Una oportunidad para la diplomacia

Para muchos, la respuesta de Obama a los árabes democráticos será más reveladora que su posición hacia Irak, Irán o el conflicto israelo-palestino.

Daoud Kuttab

La elección del primer afro-americano como presidente de Estados Unidos ha provocado caras de sorpresa, sonrisas e incluso lágrimas de alegría entre los pro y anti-americanos de todo el mundo. Pero la victoria de Barack Obama va más allá de las emociones. Representa un claro y sustancial cambio en política, tono y dirección. El presidente electo ha sido un acérrimo opositor del unilateralismo y militarismo de George W. Bush. Dedicó casi 21 meses de campaña por EE UU a pedir una solución diplomática de los problemas del mundo. Un claro cambio con respecto a la política de ofensiva militar aplicada por la administración Bush-Cheney.

Este giro se verá mejor en la manera en que afronte Washington el conflicto de Irak y los tambores de guerra contra Irán. Obama ha prometido el fin de la guerra de Irak, a la que siempre se ha opuesto públicamente. Ha dicho que en 16 meses todas las tropas activas estarán fuera del país. Incluso antes de asumir la presidencia el 20 de enero, parece haber tenido éxito, puesto que el gobierno iraquí está negociando con la administración Bush un acuerdo que parece una copia idéntica al plan de Obama para Irak.

El presidente electo ha mantenido una postura única hacia los Estados “rebeldes” como Irán. Ha ofrecido la posibilidad de celebrar un encuentro a nivel presidencial sin condiciones previas. El hecho de que Obama haya sido elegido por gran mayoría, a pesar de los repetidos intentos de la campaña de McCain por desacreditarlo en este sentido, muestra que el nuevo presidente cuenta con un sólido mandato para llevar a cabo sus planes de dar una oportunidad a la diplomacia incluso con países no democráticos como Irán.

Los árabes de Oriente Próximo han expresado su optimismo ante la posibilidad de que Obama acelere las negociaciones entre israelíes y palestinos, aunque no hay una razón de peso para esperar que el presidente demócrata sea radicalmente diferente al republicano. Aquellos que conocen al senador de Illinois insisten en que llega a la Casa Blanca con más conocimientos sobre Oriente Próximo que sus predecesores.

Se dice que Obama era amigo y admirador del pensador americano palestino Edward Said, y colega del profesor de la Universidad de Chicago (ahora Universidad de Columbia) Rashid Khalidi y de Ali AbuNimeh, un patriótico palestino americano cofundador de la Intifada Electrónica. Aunque ha buscado distanciarse de estas relaciones personales, muchos creen que contribuyen a sus conocimientos y simpatías.

Cuando el candidato demócrata visitó Ramala el verano pasado, el presidente palestino Mahmud Abbas le enseñó un póster con 55 banderas de países árabes e islámicos que estarían dispuestos a establecer unas relaciones normales con Israel si éste se retiraba a las fronteras de 1967 y llevaba a cabo una resolución justa al problema de los refugiados. Tras escuchar la explicación sobre el plan árabe de paz, se dice que Obama consideró que los israelíes estarían locos si no aceptaban la oferta de paz de los países árabes y musulmanes.

A diferencia de Bush que empezó su mandato en 2000 con la clara decisión de no continuar con los fallidos esfuerzos de paz del presidente Bill Clinton, Obama ha manifestado públicamente que mantendrá conversaciones de paz en Oriente Próximo nada más tomar posesión. De hecho, le ha dado luz verde al antiguo embajador americano para Egipto e Israel, Dan Kertzer. Judío ortodoxo y profesor de la Escuela de diplomacia Woodrow Wilson en Princeton, Kertzer ya ha visitado la región en varias ocasiones como preparación ante la posibilidad de ser enviado de paz de Washington para Oriente Próximo.

El interés de Obama por resolver el problema palestino es parte de su plan global para la región. Un cambio radical frente a la actual campaña militar en Irak requiere algo más que los planes de retirada. Requerirá un serio reajuste de los jugadores internacionales, en el que las Naciones Unidas deben ser reconsideradas clave en la nueva política multilateral. Después de todo, en la comunidad internacional muchos países creen que EE UU ha atropellado a la ONU, que decide y hace política de acuerdo con la administración Bush.

