Muertes en el Mediterráneo. Cuerpos, huellas y afectos

28 February 2025 | Focus | English

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… seabed shrouds

For some went that way before the answer

Could be given – will there be sun ? Or rain ?

We’ve come to the bay of dreams.

Estos son los últimos versos del poema titulado Migrant del escritor nigeriano Wole Soyinka que descubrí en su versión en italiano la primera vez que fui al cementerio municipal de Catania[1]. Los versos están inscritos en cada una de las 17 lápidas blancas que forman parte del monumento Speranza naufragata, que se construyó a petición del Ayuntamiento para enterrar y rendir homenaje a las 17 personas que murieron en un naufragio en el mar Mediterráneo en mayo de 2014 y cuyos cuerpos fueron transportados a esta ciudad siciliana. Unas semanas después de su inauguración, respondiendo a la urgencia de tener que hacer frente a un nuevo y muy mortífero naufragio, la municipalidad otorga un nuevo espacio en el cementerio donde se sepultarán los restos de cientos de personas migrantes. Se trata de una parcela dispuesta en hileras de pequeños montículos de tierra, sobre los que unas placas de metal indican un código, un número, una fecha e incluso el nombre de un barco. La muerte de estas personas cuyos cuerpos llegan a la ciudad de Catania incomoda. Nadie sabe bien cómo tratarla. Ello se debe a que, tal como argumentaba Abdelmalek Sayad (2000), la muerte del inmigrante resiste a los esfuerzos de clasificación. Además, la mayoría de los cuerpos no solo son extranjeros, sino también desconocidos, sin nombre.

«Los tratamos como a cualquier otro cuerpo, pero no podemos mentir, nos afectan mucho (…) los migrantes… son jóvenes y están solos, nos conmueve a todos aquí. Estos muertos, li portiamo a casa [los llevamos a casa]». Así resume el señor Mancini, uno de los responsables de la funeraria municipal de Catania, la relación con estos muertos. La funeraria, como el cementerio, pero también el registro civil, la policía científica y la squadra mobile [policía judicial] son instituciones acostumbradas a tratar con cuerpos sin vida. Pero con estos cuerpos de personas que murieron en el mar Mediterráneo cuando intentaban llegar a Europa sin las autorizaciones exigidas por los distintos estados les ocurre algo particular, algo que no les es indiferente. Todo lo contrario.

Estos cuerpos –tanto aquellos que fueron enterrados en lo que mis interlocutores llaman el quadrato migranti como aquellos que se encuentran dentro del monumento– fueron llevados a Catania en el marco de operaciones de rescate en el mar entre 2014 y 2018. Desembarcaron al mismo tiempo que hombres, mujeres y niños que sobrevivieron a las condiciones de viaje en embarcaciones improvisadas procedentes del continente africano. Entre 2015 y 2018, Catania fue uno de los primeros puertos de llegada al territorio italiano, y en marzo de 2016 el puerto de la ciudad se convierte oficialmente en un hotspot, donde se pone en marcha un dispositivo nacional destinado a identificar y registrar a quienes entran en el país y, en segundo lugar, a dirigirlos a diversas infraestructuras repartidas por toda Italia. Así, varios miles de personas cuyas vidas corrían peligro en el mar desembarcaron en Catania. Muchas otras murieron durante la travesía. La OIM ha registrado 31.287 muertes y desapariciones en el Mediterráneo en los últimos diez años[2]. Durante este periodo, llegaron a Catania unos 270 cuerpos sin vida, que fueron enterrados en el cementerio municipal. Muchísimos otros permanecen desaparecidos.

