Túnez, balance muy controvertido de la transición
Aunque no se hayan alcanzado los objetivos de la revolución y el país esté debilitado por el terrorismo, es difícil decir que no ha cambiado nada.
Khadija Mohsen-Finan
El periodo posterior a la marcha de Zine El Abidine Ben Ali fue esperanzador. Parecía que los tunecinos participaban en una vida política que renacía de sus cenizas tras años de letargo y de inmovilismo político. Antes incluso de la salida de Ben Ali, y después de la inmolación de Mohamed Buazizi el 17 de diciembre de 2010, la calle tunecina se había convertido en el escenario de la vida política. Rápidamente, estalló un conflicto entre los órganos del Ejecutivo y unas organizaciones que, con el apoyo de la calle, rechazaban su legitimidad. La idea de unas elecciones presidenciales, que debían celebrarse a toda prisa, incluso antes de la revisión de la Constitución, se abandonó en favor de unas elecciones a una Asamblea constituyente.
A partir de marzo de 2011, Beyi Caid Essebsi dirigió el tercer gobierno. Este hombre del pasado, que fue primer ministro de Habib Burguiba, realizó una síntesis entre el pasado y el presente político. Marcaba la ruptura al calificar a Ben Ali de “traidor a la nación”, pero se enmarcaba en la continuidad de la historia política del Túnez independiente porque su misión consistía en continuar el proyecto modernista de Burguiba.
En ese año 2011 estallaría otro conflicto, el que enfrentaría a los tunecinos que apoyaban las ideas de Ennahda con aquellos a los que se tachaba, de forma bastante impropia, de modernistas. Los proyectos de unos y de otros parecían incompatibles, aunque el partido islamista Ennahda, que fue legalizado el 1 de marzo de 2011, ha evolucionado mucho. Su jefe, Rachid Ghanuchi, entendió durante su exilio en Londres que la participación de su partido en la vida política pasaba necesariamente por el reconocimiento de la democracia electoral y que, como víctimas de los regímenes autoritarios árabes, a los islamistas les convenía abogar por el principio de los derechos humanos. En octubre, Ennahda no se presentó a las primeras elecciones libres como un partido islamista, sino como un partido político con referencias religiosas.
Durante toda la campaña electoral, el debate giró en torno a dos temas fundamentales: la ruptura con el pasado y el lugar del islam en la estructura política que se estaba construyendo.
La época de la troika
El 23 de octubre de 2011, los tunecinos eligieron a los 217 diputados de la Asamblea. El sistema electoral elegido (representación proporcional de resto mayor) era para impedir que los islamistas obtuviesen la mayoría de los escaños y gobernasen de forma hegemónica. Con un índice de abstención elevado, sobre todo entre los jóvenes, la victoria de Ennahda (89 escaños), se explicaba por su condición de víctimas durante el antiguo régimen y su imagen de honradez. Pero Ennahda no gobernó solo y tuvo que aliarse con otros dos partidos no islámicos, el Congreso para la República (CPR) de Moncef Marzuki, que obtuvo 30 escaños, y Ettakatol, de Mustafa Ben Yaafar, que consiguió 21. El ejecutivo, dominado por Ennahda, se enfrentó enseguida a muchas dificultades, probablemente debido a la falta de experiencia de la nueva élite dirigente. Las demandas sociales seguían sin satisfacerse y la redacción de la Constitución estaba paralizada por un debate ideológico sobre la laicidad. A partir de 2012, numerosos tunecinos, que consideraban que no se había producido el cambio y la ruptura con el antiguo régimen, denunciaron la gestión política de la troika. No se había instaurado la justicia transicional anunciada, que la administración no había sufrido cambios importantes y los dirigentes de Ennhada seguían los métodos clientelistas de Ben Ali, repartiendo entre sus círculos próximos numerosos cargos en la Administración. Muchos tunecinos, acuciados por el empeoramiento de la crisis económica y social, perjudicados en su participación en la vida política y testigos de una disociación entre la idea que tenían de la revolución y la política que se había llevado a cabo durante la transición, consideraron que el comportamiento clientelista de Ennhada era la continuación del nepotismo de Ben Ali.
