El Mediterráneo, puerta cerrada a las migraciones

17 décembre 2013 | Focus | Espanol

Partager

Tras los naufragios de Lampedusa del pasado mes de octubre, el Consejo de Ministros de Justicia e Interior de la Unión Europea (UE) aplazaba cualquier decisión seria relativa a la gestión de los flujos migratorios y los movimientos de personas hacia Europa hasta después de las elecciones del Parlamento Europeo de junio de 2014.

No obstante, ante la tragedia humana que suponían estos naufragios, en este mismo Consejo se acordaba poner en marcha la Task Force for the Mediterranean, un equipo de expertos destinado a proponer e impulsar las políticas y herramientas que la UE debe implementar para poder prevenir y evitar la muerte de inmigrantes en el Mediterráneo. A principios de diciembre la Comisión Europea (CE) presentaba los primeros resultados de la Task Force for the Mediterranean, donde se podía observar como la vigilancia y el control fronterizo se erigen en piedras angulares de la estrategia.

Esta respuesta política a nivel europeo pone en evidencia que las únicas herramientas que la UE y sus Estados miembros proponen ante la llegada de personas que intentan cruzar el Mediterráneo consisten en aplicar una estricta lógica de control migratorio, independientemente de que se trate de refugiados que aprovechan la debilidad del Estado libio para huir de situaciones de violencia e inseguridad. En este sentido, no se afronta con la debida valentía política el hecho de que se está desatendiendo a refugiados que merecen un trato humanitario en consonancia con los principios y valores de la UE y que, sin embargo, se enfrentan a programas de restricción de la inmigración de la UE y a una legislación migratoria adversa por parte de los Estados miembros.

Los actuales naufragios de la isla de Lampedusa, sumados a las intercepciones que se están realizando en el estrecho de Gibraltar, ejemplifican la condición de frontera migratoria que representa el Mediterráneo: por una parte, Lampedusa como estación de enlace de una ruta migratoria que, a menudo, se ha iniciado miles de kilómetros al sur y ha llegado a la costa mediterránea siguiendo un trayecto que lleva a las personas al límite de la resistencia humana y, por la otra, el estrecho de Gibraltar como etapa final de una ruta migratoria procedente del África subsahariana.

Desde 1993 se han contabilizado, según el observatorio de fronteras Migreurop, 2.425 personas muertas en el estrecho de Gibraltar, mientras que en el área del estrecho de Messina (Sicilia), Malta, Lampedusa y la costa de Libia la cifra asciende a 6.000. Los países de la UE, en tanto que destino final, y los del Magreb, como territorio de paso necesario de las rutas migratorias, deben poner en común una agenda para empezar a solucionar esta situación, agravada ahora por el hecho de que las revueltas y transiciones políticas de los países árabes iniciadas a finales de 2010 han alterado el flujo migratorio de personas, con un importante componente de refugiados. Posteriormente, la guerra de Libia ha dejado sin regulación estatal un amplio territorio de paso migratorio, donde confluirán refugiados de países del África oriental (Sudán, Eritrea y Somalia) e inmigrantes del África occidental (Costa de Marfil, Ghana, Togo, Benín, Nigeria y Camerún). En definitiva, se configura en el Mediterráneo un complejo escenario en el que las personas ocupan el centro de una problemática que requiere una gestión ágil, concertada y multilateral.

Es decir, el Mediterráneo se ha convertido en un espacio de confluencia euroafricano, lo que implica una lógica y unas dinámicas migratorias que superan el marco regional. Las iniciativas multilaterales como la Conferencia Euroafricana sobre Migración y Desarrollo o la estrategia africana de la UE han resultado hasta ahora infructuosas. Y desde el inicio de las primaveras árabes, estas iniciativas están o bien paralizadas o bien progresan muy lentamente. No obstante, a nivel bilateral se ha avanzado más en la colaboración entre países del Magreb y la UE, destacando por ejemplo la reciente Asociación de Movilidad entre la UE y Marruecos, aunque tales iniciativas siguen sin poder dar una respuesta definitiva y efectiva a estas crisis.