El tratamiento de los muertos depende de la cantidad de cuerpos que llegan, pero siempre se basa en los recursos y las competencias del municipio de llegada. Su presencia se anuncia a las instituciones antes de que atraquen en el puerto, lo que permite a la Funeraria municipal –a la que pertenece el señor Mancini– preparar su material y dirigirse al puerto. Esto también permite al fiscal delegado designar a uno o varios médicos forenses que acudirán al puerto para realizar un examen externo de los cuerpos con el fin de determinar la causa de la muerte. Los cuerpos son después trasladados a la morgue para la toma de muestras de ADN y la inspección forense, que proporcionará información sobre sus características físicas y rasgos especiales (tatuajes, piercings, estado dental, etc.). Allí también se catalogarán los objetos encontrados junto a los cuerpos antes de enviarlos al tribunal para que sean guardados. Una vez recopilada toda la información, los cuerpos se transportan al cementerio para su inhumación en el «cuadrado de los migrantes».

Mientras tanto, se abre una investigación judicial para determinar si se trata de un crimen y, en caso afirmativo, encontrar a los responsables. En concreto, la investigación pretende localizar a los traficantes, figuras omnipresentes en el discurso público en torno a las cuestiones migratorias. En este contexto, el fiscal puede solicitar una autopsia y llevar a cabo investigaciones para identificar a la víctima. La autopsia sirve para determinar la causa de la muerte pero, en el caso de las muertes en el mar, suele bastar con el examen externo realizado en el puerto. Las investigaciones sobre la identificación de estos cuerpos en Catania son inexistentes, ya que ninguna institución italiana o europea tiene entre sus competencias la de identificar a estos muertos. ¡Impresionante contraste si pensamos en los numerosos procedimientos de identificación y trazabilidad utilizados para quienes llegan vivos a suelo europeo!

En este contexto, quisiera poner el foco en la iniciativa de un pequeño grupo de habitantes de Catania, que seguimos cual etnógrafos junto a Filippo Furri (Kobelinsky y Furri 2024). Voluntarias de la Cruz Roja local, estas personas atendían a los y las sobrevivientes durante los desembarcos en el puerto. Un sentimiento de malestar por la falta de investigaciones para identificar y contactar a las familias fue el puntapié inicial de lo que pronto se convertiría en un proyecto para tratar de identificar los cuerpos enterrados en el cementerio.

El trabajo se pone en marcha a finales de 2017, en un momento en que la frecuencia de los desembarcos en el puerto es menos intensa. Al principio, son solo tres voluntarios motivados: Silvia, Riccardo y Davide. Todos ellos participan activamente en el programa Restoring Family Links. Creado hace varias décadas en el seno del movimiento internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja para ayudar a las familias que buscan a sus seres queridos desaparecidos como consecuencia de un conflicto armado o un desastre natural, el programa se despliega ahora en gran parte para ayudar a restablecer los contactos familiares perdidos como consecuencia del cruce y la gestión de fronteras. Durante las operaciones en el puerto, los voluntarios reparten tarjetas para informar a las personas que acaban de llegar a Europa de que el programa puede ayudarles en caso de separación familiar. Probablemente no sea casualidad que los voluntarios especialmente comprometidos con este programa, centrado en la importancia de mantener los lazos familiares, se preocupen por las muertes «que las familias no pueden llorar». Silvia, Riccardo y Davide logran convencer al presidente del comité local de la Cruz Roja del interés de iniciar un proyecto articulado en torno a los cuerpos enterrados en el cementerio municipal. Se trata de invertir la lógica habitual del programa Restoring Family Links, que se activa cuando un miembro de la familia pide ayuda para buscar a un hijo, sobrina, madre, de la que no se sabe nada y que puede eventualmente estar muerta. La propuesta es la inversa: partir de los cuerpos, se intenta encontrar a las familias.

