El viaje como conocimiento y reflexión en las memorias mediterráneas

Maria-Àngels Roque

Antropóloga y directora de la revista Quaderns de la Mediterrània

«Caminante, son tus huellas

el camino y nada más;

Caminante, no hay camino,

se hace camino al andar.

Al andar se hace el camino, y al volver la vista atrás

se ve la senda que nunca

se ha de volver a pisar.

Caminante no hay camino

sino estelas en la mar».

Antonio Machado (Sevilla, 1875 – Colliure, 1939)

¿Hay siempre un retorno del viaje? Creemos que mayormente es así porque conocemos las historias que nos han dejado viajeros que, como Ulises tras su largo, azaroso y heroico periplo, regresan a Ítaca o a los lugares desde donde lo iniciaron. Sin embargo, no todos los viajeros regresan ni quieren regresar al punto de origen. También están aquellos que viajan a través de la introspección, creando un pensamiento viajero que nos transforma, ya sea mediante la filosofía, la literatura o la poesía. El Ulises de Homero vence a los dioses que ponen empeño en entorpecerle ese viaje de regreso, mientras que el Zarathustra de Nietzsche, despreciado por los hombres, buscará en el camino nuevos oídos para explicar la muerte de los dioses y el eterno retorno nunca culminado. El pensamiento sin regreso contiene, también, la esperanza de un presente que puede ser de otra manera, como veremos en algunos de los relatos de los jóvenes escritores que acompañan el dossier de este número, titulado «Viaje y memoria mediterránea».

Hemos escogido este tema con el propósito de aproximarnos a diferentes memorias a partir del elemento viajero, una buena manera de acercarnos a ese mundo cosmopolita, introspectivo y compartido que nos dice mucho más de lo que nuestro conocimiento regido por las directrices escolares reconoce. «Viaje y memoria mediterránea» no es una recopilación de personajes insignes, sino el resultado del interés de que los autores que contribuyen en este número reflejen sus pensamientos propios y, a su juicio, el de aquellos personajes, unos más conocidos que otros, que han dejado alguna huella en la memoria mediterránea. El Mediterráneo es un espacio de encrucijadas múltiples, cuya construcción se lleva a cabo a través de la elaboración de mitos, personajes y narraciones.

Una veintena de artículos componen este dossier, cuyos autores nos muestran la importancia de la memoria en la identidad, al tiempo que nos recuerdan la inestabilidad de la vida, los mapas o las fronteras. No podemos recuperar la memoria sin contar la historia, frecuentemente omitida, de esos viajeros y errantes que, de alguna manera, han impregnado la rica cultura mediterránea. Tampoco debemos olvidar en qué momento estamos hoy, un momento crucial para el planeta, por lo cual las reflexiones de los autores nos sirven de aviso a navegantes, como las del historiador José Enrique Ruiz- Domènec, que inician este dossier. Escribir sobre la historia es un eterno retorno, porque la mirada del historiador siempre es subjetiva, según los intereses epistemológicos y propios del momento histórico en el que vive. José Enrique Ruiz Domènec señala que todas las civilizaciones han sido creadas a partir de una estructura latente que las impregna de razón. Ese debe ser el objetivo de toda investigación histórica, para tratar de desvelar, así, la vida secreta de los sentimientos de un grupo de gente, sus efectos en las decisiones cotidianas, las historias indivisibles que forjan la historia común. De ese afán, concreta el historiador, surge el llamado «sueño de Ulises», que se adueñó de la cultura mediterránea para orientar la vida concreta de los hombres del mar Mediterráneo, y para que llevaran a cabo una permanente lectura de los clásicos como antídoto contra el olvido y base de sus iluminaciones. Según lo que nos advierte Ruiz-Domènec, de este modo queda revelado el sueño como un legado que el pasado ofrece al futuro para orientar sus pasos y no caer en los mismos errores ya cometidos, esos conflictos cuyo eco aún resuena por los torpes modos en que se solucionaron.

