Este artículo traza las relaciones de Emmanuel Roblès, escritor argelino-francés de origen español, con España y su cultura. Roblès, escritor y dramaturgo ampliamente reconocido en Francia con una silla de la Academia Goncourt y numerosos premios, está actualmente bastante olvidado en Argelia y es prácticamente ignorado en España, a pesar del interés que siempre tuvo por nuestro país y su cultura y de las obras puente que conectan la Argelia del siglo pasado con la historia y literatura de España. Roblès cultivó varios géneros y fue un escritor muy activo social y políticamente. Hizo varios viajes que resultaron clave para su obra y su visión del mundo.
Emmanuel Roblès era conocido también como Manuel, como le llamaba Camus, o Emmanuel Chènes («robles», en francés), su seudónimo en Alger Républicain y otros periódicos. Fue un escritor argelino y francés de origen español que vivió durante buena parte del siglo pasado (Oran, 1914-Boulogne, 1995), atravesando la Segunda Guerra Mundial, la Guerra de Independencia y la descolonización de Argelia, cuyo 50 aniversario se celebró en 2012. Forma parte de la llamada Escuela de Argel, junto con Camus, Mulud Feraun, Mulud Mammeri, Kateb Yasin y Mohamed Dib. Fundó la colección Mediterranée, que dio a conocer a muchos escritores argelinos de expresión francesa en la prestigiosa editorial Éditions du Seuil, la cual publicaría la mayor parte de su obra. En 1962 marchó a Francia, donde vivió hasta su muerte en 1995, pero no por ello dejó de sentir que su patria era Argelia y mantuvo siempre una valiente y honesta postura frente al drama de la guerra anticolonial. Recibió numerosos premios por sus novelas y obras de teatro y fue nombrado miembro de la Academia Goncourt (1973) aunque hoy en día está prácticamente olvidado en Argelia.
El propósito de esta intervención no es recordar el papel de Roblès en la Guerra de la Independencia, digno de atención por supuesto, sino sus relaciones con la cultura española, que sentía muy cercana, poco conocidas por el público español e hispanófilo. Creo que estas relaciones son tanto más interesantes para cualquier argelino interesado en la historia cultural de su país y en los vínculos con España, ya que muestran hasta qué punto un escritor es a la vez creador y vehículo entre culturas, en este caso vehículo y puente entre la cultura española y la argelina.
La primera vez que oí hablar de Emmanuel Roblès fue en conversación con una amiga oranesa, licenciada en lengua y literatura, o lo que en España llamaríamos filología francesa. Me causó bastante sorpresa oír ese apellido de un escritor argelino, pero menos viniendo de una persona con esa formación. Además, se daba la circunstancia de que Roblès y mi amiga eran ambos de la región de Orán, el Oranesado. Las conexiones de Orán con España han sido fuertes a lo largo de la historia. Nunca después volví a escuchar hablar de Roblès, pero la curiosidad que me causó aquello no se fue del todo.
Roblès y Camus eran, pues, de la misma generación (Roblès nació en 1914 y Camus, en 1913) y mantuvieron una estrecha relación de amistad. Roblès era, como Albert Camus, hijo de una familia modesta, el primero de un albañil y el segundo de un jornalero. Sus madres eran ambas españolas, la de Roblès de Granada y la de Camus, Catalina, de Menorca, aunque nacida en Argel. Ambas, mujeres apenas tenían formación, eran casi analfabetas. La primera se expresaba en castellano, mientras la segunda hablaba mallorquín, un dialecto del catalán. Por ello, cuando Roblès conoció a la madre de Camus y le habló en español, Albert le pidió que se dirigiera a ella mejor en francés, pues tenía dificultad para expresarse en castellano. Esto también explica que Roblès hablara perfectamente castellano, mientras que Camus deseara siempre aprenderlo sin lograrlo realmente. Es más, Roblès se matriculó en la Facultad de Letras para obtener una licenciatura de español.