Para poder trazar el itinerario de estos cuerpos desde el cementerio hasta sus casas, dondequiera que estén, el equipo necesita ubicar a todos los actores que puedan tener información sobre los cuerpos, incluidas las instituciones municipales y nacionales, las asociaciones de apoyo a los migrantes y personas clave como los médicos forenses. El Comité local formaliza un acuerdo para acceder sistemáticamente a los documentos elaborados por las distintas oficinas municipales y al poco tiempo firma otro protocolo con el poder judicial. La apuesta es que, poniendo en red todos los datos relativos a un mismo cuerpo, se puedan encontrar pistas sobre su identidad. El equipo comienza así a trabajar en la construcción de una base de datos para sistematizar y explorar la información existente sobre los cuerpos en busca de pistas que puedan llevar a su identificación y a la localización de sus familiares. Estamos lejos aquí del uso de los métodos forenses y del cotejo de muestras de ADN, que en Italia fueron utilizados de forma excepcional y por decisión del gobierno nacional para tratar los restos del naufragio del 3 de octubre de 2013 primero y del 18 de abril de 2015 posteriormente. El trabajo del equipo es sumamente artesanal y se despliega en un modo cercano al paradigma indiciario caro a Carlo Ginzburg (1980): se trata de buscar e interpretar detalles mínimos que puedan ser reveladores.

Silvia, Riccardo y Davide recopilan datos contenidos en documentos muy diversos: certificados de defunción, formularios de inspección forense, informes de sobrevivientes obtenidos antes de los desembarcos, declaraciones de búsqueda de familiares, objetos encontrados con el cuerpo. El trabajo es arduo, en parte porque ninguno de ellos sabe muy bien cómo hacerlo. Una vez construida una versión inicial, muy sencilla técnicamente, de la base de datos, el equipo busca elementos que puedan conducir a identificaciones. Se mantienen conversaciones con interlocutores clave de las instituciones, por ejemplo, de la squadra mobile si las pistas proceden de un informe policial, o del registro civil si se trata de información facilitada en sus oficinas. Ello anima al equipo a revisar o ajustar las pistas. Aunque el pequeño equipo constituye el núcleo duro de este trabajo, muchos agentes de las distintas instituciones comienzan a participar activamente en estas charlas. Todos sin excepción habían recibido con gran interés la iniciativa desde el principio, subrayando siempre la importancia de colmar la ausencia de investigación oficial. Para todas estas personas, independientemente de sus biografías, la juventud y la soledad de estos muertos dejan huella. Durante las charlas, el registro empático al hablar de estos «Otros» muertos, que la mayoría de las veces se asocia a un «Nosotros», es muy habitual, al igual que la importancia que otorgan a destacar la humanidad compartida con estos difuntos. Los discursos se acompañan de prácticas que dan cuenta de la atención especial que se presta a estas personas fallecidas.

«Li portiamo a casa», nos explicaba el señor Mancini. El responsable de la funeraria quería que comprendiéramos que el recuerdo amargo de haber tenido que ocuparse de los cuerpos de migrantes los acompañaba a él y a sus compañeros fuera de las horas de trabajo. Nos contó que conversaba sobre estos «pobres jóvenes» con su esposa. Nos contó también que no decía nada sobre el estado de degradación de los restos. Lo mismo le ocurre a la inspectora Pessina de la policía científica, quien charlando con su hija adolescente intenta «hacerse una idea de quiénes eran» las personas fallecidas. Hablar de ellas fuera del espacio estrictamente dedicado a su tratamiento material es una forma de introducirlas en la esfera de las amistades y las relaciones familiares. En estas conversaciones, los muertos del Mediterráneo aparecen a menudo como un grupo relativamente homogéneo de personas que merecen ser respetadas y honradas. Pero a veces las conversaciones giran en torno a una persona en particular: un niño pequeño del que nadie sabe con quién viajaba pero que fue enterrado junto a una mujer; un hombre y una mujer que se ahogaron pero cuyos informes forenses indicaban enfermedades graves, y que han sido objeto de especulaciones en cuanto a su relación (¿eran hermanos o pareja?). Durante una charla en la oficina de la inspectora Pessina, la imaginación se activa mirando una foto encontrada en el pantalón de un joven fallecido que muestra a una joven sentada a la sombra de un árbol. Davide comenta que tal vez se trate de la prometida del difunto, la inspectora dice que para ella es la hermana. En el mismo sentido, algunas de las personas que participan del proyecto no dudan en nombrar a estos muertos tomando prestados nombres que aparecen en el testimonio de un compañero de viaje o en algún documento que les concierne, que no son el resultado de un proceso de identificación, pero que les permite liberarse de las nomenclaturas administrativas que adjudican un código alfanumérico a cada cuerpo y acercarse un poco más a las personas. Los muertos también se inmiscuyen en las vidas de quienes participan en el proyecto a través de sus sueños. Los empleados de la funeraria suelen tener pesadillas en las que los muertos del Mediterráneo están descompuestos, solos o perdidos, y el soñador se ve incapaz de cuidar de ellos. Para otros que no están en contacto directo con los restos, en sus sueños es habitual que aparezca la soledad que padecen estas y estos migrantes. O las vidas que las y los soñadores inventan para las personas fallecidas.