Desde el otro extremo del Mediterráneo, el artista y profesor Selim Birsel también nos presenta la memoria de la Grecia clásica a través de la figura de la poetisa Safo. El propio artista inicia un viaje a un pequeño pueblo griego para buscar licor artesanal de higos. De regreso, Birsel, con un vaso de suma en una mano y los poemas de Safo traducidos al turco por Azra Erhat en la otra, nos sugiere cómo podemos fantasear y soñar el Mediterráneo desde el sillón.

Azra Erhat, escritora, filóloga clásica y humanista, tradujo a los clásicos griegos al turco entre los años cincuenta y setenta del siglo pasado y, por primera vez, acercó a los lectores turcos las obras maestras de la Antigüedad. No obstante, nunca pudo visitar Lesbos. En la propuesta de continuar el viaje, Birsel inicia una ensoñación dialogando con Erhat como si estuviese viva, en una conversación sobre la poesía griega y, concretamente, sobre Safo. Situándose ambos en los siglos vi y vii a.C., aseveran que Safo es la primera persona que conocemos en sentir la necesidad de expresar sus propios sentimientos y, al darse cuenta, da el primer paso hacia la revelación de esas emociones humanas abiertamente. Birsel prosigue afirmando que, al hallar la poetisa un universo emocional y expresar su verdad, se alza en símbolo de un individualismo propio de la época y la región donde vive, reflejando, así, ese período de un modo extremadamente efectivo, que tanto ha influido en la poesía hasta nuestros días.

Si los clásicos griegos son un referente mundial, la arabista Manuela Cortés rescata para nuestra memoria la importancia que tuvo en su día la región Xarq al-Andalus (al este de al-Andalus). Esta región levantina se configuró como uno de los focos irradiadores de la cultura hispanomusulmana (siglos xi-xiii), focalizado en las cortes de Denia, Játiva, Valencia y Murcia, con una identidad propia, tal y como muestran las fuentes documentales de la época que han llegado hasta nosotros. La investigadora cita una serie de aportaciones artísticas musicales y literarias muy importantes, así como contribuciones a la teoría musical. Sin embargo, asegura Cortés, a partir de la conquista de Jaime i, esta zona quedó bajo el dominio cristiano, y muchos músicos y eruditos musulmanes tuvieron que emigrar al sur. Aun así, las fuentes existentes confirman la presencia de una gran cultura musical y literaria gracias, sobre todo, al mecenazgo de los gobernantes. El elenco de sabios y eruditos que brilló en la época conforma una parte de la cultura, así como un legado patrimonial poco conocido, pero no por ello menos relevante.

Romper estereotipos sobre la Edad Media es lo que la medievalista Roser Salicrú nos ofrece en su investigación, ya que nos recuerda que, en esta época, hubo una gran movilidad en el Mediterráneo, a menudo restringida a los dos extremos de la escala social: los más privilegiados y los más miserables, casi siempre hombres, aunque hubo alguna princesa y abadesa entre los viajeros a Tierra Santa. De las numerosas categorías de viajeros, Salicrú señala que los más proclives a dejar testimonio del periplo y la experiencia personales eran los peregrinos, de modo que, hoy en día, cristianos, judíos y musulmanes disponen de sus viajeros, ampliamente reconocidos.

En las fuentes narrativas que recogen memorias personales de los viajeros medievales, la insistencia en las dificultades del viaje está directamente relacionada con la superación exitosa de esos obstáculos, porque, de otro modo, esas memorias no nos habrían llegado. Por ello, arguye la medievalista que, aunque no siempre pueda afirmarse que los autores magnifiquen los peligros y las incidencias, sí tienen tendencia a dejar constancia de sus propias heroicidades. Siendo textos escritos para ser leídos por terceros y con voluntad narrativa, la superación de los peligros puede utilizarse como elemento literario, para dar más valor a la propia experiencia.

