Europa y el Mediterráneo. Un proyecto sacudido por la guerra en Ucrania y la destrucción de Gaza
8 abril 2024 | Corporate news
Senén Florensa, presidente ejecutivo del IEMed, colabora en el último número de la revista Política Exterior, que explora las claves del mundo venidero, con este artículo que ofrece un amplio análisis de los cambios significativos en la geopolítica global que afectan particularmente al espacio euromediterráneo.
El nuevo número de Política Exterior quiere ser también un homenaje al antiguo director de la revista, Josep Piqué, fallecido en 2023. Piqué era también codirector junto a Senén Florensa de la revista afkar/ideas (coeditada por el IEMed y Política Exterior). Se presenta en CaixaFòrum Macaya (Barcelona) el jueves 18 de abril, a las 18 h. (Más información e inscripción)
La construcción europea contemporánea ha sido una historia de éxito y de optimismo. La amarga experiencia de las dos guerras mundiales, que la propia Europa había provocado, fueron una convulsión tal que las naciones europeas decidieron por fin olvidar su perenne y absurda lucha por la hegemonía en un mundo en el que los países europeos no podían tener ya esa aspiración. Ni internamente ni, como se habría de ver en pocos años, en su competición por la dominación colonial de otros continentes, como el imparable proceso de descolonización ya en marcha iba a demostrar.
La búsqueda de la paz, la colaboración e incluso la integración como base del progreso ha sido por tanto la dirección permanente de la progresiva construcción europea tras 1945. La progresiva construcción de su unión aduanera, su mercado común y su avance hacia una unión política ha producido ya más de medio siglo de progreso económico y social ininterrumpido. Es el periodo singularmente más feliz de la historia europea, a pesar de las complicaciones menores que han surgido en el camino.
Esta senda de progreso se ha hecho posible también por un contexto internacional en el que, bajo el paraguas protector global de Estados Unidos, Europa podido convertirse en uno de los grandes polos económicos y comerciales del mundo. En su ámbito regional, dentro de la globalidad, Europa ha podido construirse hacia dentro e intenta seguir afianzando su propio espacio regional de progreso y cooperación.
La política exterior de mayor éxito de la Unión Europea ha sido su proceso de ampliación, a partir del núcleo inicial de 6 países hasta alcanzar hoy los 27 estados miembros, más los que vendrán. Más allá de eso, como señaló Romano Prodi, Europa se ha empeñado en la construcción de un círculo de amigos. Hacia el Este, incorporando a los países de Europa Central y Oriental, antiguamente sometidos al imperio soviético, y hacia el Sur, a través de su política mediterránea. Esta ha consistido básicamente en la oferta de Asociación o Partenariado de la Unión Europea con los países del sur y este del Mediterráneo, lanzada en 1995 por el Proceso de Barcelona, profundizada luego. En lo bilateral con la Política Europea de Vecindad (PEV) en 2004, y en lo regional euromediterráneo a través de la creación de la Unión por el Mediterráneo UpM en 2008.
La caída del muro de Berlín en 1989 y la disolución de la URSS en 1990 cambiaron el mundo europeo. Europa procuró atraerse a los países de Europa Central y Oriental. Al tiempo, intentaba mantener el mejor entendimiento posible con la nueva Rusia, qué parecía conformarse con la construcción de un nuevo país quizás más democrático y moderno a pesar de haber perdido más de la mitad de su población y la mitad del territorio de la antigua URSS.
La historia feliz de Europa en los últimos decenios de ampliación y progreso ha llevado a la construcción de un precioso estado del bienestar, único y envidiado por todo el mundo. Este se ha basado en la constelación de tres premisas singulares: primero, la fundamental asunción de los gastos de defensa de Europa por parte de Estados Unidos; segundo, la disponibilidad de energía y, en especial, el gas en abundancia y buen precio suministrados por Rusia, además de la de los países de la OPEP; y tercero, el consumo barato de todo tipo de productos industriales importados de China. Este es el sueño europeo que se ha visto sacudido por tres crisis enormes y sucesivas: La pandemia del COVID-19, el ataque e invasión rusa a Ucrania y el ataque de Hamás a Israel que ha desencadenado la masiva represalia y destrucción de Gaza.
