Chipre es una isla dividida y en conflicto. Y como suele ocurrir en tales sociedades, los problemas y las voces de las mujeres suelen silenciarse en la medida en que la cuestión nacional pasa a ser prioritaria frente a todas las demás. Todo en la sociedad chipriota se contempla bajo el estrecho foco del «problema nacional», y diversas cuestiones fundamentales de la vida diaria, incluyendo la salud, la educación, el desarrollo de la mujer y la discriminación de género, o bien no reciben la atención que merecen o bien se ven marginadas. Esta identificación con el problema nacional y con una etnicidad concreta en una sociedad patriarcal como la de Chipre priva a las mujeres de otras opciones en relación con su autodefinición como personas o como parte de un grupo de género.
No resulta sorprendente, pues, que la desigualdad de género jamás se haya abordado como una cuestión social y política. El conflicto se concibe como algo carente de género, lo que implica que las experiencias de dicho conflicto por parte de los hombres y las mujeres son las mismas; o en el caso de que se conciban como distintas, sólo se escuchan los discursos masculinos oficiales. Según las últimas investigaciones (Hadjipavlou, 2004), en todas las comunidades chipriotas las mujeres se hallan en una situación de transición en la que se mezclan modernidad y tradicionalismo tanto en el ámbito privado como público de su vida. La educación femenina sigue siendo en gran medida dependiente de papeles socialmente construidos, que en el caso de las mujeres se relacionan ante todo con la familia, el hogar y el cuidado de los demás. Éstas sitúan la carrera profesional al final de su escala de prioridades, mientras que los hombres sitúan su carrera al principio de dicha escala, y la familia al final. Sigue existiendo la percepción de que más años de educación superior para las mujeres significarían un mayor grado de compromiso y el consiguiente descuido de la familia.
Con frecuencia se ha oído a las estudiantes de la Universidad de Chipre expresar esa misma opinión, que han aceptado a fuerza de escuchar lo que se dice en sus propias familias y en la comunidad en general. Las madres suelen tratar de disuadir a sus hijas de que cursen estudios avanzados, puesto que, en su opinión, no los necesitarán una vez casadas. En cierto modo, sigue habiendo un tope invisible que marca qué nivel de educación deben recibir las mujeres, aunque estadísticamente reconocemos que hoy las chicas reciben mucha más educación que sus madres o sus abuelas. Esta actitud de «ya has tenido bastante educación, ahora ha llegado el momento de casarte» se deriva exclusivamente de una interpretación genéricamente sesgada del derecho a la educación y los papeles socialmente prescritos para las mujeres.
A pesar de ello, el rendimiento de las mujeres en educación actualmente es bueno, y, a menudo, mejor que el de los hombres, incluso en la enseñanza terciaria, con la excepción del nivel de los estudios de doctorado. La historia social nos ha permitido estudiar y comprender las actitudes y creencias de las mujeres, el «ciclo de la vida», y diversos fenómenos históricos como la reproducción, las estructuras familiares y el comportamiento amoroso que hasta fecha reciente se consideraban poco más que biológicamente «dados» (Sylvester, 1989). Ello nos ha permitido asimismo reemplazar gradualmente la visión simplista de que las mujeres son meramente las víctimas del orden de cosas patriarcal por otra que tiene en cuenta la propia acción de las mujeres.
Según las investigaciones de Hadjipavlou, en una sociedad patriarcal como Chipre los dos sexos se socializan en diferentes roles y se asocian a valores distintos. Se espera que cada sexo se comporte según roles socialmente construidos, estereotipos y expectativas ligados al género. Asimismo, el espacio en el que se espera que cada género se mueva y se realice está determinado socialmente; es decir, el espacio privado está asociado a la mujer, y el público al hombre (Tickner, 1992). Cuando un género, normalmente las mujeres, pasa de un espacio al otro o elige estar en ambos, se crea una «interrupción» social, y se suele echar la culpa de cualquier problema social resultante a esa «anomalía». Como consecuencia de ello, a menudo oímos comentarios en el sentido de que el comportamiento rebelde de los hijos se debe a que las mujeres han abandonado sus deberes familiares para trabajar fuera de casa, o que el aumento del divorcio y la infidelidad se debe a la independencia económica de las mujeres y a su deseo de seguir su propia carrera. En la república de Chipre, las mujeres se hallan infrarrepresentadas en la vida pública y en los centros de toma de decisiones en comparación con otros estados miembros de la Unión Europea. De los 53 miembros del Parlamento, sólo ocho son mujeres, aunque actualmente dos mujeres ocupan los cargos de Auditor General y Defensor del Pueblo. Chipre es uno de los dos únicos países de la Unión Europea en los que no hay ninguna mujer con cartera ministerial.
Entre la comunidad turcochipriota encontramos que las mujeres tienen una mayor visibilidad en la vida pública, dado que la presidenta de su Cámara es una mujer, como también lo son la ministra de Educación y tres de los 50 miembros del Parlamento. Pero más allá de esos datos y cifras, lo más preocupante es que muy pocas mujeres sienten realmente la necesidad de participar más activamente en política, cuestiones medioambientales, sindicatos o la administración municipal y local, donde podrían hacerse visibles y ejercer presión social en favor de los cambios que desean ver realizados como mujeres. Así, más allá de las cifras y las leyes vigentes en Chipre, la cuestión principal que creo que se debe abordar es si las mujeres chipriotas realmente quieren formar parte del proceso de toma de decisiones y hacerse visibles en la sociedad, para que esos espacios no sigan siendo predominantemente un dominio masculino y que los discursos se hagan más holísticos o equilibrados. La ausencia de un movimiento feminista no partidista en la isla ha contribuido aún más a la aceptación y el atrincheramiento de los discursos políticos masculinos, dado que todas las asociaciones de mujeres existentes se hallan estrechamente vinculadas a partidos políticos y, con frecuencia, adoptan agendas e ideologías de partido. El hecho de que la mayoría de las asociaciones femeninas deban responder plenamente ante su partido ha llevado asimismo a la creciente marginación de las mujeres y sus problemas.