Las disfunciones políticas se multiplicaban y Ennahda se vio superado por la derecha por los salafistas, que reivindicaron varios ataques de gran violencia (prendieron fuego a la embajada de EE UU en septiembre de 2012; incendiaron mausoleos; eran amos y señores en algunos pueblos, como Sedjnane, en el noroeste; imponían imanes en varias mezquitas; la tomaban con establecimientos que comercializaban alcohol; amenazaban a artistas; y destrozaban obras expuestas en galerías de arte). La impunidad de los salafistas llevó a los modernistas a creer que los autores de estos actos tan violentos no eran más que el “brazo armado” de Ennahda.
A lo largo de 2013, los asesinatos de Chokri Belaid y de Mohamed Brahmi, dos responsables políticos de la izquierda, quedaron impunes. Fue la gota que colmó el vaso. Una parte de la oposición y de la sociedad civil pidió la dimisión de la clase dirigente. Acto seguido, se inició un pulso entre el jefe del gobierno, que esgrimía la legitimidad que le concedieron las urnas, y los que pedían la marcha de unos dirigentes que fueron elegidos por un año a contar desde el 23 de octubre de 2011 para encargarse de la política y velar por la redacción de la Constitución. El contexto regional acrecentaba el descontento. El asesinato de Brahmi, el 25 de julio de 2013, se produjo, de hecho, algunos días después de la destitución de Mohamed Morsi, el presidente egipcio (el 3 de julio).
Diálogo nacional y compromiso histórico
Durante el verano de 2013, el país vivió su crisis política más grave desde la revolución. El gobierno de Ali Laarayedh, sustituto de Hamadi Yebali, que dimitió en febrero de 2013 tras el asesinato de Chokri Belaid, trató de seguir con las reformas y participó en un diálogo iniciado por la central sindical (UGTT). Mediante este diálogo, los responsables de los partidos en el poder podían hablar de los principales temas, como la seguridad, la economía y la política, con la oposición y la sociedad civil.
Este acercamiento entre fuerzas políticas se vio interrumpido por el asesinato de Brahmi. Tras su entierro, una multitud enfurecida se dirigió hacia la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) para iniciar una sentada. A la multitud, decidida a permanecer allí hasta que se disolviese la Asamblea, se unieron 60 diputados. Parecía un callejón sin salida, y el contexto era muy difícil: la inseguridad y la violencia ganaban terreno, el gobierno, que se negaba a presentar su dimisión, no podía trabajar, la Constitución no estaba redactada y una parte de los tunecinos pedía un modernismo autoritario a la egipcia. Cuando la desconfianza entre los ciudadanos y la clase política alcanzó su punto máximo, un gran número de tunecinos pensaba que la definición de la democracia no podía limitarse al veredicto de las urnas. Para una parte de la sociedad civil, la legitimidad del gobierno tenía que ser consensuada.
Cuatro instituciones –la UGTT (la central sindical), la UTICA (la central patronal), la Liga Tunecina de los Derechos Humanos (LTDH) y el Colegio de Abogados– propusieron una salida a la crisis e iniciaron un diálogo nacional que incluía al conjunto de los partidos y de las coaliciones representadas en la ANC.
Los líderes de las dos grandes formaciones políticas, Rachid Ghanuchi y Beyi Caid Essebsi, que fundó Nida Tunes, se vieron en persona en París, antes de ser recibidos con 24 horas de diferencia por el jefe del Estado argelino, Abdelaziz Buteflika, en septiembre de 2013. Se dieron cuenta de que ninguna de las dos formaciones podía gobernar sola. Los dos intentaron entonces hacer que una parte de sus dirigentes y de sus militantes modificasen sus posturas categóricas. Ghanuchi pidió a los diputados de Ennahda que abandonasen la referencia a la sharia en la Constitución de 2014 y obligó a Ali Laarayedh a dimitir. También aceptó que su partido, Ennahda, se retirase del gobierno durante un tiempo. Este diálogo dio lugar, en enero de 2014, a la creación de un gobierno compuesto por personalidades independientes y dirigido por Mehdi Yomaa. En el mismo momento, se promulgó la Constitución, que debía haberse aprobado en octubre de 2012.
