Transformar nuestro mundo: la consecución de la Agenda 2030 desde la cultura y la educación

Lucía Vázquez

Red Española para el Desarrollo Sostenible (REDS)

A lo largo de estas páginas, recorreremos las conexiones entre cultura, educación y desarrollo sostenible y analizaremos cuál podría ser la contribución y el papel de cada uno en esa transformación que busca la Agenda 2030. En un mundo cada vez más globalizado, es necesario respetar y proteger los orígenes, saberes y tradiciones de las comunidades, como parte fundamental del desarrollo sostenible. Asimismo, para lograr los objetivos propuestos por la Agenda 2030, debemos avanzar hacia una educación que nos permita adquirir conocimientos y promover hábitos en armonía con la naturaleza. Del mismo modo, el arte posee la capacidad de erigirse en estímulo y motor de cambio social apelando a nuestras emociones más profundas. Solo a través de estas herramientas podremos culminar el proceso de transformación emocional y social necesario para lograr los Objetivos de Desarrollo Sostenible.  

La cultura es todo lo que constituye nuestro ser y configura nuestra identidad. Hacer de la cultura un elemento central de las políticas de desarrollo es el único medio de garantizar que este se centre en el ser humano y sea inclusivo.

Jyoti Hosagrahar, directora del Centro de Patrimonio Mundial, UNESCO

Hacia una cultura para el desarrollo sostenible

El concepto de cultura en sí ha evolucionado desde su acepción más clásica, asociada al patrimonio material, hasta la que manejamos actualmente y que, según la UNESCO, «debe ser considerada como el conjunto de los rasgos distintivos espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o a un grupo social y que abarca, además de las artes y las letras, los modos de vida, las maneras de vivir juntos, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias»Y es que, en este recorrido, la UNESCO ha jugado un papel relevante al revindicar el reconocimiento, la puesta en valor y la protección de la diversidad cultural del mundo, como si de un ecosistema natural se tratase.  

El primer hito importante en el camino se estableció en México, en la Conferencia Mundial sobre Políticas Culturales1 de 1982. En esta ocasión se afirmó que «cada cultura representa un conjunto de valores único e irremplazable, ya que las tradiciones y formas de expresión de cada pueblo constituyen su manera más eficaz de manifestar su presencia en el mundo. La identidad cultural y la diversidad cultural son indisociables, y el reconocimiento de múltiples identidades culturales allí donde coexisten diversas tradiciones constituye la esencia misma del pluralismo cultural». 

En la década de los noventa se publicó el informe de la Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo, liderado por Javier Pérez de Cuéllar, ex secretario general de las Naciones Unidas. De este informe, titulado Nuestra diversidad creativa2, destacan dos ideas importantes para el asunto que hoy nos ocupa. La primera es la importancia de la identidad y diversidad cultural como base para el desarrollo de los pueblos, presente también en México, en 1982. Para poder definir el futuro, las comunidades deben conocer su pasado y quiénes son en el presente. Además, los orígenes, saberes y tradiciones compartidos por las diferentes comunidades han de ser respetados y protegidos en un mundo cada vez más globalizado. La segunda tiene que ver con una ética global y el valor de la cultura en su búsqueda, asunto que desarrollaremos un poco más adelante.  

El tercero de los documentos fundamentales de la UNESCO es la Declaración Universal sobre la diversidad cultural3, que vio la luz en el año 2002. El documento declara la diversidad cultural patrimonio común de la humanidad e insta a los pueblos a asegurar una interacción armoniosa entre las diversas identidades culturales que habitan en ellos. 

Tanto en la Conferencia Mundial sobre Políticas Culturales como en el informe Nuestra Diversidad Creativa o la Declaración Universal sobre la Diversidad Cultural, la cultura aparece como factor sine qua non para el desarrollo social y económico. Sin embargo, es en el Congreso Internacional de Hangzhou de 2013 donde aparece más claramente asociada al desarrollo sostenible, que incluye una dimensión social, económica y medioambiental.  

