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Co-edition with Estudios de Política Exterior
Turquía y la Unión Europea: ¿qué proyecto común para el Mediterráneo?
Helena Oliván, IEMed
Al intentar analizar las ventajas e inconvenientes de un proyecto en común entre Turquía y la Unión Europea (UE), sinduda hay que hacer referencia al Mediterráneo cómo uno de los elementos compartidos en el imaginario tanto como en la cotidianeidad de las relaciones. En opinión de la mayoría de expertos sobre la cuestión, no se puede establecer un proyecto de adhesión de Turquía a la UE que no tenga en cuenta la dimensión mediterránea de ambos socios. Es más, seguir adelante con el proceso sin abordar esta cuestión de manera global, podría crear, según algunos, el efecto contrario, y convertir por primera vez un proceso de adhesión en un elemento desestabilizador para la región. Sin embargo, actualmente resulta difícil aprehender de manera exhaustiva qué concepto de Mediterráneo y qué futuro para este mar común buscan Turquía y la UE.
No parecen existir, fuera del mundo académico, instrumentos adecuados ni actores plenamente implicados en esta búsqueda de puntos en común. En el contexto de una UE en crisis de crecimiento conviene ir más allá del estricto debate sobre la adhesión para poner de relieve los límites de la cooperación en la región mediterránea. El ejemplo de la limitada implicación de Turquía en las diferentes estrategias de cooperación regional de la UE es ilustrativo de las limitaciones que plantea una relación como la que actualmente se da entre Turquía y la UE en el Mediterráneo. En los últimos meses, ha irrumpido en las opiniones públicas de algunos Estados un acalorado debate sobre la futura adhesión de Turquía a la UE.
Este debate, necesario sin duda, corre sin embargo el riesgo de convertir a Turquía en el país que puede pagar el peaje de la crisis de gobernabilidad que padece el proyecto europeo con la parálisis en la adopción de una Constitución europea, las dificultades para articular una política exterior y de seguridad comunes o la alarma por la presión de la inmigración ilegal. En este contexto es difícil debatir sobre la adhesión de Turquía en sus diferentes dimensiones. Sin embargo, en una perspectiva basada en el corto plazo, se pueden perder oportunidades para anclar a Turquía en el proyecto europeo de manera coherente y consensuada.
Algunos autores destacan además un elemento que parece desapercibido en los círculos políticos de Bruselas y desde luego entre la opinión pública: las ampliaciones sucesivas podrían tener como resultado ver a la UE rodear a gran parte de Turquía y aumentar por tanto las fronteras comunes en millones de kilómetros. Es decir, que Turquía, hacia el 2014, si no progresara la adhesión, podría verse parcialmente enclavada en el territorio de la UE y sin una implicación articulada en la misma. Un tercer elemento: la filosofía de construcción de la UE desde su creación, incluye como elemento prioritario la cooperación entre los socios, la creación de redes y consolidación de lazos entre sociedades para una integración sólida.
Hay que hacer hincapié en este sentido en que el fomento de la cooperación regional o la cooperación transfronteriza contribuyen a desarrollar una cohesión territorial y socio-económica que redunda en el conjunto del territorio. Ésta es la filosofía de fondo que ha inspirado la evolución de la política interna de la Unión a la hora de realizar las sucesivas ampliaciones, con el objetivo de fortalecer el concepto de identidad y territorio “comunes” para los diferentes miembros. Esta política ha dado importantes frutos y ha permitido el desarrollo de vínculos entre las diferentes sociedades implicadas en la integración y la convergencia, además de dotar de mayor coherencia a la UE en su proyecto interno y externo. De hecho, constituye uno de los pilares fundamentales para la “absorción” de los respectivos candidatos a la adhesión.
El punto de pista turco
Si analizamos la cuestión desde el otro lado del Mediterráneo, son múltiples las razones para lo que se denomina actitud de “rechazo” de Turquía hacia estos procesos. Se habla de la incomprensión turca respecto a los cambios de opinión de la UE o del nacionalismo exacerbado propio de un país que necesita avanzar mucho en la gestión de su diversidad. Sin embargo, cualesquiera que sean estas razones, es un hecho que la política exterior turca, hasta cierto punto, está condicionada por su posición geoestratégica y geopolítica. Siendo consciente de esta situación desde la guerra fría, las elites de la política exterior tienden a ser más realistas que utópicas.
En esta línea, Turquia considera evidente su pertenencia Europa. Se ha incorporado al Consejo de Europa, a la OCDE, a la OTAN, y ahora considera que el último paso de anclaje es la adhesión a la UE. En una visión ciertamente reductora, algunos sectores turcos la consideran una nueva fase de ajuste a los estandares europeos. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que deseo de pertenencia a la UE, soporte teórico a la liberalización y democratización del país y cumplimiento de los criterios de Copenhague no son lo mismo. Es cierto que los retos son muchos: un país de más de 70 millones de habitantes, con una estabilidad macroeconómica cierta pero frágil todavía, con un camino largo de reformas políticas y sociales pendientes y con un papel internacional marcado por un pasado histórico de gran calado y un entorno de inestabilidad creciente.
