España + 5: Interpretando las relaciones hispano-magrebíes en el siglo XXI

20 abril 2015 | | Español

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El Magreb ha vivido, en los últimos cinco años, un momento crucial en su existencia como región. Previamente, habría que precisar que aunque se trate de un conjunto de países que han compartido vivencias comunes en diferentes etapas de su historia, dominaciones simultáneas, una misma fe religiosa, ocupaciones coloniales, luchas de independencia, y pese a que en 1989 sus cinco jefes de Estado, reunidos en Marrakech, decidiesen fundirse en un conjunto regional que denominaron Unión del Magreb Árabe, no ha logrado crear las instituciones necesarias para funcionar como una verdadera entidad regional.

Desde finales de 2010 el Magreb ha vivido una sacudida social y política muy fuerte conocida como Primavera Árabe, que afectó también a otros países de la Liga de los Estados Árabes. Sin embargo, cada uno de los cinco países que componen este Magreb Árabe ha corrido distinta suerte.

Esa diversidad de comportamientos, que corresponde a las peculiaridades históricas y sociales de cada uno de los cinco países —Marruecos, Mauritania, Argelia, Túnez y Libia—, es también un factor esencial en la relación especial que España ha tenido con cada uno de ellos.

Por tanto, las relaciones hispano-magrebíes, aun cuando puedan tener puntos de contacto, son ante todo relaciones individualizadas de España con los distintos países que integran este Magreb árabe.

En el pasado, durante los siglos xv-xviii, España mantuvo una relación de rasgos comunes con los países magrebíes del Mediterráneo. Construyó fuertes a lo largo de toda la costa, desde Melilla a Trípoli, con el objetivo de vigilar y controlar tanto los riesgos de invasión de su espacio peninsular como el fenómeno del corso que dificultaba la libre circulación por el Mare Nostrum. Pero esa red de fortificaciones fue poco a poco desmantelada (con las excepciones conocidas de Marruecos). Culminó con la cesión de Orán al dey de Argel a finales del siglo xviii y se establecieron pactos y acuerdos con los gobernantes de los reinos y regencias norteafricanos que marcaron una etapa de paz hasta que la irrupción del fenómeno colonial cambió el destino de la región.

La extensión de la dominación colonial de Francia sobre casi todos los territorios del Magreb relegó a España a un papel muy secundario en la zona, que se limitó a un protectorado minúsculo al norte y oeste de Marruecos. Pero a lo largo del siglo xix y la primera mitad del xx, España contó en algunos puntos de Marruecos y Argelia con una presencia humana que desempeñó un importante papel en las migraciones internacionales de ciertas provincias españolas (Alicante, Murcia y Almería hacia Argelia, y Cádiz y Málaga hacia Marruecos). Este elemento fue clave para la relación que España mantuvo durante ese período con esos dos países, ya que se crearon lazos y redes que perduraron durante varias décadas.

A raíz de la independencia de los estados magrebíes, España especializó su relación con cada uno de ellos. Con Marruecos se entabló una relación pendular, caracterizada por altos y bajos en la que los contenciosos territoriales han desempeñado un papel importante. La descolonización llevada a cabo por etapas (1956, 1958, 1969, 1975) provocó guerras y tensiones, como el episodio de la guerra de Ifni en 1958 o la Marcha Verde en 1975, que concluyó con la salida de España del Sáhara Occidental y a su ocupación por Marruecos y Mauritania. Otro factor recurrente que ha mediatizado las relaciones con nuestro vecino más inmediato por el sur es la presencia española en los dos enclaves de Ceuta y Melilla, ciudades autónomas reclamadas por Marruecos. Un último episodio de tensión fue suscitado por la visita de los reyes de España a estas ciudades en 2007.

En los últimos veinte años ha aparecido y se ha desarrollado un fenómeno nuevo en la relación hispano-marroquí: la inmigración de centenares de miles de ciudadanos marroquíes que se han instalado en toda la geografía española, especialmente en Cataluña, Madrid y Andalucía. A los ochocientos mil residentes legales en la actualidad se han ido sumando las naturalizaciones que se elevan ya a casi doscientas mil, lo que supone un millón de marroquíes o de ciudadanos de origen marroquí residiendo en suelo español, un 3% de la población del país magrebí. Aunque mayoritariamente la integración de estas poblaciones se ha llevado a cabo sin excesivos problemas, ha habido reacciones negativas en algún municipio o provincia españoles. La pesca y la agricultura han sido también elementos de fricción en la relación hispano-marroquí, incitados por lobbies y grupos de presión que han llegado a provocar momentos de fuerte tensión entre ambos países. Ciertamente, el hecho de la presencia de España en la Unión Europea ha dado una nueva dimensión multilateral al tratamiento de estas cuestiones. Al margen de estos puntos de conflicto, el intercambio económico ha ido intensificándose positivamente en la última década, hasta el punto de convertir a España en el primer proveedor de Marruecos, aventajando a Francia, que había sido en el pasado su principal socio.

Con respecto a Argelia, el rasgo más relevante de la relación ha sido la dependencia energética de España, dado que Argelia es el proveedor principal de gas natural (un total del 44%) mediante dos gaseoductos que cruzan el Estrecho de Gibraltar, uno a través de Marruecos, denominado Gaseoducto Pedro Duran Farrell, construido hace más de dos decenios y en servicio desde 1992, con salida desde Tánger hacia la provincia de Cádiz, y otro, Gaseoducto Medgaz, que cruza el Mediterráneo desde Beni Saf, en territorio argelino, hasta la provincia de Almería, en uso desde 2009.

La fuerte rivalidad política entre estos dos países magrebíes ha condicionado una política exterior española de gestos compensatorios que busca un difícil equilibrio para evitar represalias del país afectado. Los acercamientos del gobierno español a Marruecos en relación con el Sáhara Occidental, tales como en su día los acuerdos de Madrid de 1975 o la actitud favorable de España a una salida negociada del conflicto entre Marruecos y el Frente Polisario a través de una amplia autonomía llevada a cabo en las legislaturas de José Luis Rodríguez Zapatero, provocaron fricciones con Argelia y lo propio ocurrió cuando el gobierno de José María Aznar llevó a cabo una política proargelina que irritó a Marruecos.

La relación entre España y Libia se ha caracterizado por el pragmatismo desde los tiempos del franquismo, cuando el ministro López Bravo realizó la primera visita oficial de un gobernante occidental a Muamar el Gadafi tras el golpe de 1969. El primer banco extranjero en suelo español fue el Aresbank, un banco libio. España jugó un papel importante en la normalización del régimen libio ante Occidente tras los años de embargo. Sin embargo, las relaciones hispano-libias fuera del campo energético que las domina desde la década de los años sesenta, han sido y son marginales. España tampoco tuvo un papel señalado en la caída del régimen de Gadafi tras la Primavera Árabe: se limitó a enviar algunos aviones, una fragata y un submarino.

Las relaciones con Mauritania han pasado de un ámbito estrictamente comercial, con un peso importante de la pesca dada su vecindad con el archipiélago canario, a una mayor cooperación en el terreno de la seguridad, sobre todo a raíz de la oleada de embarcaciones y cayucos que desde el continente africano llegaron a Canarias entre 2006 y 2007.

En cuanto a Túnez, la lejanía ha condicionado unas relaciones comerciales escasas y una política de cooperación modesta que llevó en los momentos de la crisis de los últimos años a suprimir por razones presupuestarias la Oficina Técnica de Cooperación, pese a que Túnez era el país donde la Primavera Árabe había cosechado ciertos éxitos en una transición difícil pero modélica.

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