El término desarrollo sostenible se define como aquel que satisface las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras de satisfacer sus propias necesidades4. Desde 1972, la comunidad internacional ha estado debatiendo y manejando este concepto hasta que, finalmente, se materializó en la Agenda 2030 «Transformar nuestro mundo» y sus diecisiete Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), aprobados por ciento noventa y tres países en la Asamblea General de la ONU de septiembre de 2015. Dos años antes, en Hangzhou (China), los participantes del congreso organizado por la UNESCO firmaban una declaración en la que mostraban su firme convencimiento de que la cultura es el cuarto pilar del desarrollo sostenible junto al social, el económico y el medioambiental.  

Finalmente, y a pesar de los esfuerzos de muchos profesionales internacionales del sector cultural, no se logró un Objetivo de Desarrollo Sostenible específico y la cultura apenas aparece mencionada en algunas metas de los diecisiete ODS. Alfons Martinell hace un minucioso y riguroso análisis de las causas de esta omisión5 y concluye afirmando que la dimensión cultural ha de ser transversal a todos los objetivos y que está llamada a desempeñar un papel fundamental en su consecución.

La transformación de la identidad, los relatos y los valores  

Para alcanzar la Agenda 2030, el mundo, tal y como lo conocemos, ha de transformarse de manera disruptiva y a gran escala. Hay que cambiar la explotación de recursos, las cadenas de producción y distribución, el consumo, la movilidad, las leyes mercantiles…Y esto solo ocurrirá si, paralelamente, cambian tres cuestiones específicas intrínsecas a la cultura: la identidad, los valores y los relatos.

Un cambio de identidad

La identidad es todo aquello que somos individualmente y como sociedad. Es un concepto cambiante que se va construyendo progresivamente. Difiere en función del ecosistema cultural que habitamos y los elementos que lo conforman: sus valores específicos, saberes propios, modos de educación, las manifestaciones artísticas, el patrimonio material e inmaterial que nos rodea o los paisajes en los que crecemos. En última instancia, esa diversidad cultural que busca proteger y poner en valor la UNESCO es la misma que nos dota de identidad. Sin embargo, en las últimas décadas, las culturas tienden a homogeneizarse y perder así su diversidad, en un proceso que guarda muchas similitudes con los ecosistemas naturales. Casi podríamos decir que una característica de esta era geológica del Antropoceno es la capacidad del ser humano de acabar con lo diferente para que todo sea igual. Imperan los paisajes de monocultivos culturales, educacionales, sociales, económicos y, por supuesto, medioambientales.  

Si pensamos en cuál es el ecosistema cultural dominante en la actualidad y, por tanto, la identidad global contemporánea, esta podría definirse a partir de dos términos: producción y consumo. Frente a esos primeros cazadores/recolectores de creencias animistas que fueron nuestros antepasados, los sapiens actuales tienen una visión antropocéntrica del mundo que los eleva a la categoría de seres superiores, lo cual deja al resto de la naturaleza un papel pasivo, secundario y al servicio del ser humano. 

La filósofa y ecofeminista Val Plumwood afirmaba que, para acabar con este antropocentrismo, es necesario cuestionarse qué significa ser humano y qué prejuicios subyacen en nuestra conciencia colectiva que convierten a los demás seres en «no humanos», lo cual impide una relación de igual a igual. Reconocer a esos seres como sujetos activos con sus propias narrativas volvería a situarnos «dentro de la naturaleza» y, así, dejaríamos de hablar de ella en tercera persona para sentirnos parte de un todo. Este es precisamente el cambio que buscan los Objetivos de Desarrollo Sostenible, un concepto de vida holística, ese mismo del que habla la bióloga Sandra Myrna Díaz cuando afirma: «todos los seres vivos estamos hechos con los mismos átomos, que se vienen tejiendo, destejiendo y entretejiendo desde hace millones de años6».  