La pandemia del COVID-19 obligó a parar la vida económica y social durante más de un año, grave crisis que afortunadamente dio paso a una rápida recuperación cuando se consiguió encontrar y producir la vacuna en un tiempo récord. Con la crisis del COVID-19 Europa vio como desaparecía la garantía de suministro de bienes y productos que necesitaba importar de China, y no solo limitándose a artículos sanitarios. La interrupción de las cadenas de valor ha dado lugar, a través del mercado, no solo a los fenómenos del near shoring y aún del friend’s shoring, si no a una nueva concepción de la soberanía. Esta incluye ya no solo las consideraciones de poder y capacidad militar tradicionales, sino también la capacidad de garantizarse los suministros para el consumo y para la actividad económica, cómo pueden ser no solo las mascarillas, vacunas o elementos sanitarios, sino también productos agrícolas, industriales, combustibles y elementos de todas clases, como por ejemplo los ya famosos y cruciales microchips.
La guerra de Ucrania ha significado un cambio de era para Europa. Ha saltado por los aires el Sistema de Seguridad Europeo, que consiguió superar la confrontación bipolar de la guerra fría con la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa, institucionalizada finalmente en la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE). El Acta Final de Helsinki (1975) sentó las bases de la seguridad en Europa con la común aceptación en el continente de los principios de igualdad y soberanía de los estados, prohibición de la amenaza y uso de la fuerza en sus relaciones y, especialmente, la aceptación y respeto de las fronteras establecidas como resultado de la guerra en 1945, que pasaban a ser reconocidas por primera vez. Esta era un aspecto especialmente importante entonces para la URSS y hoy para su heredera Rusia, que veían reconocidas formalmente sus ganancias territoriales de la época de Stalin al final de la Segunda Guerra Mundial.
A cambio, Rusia aceptaba que a los aspectos políticos y de seguridad se sumará una tercera cesta relativa a la facilitación de los intercambios culturales y respeto de los derechos humanos. Con el ataque y la invasión de Ucrania ordenados por Putin en febrero del 2020 quebraban todos estos principios de Helsinki y de la Carta de Naciones Unidas y, por consiguiente, toda garantía de seguridad en las relaciones entre los estados en Europa. Era su ruptura unilateral por parte de Rusia, que había aceptado y mantenía vigente en la OSCE tal herencia de su predecesora la URSS.
INVASIÓN DE UCRANIA Y EL MEDITERRÁNEO
La relevancia para el Mediterráneo de la invasión y guerra de Ucrania es enorme. En primer lugar, por la propia cercanía de la guerra al área mediterránea a través del Mar Negro. Además, el nuevo movimiento de Vladímir Putin era la continuación de una política expansiva de presencia e intervención militar no solo en el antiguo ámbito soviético en Georgia y las dos guerras de Chechenia, más la invasión y anexión de Crimea en 2014, sino también de su regreso al área propiamente mediterránea con su decisiva intervención en la guerra civil de Siria en 2015. La intervención rusa decantó decisivamente la guerra en favor del régimen de Bashar al Assad tras recuperar y ampliar la antigua base naval soviética de Tartús más la nueva gran base aérea de Hmeimim. De Siria, la intervención militar rusa saltó a Libia, especialmente con los mercenarios del grupo Wagner. Desde el inicio del pivot to Asia iniciado por el presidente Obama, Estados Unidos había disminuido su interés y presencia como gendarme de la seguridad en el área del Mediterráneo y Oriente Medio. A partir de la plataforma en Libia, ya en el corazón del Mediterráneo, continuó la presencia e intervención militar rusa en el Sahel y en los puntos más convulsos de África subsahariana. Esta presencia militar rusa era por sí sola una gran novedad en la era postsoviética.
