Voces para el espacio sagrado

El Festival de Músicas Sacras de Fez reúne la búsqueda del misticismo con la realidad cotidiana.

Esther Blázquez

Un viaje a Marruecos. Corto pero intenso. Me enamoré de Fez. Paz, Dignidad. Humildad. Dejo el balcón donde estaba escuchando la oración del anochecer que sube desde la ciudad blanca. Una emoción religiosa que se despierta por la vida de los árabes, por su simplicidad, su belleza fundamental. Pisar el laberinto de sus calles, calles como intestinos, apenas dos yardas de ancho, hasta dentro del abismo de sus ojos oscuros, hasta dentro de la paz”.

En 1937 la escritora francesa Anaïs Nin comenzó así su diario sobre Fez (Un viaje a Marruecos. 1967. Fragmento de Los Diarios, 1934-39). En aquel tiempo, los fasíes estudiaban el Corán con los más sabios alim de la mezquita aljama Qarawiyin, se teñían las pieles en la Medina declarada patrimonio universal de la Unesco, hombres y mujeres se limpiaban –por separado– en el hammam y todos bebían té a la menta.

Y aunque Rabat ya era la capital real, política y administrativa del imperio colonial francés, Fez ya se había bautizado como capital perenne de la cultura, la religiosidad y la espiritualidad. Fez da la bienvenida a través de sus puertas, un clásico fotográfico: la puerta de Bab Buylud, la de la medina del barrio judío de la Mellah, la de sus mezquitas, la de sus riads. Parece que uno siempre esté invitado a entrar:

“Ven! Ven , quienquiera que seas. (…) Qué importa si tu has caído mil veces. Ven! Ven , quienquiera que seas. Porque ésta no es la puerta de la desesperanza. Ven, Tal y como tu seas!”

Fue el poeta y guía espiritual Yalal al-Din Rumi quien escribió hace ocho siglos estos versos. Y afirmó: “el libro de Dios reposa sobre cuatro bases: la expresión, la alusión, las bromas y las verdades. La expresión es para el pueblo, la alusión para la gente distinguida, las bromas para los santos y las verdades para los profetas” (“Cofréries religieuses en Mauritanie du Spirituel au Temporel”.

Conferencia del professor Mohamed Yehdih Uld Tolba. Mauritania, 2002). Y ocho siglos después de su nacimiento el pueblo, la gente distinguida y los posibles profetas y sabios, se encuentran en Fez donde se celebra el XIII Festival de Música Sagrada y se rinde homenaje a este sabio musulmán, que proclamaba dos de las grandes necesidades del mundo: el amor universal y la solidaridad.

Del 1 al 10 de junio se proclamaron éstos y otros valores similares en la capital ilustrada de Marruecos, lugar de encuentro histórico donde han convivido a lo largo de los siglos distintas religiones y pensamientos. Las mismas cuestiones que hoy separan al mundo y lo mantienen en guerra, aquí lo han unido bajo el título: “Esencia del tiempo, espíritu de lugares”.

Esencia del tiempo

Setenta años después de que Anaïs Nin escribiera su diario, Bono, el cantante de U2, se paseaba por la medina de Fez-el-Bali con botas, pantalones pitillo y sus míticas gafas negras. Nadie sabe si escribió sus memorias, pero en la entrevista con Tel Quel cuenta que compuso con su grupo 10 canciones para el nuevo álbum: “siento como si nunca hubiera sido tan fácil escribir, muchas cosas han fluido por sí mismas. Hemos grabado en el patio de un riad bajo el cielo azul…

Fez es un lugar sagrado para los músicos. Venimos aquí para rendir homenaje a esta ciudad, y sobre todo para aprender”. El pueblo no le reconocía paseando entre babuchas y alfombras, pero en el Museo Batha y sentado junto a la Reina de Jordania, tampoco atrajo la atención de los distinguidos que aclamaron el concierto de poemas sufíes que la iraní Parissa y el grupo Dastan dieron en homenaje a Yalal al-Din Rumi. Bajo la dirección de Kudsi Erguner, las cofradías sufíes de Qadiriya y Mawlawiya también rindieron tributo a este maestro místico.

Los derviches mewlewi se reunieron para compartir los momentos de oraciones dhikr –invocaciones de nombres divinos–, además elevaron por primera vez el velo de la ceremonia secreta “Ayin-i Djém” y vivieron el djezba o éxtasis como fruto de la unión con Dios que se exprime con la danza. En la búsqueda de Dios no hay una sola forma, y por eso cada cual comulga como mejor puede: desde danzas circulares de los derviches o ritmos de un djembé hasta palmas de una misa flamenca.

Y entre saetas murcianas y violines de jazz, Curro y Carlos Piñana junto al Quinteto cubano Diapason evocaron las voces primitivas del flamenco mezcladas con liturgia: “me reía antes de conocerte, yo del amor me reía, pero fue tan solo al verte que comprendí enseguida, que estaba inscrito en el quererte”. Y fue otra obra litúrgica, –del siglo XVIII– , el Stabat Mater de Pergolesi, la que dio vida al concierto de la americana Barbara Hendricks junto a la Baroque Ensemble of Drottningholm en la ceremonia de inauguración del festival.