Tanto Camus como Roblès se quedaron huérfanos al tiempo de nacer. El padre de Camus falleció en la Primera Guerra mundial cuando él tenía un año y el de Roblès, de una epidemia de tifus, meses antes de su nacimiento. Una epidemia parecida a la que, tiempo después, provocaría la enfermedad de su esposa y que inspiró a través de la correspondencia y las visitas entre los dos amigos la famosa novela del Premio Nobel, La Peste.
Ambos jóvenes se conocieron en Argel en los años 30, movidos por parecidos intereses literarios, así como por sus orígenes comunes, la procedencia de familias pobres y madres españolas. En esa época, Roblès y Camus hablan con pasión del teatro y la escritura, pero también de la Guerra Civil española, que a los dos indigna y preocupa fervientemente. Admiran y elogian la República española y contemplan estupefactos una cruel guerra que termina con las aspiraciones de progreso republicanas. Será entonces cuando ambos escritores publiquen en varios periódicos como Alger Républicain, del que Camus era redactor jefe, y Oran Républicain, comprometiéndose con la causa de la República española y no sin peligro para ellos. El ambiente de ascenso de los fascismos es general en Europa y también en la Argelia francesa. En Orán, por ejemplo, el alcalde coloca una cruz gamada en el escudo de la ciudad. Por eso, Roblès va a tener que usar alguno de sus seudónimos, como Emmanuel Chènes, para no ser identificado. Años más tarde, Camus y Roblès participan en colectas de fondos destinadas a los republicanos españoles exiliados en Argelia. Las autoridades de Vichy amenazan con entregarlos a la Alemania nazi y, de allí, a la España franquista. Esos fondos que ambos ayudan a recaudar sirven para organizar el traslado a América de miles de refugiados españoles que, al acabar la Guerra Civil española, salen de Alicante, Murcia, Valencia o Málaga hacia los puertos argelinos. Años después, en un discurso pronunciado en la UNESCO en 1952, Camus criticará el abandono internacional de la España republicana y la rápida rehabilitación de la España franquista.
Durante la Guerra de la Independencia, Roblès, que había combatido con el ejército francés contra los nazis pocos años antes, asume una posición cada vez más crítica con las autoridades francesas y cada vez más comprometida con la causa nacionalista. Ya en 1945, cuando la matanza colonial del 8 de mayo (Sétif y Guelma), había protestado por lo que consideraba un error que tendría irreversibles consecuencias, asunto que trató en la novela Les hauteurs de la ville. Más tarde, una vez iniciada la guerra, Roblès osciló entre el apoyo a conocidos suyos del Frente de Liberación Nacional (FLN), para los que consiguió perdones y gracias porque iban a ser ejecutados o se encontraban detenidos, y los intentos de mediación para obtener una tregua civil al conflicto. Esta posición era la más próxima a Camus que adoptó Roblès y se concretó en una famosa conferencia celebrada en Argel en enero de 1956. En medio de una muchedumbre exaltada, Roblès presentó a su amigo y colega Camus, antes de darle la palabra en un local atestado, sobre el que llovían piedras, insultos y amenazas, especialmente de los colonos pieds-noirs, que los consideraban traidores a Francia. A ese evento asistió muy mayor y enfermo el cheikh Tayeb el Okbi, miembro de la Asociación de Ulemas Musulmanes Argelinos (AUMA), y el FLN garantizó la seguridad de los participantes franceses, tal y como explicó el propio Roblès.
A medida que avanzaba la guerra, Roblès y otros muchos se dieron cuenta, no sin dolor ni resignación, de que no habría más solución que la independencia, la independencia de un país que hiciera justicia a los hombres y los tratara con igualdad. Pero mientras duró ese proceso de lenta conversión a lo irremediable (la obra de teatro Plaidoyer pour un rebelle, que relata un episodio real ocurrido en Argelia, aunque está ambientada en la Indonesia holandesa, es suficientemente elocuente al respecto), Roblès no cesó de pedir a Camus, algo poco conocido, que intercediera ante Charles De Gaulle, del que era consejero y próximo colaborador, para que liberara a conocidos suyos arrestados por actos relacionados con el FLN.