Los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, como Francia, Reino Unido, Rusia y China deben ser alentados a implicarse mucho más en la búsqueda internacional de una solución en Irak. En el ámbito regional, es necesario que Irán, Siria y Arabia Saudí se conviertan en parte de la solución y dejen de ser meros observadores desde la barrera. El grupo de estudio sobre Irak, Baker-Hamilton, recomendó establecer diálogo directo con Siria e Irán como parte de la solución al conflicto de Irak. El consejo de la comisión bipartidista fue rechazado por la administración Bush pero adoptado por los senadores Obama y Biden mucho antes de que se convirtieran en presidente y vicepresidente electos, respectivamente.

La implicación de los protagonistas internacionales y regionales deberá producirse en el marco de una conferencia internacional, en la que cada país invitado debe desempeñar su papel. Se les pida lo que se les pida, sea apoyo político, ayuda financiera o tropas militares, al final las negociaciones contribuirán a la reintegración del nuevo Irak en los países de su entorno. A los países árabes que durante mucho tiempo han estado apartados de la solución para Irak, se les pedirá también una mayor implicación, especialmente hasta asegurar una participación más activa de los iraquíes suníes en cualquier resolución futura.

Bien preparado, este encuentro podrá garantizar que la retirada de las tropas americanas no será reemplazada por el caos o por la toma de poder de ninguna etnia o grupo religioso. Como paso previo a esta conferencia, la nueva administración Obama tendrá que solucionar su conflicto con la República Islámica de Irán. Las relaciones entre los dos países tienen que recuperarse del desastroso giro tras la llegada del régimen de Jomeini en Irán. Aunque hubo una ligera mejoría durante la administración Clinton, Bush empeoró de nuevo la situación al incluir a Irán, junto con Irak y Corea del Norte, en el eje del mal.

La posición de Obama con respecto a Irán tal vez fuera la más controvertida de todos los candidatos. A pesar de las críticas permanentes por su deseo de mantener conversaciones con Irán a nivel presidencial y sin condiciones previas, el senador por Illinois nunca se rindió. Los resultados electorales le otorgan legitimidad suficiente para hablar con las autoridades iraníes y dar una oportunidad a su versión de la diplomacia.

En su primera conferencia de prensa después de ser elegido, Obama reiteró su oposición a que Irán tuviera armas nucleares, mientras éste insiste en que su programa nuclear es sólo para uso civil y que cumple con las pautas marcadas por la Agencia Internacional de la Energía Atómica. A pesar del mensaje de felicitación que el presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, envió a Obama, no está claro cómo responderá Irán al acercamiento negociador de la nueva administración. Las noticias de la República Islámica apuntan a que la victoria del primer presidente negro de EE UU pilló por sorpresa a las autoridades iraníes.

Un rechazo al plan de Obama hará más fácil a Washington la aplicación de sanciones más duras y más difícil que países como Rusia y China justifiquen su apoyo a Irán. Los resultados electorales tendrán un gran alcance en el paisaje geopolítico. Sin embargo, persiste la duda sobre qué ocurrirá con algunos regímenes contrarios al fundamentalismo islámico, pero dictatoriales. Desde el 11-S, Washington ha hecho la vista gorda con muchos de esos regímenes para centrarse en la guerra contra el terror. Mientras sus objetivos clave son la búsqueda de Bin Laden y el teatro afgano-paquistaní, no está clara su postura hacia los países que violan constantemente los derechos humanos. En este sentido, será reveladora la aproximación de Obama hacia países como Arabia Saudí, Egipto o Túnez.

El presidente electo ha dejado claro que su administración será más práctica y menos ideológica, pero no está claro si esto se traducirá en la continuidad de la apatía hacia los regímenes dictatoriales en el mundo árabe. Los medios de comunicación de la región comparan a un político activista egipcio, Ayman Nur, con Obama. Joven, carismático, fue candidato a presidente e incluso tiene su propio eslogan de “Cambio”. Sin embargo, Ayman Nur ha estado prisionero en una cárcel egipcia con una condena de cinco años por cargos (fabricados, según sus partidarios) de falsificación de firmas de sus simpatizantes en las elecciones contra Hosni Mubarak. Cuando Noor envió desde prisión una carta pidiendo ayuda al presidente electo de EE UU, misteriosamente la sede de su partido al Ghad en El Cairo se incendió. Para muchos en el mundo árabe, la respuesta de Obama a los árabes democráticos como Ayman Nur será más reveladora que su posición hacia Irak, Irán o el conflicto palestino.