Entre todos los artistas de este encuentro es común aludir a la búsqueda como fuente necesaria de creación, y es en la música donde hallan su camino. Dicen de la libanesa Jahida Wehbé, actriz, cantante, compositora y poeta, que su música y su discurso penetran en el alma: “estamos en un tiempo de guerra que es muy difícil para todo el mundo. Hay muchas guerras, mucho ruido a causa del conflicto entre los pensamientos del hombre. La música es un idioma que puede unir a todo el mundo porque entra directamente en el corazón” (Entrevista para Totems,cantando lo invisible. Junio, 2007).

Cantó en árabe poemas y temas de su álbum Katabtany –con dos letras de Günter Grass– apoderándose de la complicidad absoluta del público. En Fez no importan los idiomas, la voluntad conduce al entendimiento, y de esto, los que más saben son los comerciantes de la Medina. Vasumathi Badrinathan lo expresó con estas palabras: “se puede apreciar la música sin conocer el significado de las letras. El lugar sagrado es muy personal, te transporta a otro mundo”. Vasumathi trajo al Festival la música Carnática, propia del sur de la India, cantó para la paz y la prosperidad de todos en su última oración, y en la intimidad se preguntó humildemente “si es que hay alguien capaz de cantar la grandeza”.

Espíritu de lugares

El XIII Festival de Música Sagrada de Fez invita a gente de todo el mundo. Y aunque son pocos los que pueden permitirse el precio de las entradas, existe la posibilidad de ver conciertos gratuitos al aire libre. Ahí es donde el pueblo, los turistas, los viajeros y los buscadores de lo sagrado se encuentran. En este ambiente no se guardan composturas, se aplaude cuando uno quiere, se grita y se baila como si hiciera mucho tiempo que no se moviera el cuerpo, se mira al infinito y se entablan conversaciones efímeras.

En los tres escenarios gratuitos gentes de todas partes bailaron con jóvenes grupos marroquíes como Darga, Hoba Hoba Spirit, Mazagan o Amarg Fusion. También bailaron o rezaron al son de Gospel con la London Community Gospel Choir, o fueron a la asamblea Gnaoua del grupo Ouled Kamar. Al festival acudieron artistas procedentes de Pakistán, Siria, Libia, Argelia, Túnez, Portugal, África del Sur… Muchos de ellos comprometidos social o políticamente en la defensa de los derechos humanos. Angélique Kidjo fue la más crítica.

Entre canción y canción reclamó “la recuperación en África de la dignidad y la justicia”. Explicó que “lo más caro que existe son los niños, la cultura y los jóvenes africanos” y aunque su concierto no era gratis, ofreció lo mejor que podía dar: sus canciones y la invitación a que todo el que lo deseara subiera al escenario a bailar con ella. De esta forma una multitud de gente de muchos lugares y con muchos colores subió al escenario para clausurar su noche.

Lo sagrado y la modernidad

Durante tres días, filósofos, políticos, antropólogos, periodistas, historiadores y arquitectos debatieron bajo el tema de “lo sagrado y la modernidad”, problemas de la actualidad como la identidad cultural, el cambio climático y las creencias en el siglo XXI. Se confrontaron tradición y futuro con conclusiones críticas y propósitos reivindicativos.

Robert Lion, presidente del Consejo Nacional Francés de Desarrollo Sostenible, insistió en el peligro de la globalización a nivel cultural y en la importancia de “proteger las culturas olvidadas”. Reflexionó si “este tipo de conciertos y festivales podría detener la marcha de la globalización, el fanatismo, el integrismo y el totalitarismo”. Michael Barry, director del Departamento de Arte Islámico del Museo Metropolitan de Nueva York, se mostró más optimista ante los “dolores de la globalización en un mundo que se rasga”, porque, “afortunadamente existe la cultura que nos une”. Con estos debates se pensó sobre el respeto a las identidades culturales como parte fundamental de nuestra evolución en paz.

“Borrar nuestras diferencias, es en realidad borrar nuestras almas y nuestra cultura”, concluyó Barry. Hoy, el Marruecos de Anaïs Nin sigue vivo: unos beben té a la menta cuando sale del hammam, mientras otros amontonan ordenadamente sus babuchas antes de entrar en la mezquita. Pero hoy, los universitarios, al salir de clase encienden el teléfono móvil para quedar en algún café y ver un Barça-Madrid. El café, repleto de camisetas de Ronaldinho y Messi, seguramente se encontrará en algún barrio popular bajo un manto de parabólicas que traen concursos de la Star Academy libanesa. Los chicos saldrán a relacionarse con sus mejores galas seudo Armani, en un coche a ritmo de reggaeton latino y hip hop marroquí. Pero los viernes, después de la Oración, muchos se juntarán en casa para comer cuscús.

La escritora francesa contó en su diario que en Fez “uno se encuentra con una ciudad que es una imagen de sus ciudades interiores”. De ahí, tal vez, la importancia de las conferencias o encuentros, y de reflejar lo que uno lleva dentro. Si entendemos la comunicación como una vía para la paz, la transmisión de pensamientos desde la honestidad es necesaria. Así, contar verdades y compartirlas con respeto puede ayudar a mantener las identidades propias en vida.