Prosiguiendo con las narraciones, tenemos importantes rihlas procedentes del mundo musulmán. La palabra rihla, que en árabe significa «viaje por etapas», designa tanto el viaje como la posterior crónica. El género aparece en el siglo xii en el occidente del mundo islámico: el Magreb y Al-Ándalus. El investigador argelino Djamil Aïsani nos ofrece, al igual que Roser Salicrú, amplias referencias sobre los diversos tipos de viajeros, y resalta el modo en que los especialistas en historia económica de los años setenta del siglo pasado destacaron la importancia de las redes, sobre todo comerciales, en la estructuración del espacio islámico. En su artículo, Aïsani se centra en el personaje de Hocine al-Wartilani, cuya rihla recoge numerosos datos esenciales sobre África del Norte en el siglo xviii. Se trata de un relato de viaje muy original en varios aspectos, escrito cuando al-Wartilani ya había efectuado su peregrinación a La Meca alentado por la conducción de una gran caravana, además de otras «motivaciones espirituales». El investigador considera esta obra importante porque contiene detalles sobre la vida en sociedad, recogidos a lo largo de todo el periplo.

Resulta difícil describir una cultura sin tener en cuenta la alteridad, dado que los diversos grupos humanos poseen especificidades culturales propias. En la valorización de una cultura, se tiende a desarrollar un carácter etnocéntrico, de acuerdo con el concepto clásico de centro-periferia en relación con el sistema o la posición dominante. En el interior de una civilización pueden cohabitar varias culturas, pero siempre existirán unas pautas que den una cohesión «civilizadora». Estas pueden consistir en paridades de tipo religioso, jurídico, político o económico. Oriente contiene esas alteridades que, en la época colonial, serán observadas y juzgadas según el momento y el espacio elegidos. Así, varios autores nos ofrecen sus observaciones al respecto.

En España, el Oriente cercano ha sido históricamente Marruecos, por ello, los textos de Rosa Cerarols, Youssef Akmir y Fatema Mernissi son complementarios, pues nos acercan visiones y memorias sobre este país a partir de los diferentes viajeros que lo visitaron. Para la geógrafa Rosa Cerarols, la compleja relación entre España y el islam constituye una excepción en las relaciones imperiales al uso y se caracteriza por una ambivalencia que, en el caso de Tetuán, capital del Protectorado español, adquiere matices muy ricos que ilustran diversos discursos sobre ese Oriente doméstico español. La autora explica que Tetuán, ciudad comercial y bellísima que no cesaba de crecer y transformarse, contaba con una población diversa y una notable presencia judía y española junto a la mayoría musulmana. Los viajeros se aproximaban, fascinados y a menudo cargados de prejuicios, a los encantos y misterios de la ciudad, muchas veces para acabar justificando el colonialismo civilizador como la única solución posible para el territorio marroquí.

Sobre esta misma época y este mismo país nos habla también el profesor marroquí Youssef Akmir, centrándose en la élite cultural y religiosa tradicional tanto de las zonas bereberes como de otras más arabizadas y urbanas. Akmir manifiesta que, durante la ocupación de Marruecos, que empezó a establecerse a finales del siglo xix, las autoridades españolas y francesas mostraron un gran interés por la figura de los jerifes y los santones, los cuales, en aquel momento, gozaban de un gran poder y un amplio prestigio entre la población marroquí. Así, el acercamiento de las autoridades coloniales a estas figuras para obtener su colaboración en los procesos de la ocupación logró vencer, en muchos casos, focos de resistencia local capaces de poner en peligro la paz y el equilibrio interno de la sociedad marroquí. Sobre un personaje que también visitó Marruecos, hemos recuperado el texto de la escritora Fatema Mernissi, publicado por la editorial Marsam de Rabat en 2004. Se trata una visión de la temporada que pasó Georges Orwell en Marrakech en 1938, poco conocida, que resultó un fracaso debido a su incapacidad para comunicarse con los árabes, pese al aprecio que sentía por ellos. Aunque fue un hombre de izquierdas que se pasó la vida luchando contra los totalitarismos, dicha incapacidad se ha achacado al trasfondo racista de su naturaleza. Sin embargo, Mernissi imagina que lo más probable es que Orwell, en realidad, estuviera desinformado y aislado. De ahí que no pudiera saber de la existencia de los simpatizantes de Abdel Krim, líder del movimiento laico y progresista que se oponía al extremismo religioso local, por un lado, y a la ocupación francesa y española, por otro. La escritora, haciéndonos un guiño en su relato, afirma que hoy en día, gracias a las nuevas tecnologías de la comunicación que existen en Marruecos, Orwell habría podido contactar con aquellos que luchaban por sus mismas ideas, y su estancia en Marrakech habría sido muy distinta.