El conjunto de estos elementos permitió que Túnez sentase las bases de una legitimidad consensuada con una estructura cuando menos original. Se evitó la violencia extrema, aunque el panorama político pasaba a estar dominado por dos partidos conservadores –Nida Tunes y Ennahda– que luchaban entre sí al mismo tiempo que negociaban las grandes líneas políticas. Pero a diferencia de lo que sucedió en Egipto, cuya transición política también atravesaba una crisis, en Túnez la sociedad civil apoyó a unas instituciones respetadas que supieron mantenerse alejadas de los partidos políticos.
Nida Tunes y Ennahda dominan el panorama político
El acercamiento entre Nida Tunes y Ennahda, dos formaciones antagónicas con tendencia a enfrentarse, tuvo, como es lógico, repercusiones en la vida política. En junio de 2012, Caid Essebsi, ministro de Burguiba y primer ministro durante el periodo posrevolucionario, fundó su partido, Nida Tunes, un instrumento a través del cual pretendía llevar a cabo una acción de movilización contra Ennahda. El exministro enmarcó su proyecto en la continuación de dos acciones: el proyecto modernista de Burguiba y su propia misión en el primer tramo de la transición. El proyecto que impulsaba se enunció como una respuesta a la manera en que se estaba desarrollando la transición, que no le gustaba. Este rechazo de la mala gestión, en concreto por Ennahda, se convirtió en el programa del partido, del que carecía. Caid Essebsi logró así reunir en torno a él a los que defendían la herencia modernista de Burguiba, que consideran que Ennahda cuestiona, creando una formación heteróclita compuesta tanto por izquierdistas y nacionalistas árabes, como por intelectuales y personajes de los regímenes anteriores que deseaban volver a la escena política.
A lo largo del verano de 2013, al acercarse a Ennahda, Caid Essebsi redefinió el espacio político y sustituyó el pluralismo que se impuso tras la revolución por una bipolaridad política (Nida Tunes y Ennahda). En ese momento, el líder de Nida Tunes no consideraba que el otro gran partido fuese un rival peligroso, ya que había recibido entonces garantías de Ghanuchi, que afirmaba que, en nombre del interés general y en beneficio de la democracia, Ennahda se retiraba del gobierno, pero no de la vida política. Acto seguido, y cogiendo a contrapié a una parte de los dirigentes de Ennahda, Ghanuchi anunció que no se presentaría a las elecciones de diciembre de 2014. Con esta retirada, Ghanuchi, cuya formación política era acusada de mala gestión política, de clientelismo y de proximidad a los salafistas, logró convertir el fracaso de su partido en un éxito. De cara a las elecciones legislativas y presidenciales de 2014, elogiaba los méritos de un gobierno nacional que le parecía más representativo.
Pero la política de la mano tendida a Ennahda se abandonó durante la campaña electoral de 2014. Las dos formaciones solo podían ser rivales en un contexto de elecciones. Mientras duró la campaña, parecía que el divorcio era un hecho, aunque no se renunciaba a la idea de síntesis y de reparto del poder. La ecuación no era sencilla, porque había que conjugar el compromiso político con la necesidad de ganar las elecciones. Los resultados, que confirmaron la victoria de Ennahda en las elecciones legislativas y la de Nida Tunes en las elecciones presidenciales, fueron fruto, sin duda, de un compromiso.