La construcción de un nuevo sistema de valores 

Jeffrey Sachs, profesor de la Universidad de Columbia, director de Sustainable Development Solutions Network (SDSN) y uno de los artífices de los ODS, afirma que el desarrollo sostenible ha de convertirse en una «norma social profunda»; es decir, en una parte esencial de los valores, las creencias y los modos de comportamiento que el conjunto de la sociedad debe asumir e interiorizar. Comprender que la sostenibilidad es el camino correcto, el único posible, justo y responsable, debe de ser inculcado a la ciudadanía como norma social profunda, principalmente a través de la cultura y la educación. 

Sachs es también el principal autor del informe de las seis transformaciones que es necesario acometer para llevar a cabo una transición al desarrollo sostenible, y que abarcan gran parte de las dinámicas globales, regionales y locales7.  

Nos centraremos en la primera de las transformaciones mencionadas, denominada «Educación, género y desigualdad», donde Sachs aboga por una educación para la transformación. El objetivo de la misma es capacitar a la ciudadanía para hacerla consciente de los desafíos del desarrollo sostenible y de los tipos de cooperación global necesarios para alcanzar los objetivos acordados a nivel mundial. No se trata, por tanto, de una simple mejora en el acceso universal a la educación, sino de un giro de ciento ochenta grados en el contenido, para avanzar hacia una educación que permita adquirir los conocimientos teóricos y prácticos necesarios para promover hábitos sostenibles y en armonía con la naturaleza, tal y como apunta la Agenda 2030. Esto supone llevar los procesos educativos —formales y no formales, obligatorios y de por vida— un paso más allá para convertirlos en herramientas de ese cambio disruptivo, masivo y transformador, hacia un nuevo sistema de valores global; uno que reconozca la profunda conexión que tenemos con el resto de habitantes del planeta y cómo nuestro bienestar depende, también, de la felicidad y prosperidad de todos ellos.  

Pero ¿cuáles deberían ser esos valores universales? Desde las humanidades ambientales se habla ya de una «ética ecológica» (Riechmann) y se perfilan algunos de sus elementos, tales como la diversidad cultural y biológica, el aprecio por lo local, el disfrute de lo bello o la construcción de lazos sólidos con nuestros congéneres (humanos y no humanos). José Albelda añade la idea de «transición ecológica», con valores como la reevaluación de nuestra relación con la naturaleza, la austeridad como forma de vida, la política de lo común o la comprensión de la naturaleza como «libre» y el culto a la naturaleza «intocada»8.  

Los relatos  

La última cuestión tiene que ver con la búsqueda de nuevos relatos ante el fracaso de los actuales. Los relatos reflejan cómo los seres humanos entendemos el mundo pero, ¿cómo se crean esos nuevos relatos? Y sobre todo, ¿cómo se abandonan los actuales? 

Gorka Espiau, miembro del equipo del Agirre Lehendakaria Center for Social and Political Studies, trabaja e investiga acerca de los cambios de narrativas. A su juicio, las narrativas son los instrumentos que utilizamos para ordenar nuestras ideas y comprender el mundo que nos rodea. Existen, sin embargo, diferentes niveles. Las primeras son las narrativas visibles, aquello que contamos, lo que decimos. Después están las ocultas, que son las que decidimos no contar por distintas razones (incoherencias con lo que decimos, experiencias de fracaso…). Por último, las metanarrativas son las ideas que operan por debajo, sin que nos demos cuenta, pero que influyen de manera crucial en nuestro comportamiento o nuestra toma de decisiones. Es por tanto este último nivel, el de la metanarrativa, el que hay que cambiar para poder transformar de manera sistémica identidades, valores y relatos.

Cultura, arte y educación como palancas de cambio 

Con todo esto, ¿cómo sustituir los valores actuales por esa ética ecológica? ¿Qué hacer para avanzar hacia una identidad global que ponga de relieve lo intangible frente a lo material? ¿Cuáles son los mecanismos para cambiar las metanarrativas y crear nuevos relatos que hablen de que es posible un mundo mejor para todos, que nos lleven a un nuevo sistema de valores globales? Y sobre todo, ¿cómo construir aprendizajes significativos que ayuden a producir ese cambio disruptivo, masivo y transformacional que requiere nuestro mundo?  