Los procesos de adaptación, democratización y cumplimiento de criterios son por tanto indispensables y requieren tempos diferentes, además de elementos de articulación entre ellos para no desarrollar una adhesión formal que tape unas limitaciones todavía hoy grandes para una integración real. En este contexto, ¿cabe imaginar nuevas relaciones “contractuales” entre Bruselas y Ankara que permitan ahondar en la dimensión mediterránea de ambos socios para articular un proyecto común? Sería como mínimo deseable articular un lenguaje común respecto a esta cuestión. Turquía es activa desde el punto de vista de la cooperación regional. Los policymakers creen que es un buen instrumento para promover paz, estabilidad y desarrollo económico. Un ejemplo de que no todo es realismo es la política hacia la región del mar Negro, que aumenta las esperanzas de más contribución turca a la paz y la estabilidad en la región europea amplia.
Otros dos ejemplos de esta voluntad de cooperación regional se registran en la voluntad política turca de impulsar el diálogo euro-islámico y de dotar de contenido a la reciente propuesta de la Alianza de Civilizaciones. No estamos por tanto ante una cerrazón en el diálogo que no pudiera permitir acercamientos. La cuestión fundamental, para algunos, es que Turquía considera por una parte que la prioridad para la cooperación en el Mediterráneo es la vertiente este, donde se dan los conflictos que pueden desestabilizarla y, por otra, no desea entrar en otro tipo de relaciones sin estar del lado europeo de la mesa. Sin embargo, en sus discursos, tanto la UE como Turquía coinciden en señalar la importancia de la implicación común en la creación de una zona de prosperidad compartida y de paz.
Si nos situamos en el terreno de los instrumentos, dentro de las nueve estrategias de proximidad multilateral y bilateral de la UE, Turquía participa en el partenariado euromediterráneo, la Asociación estratégica para el Mediterráneo y Oriente Medio y, por supuesto, la estrategia de preadhesión. Desde el punto de vista turco, estos instrumentos no parecen sino estrategias aisladas en las que Turquía no tiene capacidad de intervenir y que además adolecen de espacios muertos entre ellas, “sin conexión” para los objetivos de la política exterior turca. Y, sin embargo, de su desarrollo y fortalecimiento surgirían, sin duda, elementos que podrían lanzar debates en común útiles para un concepto renovado del Mediterráneo.
Por poner un ejemplo práctico, dentro de los otros ámbitos de cooperación que ofrece el Proceso de Barcelona, se puede citar la colaboración en materia de educación y formación. Centros de investigación, universidades y fundaciones de Turquía y la UE han aumentado su cooperación en los últimos años en el marco de los programas de adhesión y del Proceso de Barcelona. Pero siguen siendo pocos y carecen de visibilidad. Algunos intentan crear foros donde asuntos de mutuo interés puedan ser debatidos y se cree así una masa crítica capaz de movilizar la voluntad política. En el conglomerado que forma el partenariado euromediterráneo cabe destacar que, además de participar en el comité de altos funcionarios que dirime sus cuestiones estratégicas, Turquía participa en la Fundación Euromediterránea para el Diálogo entre Culturas Anna Lindh, la red Euromesco y la red Femise, estas últimas “medidas” creadas por la UE para fortalecer la cooperación.
No es tan evidente, sin embargo, su participación en los procesos de fortalecimiento de la implicación de la sociedad civil en el Proceso. La Plataforma Civil Euromed ha hecho esfuerzos en los últimos años para incorporar actores diversos al proyecto euromediterráneo, pero existe todavía un desconocimiento bastante grande de las potencialidades mutuas que pueden ofrecer las dinámicas entre grupos de la sociedad civil en Turquía y la UE. Cabe resaltar además que Turquía se incorpora a estos procesos casi como espectadora en proporción a su peso en el mundo mediterráneo (tercera potencia económica), puesto que su capacidad de participación es casi nula en algunos programas y no opta a un liderazgo real de proyectos comunes.
Se le otorga, sin embargo, un papel en la Asociación estratégica para el Mediterráneo y Oriente Medio, creada por la UE con el objetivo de desarrollar la cooperación en el marco del conflicto árabeisraelí con la implicación de los países de la región. Pero esta asociación tiene sus limitaciones claras en el contexto actual. Nos encontramos, por tanto, ante una participación creciente pero fragmentada de Turquía en los procesos de cooperación regional hacia el Mediterráneo. Discurso político e instrumentos no parecen ser suficientes para dotar de coherencia a una visión común del Mediterráneo entre Turquía y la UE.
La nueva política de vecindad de la UE no parece cambiar esta orientación, aunque al desarrollar una aproximación basada en las cuatro libertades que plantea la adhesión, desarrollará, aunque sea por inercia, necesidades en el entorno europeo para las que Turquía es más que un aliado. Dados los retos estratégicos de futuro para la UE, además, está claro que Turquía tendrá un papel protagonista tanto en las cuestiones que preocupan a la sociedad (agua, energía, conflictos…) como en el desarrollo de una política de vecindad eficaz y nuevos procesos de adhesión de la UE. Es necesario seguir insistiendo en la apertura de un debate global sobre cuál es el proyecto de Mediterráneo conjunto entre Turquía y la UE si queremos avanzar en el proceso de adhesión de manera coherente.
Si los instrumentos no son los adecuados para la creación de confianza, ¿cómo promover la participación de los actores en un proyecto internacional común? ¿Qué lugar para la cohesión y el consenso como elementos clave de una construcción política? ¿Qué papel para una Turquía en proceso de modernización en una región donde es observada con mucho interés por sus vecinos árabes? Y finalmente, ¿qué rol para una UE con el territorio turco enclavado en sus sucesivas ampliaciones y con un entorno mediterráneo cambiante e inestable?