Veinte años después del Proceso de Barcelona y de la puesta en marcha de su ambicioso proyecto de partenariado social, político y económico, la relación entre Europa y sus vecinos del sur y este del Mediterráneo afronta uno de los momentos más desafiantes y decisivos de su historia reciente. A lo largo de este periodo, la región ha experimentado profundas transformaciones en un entorno cada vez más global y abierto. En el sur del Mediterráneo, una nueva generación de jóvenes ha jugado un papel central en la movilización hacia la apertura de sus sociedades. Al mismo tiempo, en el norte sumido en las turbulencias de la crisis sociales y económicas, la agenda del diálogo social y el objetivo de vivir juntos desde la diversidad, han planteado nuevas dificultades en clave interna y de relación con el otro. Ambas realidades confluyen a uno y otro lado en la defensa de valores como el pluralismo, la inclusión y la dignidad. La sociedad civil aparece como actor decisivo de los cambios en la región y la dimensión humana se perfila como parte central de las posibles respuestas a los desafíos planteados. De ahí que se imponga más que nunca entender cuál es el grado de apropiación ciudadana de este proyecto.
Diálogo intercultural y ciudadanía en la agenda Euromed
Planteada desde su inicio como una herramienta complementaria al proceso de partenariado económico y político, la dimensión cultural y de sociedad civil ha constituido, de hecho, uno de los más elementos más sensibles. Las dificultades para construir una relación compartida basada en las diferencias y la permanente instrumentalización a la que dichas diferencias se han visto sometidas, ha planteado dificultades a la hora de entender los beneficios que este proyecto podría aportar a los ciudadanos. Para hacer frente a esta compleja situación, las distintas iniciativas y los principales programas socioculturales promovidos en el contexto del partenariado han estado tradicionalmente enfocados a mejorar las percepciones mutuas entre el norte y el sur del Mediterráneo.
La diversidad, el conocimiento y la aproximación “al otro” han constituido la perspectiva dominante a lo largo de este periodo. Fruto de las circunstancias generadas en el panorama internacional a raíz de los acontecimientos posteriores al 11 de septiembre, se creó una dinámica alrededor de la dimensión musulmana y occidental que se ha enmarcado en el dialogo global Oriente-Occidente. De modo que este binomio inevitablemente reduccionista, ha marcado fuertemente los debates ideológicos, disciplinares y mediáticos, influyendo una visión pública muy centrada en temas como el riesgo del fundamentalismo y la xenofobia.
En esta misma línea, los retos derivados de la movilidad migratoria, la gestión de la diversidad y la implantación de las comunidades musulmanas en Europa han supuesto una agenda propicia a la generación de estereotipos derivados de la dificultad de gestión de las agendas en clave interna. Estos problemas han ido dando paso más recientemente a otros fenómenos de ámbito global de extrema radicalización, que son comunes a ambas realidades. La banalización de las percepciones, la construcción de estereotipos, el riesgo de intolerancia y en lo que aquí nos interesa, la instrumentalización de los temas religiosos y culturales, nos alertan sobre el desafío que supone la constante percepción de la diversidad como amenaza y la búsqueda de valores comunes.
La urgencia de relanzar el proyecto euromediterráneo en la última etapa supondrá un reforzamiento de la dimensión social en el marco del proceso de la Unión por el Mediterráneo, si se adoptan en la agenda de este proyecto ámbitos cruciales como género, juventud y empleo. Pero serán las actuales situaciones de cambio marcadas por la reciente eclosión de las primaveras árabes las que resultarán uno de los detonantes más decisivos y con mayor incidencia. El enfoque de los nuevos programas europeos de vecindad en la región apoya claramente la dimensión de la sociedad civil y los ámbitos de cooperación en la producción cultural, como ejes de la incentivación de los actores más dinamizadores.
Estas dinámicas de cambio han provocado y activado una renovada visión compartida acerca de la idea de ciudadanía. En la concepción de diálogo establecida en el partenariado de Barcelona, la creación de una comunidad en la que se basaba la alianza euromediterránea, no resultaba creíble sin que su máximo exponente humano dejara no solo de ser el principal desafío en términos de estabilidad, sino que ante todo conformara una visión positiva y compartiera valores y aspiraciones comunes.