Prosiguiendo con las memorias sobre Oriente, la escritora y viajera Patricia Almarcegui nos recuerda que la mujer no ha sido el objeto principal de las investigaciones al respecto, ni siquiera secundario. Al no formar parte del interés general y sin visibilidad, ha sido prácticamente privada de existencia; así, aunque Almarcegui reconoce que los discursos nunca son unívocos, en su mayoría resultan androcéntricos y masculinizados. Los relatos sobre Oriente contienen imágenes estereotipadas donde se mezclan el colonialismo, la ideología orientalista y los atributos negativos. Aun así, dentro del panorama de escritores y viajeros europeos que narraron sus experiencias en la región, Almarcegui destaca a tres mujeres, todas blancas y pertenecientes a la aristocracia y la alta burguesía: Lady Montagu, Vita Sackville-West y Gertrude Bell. De ellas, ninguna estuvo en Marruecos, pero sí en Turquía, Persia y Egipto, entre otros lugares de Oriente Medio. Sus impresiones resultan muy valiosas por la importancia de su testimonio, pese a que ninguna de ellas puede librarse por completo de la mirada y el sesgo masculinos. Sin embargo, según apunta Almarcegui, Gertrude Bell es la primera que, en su relato, al nombrar a Oriente, lo vuelve mujer, probablemente porque siempre ha representado lo femenino, el espacio expectante y disponible para ser penetrado, poseído y dominado.

Tres décadas antes del viaje Orwell a Marruecos, entre 1912 y 1913, el escritor austriaco Rainer Maria Rilke pasó unos meses en varias ciudades españolas, en un viaje donde se concentran, en cuanto que herencia, buena parte de los sucesivos enfoques de la cultura alemana con respecto al «alma española». En este sentido, el filósofo y escritor Rafael Argullol señala que Rilke sigue bebiendo de esas mismas fuentes al comenzar su «viaje iniciático». En realidad, este apenas alteró la visión preconcebida que el autor tenía del país, como muestran sus anotaciones y a pesar de que, en algunos momentos, la estancia en España se le hizo insoportable. Argullol expone cómo Rilke había fraguado, por entonces, una imagen del paisaje y la cultura españoles a partir de la visión del Romanticismo alemán, construida por oposición a la hegemonía racionalista e ilustrada de la cultura francesa. Así, el teatro del Siglo de Oro, el Romancero o Don Quijote de la Mancha dejan una profunda huella en los principales autores románticos alemanes, desde Goethe hasta Schiller, en el marco de la amplia tradición del viaje al sur, o el viaje a Oriente, que no es sino una expresión espectacular del deseo del Otro, y de ser Otro, que invade la literatura alemana moderna. Por eso, concluye el profesor de Estética, no puede juzgarse al escritor viajero desde la óptica del turista, pues este sabe, en el mejor de los casos, por qué acude a un lugar, mientras que el escritor viajero, incluso sin salir de casa, acude porque sabe. En el escritor viajero prevalece la dimensión mítica sobre la real, por más que las experiencias físicas del viaje puedan modificar elementos esenciales de su percepción. La prevalencia del mito es lo que, en gran medida, estimula el juego de correspondencias entre los deseos generados por la sensibilidad y los espacios concebidos por la imaginación.