El ataque y la guerra de Ucrania, cómo es conocido, implicó graves problemas de suministro y de precio de los cereales, especialmente en Egipto y en todo el Magreb, así como, el encarecimiento inicialmente de los productos petrolíferos en los países importadores del área.
De forma más importante y duradera para la cooperación euromediterránea, la guerra de Ucrania ha significado también la aparición y reafirmación del llamado Sur Global, fenómeno que de alguna manera interfiere en el entendimiento entre el norte y el sur del Mediterráneo. Al ataque ruso, rompiendo el sistema de seguridad de Helsinki, respondieron con inesperada firmeza tanto Estados Unidos como Europa, ésta última con sorprendente unanimidad. Los europeos despertaban de su sueño a la dura realidad. En primer lugar, por del regreso de la guerra a gran escala en propio continente europeo. En segundo lugar, por la sorpresa de la renuencia de gran número de países a condenar el ataque ruso en la Asamblea General, el Consejo de Seguridad y el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas. Los países del sur ven la guerra de Ucrania como una guerra entre europeos que les era ajena. Los socios de la Unión Europea del sur y el este del Mediterráneo, miembros de la Unión por el Mediterráneo, no han sido una excepción. Este era un primer paso del desapego de los países arabo-mediterráneos respecto a Europa, que se iba a acentuar exponencialmente con la destrucción y la masacre a gran escala de Gaza, vista en directo, como respuesta de Israel al ataque de Hamás. De hecho, ya durante la pandemia del COVID-19 los países del sur en general, y los socios del Mediterráneo en particular, habían percibido la actitud europea como egoísta, al excluirles inicialmente de compartir vacunas y otros elementos de análisis y cuidado sanitario. Ucrania, y luego sobre todo Gaza, han sido las ocasiones en que los países socios mediterráneos han mostrado su desapego de Europa y de Occidente en general.
En el nuevo mundo multipolar que se está formando, con tendencia a la bipolaridad liderada por Estados Unidos y China, el nuevo Sur Global, liderado en gran medida por los BRICS, se muestra heredero del antiguo movimiento de países no alineados MPNA creado en Bandung en 1955 que, considerándose progresista y antiimperialista, se veía cortejado por la Unión Soviética, que se presentaba como su aliado natural. Sin embargo, la composición del nuevo Sur Global es absolutamente heterogénea, atendiendo los países a sus propios intereses más que a una orientación ideológica, lo que no impide que sean cortejados igualmente por Rusia y por China, que intentan atraerlos a su campo.
INDIFERENCIA FRENTE A VALORES DEMOCRÁTICOS
Ese pragmatismo alcanza a menudo algunos aspectos fundamentales, como una creciente indiferencia frente a los valores democráticos. La democracia pregonada por Occidente conduce muchas veces, por parte de los países del sur, a la acusación de hipocresía. No está claro pues hacia dónde se dirigirán estos países entre los dos grandes nuevos bloques en formación, los democráticos de Occidente, liderados por Estados Unidos, Europa y otros like minded, o el bloque de los autoritarios, liderados progresivamente por China, en el que Rusia aparece hoy como un socio menor, muy activo especialmente en lo militar. En aplicación de la amistad y la solidaridad sin límites pregonadas por Putin y Xi Jinping en las semanas previas a la invasión de Ucrania por Rusia, China apoya a Rusia, pero se abstiene de hacerlo en el plano estrictamente militar, con el envío de armas. Su apoyo es fundamentalmente económico, al comprar, si bien a buen precio, como también la India, el petróleo y el gas que Rusia ha dejado de vender a los europeos. A su vez estas importaciones procedentes de Rusia sustituyen en parte a las que antes China e India importaban del Golfo, que ahora ha aumentado su exportación a Europa. Se cierra un círculo en el que Rusia consigue mantener sus exportaciones, aunque a menor precio, para financiar la guerra en Ucrania.