De ahí la importancia de la ciudadanía intercultural como valor emergente en esta nueva etapa. Los valores compartidos como la igualdad, la diversidad o la participación dan sentido a que el diálogo pase de ser un mero instrumento de comunicación a una herramienta de interacción e intercambio. La apropiación de los valores inherentes a la ciudadanía refuerza la necesidad imperante de construir una cultura del diálogo activa y compartida muy especialmente por los jóvenes. Reforzar aquellos instrumentos que fomenten el conocimiento, apoyen las competencias interculturales y propicien espacios de participación ciudadana resulta una prioridad.
En todo este tiempo, el dossier del diálogo intercultural ha ido cobrando una creciente importancia estratégica, con lo cual se ha enriquecido y revisitado, y se ha incluido en él una dimensión más global y dinámica que le permitiera afrontar los desafíos planteados. La creación de la Fundación Anna Lindh para el Diálogo de culturas (FAL) en 2005 sería el exponente más destacado de esta voluntad. La Fundación ha sido el instrumento del partenariado que ha liderado la dimensión del diálogo intercultural, fomentando la creación de redes (hoy con más de 4.000 involucradas) y apoyando proyectos compartidos propuestos por los operadores de la sociedad civil. Durante estos años, el programa de la Fundación ha sido adaptado progresivamente al nuevo contexto, basando su acción en los ámbitos de la cultura, la educación, los medios de comunicación. Esta perspectiva ha dotado al proyecto euromediterráneo de instrumentos de competencia intercultural y consolidado espacios de participación y debate en los que los jóvenes constituyen un elemento central. La FAL, a través de sus redes nacionales y su programa, refleja muy bien la evolución, y las dificultades, del diálogo entre los ciudadanos europeos y sus vecinos mediterráneos, actuando a su vez en tanto que observatorio de la evolución de sus percepciones mutuas a través del Informe de tendencias interculturales.
Observando las percepciones mutuas. Valores y tendencias en las relaciones socioculturales
El Informe Anna Lindh sobre tendencias interculturales recoge en sus dos ediciones (2012 y 2014) los resultados de la encuesta lanzada a través de Gallup sobre los valores y las percepciones mutuas a unas 13.000 personas en cada una y reúne la reflexión de más de 60 expertos. En este contexto, resulta extremadamente interesante preguntarnos: ¿De qué modo están afectando estas circunstancias a nuestras percepciones? ¿De qué manera el interés por la diversidad corre el riesgo de percibirse como generador de conflictos? ¿Cómo se puede compaginar la cada vez más expuesta globalización al potencial de los intercambios? ¿Cuáles son las claves para abordar al otro sin caer en instrumentalizaciones ni abusar de relativismos culturales? ¿Son nuestros valores cada vez más próximos en lo ideal y nos distanciamos en la práctica?
Las opiniones de los ciudadanos nos ayudan a interpretar y analizar mejor los problemas y las potencialidades de esta relación. Son claves que permiten adecuar los mecanismos de cooperación y diálogo a una realidad cambiante en la que ambas riberas de la cuenca se enfrentan, y que pueden ayudar a explicar el actual momento de nuestra percepción mutua en la región.
El interés por el otro se ha convertido en una tendencia al alza
Sabemos de la importancia de los movimientos humanos en la región, tenemos datos que apuntan la relevancia de los canales de comunicación que afianzan las nuevas tecnologías. No hay duda de que el Mediterráneo es percibido por sus habitantes como un espacio real de relación humana, pero si es así ¿por qué esta circunstancia no ha incidido realmente en un mejor conocimiento mutuo? No estamos seguros de la calidad de esta interrelación, si es únicamente fruto de la necesidad, si se percibe como generadora de conflictos o si se imagina útil en términos de conocimiento y enriquecimiento mutuos.
En el contexto de la evolución de las relaciones euromediterráneas desde 2011, los datos de la encuesta lanzada por la FAL demuestran que existe un creciente apetito de conocimiento mutuo y de conocimiento del otro. Y esto en un momento crucial en el que una generación de jóvenes ha sido protagonista de los movimientos de cambio, y en el que una serie de transiciones diversas están buscando modelos.
Las interacciones han crecido en estos últimos años, en los que el 43% de los europeos manifiestan haber estado en contacto con personas del sur y este mediterráneo (ocho puntos más que en 2009). Mientras tanto, en el sur, probablemente por los efectos de la crisis, los recientes conflictos regionales y los obstáculos a la movilidad, esta interacción baja sensiblemente (de 24% a 22%). Las oportunidades para que surja esta relación entre las personas del norte y del sur están determinadas por los estándares y las posibilidades reales y legales. No es, pues, de extrañar que el turismo sea, según las respuestas de los europeos, la principal fuente de relación con la ribera sur y este, mientras que la relación virtual y a través de internet se consolida como la más frecuente por las personas entrevistadas en el sur y este de la cuenca.