Sin duda, la mirada al Otro y su acercamiento cuentan con una larga tradición en el Mediterráneo. Primero, los historiadores y geógrafos grecolatinos; más tarde, los viajeros árabes y, finalmente, los escritores y viajeros románticos europeos, dejaron sus observaciones fantásticas, realistas o morales en torno a las tierras que rodean el mar Mediterráneo mucho antes de que el peso del «mediterraneísmo» recayese de forma casi exclusiva sobre los hombros de la antropología académica. Desde los inicios de la disciplina, a finales del siglo xix, los mitos y las descripciones del Mediterráneo han sido —y son aún hoy— una fuente de reflexión y comparación, hasta el punto de convertirse en un espacio clásico en los estudios antropológicos y humanísticos. En este sentido, la antropóloga Maria-Àngels Roque muestra la mirada de la disciplina sobre el Mediterráneo hasta los años ochenta del siglo pasado y, en especial, las concepciones y los debates de los antropólogos anglosajones que, después de la Segunda Guerra Mundial, con pocos recursos para establecerse en espacios transoceánicos, buscaban lo exótico próximo en países mediterráneos europeos como Italia, España o Grecia.

Si hay alguna memoria aceptada e integrada en las prácticas cotidianas es la de los productos gastronómicos, muchos de ellos viajeros a través de los siglos. Sylvia Oussedik, escritora y experta en las diferentes cocinas del Mediterráneo, nos explica cómo conviven una serie de cocinas tradicionales que, en su diversidad, presentan unos rasgos y una filosofía comunes, fruto de los intercambios y la cohesión histórica de la región. A través de los acontecimientos históricos, como la entrada de nuevos productos procedentes de Asia (berenjena) o América (tomate, patata, pimiento o calabacín), podemos rastrear las lentas variaciones y los cambios culinarios producidos a lo largo de los siglos, siempre guiados por la frugalidad, la convivialidad y una serie de técnicas comunes y muy antiguas como el relleno, el uso de especias, el picoteo o las picadas y los majados. Así, la cocina mediterránea, en toda su diversidad, constituye una fuente de cultura, tradiciones y socialización, un legado lleno de secretos, sabores y aromas que debemos recordar y preservar.

En las últimas décadas, muchos intelectuales han trabajado y creado en torno a la cuestión esencial del reencuentro entre el mundo árabe y Occidente y, en esta línea, cabe destacar la obra de Mona Hatoum, artista libanesa de origen palestino y exiliada en Londres. A partir del ejemplo de Beirut, una ciudad en reconstrucción permanente con una identidad multiconfesional, José Miguel G. Cortés, gran conocedor de la creación artística del Mediterráneo contemporáneo, se pregunta por la construcción identitaria colectiva de esta región, un lugar en el que, hoy en día, las identidades se cuestionan y problematizan constantemente. El investigador manifiesta que, en sus obras, Hatoum reflexiona acerca del precario equilibrio en que se halla Oriente Medio y, de ahí, extrapola a la situación al planeta entero. Así, la artista reivindica la importancia de la memoria en la identidad, al tiempo que nos recuerda la inestabilidad de la vida, los mapas o las fronteras. El mundo constituye, pues, un lugar ordenado solo en apariencia, que en cualquier momento puede moverse, desequilibrarse o desplazarse.

También Rachid Koraïchi reflexiona sobre la memoria, esta vez, centrándose en el acto creativo, en una conversación con la arabista Nuria Medina que tuvo lugar con motivo de la exposición del artista «Este largo viaje hasta tu mirada». Rachid Koraïchi es conocido por su arte contemporáneo, que integra la caligrafía como elemento gráfico. En relación con su obra, responde: «Cuando me preguntan dónde se ubica mi creación artística, respondo que está en el signo y en el trazo. La mía es una cultura de la escritura, que es milenaria. En el norte de África, por ejemplo, el uso del tatuaje es una tradición muy antigua. Es posible reconocer de qué tribu es cada persona por sus tatuajes. El problema es que la colonización cultural acaba con todo por la vía de la homogeneización. La colonización y la globalización lo han igualado todo». Koraïchi valora, en gran medida, la importancia de los textos para mantener la memoria. A través de la investigación ha podido seguir el periplo de las diferentes ramas de su familia, que inició el viaje desde La Meca en el siglo vii. Así, manifiesta en la entrevista: «Yo veo la creación cultural como algo que va mucho más allá del ego de cada artista. Existo como soy porque existen también otras muchas manifestaciones culturales en la misma época y de manera paralela: la pintura, la poesía, el canto, etc. Y al mismo tiempo, cuando construyo algo no es sobre la base de destruir lo que mis antepasados han creado». Rachid Koraïchi es un humanista sufí que, en su expresión artística, integra pensamientos de los maestros Ibn Arabi, Rumi o al-Attar. También utiliza espejos en su obra y, ante la pregunta de Nuria Medina al respecto, responde: «El maestro sufí Rumi dice en uno de sus textos que la verdad es un espejo que viene del cielo y se ha estrellado contra la tierra haciéndose pedazos; cada uno de nosotros tomamos un trozo del espejo y decimos que tenemos la verdad, aunque en realidad cada uno de nosotros solo tengamos una parte de esa verdad».