En este sentido, las manifestaciones artísticas —parte fundamental de todas las culturas— desempeñan una función de puente entre ambas orillas. En mis más de doce años mediando entre arte y público, he podido ver el potencial que tiene la obra como espacio de encuentro y diálogo de otras posibles identidades, valores y relatos. Como dice el artista y pedagogo uruguayo Luis Camintzer, el arte es un lugar donde se pueden pensar cosas que no son pensables en otros lugares. 

El arte posee esa capacidad de ser estímulo y motor de cambio social apelando a la emoción, erigiéndose como vehículo para la misma. Tiene la excepcional habilidad de comunicar simbólicamente, lo cual permite adoptar nuevas perspectivas y maneras de percibir e interpretar el mundo, así como nuestros hábitos. 

Miranda Massie, directora del Climate Museum, sostiene que nosotros, como especie, no estamos preparados evolutivamente para enfrentarnos a la magnitud del cambio climático y sus consecuencias. Este problema causado por todos y cada uno de nosotros (en mayor o menor medida), es tan reciente y de tal envergadura que escapa a nuestra comprensión individual. Necesitamos, por tanto, procesarlo de manera colectiva para ser conscientes de que nos encontramos en un punto de inflexión dentro de nuestra historia en la Tierra; aceptando la responsabilidad que, como civilización, tenemos en la situación actual del planeta y sus habitantes, y creando a partir de ahí una cultura de la cooperación que encuentre soluciones colectivas a los problemas tan complejos a los que nos enfrentamos.   

Cultura y educación unidas tienen el potencial de acelerar el cambio hacia esa nueva comunidad global con identidades, valores y relatos basados en la sostenibilidad. Ambas constituyen espacios de reflexión y aprendizaje desde donde se conversa, se escucha, se piensa y se actúa. Se convierten entonces en lugares desde donde iniciar ese proceso colectivo de apropiación, transformación y acción. Son, en definitiva, la base a partir de la que construir esa nueva ciudadanía global, que respeta y protege su propia diversidad cultural y natural, y comprende su lugar y función en el mundo. 

La transformación social es, en última instancia, un proceso emocional. Las personas en un momento dado reaccionan, se motivan y empoderan, y cambian de ese modo su estilo de vida. A medida que el mundo se hace más pequeño y complejo, necesitamos de ese arte, de esa cultura y de esos sistemas educativos que nos hacen pensar y sentir, que nos proveen de un profundo conocimiento emocional de la realidad, inspirándonos y ayudándonos a comprender quiénes somos como especie y cómo hemos llegado a esta situación. 

Notes

[1] UNESCO, World Conference on Cultural Policies, Paris, 1982, https://unesdoc.unesco.org/ark:/48223/pf0000052505

[2] UNESCO, Our Creative Diversity. World Commission on Culture and Development, Paris, 1996, https://unesdoc.
unesco.org/ark:/48223/pf0000105586

[3] UNESCO, Universal Declaration on Cultural Diversity, Paris, 2002, https://unesdoc.unesco.org/ark:/48223/
pf0000128347

[4] UN, Report of the World Commission on Environment and Development: Our Common Future, Oxford, Oxford
University Press, 1987.

[5] A. Martinell, “¿Por qué los Objetivos de Desarrollo Sostenible no incorporan la cultura?”, in A. Martinell (coord.) et al.,
Cultura y Desarrollo Sostenible. Aportaciones al debate sobre la dimensión cultural de la Agenda 2030, Madrid, REDS, 2020.

[6] https://www.fpa.es/multimedia-es/videos/discurso-de-sandra-myrna-diaz-en-la-ceremonia-de-2019.html?idCategor
ia=3&idSubcategoria=0

[7] https://reds-sdsn.es/6-transformations

[8] J. Albelda, J. M. Parreño and J. M. Marrero Henríquez (coords.), Humanidades ambientales. Pensamiento, arte y
relatos para el Siglo de la Gran Prueba, Madrid, La Catarata, 2018.