En el Mediterráneo y el mundo árabe la guerra de Ucrania ha provocado además otros movimientos de interés, con importantes repercusiones de futuro. El vacío de poder dejado por la relativa retirada militar de Estados Unidos en el Mediterráneo y Oriente Medio en los últimos 10 años, con una sorprendente pasividad e indiferencia de Europa, ha visto cómo los poderes regionales asumían un papel más relevante en lo político como en lo militar, con las consiguientes alianzas, enfrentamientos e incluso intervenciones, muchas veces en perjuicio de la estabilidad propiciada por Europa a través de su política euromediterránea.
EL PAPEL DE TURQUIA E IRÁN
Turquía y el presidente Erdogan han visto enormemente revalorizada su estatura internacional propiciando el acuerdo de navegación en el Mar Negro, para posibilitar las exportaciones de cereales de Ucrania y de Rusia en especial a los países árabes. Turquía no solo se ha preocupado de mediar entre Rusia y Ucrania. Siendo un país de la OTAN, se permite mantener una relación crecientemente estrecha con Moscú, hasta el punto de pactar la instalación de dos centrales nucleares en su territorio por el consorcio ruso Rosatom, empezando por la de Akkuyu ya en construcción avanzada, y adquirir, para grave escándalo de la OTAN, misiles rusos S-400 de defensa antiaérea, incompatibles con los estándares de la Alianza Atlántica. Su entendimiento con Rusia alcanza a una coordinación de sus movimientos militares en Siria, fundamentalmente para reprimir a los kurdos sirios y alejarlos de su frontera, separándolos de sus hermanos de Turquía y de la influencia del PKK. Ello no impide que Rusia y Turquía apoyen gobiernos enfrentados en Libia, si bien ambos colaboran estrechamente con el régimen militar autoritario de al-Sisi.
El propio Egipto, después del desorden ocasionado por el fracaso de la revolución democrática del 2011 y la victoria electoral de los Hermanos Musulmanes, ha retomado su papel clave tradicional en Oriente Medio, con apoyo y financiación de Arabia Saudí, en la acción discreta pero eficaz en favor de otros regímenes que comparten su orientación autoritaria, cómo el Túnez de Kaïs Saied o el gobierno libio del mariscal Jalifa Hafter en Bengasi. La guerra de Ucrania ha fortalecido en general a todos los regímenes árabes, sustrayéndolos en mayor medida que en las décadas anteriores de la influencia europea, cómo también de la norteamericana. El príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohamed bin Salmán, se permitió el lujo de no atender las llamadas telefónicas del presidente Biden al inicio de la guerra, devolviendo la ofensa recibida por el calificativo de paria e indeseable que le había dedicado el entonces candidato Biden a propósito del asesinato del periodista opositor Khashoggi en el consulado general saudí en Estambul, encargado al parecer personalmente por el príncipe heredero. Arabia Saudí respondió a la petición americana de ejercer su papel tradicional moderando el precio del petróleo en un momento de crisis, para atender su compromiso con Moscú de mantenerlos altos junto con la OPEP. Arabia Saudí ha hecho también un acercamiento a China, en especial con la mediación de la diplomacia de Pekín con el Irán chita, encauzando de una manera eficaz el acercamiento entre los dos grandes países líderes sunita y chiíta, tras una historia de enfrentamiento con profundas raíces que alcanzan a la época de los primeros califas. Todo ello muestra el grado de autonomía respecto de Washington, y también de Europa, alcanzado por los países del sur tras el Pivot to Asia de Estados Unidos, especialmente si son ricos o radicales.
Irán, a su vez, ha ganado igualmente estatura y capacidad a través de su entendimiento con Rusia, a la que ostensiblemente provee de drones de gran eficacia militar y bajo coste para la guerra de Ucrania. Entre tanto, Irán sigue forcejeando con el quinteto, que incluye a la propia Unión Europea, la limitación del enriquecimiento del uranio para usos civiles, pero susceptible de fabricar la bomba atómica, monitorizado por la Agencia Internacional de la Energía Atómica. Su intervención, en su lucha contra Israel, las plutocracias del Golfo y contra Estados Unidos, es notoria en el área del Mediterráneo oriental y Oriente Medio. A lo largo de todo el llamado creciente chiita, que va de Irán e Irak hasta Siria, Líbano y Gaza, apoya militarmente a las minorías y facciones chitas, como el régimen alauita de Bashar al Assad en Siria, Hezbolá en Líbano y también al movimiento islamista pero sunita a Hamás en Gaza. La desestabilización y la violencia se imponen en toda la región a los intentos de estabilidad y a la cooperación euromediterránea.