Testimonios actuales de jóvenes entre la movilidad y la migración

Este número de Quaderns de la Mediterrània se compone de una mayoría de textos de especialistas que, como hemos avanzado, nos ofrecen sus observaciones sobre la historia y la cultura mediterráneas y, concretamente, sobre personajes viajeros en dicho mar. No obstante, considero que, en este dossier dedicado al viaje y la memoria, es conveniente ampliar las experiencias y la memoria inmediata para dar voz a los jóvenes: héroes anónimos que nos relatan en primera persona sus periplos viajeros, sentimientos, dificultades y alegrías a través de las diferentes etapas que constituye ese viaje, a veces errante, en busca de una mejor suerte.

Una primera parte la componen los tres relatos ganadores del concurso «A Sea of Words/Un mar de palabras» que, desde 2008, organiza el IEMed, convocando a jóvenes escritores de entre 18 y 30 años pertenecientes a Europa y los países del sur y este mediterráneos. Son relatos cortos donde los jóvenes comparten sus percepciones y anhelos desde sus propias sociedades y lenguas. Las tres narraciones que aquí presentamos corresponden a la convocatoria del año 2021, cuyo lema es: «Jóvenes y movilidad. Hacia una ciudadanía euromediterránea». La dramaturgia de estos relatos de ficción, escritos por Hala Kalaban, de Siria; Mohamed Ben Mbarek, de Marruecos, y Mahmoud Jamal Ahmed Miqdadi, de Jordania, es paradigmática, ya que los jóvenes narradores presentan diversas realidades con las que se encuentran los jóvenes al emprender un viaje, tanto para lo mejor como para lo peor.

En cambio, los artículos de Berj Dekramanjian, Kristina Stankova y Qays Wassouf no son ficticios, pues lo que escriben estos jóvenes a partir de su experiencia personal o la de sus familiares y conocidos es real. Los tres viven actualmente en Barcelona y hemos tenido la posibilidad de conocerlos. Tras contar sus periplos viajeros, hacen una reflexión final que no intenta mostrar heroicidad, sino madurez y comprensión. En cuanto que armenio criado en Líbano, la identidad de Berj Dekramanjian está compuesta, en parte, por el constante recordatorio de su enorme deuda contraída, simplemente, por existir. Su bisabuelo materno, Aram, decidió dejar atrás a su familia de Antep, entonces una ciudad del Imperio otomano. Este joven lleno de extravagantes esperanzas por hallar una vida mejor decidió echarse a la mar sin haberla contemplado ni pisado jamás en su vida. Por su parte, la decisión de Berj Dekramanjian de abandonar su pueblo libanés, situado en el valle de Bekaa, obedecía a ese mismo anhelo de encontrar un futuro mejor, pues su tierra sufría constantes agitaciones y altercados políticos que culminaron con terribles refriegas en las calles de Beirut. «No hace mucho —prosigue Berj— me di cuenta de lo que significa el final de las respectivas historias de mis antepasados. He madurado lo suficiente para aceptar que volver a casa puede suponer no regresar. El lugar de nacimiento de Aram fue arrasado, mientras que el de mi abuelo Puzant se vio marcado por la agitación política y los continuos golpes de estado. En cuanto a mí, Líbano se ha visto sacudido por las crisis económicas y perseguido por los ecos de una explosión que arrasó una cuarta parte de Beirut en agosto de 2020». Su relato termina con las siguientes palabras: «En mi viaje perpetuo, siento una dicha inexplicable al pensar que he dejado fragmentos de mí mismo a cada paso del camino que he tomado, y espero ansioso el tiempo en que mi pasado y mi futuro puedan fundirse, por fin».

