de héroes, de guerras e incluso el de los nombres personales.
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Noviembre de 2022:
Ando por la calle principal de la capital Argel, la calle lleva por nombre Didouche Mourad, el nombre de uno de los líderes históricos de la revolución argelina. Son casi las siete de la tarde, contando con las primeras luces artificiales y las de los coches atascados por el tráfico logro leer lo que está escrito en un rótulo poco iluminado de una tienda: «Au plaisir d’Afrique». ¿Cómo se pueden traducir estas palabras? Tal vez: «Para el placer de África». Por encima de la escritura en francés, la traducción al árabe del nombre de la tienda, una traducción literal, o sea falsa: «Al placer de África».
No recuerdo cuándo fue firmado el primer decreto que obliga a los comerciantes a escribir en árabe en las insignias y los rótulos. La cuestión de la lengua en Argelia es también esta larga historia de decretos, un decreto tras otro, y la de los malentendidos causados por la traducción.
Sigo andando y me pregunto: ¿cómo esta ciudad podrá algún día mirar hacia el futuro, mientras siga viviendo con todos esos «Exes»: calle Didouche Mourad: ex Calle Michelet, calle Larbi Ben M’hidi: ex calle Isly, Instituto Emir Abdelkader: ex Bugeaud, hotel El Djazair: ex St. George, etc.?
Notas
¹: Postfacio de la segunda edición de El Sol bajo las armas, publicada en 1967.
²: Siendo un término controvertido, hoy en día la palabra bereber ha dejado de usarse y se tiende más a usar la palabra tamazight.
³: Grupo de religiosos reformistas musulmanes argelinos formado en 1931.
⁴: Serie de vídeos disponibles en YouTube.
⁵: Fragmento de un poema de Anna Gréki titulado: «Los buenos usos de un burócrata».
⁶: Fragmento de mi poemario Como un enano que avanza lentamente dentro de la leyenda.