En la obra de teatro Plaidoyer pour un rebelle, Roblès da la sensación de retomar la novela casi homónima de Camus (L’homme révolté), bastante criticada desde su publicación por su supuesta tibieza revolucionaria. Roblès defiende la dignidad del protagonista, Keller, un obrero holandés detenido, juzgado y ejecutado por colocar una bomba, que luego desactivaría, en una fábrica. El caso, ambientado en otro país, le fue inspirado a Roblès por un suceso real ocurrido en Argelia, en el que un obrero del partido comunista fue sorprendido cuando desactivaba una bomba porque, contrariamente a sus previsiones, habían entrado en la fábrica varios trabajadores indígenas que podían morir de la explosión. Keller, el protagonista, justifica su comportamiento porque por su simpatía hacia los nacionalistas indonesios, por los que está dispuesto a realizar un acto de sabotaje pero no a sacrificar vidas humanas. Sin embargo, el tribunal colonial lo condena a muerte, sin apelación. Esta obra sirve a Roblès para marcar su posición ideológica frente a la Guerra de la Independencia de Argelia, así como su simpatía por los nacionalistas, pero no por el principio de que el fin justifica todos los medios. En este sentido, Roblès es capaz a la vez de denunciar la crueldad organizada del sistema colonial y su hipocresía, al mismo tiempo que repudia el terrorismo como arma política.
Roblès sentía Argelia como su patria; también Camus, pese a la famosa frase que se le ha reprochado: «Entre mi madre y la justicia, me quedo con mi madre». Aunque ambos vivían a caballo entre Francia y Argelia, su preferencia y tierra verdadera era Argelia, no la metrópoli. Como digno hijo de Argelia y buen mediterráneo, Roblès hablaba, además de español y francés, patois argelino y árabe. Él mismo lo relata en un episodio en el que tuvo que calmar a la multitud con las palabras «ashtena shouya».
A pesar de la profunda huella que en su vida tuvieron la Segunda Guerra Mundial y la Guerra de la Independencia, Roblès se mantuvo ligado a España y su cultura. Hizo diversos viajes por nuestro país, antes y después de la Guerra Civil. En especial visitó Granada, de donde era su familia, Madrid, Barcelona, Palma, Sevilla y Córdoba antes de volver en barco desde Alicante. Apreciaba la música española que podía escucharse en bares y tabernas de Argelia, especialmente en el oeste. Reconocía la buena música flamenca y la distinguía de los músicos y las bailaoras sin gracia. No era muy amigo de la música nostálgica o triste y prefería la música y los bailes alegres.
En su obra de teatro Magallanes se vale de noticias históricas para caracterizar al marino portugués al mando de una escuadra de barcos enviada por el Reino de España, como un personaje que, ante las circunstancias, no duda en sacrificar a sus hombres con tal de hacer triunfar su ambición y circunnavegar el famoso y peligroso estrecho de América austral que hoy lleva su nombre. Magallanes es, frente al obrero Keller, que muere por no matar, un antihéroe que somete las vidas de sus hombres a su empeño y obstinación.
Otra de sus obras de teatro, Montserrat, tiene claras connotaciones españolas, incluidos los personajes. Esta obra de teatro triunfó inmediatamente y ha sido traducida a más de veinte idiomas, incluido el árabe dialectal. En la novela La remontée du fleuve aparece una obsesión de esa generación de escritores que vivieron el absurdo de las guerras: la muerte y el existencialismo. Contagiado quizá por la obsesión de su amigo Camus por la muerte, ya que estuvo siempre gravemente enfermo, Roblès crea un personaje fatalista, envuelto por la tragedia, enloquecido hasta tal punto que dispara a un desconocido y se da a la fuga. Sin embargo, y a diferencia del fatalismo sin remedio de Sartre y de incluso Camus, Roblès ennoblece al personaje rehabilitándolo por medio de una mujer con quien compartirá su secreto. De ahí el título, La remontée du fleuve, que permite al protagonista, Gersaint, escapar de un rápido descenso, un camino cuesta abajo que conduce inexorablemente a la perdición. Para Roblès, el hombre puede redimirse y recobrar su dignidad, que le es innata, para lo cual ha de compartir con los demás o solidarizarse con ellos. Su mensaje vitalista y optimista que lo acerca a su contemporáneo Antoine de Saint-Exupéry, pero el suyo es menos filosófico, más apegado a la existencia real y al drama propio de la vida, al dilema de la elección trascendente.