El relato de Kristina Stankova es diferente, pues en él no habla de su familia, sino de varios jóvenes conocidos que también han emigrado. Kristina es búlgara y, por lo tanto, ciudadana de la Unión Europea, por lo que su viaje y su vida en Barcelona, aun con sus dificultades, no tienen nada que ver con los de los jóvenes marroquíes que han entrado en pateras o debajo de un camión. Su disertación incide en el hecho de que cambiar nuestras percepciones sobre el mundo o sobre nosotros mismos implica un largo viaje, y esas percepciones hacen que odiar sea muy fácil. Stankova cree que, en el ámbito común de la sociedad, ese cambio es aún más lento, pero quiere pensar que es posible porque, en cuanto rompemos un poco la coraza, todos somos iguales: carne, huesos y esperanzas. Así, Stankova defiende la urgencia fundamental de dialogar y usar todas las herramientas posibles para implantar una política de migración más tolerante en el Mediterráneo, un lugar que ya ha presenciado bastantes atrocidades.

La historia de Qays Wassouf es sorprendente, pues está agradecido a todos los lugares donde ha residido y a las personas que ha conocido, a pesar de la dureza de los entornos, una vez abandonada su Siria natal. En su narración sobre el inicio del viaje, explica como, tras acabar los estudios universitarios, pasó unos años dominados por el trabajo y el esfuerzo, pero también repletos de buenos recuerdos que nunca olvidará. Destaca que no recuerda haber asistido mucho a clase en Siria, primero porque las carreteras eran peligrosas y estaban llenas de cadáveres; y, segundo, porque cuando podía salir, se dedicaba a trabajar día y noche para ayudar a su familia en esas condiciones tan terribles, por lo que cada vez que regresaba sano y salvo a casa era como renacer, como volver a empezar una nueva vida llena de posibilidades. La literatura le ha servido de reflejo del alma, y Wassouf concluye su testimonio con la siguiente frase: «Cada vez que me detengo y, en un momento de soledad, echo un vistazo a la historia de mi vida y mi viaje, me acuerdo de Santiago, el protagonista de El alquimista, la novela de Paulo Coelho, y de Heba, la heroína de Azazel, la novela de Youssed Zeidan. La lección más importante que he aprendido de ese viaje y de todas esas experiencias es que hay que sonreír, vivir el momento y seguir adelante».

El viaje puede ser la mediación para alcanzar una madurez emocional y un conocimiento a través de las adversidades del desplazamiento. La soledad incita a reflexionar acerca de la dificultosa creación de nuevas relaciones sociales. La superación exitosa de los obstáculos, como se manifiesta en Ulises y en muchos mitos mediterráneos, además de los viajeros medievales y los jóvenes que han cruzado tierra y mar, es también una componente fundamental de las memorias individuales y colectivas, muchas de ellas perdidas en las aguas del Mediterráneo.

La madurez alcanzada por estos jóvenes autores a través del viaje se hace explícita en sus propios textos. Podemos acabar la reflexión de este dossier con cualquiera de las recomendaciones que ellos nos ofrecen. Como dijo el poeta Antonio Machado, se hace camino al andar. Un camino metafórico que es la vida. Un viaje lleno de dificultades y anhelos, donde la superación exitosa de los obstáculos resulta crucial, eligiendo bien los caminos en cada encrucijada. Dicha encrucijada permite, al mismo tiempo, un cambio de dirección, una reordenación. El mundo puede cambiar a partir de una encrucijada, de un camino mal tomado. La cultura nos da herramientas para evitarlo, pero también es necesario el arrojo para desbrozar sendas a veces difíciles pero necesarias.