Virus y política en Argelia

Tassadit Yacine

École de Hautes Études en Sciences Sociales, Laboratoire d’Anthropologie Sociale

La crisis global del Covid-19 ha puesto en evidencia un cúmulo de fracasos en numerosos países de todo el mundo. En Argelia, el problema es aún más grave, en la medida en que un movimiento de considerable peso como el Hirak, caracterizado por su pacifismo y apertura al pluralismo político, se viene extendiendo por todo el país desde el pasado 22 de febrero de 2019. Ahora, con ocasión de las medidas de prevención que se están llevando a cabo durante la crisis sanitaria, el gobierno argelino puede, asimismo, legitimar la lucha contra este movimiento. La falta de anticipación de dichas medidas contra el contagio (sanitarias, económicas y sociales) y la ausencia de un acompañamiento real de la población revelan la gravedad de la situación argelina. Así, es importante alentar las iniciativas procedentes de abajo para salvar el país: las poblaciones cabilas, por ejemplo, han demostrado un gran espíritu de civismo que los ha llevado a auto confinarse y tomar todas las medidas necesarias para evitar la propagación del virus. Hemos visto, pues, cómo la iniciativa de los habitantes de cada región puede contribuir a reactivar la economía y el desarrollo plural del conjunto del país. 


Cualquiera que sea la naturaleza de una crisis, en general, esta permite poner en evidencia las disfunciones del grupo afectado para intentar ajustar los problemas en un breve espacio de tiempo y buscar así una posible resolución. Todo esto en principio, cuando un grupo, un estado e incluso una familia están dispuestos a gestionar el conflicto y señalar sus posibles causas. En el caso de la pandemia del Covid-19, la situación es a la vez particular, puesto que atañe a cada país de forma individual, y general, en la medida en que la catástrofe concierne al mundo entero. Precisamente, la gestión interna en el seno de cada país es lo que debemos analizar a grandes rasgos, pues es el factor que revela las carencias específicas de cada sistema. Así, podemos preguntarnos: ¿En qué aspectos el virus es un «aliado» de los dirigentes de algunos países y en qué otros, en cambio, es un «enemigo»? ¿En qué medida puede mostrar una serie de políticas que suelen ser antidemocráticas?1 

Tal y como ha ocurrido en Francia, la crisis también puede meter debajo de la alfombra cuestiones como las pensiones o los chalecos amarillos, así como mostrar una perspectiva desconocida pero real de la sanidad y los hospitales franceses, cuya reputación se encuentra entre los mejores de toda Europa. Por otra parte, a pesar de haber decretado el confinamiento, las instituciones políticas hicieron un llamamiento a votar en las elecciones municipales del 27 de marzo de 2020.  

En Argelia, el problema es aún más grave en la medida en que un movimiento social de considerable peso como el Hirak sorprendió el pasado 22 de febrero de 2019 por su determinación, pacifismo y apertura al pluralismo político frente a un régimen autoritario basado en los mismos fundamentos políticos (tubut) desde 1962. Este movimiento consiguió terminar con el régimen de Abdelaziz Tebboune, y el Covid-19 desconcertó tanto al régimen sustituto como a la oposición. El primero sabrá, sin duda, sacar provecho de esta crisis para legitimarse a la vez que legitimar, mediante decretos ley, el combate a las protestas procedentes del Hirak. Como muchos otros países, Argelia se vio abrumada por una epidemia que habría podido evitar cerrando antes sus fronteras o controlando las llegadas desde el exterior (a mediados de marzo, las personas infectadas procedían, sobre todo, de Europa, y especialmente de Francia). Sin embargo, ninguna medida de anticipación se tuvo en cuenta, como si los dirigentes fueran omnipotentes y omniscientes, capaces de arreglar cualquier crisis, a imagen y semejanza de Dios.  

Si ya muchos países europeos (Italia, España, Francia o Gran Bretaña), pese a estar dotados de más medios e instituciones para responder a la pandemia, se han visto sobrepasados por la situación —el número de muertes ha sido exorbitante en esos cuatro territorios—, ¿cómo podría haber respondido Argelia, después de veinte años seguidos de deriva política y económica? No se trata, en realidad, de una pregunta, sino más bien de una constatación, pues sabemos que, durante sus veinte años de «reinado», el presidente Bouteflika contribuyó, en gran medida, a paralizar el desarrollo de instituciones públicas como la sanidad o la educación (ya adquiridas y bien saneadas por la Argelia post independente) y la cultura, en lugar de incentivarlo.  