GAZA Y EL MARTIRIO PALESTINO
Nadie duda de que el cruel ataque de Hamás a Israel el 7 de octubre del 2023, causando 1200 muertos y secuestrando a 240 rehenes más otras atrocidades, fue un gravísimo y odioso ataque terrorista. Sin embargo, ante la desproporción de la represalia apocalíptica del Gobierno israelí de Netanyahu -con la casi completa destrucción de toda la franja de Gaza y la muerte de más de 30.000 palestinos hasta la fecha, por los bombardeos, desnutrición e imposibilidad de atención médica, la destrucción de infraestructuras y la falta de suministros- el propio presidente Biden, que ha mantenido a pesar de todo el apoyo a Israel, hizo una clara advertencia en las primeras semanas del conflicto. Pidió al Gobierno de Netanyahu que no cometiera el mismo error que los propios norteamericanos cometieron al invadir Irak en 2003 como sobrerreacción a los atentados terroristas del 11 de septiembre del 2001 contra Las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono. La primera respuesta norteamericana contó con la aprobación del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y la legalidad internacional para intervenir en Afganistán y derrocar al gobierno de los talibanes protectores de Al Qaeda, que había llevado a cabo tales y muchos otros actos terroristas. En cambio, reconocía Biden que el ataque e invasión de Irak dos años después, sin amparo de la ley internacional y con las falsas excusas de que Sadam Husein fuera el protector de los terroristas islamistas y poseedor de armas de destrucción masiva, fue un grave error que provocó el inicio de un ciclo de terrorismo internacional y de desestabilización y guerras. Los actos de terrorismo alcanzaron a Casablanca, Madrid, París y especialmente al mundo árabe, mientras las guerras se extendían por Irak, Yemen, Siria y Libia. Luego han continuado extendiéndose también el terrorismo y la guerra por las áreas del Sahel e incluso del África subsahariana. La advertencia del presidente Biden no pudo ser más clara.
La calle árabe contempla atónita y con rabia creciente las escenas de muerte y destrucción en Gaza
Visto desde el ángulo Mediterráneo y de las relaciones euro-mediterráneas puede decirse claramente que ese ciclo de violencia e inestabilidad con epicentro en Oriente medio ha dificultado gravemente, y en algunos casos claramente impedido, el progreso de la cooperación euro-mediterránea a través del Proceso de Barcelona y luego de la Política Europea de Vecindad, así como el desarrollo y modernización de los países árabes. La Asociación o Partenariado Euromediterráneo ha contado quizás con medios raquíticos, pero es indudable que la ola de violencia e inestabilidad con epicentro primero en Irak, que se ha ido extendiendo a otras zonas, ha impedido el normal desarrollo institucional, económico y social del mundo árabe en los últimos veinte años. Los regímenes autoritarios han encontrado en la lucha antiterrorista su mejor autojustificación y, una vez sobrevenidas las revoluciones democráticas en 2011 impulsadas por los partidarios de la modernización y la democracia en el mundo árabe, ha sido igualmente en gran medida esa herencia de violencia, inestabilidad e involución lo que ha impedido su afianzamiento y ha provocado su fracaso y regresión a los modelos autoritarios tradicionales. Parece por desgracia bastante claro que la hecatombe de Gaza, a la que asiste el mundo en directo, habrán de seguirse pronto efectos similares o quizás aún peores.