Tras las elecciones, estas ambigüedades provocaron bloqueos políticos de distinto orden. Caid Essebsi era presidente de la República, pero según la Constitución aprobada en 2014, sus prerrogativas eran limitadas. El régimen parlamentario instaurado otorgaba la mayor parte del poder ejecutivo al primer ministro. La nueva estructura exigía un jefe de gobierno fuerte y dotado de una autonomía real, pero Caid Essebsi, previo acuerdo con Ghanuchi, eligió a Habib Essid, un hombre carente de carisma. Las incoherencias del sistema también se hacían evidentes para Nida Tunes. Todos los que participaron activamente en la campaña electoral se consideraban sucesores naturales del líder que ya ocupaba el palacio de Cartago. La decisión de Caid Essebsi de no nombrar ministros entre los diputados truncó sus ambiciones. A eso se añadió el hecho de que el primer ministro elegido no pertenecía a ninguna formación política. Pero lo que enfureció realmente a los dirigentes de Nida Tunes fue la llegada insospechada de Hafedh Caid Essebsi al partido. El hijo del fundador fue mal recibido porque no tenía ninguna trayectoria política y porque no fue elegido por los dirigentes del partido. Este nombramiento recordaba a las épocas más sombrías de un pasado político marcado por las derivas dinásticas.
¿Cuál es el balance de estos cinco años de transición?
Cinco años después del inicio del levantamiento, el cambio tan esperado por los tunecinos todavía no se ha producido. Las clases políticas democráticamente elegidas han decepcionado y el acercamiento entre las dos grandes formaciones sigue siendo incomprensible para la mayoría de la población. Lo que parecía un compromiso de circunstancias en 2013, se ha convertido en una alianza, a medida que Nida Tunes se fracturaba en su interior. Durante estos cinco años, los debates han girado en torno al lugar de la religión, las libertades y las divisiones en el seno de Nida Tunes. Mientras, el país se ha hundido en la crisis económica. La tasa de crecimiento fue del 0,8% en 2015, muy insuficiente para crear empleo. El paro ha aumentado, agravado por los efectos de los atentados del grupo Estado Islámico (EI) contra el turismo. Los jóvenes tunecinos que se movilizaron masivamente en 2011 siguen sin encontrar salidas y tienen dificultades para dar un sentido a su vida. Europa ha cerrado sus puertas y Libia, donde se vive una situación incendiaria, ya no es un destino posible para encontrar empleo. Un gran número de ellos se unen a las filas del EI en Siria o Libia, antes de regresar a Túnez para cometer atentados. Según un informe de Naciones Unidas, cerca de 5.500 tunecinos luchan actualmente bajo la bandera del EI o de Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI). Túnez sería así el primer exportador mundial de yihadistas que van a luchar a los frentes extranjeros. Los cuatro atentados perpetrados por el EI en suelo tunecino en 2015 y en 2016 (El Bardo, Susa, Túnez y Ben Guerdane) ponen de manifiesto la implicación de yihadistas tunecinos en la lucha que lleva a cabo el EI, que ya está instalado en la vecina Libia.
Por un lado, los objetivos de la revolución no se han alcanzado y la tentación de algunos actores políticos de recurrir a los métodos del pasado es muy real. Por otro, el país está debilitado por los atentados terroristas que han asestado un golpe mortal al sector del turismo. A pesar de ello, es difícil decir que no ha cambiado nada desde la revolución de 2011. El entorno político no es el mismo y las elecciones son libres y transparentes. La libertad de expresión es, sin duda, el mayor logro del levantamiento de hace cinco años, y la sociedad civil ya se movilizó en 2013 y consiguió forzar la dimisión de un gobierno elegido en las urnas. La Constitución aprobada en enero de 2014 no es perfecta, porque se trata de un texto de compromiso entre facciones políticas que tienen proyectos de sociedad diferentes, pero garantiza unos derechos a los tunecinos. Más cerca de nosotros, una parte de la sociedad se ha opuesto a la desviación dinástica de Caid Essebsi. En Nida Tunes, esta oposición se ha puesto de manifiesto en las numerosas dimisiones y el fraccionamiento del partido. En el seno de la sociedad, se ha reflejado con el rechazo a que el hijo del jefe del Estado cogiese las riendas del partido, aunque no diese lugar a una gran concentración como en 2011 o en el verano de 2013. Actualmente, la sociedad civil da muestras de fatiga, ya sea para condenar firmemente las prácticas de un pasado político que se creía superado o para despenalizar los comportamientos de los homosexuales, a los que se considera unos “desviados”. La situación de la seguridad y la urgencia de los temas económicos y sociales podrían dejar en un segundo plano la cuestión de las libertades individuales y, de manera más general, los logros de la revolución.