Según José Garçon, «en ausencia de medidas de acompañamiento reales, los argelinos se acomodan a las medidas prescritas como buenamente pueden —es decir, con grandes dificultades, en un país donde muchísima gente sobrevive gracias a la economía sumergida—. ¿Cómo podría ser de otro modo, si quedarse en casa se convierte en misión imposible para sectores muy importantes de la población que viven en alojamientos insalubres? En un ambiente, en general, muy proclive a la angustia —que, paradójicamente, apenas ha impedido que se frecuenten numerosos puestos de fruta y verdura—, las gasolineras fueron asaltadas y la sémola, base de la alimentación del país, resulta imposible de encontrar debido a la compra masiva que ha hecho la población, en respuesta a un rumor según el cual las reservas se habían quedado vacías. La distribución de productos de primera necesidad —que deben llevar a cabo, a partir de ahora, las instituciones públicas comerciales o bien los ayuntamientos— provoca altercados, peleas e interminables colas, en las que la gente, muchas veces, se aglutina peligrosamente… De ahí el temor a que la cifra de contagios crezca de forma desmesurada2». 

En este terreno, pues, propenso a cualquier clase de catástrofe, ha venido a incrustarse un virus para rematar, sin duda, lo que quedaba de un país que, sin embargo, siempre se ha distinguido por una gran riqueza de recursos naturales y una población decidida a plantar cara al sistema. Como ya hemos mencionado más arriba, desde 2019, el Hirak se viene caracterizando por su civismo y su compromiso hacia una Argelia plural, social y democrática. Este movimiento contestatario que destaca, en su ya larga duración, por su pacifismo y civismo excepcionales, debería servir como ejemplo para muchos otros países, puesto que un movimiento de tanta amplitud que actúa sin violencia resulta, ciertamente, un caso excepcional en este mundo.  

Pero cabe preguntar cómo las movilizaciones del Hirak, ahora rezagado a causa del Covid-19, han convertido su acción política en gestión social. Pese a su disposición a acudir en ayuda de la población (y, por tanto, del Estado), el gobierno, por razones sanitarias, ha prohibido las manifestaciones para instalar un toque de queda a las tres de la tarde (precisamente, la hora en que estas solían comenzar), como si el Covid-19 obedeciera a horarios conformes a las necesidades de la actividad humana.   

Quizás en este período inédito y determinante para Argelia y el mundo conviene pensar en gobernar de otro modo, observar de otra forma los problemas políticos y sociales, lo cual es válido tanto para Argelia como para muchos otros países del mundo, que deben revisar cuanto antes sus políticas y retomar sus vínculos con el pueblo. Por lo que respecta a Argelia, resulta absolutamente necesario establecer un nuevo modo de gestión más acorde con las realidades sociales y culturales del país. Frente a este mal que abarca todo el planeta, es muy importante alentar las iniciativas procedentes de abajo para salvar el país y el Estado, tal y como han hecho muchas poblaciones cabilas, haciendo gala de un admirable espíritu cívico, y otras regiones de Argelia sin que, por desgracia, nadie haya destacado estos hechos como se merecen3

Cultura y política: el ejemplo de Cabilia

Las regiones argelinas llevan mucho tiempo sintiéndose abandonadas por el Estado y los partidos políticos encargados de representarlas, y muchas de ellas han quedado abandonadas a su suerte por razones que es difícil resumir aquí. Embargadas por este sentimiento de decepción, muy parecido al de la época del decenio negro del terrorismo, con las auto reagrupaciones y la autodefensa, las poblaciones han empezado a organizarse por sí mismas para limpiar los pueblos, colocar papeleras, recoger basuras, desinfectar los lugares públicos, respetar el toque de queda y fabricar objetos que puedan ser de utilidad a partir de materiales reciclados.  

La aparición del virus ha conllevado una reactivación de la cultura tradicional para enfrentarse a la pandemia. Muchos pueblos perdidos de la montaña cabila han decidido auto confinarse y tomar las medidas necesarias para evitar la propagación. Asimismo, muchos jóvenes, de forma espontánea, han tomado la decisión de controlar los accesos al interior de los pueblos. Los comités de vecindad han dispuesto estructuras que permiten proporcionar alimentos de primera necesidad a los lugareños. La diáspora cabila, por su parte, ha contribuido a la compra de material de prevención, sobre todo desde Francia y Canadá, y ha contado con la colaboración de personalidades destacadas, como Zinédine Zidane. También algunos industriales, como Issad Rebrab, han participado en la compra de material para Cabilia y el pueblo de Blida (el primer lugar de Argelia donde se impuso el confinamiento), y el magnate y empresario Djilali Mehri ofreció su ayuda a las autoridades políticas. Sin embargo, las personalidades cabilas han ayudado, en primer lugar, a los suyos, antes de acudir en auxilio de Blida y otras regiones, debido a que, en las instituciones tradicionales cabilas, siempre hay que acudir en ayuda de los tuyos antes que de los otros, tal y como afirma el dicho popular: «Antes de ir a visitar un santuario, empieza por tu propia casa».  