En todo el mundo árabe se está produciendo un verdadero incendio en la opinión pública. La calle árabe contempla atónita y con rabia creciente las escenas de muerte y destrucción que las televisiones y las redes sociales retransmiten desde Gaza. Como siempre ha sucedido, las desgracias de los palestinos son aprovechadas por los regímenes autoritarios del mundo árabe para hacer populismo y ponerse cínicamente al frente de las manifestaciones de protesta contra Israel, contra Estados Unidos y Europa, su antigua potencia colonial, para afianzar su poder y ganar una apariencia de legitimidad.
RABIA SOCIAL EN EL MUNDO ÁRABE
Esos movimientos de rabia social condicionan a los gobiernos del mundo árabe y las imágenes de destrucción y muerte en Gaza han hecho saltar por los aires la normalización de relaciones de países árabes con Israel a través de los llamados Acuerdos de Abraham.
Impulsados inicialmente por el presidente Trump, esos acuerdos ofrecían contrapartidas interesantes para los gobiernos árabes que quisieran establecer relaciones diplomáticas con Israel y abrir embajada significativamente en Jerusalén. Así lo habían hecho ya Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Marruecos, a cambio de reconocer la marroquinidad del antiguo Sahara español, y Sudán, a cambio de ser borrado por Estados Unidos de la lista de países que ha apoyan al terrorismo.
Pero con las terribles imágenes de la guerra de Gaza entramos en una nueva época de las relaciones del mundo árabe con Europa. El apoyo a pesar de todo de Estados Unidos al Israel de Netanyahu hace aparecer Estados Unidos, y también a Europa, como cómplices en la destrucción de Gaza.
Los agravios y acusaciones del sur, de la opinión pública árabe en particular, se refieren en primer lugar al doble estándar aplicado por Europa y Estados Unidos en Ucrania y en Gaza. Sí en Ucrania el ataque y la invasión rusa movilizaron de inmediato todo tipo de sanciones y el envío masivo de armas para repeler el ataque, la invasión y destrucción de Gaza por el Ejército israelí, con decenas de miles de muertos civiles, no suscitó ninguna reacción europea similar. Con ello han aflorado fuertemente los agravios acumulados por los países del Sur.
La acogida europea a los refugiados de Ucrania se contrapone al rechazo a los refugiados sirios durante su cruenta guerra civil, víctimas de Bashar al Assad y de la intervención rusa y sus bombardeos. La ampliación de la Unión Europea al este se contrapone igualmente al cierre de fronteras al sur, con el rechazo de la inmigración a la fortaleza Europa y los consiguientes dramas en el Mediterráneo. El surgimiento de fuerzas de extrema derecha en Europa se ve como una amenaza dirigida al sur. El rechazo o la dificultad para la obtención de visados es visto también como un agravio, en especial por las élites de los países del sur. Aflora de nuevo la acusación de hipocresía y doble lenguaje de los europeos al predicar la democracia y los derechos humanos, mientras de facto se apoya expresa o implícitamente a los regímenes autoritarios y dictatoriales. Incluso la ayuda europea a Palestina, de lejos la más generosa del mundo, se ve invalidada como pura hipocresía por el apoyo europeo y occidental a Israel. Las acusaciones de hipocresía y doble rasero han llevado a muchas ONG de países árabes a rechazar la ayuda financiera europea dirigida a sostener las organizaciones independientes de la sociedad civil que trabajan en su país por la democracia y los derechos humanos.
EEUU Y EUROPA, EN EL PUNTO DE MIRA
La propaganda rusa y su activa ciberguerra a través del uso masivo de las redes sociales y de la cadena de televisión Russia Today (RT) en árabe contribuyen a esta percepción. RT ha hecho un despliegue impresionante con reportajes sobre el terreno realizados por periodistas palestinos con emotividad y empatía de enorme impacto en las audiencias del mundo árabe. Todos los barómetros de opinión en los países árabes señalan actualmente un drástico deterioro en la actitud hacia Estados Unidos y también hacia Europa, al tiempo que mejora el aprecio por Rusia y por China. De nuevo el reflejo del Sur Global.