La creación de una ONG multicultural —de la que se ha hablado mucho, pero que jamás se ha materializado— acaso podría servir como foro no partidista para las candidatas femeninas y ofrecer un ámbito propicio durante las campañas electorales, algo que actualmente se deja en manos de cada partido político. Esta clase de entorno puede explicar los múltiples niveles de confusión y de violencia, y las contradicciones que hoy en día experimentan las mujeres chipriotas. Algunas de dichas contradicciones resultan evidentes en términos de opciones personales. En grupos de discusión privados más pequeños formados durante un proyecto de investigación (Hadjipavlou, 2004), las mujeres chipriotas mencionan la cuestión de la violencia doméstica, que atribuyen principalmente a una distribución desigual del poder. Algunas hablan de relaciones abusivas con sus maridos, de sentimientos de humillación y de falta de comunicación. En tales relaciones disfuncionales las mujeres se sienten alienadas, dejan el hogar u optan por el divorcio. Algunas, sin embargo, mantienen la relación debido a la presión familiar y social. Muchas hablan de la infidelidad de sus maridos y de las aventuras extramaritales como un problema social y personal frecuente. Numerosas mujeres dicen que, aun cuando han enfrentado a sus maridos con evidencias de su infidelidad, éstos no sólo la niegan, sino que incluso se enfrentan a ellas diciendo: «¡Estás loca! ¡Estás para que te ingresen en un hospital psiquiátrico!».
Tales abusos llevan a las mujeres a dudar de su propia valía y de su propia salud mental, e incluso pretenden hacerlas sentir culpables, como si realmente fuera culpa suya. Esto explica el incremento de los problemas de salud de las mujeres, tanto físicos como psíquicos, que incluyen insomnio, migrañas, trastornos digestivos, mareos y depresión. También explica por qué, según la Encuesta de Salud de 2003 del Servicio de Estadística de la República de Chipre, las mujeres parecen menos capaces de afrontar sus problemas en comparación con los hombres. Antes de que Chipre entrara en la Unión Europea, muchas mujeres recalcaban el papel que la adhesión chipriota a la Unión podía desempeñar en favor de sus problemas, de sus voces y de su mayor participación activa en la vida pública. Para que eso ocurriera, no obstante, en general se consideraba que había que difundir información sistemática entre las mujeres, y entre la opinión pública en general, en todas las comunidades. Hoy, tras la incorporación de Chipre a la Unión Europea, se dispone libremente de toda la información y están en vigor toda clase de leyes que aseguran la igualdad de las mujeres en la sociedad a todos los niveles, aunque las mujeres siguen pareciendo renuentes a utilizarlas cuando se enfrentan a la discriminación, ya sea en su lugar de trabajo o en otra parte. Un ejemplo de ello es la diferencia salarial entre hombres y mujeres, que en Chipre es del 25%, un porcentaje mucho mayor que la media del 15% de la Unión Europea.
En una sociedad patriarcal existe también una jerarquía en el sistema de valores por la que los valores feministas de comunicación con los demás, de cuidado y de creación de una conciencia que es relacional, contextual, integradora y afirmadora de vida se juzgan inferiores o de menor importancia que los engendrados por las actividades masculinas, como la competencia, el ejercicio del poder, la racionalidad, el pragmatismo, la ambición y la eficacia. Así, cambiar sencillamente las estructuras no es suficiente. También tiene que cambiar el sistema de valores predominante en la propia sociedad. Podemos concluir, pues, que las propias mujeres de Chipre tienen que encontrar su espacio en la sociedad actual. Ello sólo puede ocurrir a través de diversos cambios en la conciencia individual y pública de los problemas femeninos y de un mayor debate público sobre dichos problemas, lo que resulta al menos tan importante como los esfuerzos internacionales por solventar el conflicto de Chipre. Ayudaría significativamente poder contar con nuevos programas, dirigidos y gestionados tanto por hombres como por mujeres.
Nunca se ve a una mujer en un programa de la televisión grecochipriota hablando, por ejemplo, de cuestiones de defensa, y adoptando un punto de vista distinto del propugnado por los hombres, es decir, la acumulación de armas y la defensa estratégica. Las perspectivas femeninas ampliarán este y otros debates, y enriquecerán la agenda política, beneficiando, en consecuencia, al conjunto de la sociedad. Los cambios en la conciencia individual y pública de las cuestiones de género y el proceso de sensibilización sobre éstas requiere de la participación de todos: el Estado, las instituciones, las ONG y los medios de comunicación. Por último, la necesidad de integrar el análisis de género en todos los niveles de la educación y la constante investigación de las cuestiones de género resultan de capital importancia para ayudarnos a identificar las áreas que hay que cambiar y a vincularlas al nivel macro y a la agenda global por la igualdad de género, así como a la construcción de un mundo mejor para todos.