Más allá de la gestión de flujos migratorios, la cuestión de fondo es que la frontera mediterránea presenta una falla tan estructural que esas medidas hacen imposible que los dramas no se repitan periódicamente. Los naufragios en Lampedusa y en el estrecho de Gibraltar son la consecuencia de la lógica securitaria con la que se quiere sellar una frontera entre el norte desarrollado y el sur en vías de desarrollo. Porque si bien el Mediterráneo no es la única zona de intersección del mundo entre ese norte y ese sur, sí es donde más cerca coexisten dos realidades opuestas, sobre todo en cuanto a expectativas de futuro de sus ciudadanos, uno de los principales motivos para emprender un proceso de emigración. Por este motivo, la aplicación práctica de esa lógica mediante el sistema europeo de vigilancia fronteriza e intercepción de flujos migratorios irregulares (Frontex) no evitará nuevos dramas de inmigrantes y refugiados. 

Desde hace años, la UE está reforzando sus fronteras exteriores, donde el Mediterráneo ha sido, y sigue siendo, escenario prioritario. Sin embargo, estos naufragios son la clara prueba de que el refuerzo de fronteras sirve para contener los flujos migratorios, pero en ningún caso los consigue detener. El propio Parlamento Europeo se ha hecho eco de ello, constatando que los itinerarios de los flujos migratorios en el Mediterráneo han ido variando en función de la presión que se ejercía sobre el control fronterizo aunque no se han podido impedir. En el mejor de los casos, se han logrado desviar. Simultáneamente, la UE y los gobiernos del norte del Mediterráneo deben empezar a desarrollar medidas conjuntas con los países del sur para encontrar una solución a la concentración de inmigración irregular en los puntos fronterizos.

Sin embargo, cabe preguntarse por qué perdura ese enfoque de la UE que privilegia el muro fronterizo. Sin duda, uno de los motivos es el incremento del rechazo al extranjero que en los últimos años no ha dejado de crecer en Europa. Lo constata la encuesta que el IEMed lleva a cabo anualmente desde 2009 entre expertos y actores claves de las relaciones entre Europa y los países mediterráneos. De hecho, en los resultados de estos últimos cuatro años, las migraciones están siempre presentes en tres de los cinco principales escenarios de futuro con capacidad de incidir en la realidad de la región. Uno de ellos establece una relación directa entre migraciones y el incremento de las tensiones sociales y la xenofobia, algo que los encuestados consideran incluso más determinante para el espacio euromediterráneo que el conflicto siempre abierto entre Palestina e Israel o igual de relevante que los temidos conflictos por la escasez de agua. Otro de los escenarios da por descontado que la inmigración irregular procedente de los países del sur del Mediterráneo va a seguir creciendo independientemente de los mecanismos de control que pueda imponer la UE.

Ante este marco prospectivo, se puede constatar que, hasta el momento, Europa renuncia a considerar otros enfoques y persiste en una perspectiva de control y vigilancia fronteriza que incluso gana terreno, especialmente a partir del momento en que el control fronterizo se asume como un elemento clave para la seguridad interna de la UE y se concibe como respuesta a la inestabilidad económica, social y política de los países vecinos.

Teniendo en cuenta que el Consejo Europeo ha pospuesto hasta junio de 2014 cualquier actuación al respecto, no se observa ni a medio ni a largo plazo ningún posicionamiento que, más allá de evitar la repetición de estas pérdidas humanas (objetivo principal de la Task Force for the Mediterranean), proponga una planificación estratégica por parte de los principales actores implicados para la puesta en común de una agenda entre norte y sur que sienta las bases para empezar a solucionar esta situación derivada del bloqueo de los flujos migratorios en el Mediterráneo.