Lo que se constata en todo caso es la difícil posición en que se encuentra toda la política euromediterránea. El Proceso de Barcelona iniciado en 1995, continuado con la Política Europea de Vecindad (PEV) y la Unión por el Mediterráneo, es un magno proyecto que se basaba en la hipótesis de una perspectiva de solución del conflicto de Oriente Medio. Tras la Conferencia de Madrid de 1991 y los acuerdos de Oslo de 1993 se instituyó la Autoridad Palestina, aunque con competencias y capacidades limitadas y provisionales. Uno de los grandes méritos de los que se preciaba el Partenariado Euromediterráneo era la participación tanto de Israel como de la Autoridad Palestina en pie de igualdad en las conferencias ministeriales euromediterráneas del proceso de Barcelona.
Eran años de ilusión y de esperanza de que la Asociación o Partenariado Euromediterráneo sería capaz de colmar progresivamente lo que se llamaba entonces el escalón del estrecho. Es decir, las diferencias de producto interior bruto per cápita entre el norte y el sur del Mediterráneo, que se estimaba entonces del orden de 14 veces. La política euromediterránea ha tenido efectos positivos pero limitados y por tanto decepcionantes. Los medios no han sido ciertamente cuantiosos y la Unión Europea ha sido cicatera con la no ampliación de la zona de libre cambio euromediterránea a los a los productos agrícolas. Pero por parte de los países del sur tampoco se ha cumplido su compromiso de avanzar en las reformas de sus anquilosados sistemas tanto en lo económico como en lo institucional.
El resultado de la falta de progreso y transformación social fue sin duda las revoluciones democráticas del 2011, al tiempo que luego el fracaso las primaveras árabes venía a sumarse a la desilusión. Un punto clave en esa secuencia de fracasos ha sido sin duda que no se ha cumplido la hipótesis fundamental del Proceso de Barcelona; es decir, el fracaso en el avance hacia una rápida resolución del conflicto de Oriente Medio tras la conferencia de Madrid del 91 y los acuerdos de Oslo del 93.
La Autoridad Palestina nunca gozó de los medios necesarios para gobernar Gaza y Cisjordania y tropezó con todo tipo de impedimentos que destrozaron su credibilidad ante la propia población palestina. De ahí se siguió el triunfo de Hamás en Gaza en las elecciones de 2005. A partir de ahí se entró ya claramente en un ciclo perverso de deterioro de la situación y desesperanza de la población palestina, especialmente en Gaza y la continuidad de la represión y cerco israelí. La creciente desesperanza y el recurso a la violencia de Hamás conducía en Israel a un refuerzo progresivo de fuerzas políticas cada vez más nacionalistas e intransigentes, en un círculo vicioso que ha conducido a la situación actual.
POSIBILITAR EL PROGRESO: LA DIFÍCIL CONSTRUCCIÓN DE LA PAZ
La posición europea sobre el Conflicto de Oriente Medio se ha basado desde 1980 en la declaración de Venecia, que a su vez recogía las propuestas fundamentales de la resolución 242 del CS de Naciones Unidas que intentaba buscar el camino de la paz tras la guerra de 1967. La solución de los dos Estados ha sido la base constante de todas las propuestas de paz, siempre enunciada pero nunca impuesta ni llevada a la práctica: el principio de los dos Estados, Israel y Palestina, viviendo uno al lado del otro dentro de fronteras seguras y reconocidas. Esta ha sido también la posición recogida en la Estrategia Global de la Unión Europea de 2016. La propia Iniciativa de Paz Árabe de 2002 propuesta por Arabia Saudí y aceptada por todos los miembros de la Liga Árabe, ofrecía el reconocimiento de Israel a cambio de una solución al conflicto en base a los dos Estados con las fronteras de 1967.