En el Informe de 2012 (sobre datos de la encuesta realizada antes de la Primavera Árabe) se perfilaba la importancia estratégica de internet y, por ende, de las comunidades virtuales, que emergían definitivamente como un instrumento privilegiado para el encuentro intercultural. Conversar por internet convierte un contacto en regular y en la base de una interacción social que va más allá del momento circunstancial del encuentro. Eran los países del sur y del este del Mediterráneo los que manifestaban relacionarse con los europeos mucho más intensamente vía internet en 2009: 24% frente solamente al 4% de europeos, consolidándose esta tendencia en 2012 (19% y 6%). En ambos periodos es significativo cómo este contacto, en el caso de los países del sur, es mucho más importante que el contacto directo o en los espacios públicos. En la nueva edición del Informe de 2014, sin embargo, percibimos cómo el rol de los medios de comunicación no es valorado en igual medida en tanto que instrumento efectivo a la hora de expresar opiniones y apoyar reivindicaciones, mientras que sí lo es la acción a través de movimientos sociales o incluso la acción individual. Y resulta llamativo cómo la utilización de los medios en este aspecto es más valorada en Europa que en los países del sur y este del Mediterráneo, donde incluso lo es menos por sus principales usuarios, los jóvenes.
¿Qué nos interesa más en el otro? Globalmente, el interés por el otro se manifiesta mayormente en los ciudadanos europeos. La cultura y la diversidad atraen a los ciudadanos europeos en mayor medida que a la inversa. La relación económica es buscada por ambos en similar porcentaje, incluso ha aumentado en los países del sur en el último periodo. Paralelamente, el interés por modelos políticos y de convivencia europeos sería el ámbito por el que muestran más interés los ciudadanos que residen en el sur de la cuenca.
La religión y la diversidad cultural importan, pero ¿son percibidas como un valor o como un riesgo?
Por más que las creencias y prácticas religiosas siguen siendo el tema en el que están menos interesados los ciudadanos mediterráneos en su conjunto, el interés mutuo por este aspecto ha aumentado, tal y como revela el último ejercicio de 2012: hasta 11 puntos para los europeos y 6 en los países del sur y este mediterráneos. Esta tendencia lleva a pensar en la centralidad de este dossier en el contexto actual de nuestras relaciones en la región y su convivencia con diferentes (y contradictorias) situaciones: secularización, individualismo y religiosidad.
Si el interés por las creencias del otro es matizado, la religión emerge como valor esencial en el ranking de los países del sur, aunque no es menos cierto que la importancia de valores tales como la familia (solidaridad, respeto) constituye el valor más compartido en las sociedades del norte, con lo que se matiza el reduccionismo norte-sur al que estamos habituados.
Los ciudadanos europeos se muestran cada vez más favorables respecto a la promoción de valores religiosos, y aunque con matices, dependiendo de los países, podríamos decir que esta tendencia al alza difiere de la de sus vecinos del sur, que bajan más de 11 puntos porcentuales en conjunto. A pesar de ello, estos mismos países coinciden en otorgar una gran importancia a la religión como un valor de progreso en sus sociedades.
En un entorno cada vez más diverso en términos religiosos y culturales, es revelador cómo los ciudadanos euromediterráneos otorgan en su conjunto una importancia cada vez mayor a la diversidad cultural y religiosa, también en los países del sur. Estos países, a diferencia de los europeos, comparten en la mayoría de los casos la creencia en la existencia de verdades absolutas (absolute guidelines). Esta aproximación en las tendencias que nos llevan a valorar positivamente la diversidad y su combinación con los propios valores puede constituir una base consistente en nuestras futuras relaciones.
Sin embargo, debemos tener en cuenta cómo la diversidad religiosa y cultural es percibida como un riesgo. Esta opinión, compartida en el norte y en el sur (48% y 46% respectivamente), respondería al contexto actual de crisis económica y de trabajo en Europa, que hace de la gestión de la diversidad un reto relevante. También debemos considerar, en este sentido, la situación generada después de las primaveras árabes en sociedades como la tunecina o la egipcia respecto a los movimientos religiosos.
¿Cómo ha afectado las primaveras árabes en nuestras percepciones mutuas?
La encuesta se realizó un año después de las primeras revoluciones en la región, lo que supone que las opiniones se expresaran en un momento temprano de eclosiones de espacios de libertad y apertura. La primera impresión es positiva: los países europeos (48%) y los países del sur del Mediterráneo (44%) creen que las primaveras árabes van a tener un impacto positivo en las relaciones entre ambas riberas.