Escuelas, mezquitas, salas de fiesta, restaurantes y hangares se han acondicionado para funcionar como hospitales, y se han equipado —con los medios disponibles, a menudo escasos— los hospitales ya existentes con técnicas como separar una habitación en dos estancias con ayuda de mamparas de plástico y ganar así espacio para poner camas suplementarias. También se ha dotado a los hospitales de algodón, gel y mascarillas, cuyo uso se ha convertido en una práctica cotidiana.  

Los jóvenes, tal y como hemos dicho más arriba, están procurando los productos necesarios a los vecinos de los pueblos. Cabe destacar, en este sentido, la participación de las mujeres en las acciones que se han llevado a cabo en las distintas zonas: han confeccionado mascarillas, monos y vestimenta de trabajo, han hecho tareas de limpieza, han alimentado a los enfermos, etc. En los valiatos de Bugía y Tizi Ouzou, en Bouira, todos los pueblos y barrios de las ciudades «se han dotado de comités de vigilancia y solidaridad para hacer frente a la pandemia del Covid-19», según palabras de Rachid Oulebsir, autor de un reportaje sobre el conjunto de Cabilia donde muestra «el espíritu de colaboración que se ha instalado entre los benefactores, los ciudadanos activistas y las instituciones oficiales como la Cruz Roja argelina, con el fin de proteger al personal sanitario y a todos aquellos que trabajan para la salud pública, como primera prioridad. Las redes sociales han desempeñado un papel fundamental como herramienta de información y cooperación entre comité y localidades, células de gestión de crisis y voluntarios, sobre todo en la distribución de turnos para llamar a respetar el toque de queda, el confinamiento y las actuaciones básicas de limitación de movimientos4».  

Las mujeres han puesto en marcha inmediatamente sus máquinas de coser para confeccionar petos. En Cabilia, este reflejo de cuidarse y reactivar la solidaridad forma parte de las tradiciones locales contempladas en el derecho consuetudinario. En 1868, una época de hambruna terrible, las poblaciones cabilas acogieron y alimentaron a oleadas enteras de gente procedente del altiplano. Durante la guerra de Argelia, todos los pueblos de Cabilia se encargaron de alimentar a las llamadas rifij, poblaciones buscadas por el ejército francés, aunque en realidad eran los vecinos de estas poblaciones los que deberían haberse encargado de acogerlos. Malika, del pueblo de Tigrine, nos explica: «Hemos acogido a familias de Metchik, como los Titouh, durante varios meses». Lo mismo sucedió antaño con los cabilios residentes en Argel, que durante los años de la guerra cumplieron con el deber de acoger y dar de comer a sus vecinos, o a cualquier campesino en dificultades.  

Es de esperar que estos ejemplos de movilización ciudadana puedan extenderse a todas las regiones, y que el auto confinamiento pueda concebirse como un gesto de autoprotección hacia uno mismo, su pueblo o su región. En realidad, todos estos actos adquieren su pleno sentido en tanto en cuanto consisten en acudir en auxilio del país y el Estado, ya que con ellos aliviamos la carga de las instituciones. Una población convencida de que debe cuidar de sí misma es una población vinculada a su país e implicada en la defensa y protección de la res publica, lo cual resulta un claro ejemplo del civismo cultural interiorizado que el sistema puede recuperar en beneficio del interés estatal5.  

Aun así, es cierto que no todo el mundo percibe la crisis sanitaria de la misma forma. Esta catástrofe está golpeando a los argelinos en varios ámbitos al mismo tiempo: sanitario, económico y, sobre todo, político, en la medida en que el virus, de alguna manera, ha remplazado al terrorismo. Hasta ahora, las estructuras del poder utilizaban el terrorismo como un arma para asustar a la población. Hoy en día, el gobierno está sacando un gran provecho del virus ya que, por razones de seguridad sanitaria, ha prohibido las manifestaciones ciudadanas que tenían lugar cada viernes para así, de este modo, intentar acabar con un movimiento dispuesto a cambiar el sistema. El período de confinamiento ha permitido cambiar a algunas figuras del régimen (más concretamente, llevar a cabo una remodelación de los servicios secretos), detener a los jóvenes del Hirak y meter en cintura a la prensa cuando esta ha empezado a traspasar líneas rojas (cabe mencionar aquí el nombre del conocido periodista Khaled Drareni). 