La posición expresada por el Alto Representante Josep Borrell ha sido clara y contundente en reconocer el carácter terrorista del cruel ataque de Hamás del 7 de octubre y en la firme reclamación de que el derecho de defensa de Israel no puede estar en desacuerdo con la legislación internacional y el derecho humanitario. El Alto Representante ha hecho además un llamamiento a pensar en el día después. Se ha referido así a la propuesta de España que, en la senda de la Conferencia de Madrid de 1991, plantee una serie de pasos sucesivos para la convocatoria de una futura Conferencia de paz. Dicha propuesta incluiría en primer lugar un alto el fuego que debería irse prolongando conforme se van liberando rehenes y deteniendo el ataque militar israelí. Punto importante a partir de ahí sería que no se produzcan asentamientos de colonos israelíes en los territorios ahora controlados por su ejército en la franja de Gaza. Cabe pensar que no hay otra alternativa a que sea la Autoridad Palestina, a pesar de su desprestigio actual por acusaciones de inoperancia y corrupción, la que se haga cargo de la administración tanto de la franja de Gaza como de Cisjordania. Pero Mahmud Abbas ya ha dicho que no se harán cargo de la administración de Gaza a menos que sea en una clara perspectiva de reconocimiento de un Estado palestino.
Se necesitará un inmenso apoyo internacional para que la Autoridad Palestina pueda regenerarse formando un gobierno de amplio espectro y reconocida solvencia. Solo después de un primer período de reconstrucción, con amplísimo apoyo internacional, podrían plantearse unas elecciones que afiancen la Autoridad Palestina y su legitimidad. A medio plazo podría celebrarse la Conferencia de Paz, incluyendo a Israel y la Autoridad Palestina junto con los sponsors internacionales habituales, en especial Estados Unidos y la Unión Europea con Naciones Unidas.
UN CAMINO NADA FÁCIL
Ese camino no será fácil, pues evidentemente está en las antípodas de las propuestas políticas de Benjamín Netanyahu y de sus aliados de coalición, muchos de los cuales vocalizan su propuesta de un Gran Israel del mar hasta el Jordán, con expulsión de los palestinos. Sería necesario pues, en primer lugar, una gran presión por parte de Estados Unidos, el único que de verdad tiene capacidad para influir en el Gobierno de Israel si la ejerciera. Y en segundo lugar, grandes cambios en la política interna de Israel, con un gobierno dispuesto a avanzar en un proceso de paz. Es justamente la inviabilidad de la expulsión de los palestinos y la negativa por Israel a la solución de un solo estado que no fuera un estado judío lo que deja como única alternativa viable la solución de los dos Estados. No será fácil.
Por parte europea las dificultades tampoco son menores, puesto que existen graves discrepancias en el seno de la Unión. Pueden distinguirse tres grupos de países. Primero, los directamente pro-palestinos, enfatizando los derechos humanos y el derecho internacional: Irlanda, Bélgica y Luxemburgo. Un segundo grupo sería el de los países que mantienen buenas relaciones tanto con Israel como con Palestina, que incluye a Dinamarca, Francia y España. El tercero es el que apoya a Israel y que incluye a Alemania, Austria, Hungría y la República Checa.
Tampoco existe unanimidad entre las propias instituciones europeas. La Comisión plantea una posición equilibrada, en base a la solución de los dos Estados, si bien su presidenta se ha expresado como cercana a las posiciones alemanas de alineamiento con Israel. El vicepresidente y jefe del Servicio Exterior Josep Borrell ha sido quien con mayor claridad se ha expresado en base a la solución de dos Estados, criticando fuertemente a Israel por la destrucción de Gaza. En el Parlamento Europeo han predominado las voces críticas en un sentido favorable a los derechos de los palestinos, reclamando la celebración de elecciones en Palestina, que no se han vuelto a celebrar desde 2006.
La situación, por consiguiente, va a ser compleja. Según ha señalado el Alto Representante Josep Borrell en un reciente artículo en Política Exterior “el problema palestino-israelí no es religioso ni étnico, es un problema nacional. Es el problema de dos pueblos que tienen derecho a existir en la misma tierra, y la única solución que no sea el exterminio o la expulsión de uno de ellos es que la puedan compartir”. En ese Proceso de Paz estriba no solamente la posibilidad de una solución al complejo Conflicto de Oriente Medio, sino también la posibilidad de un entendimiento leal y fructífero de la Unión Europea con los países árabes.