En términos políticos, los resultados confirmarían que la democracia es un horizonte compartido y que comporta similares valores para los ciudadanos europeos y del sur y este mediterráneos respectivamente: el valor de la libertad (46% en Europa y 49% en el sur y el este mediterráneos), la libertad de expresión (34% y 37%), las elecciones libres (22% y 15%), la dignidad (14% y 12%), la estabilidad (11% y 15%) y la prosperidad (9% y 12%). Existe un matiz muy interesante que ayuda a entender el proceso de transición y los valores que este comporta: los europeos valoran el compromiso cívico para solventar los problemas en la sociedad como la mejor manera para conseguir eficiencia, incluyendo la integración de los movimientos sociales (20%), mientras que las respuestas de los países del sur y este prefieren claramente la acción individual (20%).
La estabilidad a medio y largo plazo de los valores y actitudes, el apoyo a la apertura y la progresiva resiliencia mostrada por la opinión pública de la región a los cambios (la resistencia al cambio ha pasado del 90% en 2009 al 79% en 2012), debe analizarse, sin embargo, con matices. Las actitudes emergentes de minorías con valores regresivos y las consecuencias de la situación de cambio complejo que afronta la región, tienen múltiples lecturas y debemos tener en cuenta aquello que aflora en muchos análisis como tendencia resistente.
¿Qué perspectivas hay para la cooperación euromediterránea?
La imagen del Mediterráneo sigue estrechamente ligada a una visión de valores positivos como hospitalidad, historia y estilo de vida. Esta imagen está todavía más valorada en la segunda encuesta y es claramente compartida en ambas orillas. Esta idea, sin embargo, se polariza y la visión del Mediterráneo como riesgo y fuente de inseguridad emerge con fuerza en ambas encuestas (con valores significativos de un 75%). Así, podríamos afirmar que la marca Mediterráneo permanece en la mente de sus ciudadanos a pesar de que conviven con una realidad altamente conflictiva.
Uno de los datos que pueden resultar más sorprendentes es el hecho de que sea en Europa donde exista un gran porcentaje de ciudadanos que manifiesten la voluntad de dejar su país. Muy probablemente, la crisis haya afectado y mucho esta visión. El 60% de los europeos opina que se iría, mientras que el mismo porcentaje de mediterráneos del sur y este piensa que es mejor quedarse en su país.
Si hablábamos de un progresivo acercamiento en los valores que pueden dar sentido a la relación norte-sur desde la diversidad, existen algunas claves interesantes en las que fundamentar nuestras relaciones. Una primera es la validez del proyecto. Los europeos y los países del sur y este del Mediterráneo coinciden en subrayar los efectos positivos del proyecto de cooperación en la región, en particular en lo que se refiere a la incentivación de la innovación y el emprendimiento (85,5%), el respeto a la diversidad cultural (85%) y la preocupación por el medioambiente (83%). La validez del proyecto euromediterráneo dependería, pues, de su capacidad de puesta en valor de la diversidad y de la apuesta por la innovación y la iniciativa. El valor del proyecto y su apropiación social se encuentran muy ligados a su efectividad para mejorar la vida de sus ciudadanos. Es necesario, pues, tener en cuenta estrategias más acordes con las realidades.
El valor del diálogo intercultural percibido desde las diferentes sociedades euromediterráneas
Un aspecto interesante que refleja el Informe es el resultado de la participación de las diferentes redes nacionales en su percepción sobre los principales desafíos que presenta el diálogo intercultural en sus realidades diversas. El riesgo de asimilar a los vecinos del sur exclusivamente con la inmigración y la necesidad de trabajar; el establecimiento de plataformas de diálogo en aquellas sociedades que ya han estado expuestas a la tensión intercultural en un pasado reciente; el valor de la tolerancia y la aceptación del otro en aquellas sociedades alejadas del Mediterráneo y no expuestas a la multiculturalidad; la apertura y el marco euromediterráneo para afianzar las transiciones en curso en los países del sur de la cuenca; la importancia del condicionamiento social y económico como base del diálogo en las sociedades en transición; el papel de la sociedad civil como actor de cooperación y sus márgenes de acción; la importancia de las relaciones de vecindad próxima en países que comparten fronteras e interacción, son algunas de las perspectivas más valoradas a la hora de enfocar el diálogo intercultural. Todo ello demuestra que la estrategia euromediterránea debe tener en cuenta la diversidad de situaciones que la componen.