Ha habido detenciones tanto entre los periodistas como entre las figuras clave del movimiento y los opositores, y algunos han acabado en prisión, como el carismático Karim Tabou, e incluso ha habido algunos torturados que no han pasado por los tribunales6. Entre ellos destacan, especialmente, los jóvenes que han enarbolado la bandera amazigh y se les ha acusado, por ello, de atentar contra la unidad social7 y la seguridad del Estado. El sistema ha llegado incluso a intentar controlar las redes sociales (por ejemplo, criminalizando las fakes news) e intimidar a los blogueros. Asimismo, durante este «bendito» período de confinamiento ha surgido una nueva constitución (y una campaña en favor de la nueva constitución) que no cambia en ningún aspecto la vida de los argelinos (ni en cuestiones de lengua, ni en cultura, igualdad entre hombres y mujeres o religión). Todos estos elementos mencionados muestran que el régimen está más preocupado por asentar su propia legitimidad que por la crisis sanitaria y sus gravísimas consecuencias sociales y económicas. En efecto, la crisis sanitaria derivada del coronavirus constituye un verdadero salvavidas para un régimen ilegítimo que está instrumentalizando la epidemia para continuar con su política de represión y su rechazo a ofrecer respuestas al movimiento del Hirak.  

Aquí, como en otros lugares, los dirigentes argelinos deberían valorar este espíritu cívico, alentarlo y permitir que pueda perdurar después de la epidemia para convertirse en un modo de funcionamiento democrático, lo cual constituye una reacción vinculada a un sentimiento de abandono que debe considerarse una filiación a una organización igualitaria en su duración. El hecho de que los habitantes de cada región cuiden de sí mismos puede contribuir a volver a reactivar la economía y el desarrollo plural (cultural, lingüístico, etc.) del conjunto del país.  

En lugar de temer esta fórmula natural y espontánea de «federalismo» fundada en los valores culturales de Argelia (como antaño la importancia de las asambleas municipales, que sería necesario adaptar al siglo xxi), hay que fomentarla, siguiendo el ejemplo de los países más organizados de Europa (algunos de los cuales gozan de democracias ya muy antiguas), como Suiza o España, por citar un caso más cercano a Argelia. La descentralización permitiría, en efecto, gestionar mejor este país tan grande para convertirlo en uno de los más ricos de África. Es cierto que el virus es devastador, pero también lo es que ha permitido poner en evidencia varias disfunciones políticas, tanto en Argelia como en otros grandes países europeos como Francia, a los que se supone inmunizados contra esa clase de males y que, en realidad, se han visto tan atrapados por el virus como el resto.  

Me gustaría señalar, en este sentido, que los países del sur, y especialmente Argelia, deben aprovechar la increíble madurez de la que hace gala la población para salvar el país, e incluso toda la región de África del Norte.  

Notas

[1] Es lo que hemos podido ver en Estados Unidos o Gran Bretaña, aunque los dirigentes políticos han contemplado dichas medidas como una herramienta para proteger a la población.

[2] José Garçon, miembro del Observatorio de África del Norte y Oriente Medio de la Fundación Jean Jaurès.

[3] Cabe citar, concretamente, la zona del M’zab, en el sur argelino, conocida por su tradicional solidaridad y su costumbre de compartir los problemas de la localidad, incluso en los barrios de las grandes ciudades como Bugía o Bordj Bou Arréridj.

[4] Rachid Oulebsir, «Reportage à travers la Kabylie», Algérie Info.

[5] Esta solidaridad tan sofisticada en Cabilia y en M’Zab está presente, asimismo, en las manifestaciones del Hirak, pero con una duración limitada (el tiempo que dura una manifestación).

[6] Véase a Chabane en Algérie mon amour, TV5 Monde, difundido por televisión el pasado 26 de mayo de 2020. En este documental, el abogado Athmane, de Tizi-Ouzou, relata las condiciones de detención de los jóvenes, en general, y de los cabilios en particular, por parte de los servicios de seguridad, que los acusaron de difundir ideas separatistas, autonomistas y demás. En realidad, se trata solo de jóvenes (mentes fuertes, en palabras de Atmane) susceptibles de rebelarse contra el sistema y capaces de convertirse en los líderes del futuro.

[7] La paradoja es que la lengua tamazight es oficial en el país desde 2016, y el Yennayer (Año Nuevo bereber) es fiesta nacional y día de descanso. Se acusa a estos jóvenes, entre los que se encuentran muchas mujeres, de ser autonomistas o estar afiliados al partido de la oposición de Ferhat M’ehenni, militante por una Cabilia independiente. El Hirak ha demostrado la unidad de los argelinos en torno a una Argelia plural al exhibir las dos banderas: la argelina y la amazigh.