Soñar con quienes están enterrados en Catania, hablar de ellos o ir a visitarlos al cementerio son actos pequeños pero que complementan el trabajo y las actividades que cada uno de nuestros interlocutores lleva a cabo dentro de las distintas instituciones, o en relación con la base de datos, forjando vínculos afectivos y relaciones de proximidad. Imaginar y nombrar son prácticas que intensifican la presencia de los muertos y que están en el centro de la emergencia de una nueva inscripción social de estas personas; una inscripción junto a estos hombres y mujeres que les atribuyen un lugar en sus vidas.

La dimensión hospitalaria atraviesa el proyecto desde el comienzo. Riccardo presentaba el proyecto como un «acto mínimo de hospitalidad». Para Silvia, Riccardo y Davide se trata ante todo de «respetar» a los muertos ofreciéndoles la hospitalidad que deberían haber recibido en vida. Esta se traduce en un conjunto de prácticas destinadas a cuidar de los muertos y una forma de denuncia pública del carácter hostil del régimen de frontera en Europa. En este sentido, la hospitalidad tiene una dimensión política definida, que nuestros interlocutores no dejan de afirmar. Seguramente no todas las personas implicadas en el proyecto comparten esta idea. Sin embargo, todas subrayan la importancia de «acoger» y recibir con dignidad a «los migrantes muertos». La relación naciente con ellos y el lugar que les adjudican en sus vidas no están claramente definidos ni se expresan con palabras, pero tienen muchos puntos en común con una forma de parentesco, casi una forma de adopción. El apego que surge de pequeños actos de atención y cuidado dota a la hospitalidad de una dimensión íntima.

Las experiencias íntimas, privadas y públicas de hospitalidad y la proximidad con los muertos cuyos cuerpos están enterrados en el cementerio municipal se entrelazan constantemente, produciendo un desplazamiento en el «reparto de lo sensible» (Rancière 2000), que da espacio, visibilidad, textura a quienes murieron en el Mediterráneo. Así, las y los cataneses implicados en el proyecto contribuyen a la construcción de otro relato sobre los efectos del entramado de políticas migratorias en Europa. Un relato situado, anclado en una gramática afectiva que resulta –en un nivel acotado, marginal pero certero– políticamente potente.


Ginzburg, C. 1980.  « Signes, traces, pistes. Racines d’un paradigme de l’indice ». Le Débat VI (6), p. 3- 44.

Kobelinsky, C. y F. Furri, 2024. Relier les rives. Sur les traces des morts en Méditerranée, París, La Découverte.

Rancière, J., 2000. Le partage du sensible. Esthétique et politique, París, La Fabrique.

Sayad, A., 2000. Préface, Chaïb, Y. L’émigré et la mort, Aix-en-Provence, Edisud, p. 5-16.

[1] El poema está publicado en idioma original, junto a la traducción en italiano realizada por Alessandra di Maio en el volumen bilingüe Migrazioni/Migrations : An Afro-Italian Night of the Poets/La notte dei poeti afro-italiana, 66than2n, 2016, p. 74.

[2] https://missingmigrants.iom.int/fr/region/mediterranee [consultado el 3 de febrero de 2025].