Es precisamente ese espíritu trágico lo que varios amigos y maestros de Camus y Roblès siempre atribuían a su ascendencia española. Efectivamente, Roblès se interesó por el teatro clásico español (Lope de Vega, Fernando de Rojas, autor de La Celestina y, por supuesto, Cervantes) y por la Generación del 27, con Federico García Lorca a la cabeza, algunas de cuyas obras tradujo y adaptó para el público argelino. Con cierto atrevimiento, uno podría relacionar estos dramas individuales pero, en realidad, también colectivos (Plaidoyer pour un rebelle y La remontée du fleuve), con el drama Fuenteovejuna, en el que un pueblo entero asume unánimemente que el capitán del rey, que ha violado a la hija de la familia que lo hospedaba, fue asesinado por el pueblo colectivamente, negándose a identificar al autor ante la justicia real. La dignidad y el honor son claves en este drama de Lope de Vega, como lo son los celos y las pasiones encontradas de las tragedias de Lorca.
Las conexiones culturales de Roblès con España se extienden también al cine. Roblès pudo asistir en vida al rodaje y el estreno cinematográfico, en 1956, de una de sus obras más conocidas, Cela s’appelle l’Aurore, dirigida por Luis Buñuel y con Lucía Bosé como actriz principal del reparto. También ayudó en el rodaje de la obra de su amigo Camus, L’Étranger, que contó con Marcello Mastroianni como gran protagonista de la película dirigida por Luchino Visconti (1967).
Paradoja importante en las vidas de Roblès y Camus, la obsesión por la muerte quiso que Camus no muriera de su enfermedad crónica, de tipo pulmonar, sino de un fatídico accidente de coche en el que viajaba de acompañante, él que tanto detestaba la velocidad, a la edad de 47 años. En cambio, Roblès, que sufrió terribles accidentes de avión y vio la muerte de cerca muchas veces durante la guerra, vivió una longeva existencia y murió anciano cerca de París a la edad de 81 años.
Roblès y Camus también evocan otra extraordinaria capacidad, la de narrar los pequeños detalles, la vida íntima. Huérfanos de padre los dos, como apuntamos más arriba, sus crianzas se van a desarrollar con sus madres, abuelas y tías, rodeados de mujeres. Esta fuerte influencia femenina les va a aportar una sensibilidad extraordinaria, visible en sus novelas y obras de teatro.
Roblès y Camus son, asimismo, producto de la escuela francesa y del ascenso social que permite. Roblès va a la École Normale de Argel antes de entrar en la universidad, que debe abandonar al comenzar la guerra. Camus dio las gracias a su maestro de Argel cuando recogió el Premio Nobel. Pobres de familia, ambos tienen que trabajar muy duro para ganarse la vida. Pronto tienen familia que alimentar y la escritura apenas da para salir adelante. Camus cae enfermo con asiduidad y debe guardar reposo total. Roblès ve enfermar a su esposa de tifus y sobrevive a una epidemia de esta enfermedad en un pueblo a las afueras de Orán. Su ascenso social es fruto exclusivamente de su trabajo, tesón y de su educación. Por eso no soportan el racismo de la Argelia colonial, en la que, como dice Roblès, «un español pobre vale tan poco como un musulmán o un judío». Cuenta la anécdota de una profesora francesa que se ríe en su cara cuando, de jovencito, él le dice que quiere ser escritor: «¿Un Roblès escritor?», le pregunta con mofa. Pequeños colonos, los dos ocupan posiciones intermedias en un sistema discriminatorio e injusto que se derrumba por momentos. De ahí que sus posiciones éticas y políticas sean controvertidas, pero nunca carentes de honestidad y compromiso.