La necesidad de privilegiar las relaciones euromediterráneas no surge tanto de prevenir un más que hipotético «choque de civilizaciones», sino, en palabras del autor, de la necesidad de preparar a estas dos regiones para compartir su cotidianeidad en un futuro próximo. El Comité Europeo de Sabios para el Diálogo de los Pueblos y las Culturas en el Espacio Euromediterráneo fue constituido en el año 2003 para fomentar y desarrollar el inevitable diálogo intercultural en la cuenca del Mediterráneo y, a su vez, para combinar la cohesión interna de las sociedades europeas con un diálogo creciente entre esos mismos países del sur del Mediterráneo.
En julio de 2002, Jacques Delors declinaba la proposición de su predecesor Romano Prodi para presidir la Comisión Europea. Dicha proposición concernía a la presidencia de un Comité de Sabios, «cuya principal misión sería reflexionar sobre las vías y los medios para imprimir un nuevo arranque a los diálogos entre los pueblos y las culturas en el marco del Partenariado Euromediterráneo». Jacques Delors, acordándose de nuestra colaboración sobre el mismo tema varios años antes, propuso a Romano Prodi que me confiara este papel, proposición que fue aceptada y a la que yo mismo acabé por acceder bajo ciertas condiciones.
Deseé compartir enseguida la presidencia con una personalidad árabe, a ser posible magrebí y a ser posible femenina. Romano Prodi fue quien designó, accediendo a mis deseos, a Assia Alaoui Bensalah, cuya ayuda sería de una pertinencia y una maestría notables. Ya en noviembre de 1995, sabiendo que el Instituto Europeo del Mediterráneo me había invitado a dar una conferencia en Barcelona, Jacques Delors me pidió que me encargara de la introducción de la Conferencia Euromediterránea de finales de aquel mes. Dicha conferencia se había celebrado en Lisboa en junio de 1992, en Corfú en junio de 1994, y en Hessen en diciembre de 1994. Era una idea de Jacques Delors. Gracias a su impulso, los esfuerzos aprobados por la Unión Europea en todos los proyectos de partenariado euromediterráneo en los aspectos financiero, económico y técnico han sido considerables, y Estados Unidos ha tomado buena cuenta de ello. De ahí su reacción, que hoy se manifiesta por medio de una presencia activa e imaginativa.
Sin embargo, en el plano político, la conferencia sufrió una serie de fracasos que consternaron tanto a sus organizadores como al modesto animador que yo haya podido ser. Recuerdo que la entidad euromediterránea mantenía un partenariado con países en conflicto, Argelia y Marruecos, Grecia y Turquía, los Balcanes occidentales, Chipre, Líbano y Siria, y Palestina e Israel. El fracaso que, como observador exterior, me afectó de manera más viva fue la imposibilidad de responder al deseo europeo de ver constituirse un subconjunto magrebí con Libia, Túnez, Argelia, Marruecos y Mauritania. Cuanto más unionistas y unánimes eran las declaraciones en la tribuna, más mostraban las verdades entre bastidores que cada uno de los países prefería tratar directamente con Europa antes que con su vecino. Pudimos ver cómo se proferían los votos piadosos y los sueños vacíos que constituyen el lenguaje engañoso del ecumenismo.
En cuanto a mí, diré que viví muy vivamente el fracaso simbolizado por el escándalo que supuso cerrar una frontera entre dos países de la misma lengua, la misma religión, la misma cultura, la misma historia y los mismos intereses, como son Argelia y Marruecos. Pero nada de esta decepción se dejó traslucir en los informes oficiales para no herir los interesados. Eso explica que pudiera imponer ciertas condiciones antes de aceptar la presidencia del Comité de Sabios. Romano Prodi me confesó que, precisamente porque no quería quedarse con ese fracaso de la política, pretendía volcarse en una experiencia de diálogo cultural. Prodi es un hombre que tiene ciertas facetas «mendesistas»,[1] en el sentido de que no se resigna a la fatalidad de la historia ni a la predeterminación de los individuos. Este tipo de personas no sólo no consideran, como Antonio Gramsci, que conviene sobrepasar el pesimismo de la razón por medio del optimismo de la voluntad, sino que creen que las nociones de pesimismo y optimismo no tienen sentido, ya que es sólo acción lo que las determina.
Todavía faltaba partir de una constatación. Y eso es lo que comenzamos a hacer, Assia Alaoui y yo con la ayuda de 16 personalidades. De ellas, la más célebre era el escritor italiano Umberto Eco y Tariq Ramadan, la más controvertida.
La cultura como vector de diálogo
Los países del Mediterráneo que no pertenecen a la Unión Europea están expuestos a numerosas fuerzas que se oponen a su vocación de formar un conjunto y dejar oír la voz de sus pueblos. Su proximidad con el «vecino del Norte» —de cuya potencia depende en gran medida su unificación— puede inclinarlos a llevar a cabo una apertura igualmente fecunda hacia unas relaciones mejores, más intensas y más igualitarias.
En ambas orillas del Mediterráneo, la globalización viene acompañada de cambios fundamentales. El ritmo del desplazamiento generalizado de los marcos y puntos de referencia establecidos, debido al efecto de la mezcla entre los pueblos y las ideas —así como de los flujos de bienes y servicios— hace que no siempre sea posible discernir lo que se mantiene inalterado en las diferentes «civilizaciones» donde dichas transformaciones se produjeron. Entre un fatalismo resignado frente a una globalización esencialmente económica y los dobleces identitarios de la exclusión, el único medio para que todos puedan construir un futuro común creativo consiste en intentar conducir juntos la evolución. Para eso tienen que darse dos condiciones al mismo tiempo: por una parte, buscar en el diálogo con el otro la fuente de nuevos puntos de referencia para uno mismo y, por otra, compartir con todos la ambición de construir una «civilización común» más allá de la diversidad legítima de las culturas heredadas. En una palabra, y siguiendo la invitación de Léopold Sédar Senghor, «vivir el particularismo hasta el final para encontrar en él la aurora de lo universal». Una civilización común fija su horizonte en lo universal, y, por lo tanto, en la igualdad, mientras que el diálogo se alimenta de la diversidad y, en consecuencia, del gusto por la diferencia.
De la toma de conciencia de esa necesidad nació la voluntad política de proponer una iniciativa fuerte. Dicha iniciativa consiste en desarrollar un diálogo intercultural, entendiendo el término «cultura» no sólo en el sentido tradicional de la palabra, sino también en su acepción antropológica, que incluye todos los aspectos concretos que reviste una cultura práctica de lo cotidiano (educación, papel de la mujer, lugar e imagen de las poblaciones de origen inmigrado, etc.). La cultura es, en esencia, un ámbito de igualdad entretodas las formas que puede adoptar; constituye, pues, el fundamento y el vector de una relación equitativa. Pero también es el lugar por excelencia tanto de las incomprensiones como del buen entendimiento: es, pues, el espacio privilegiado de un trabajo en común y entre iguales para desanudar y enriquecer una relación euromediterránea todavía marcada por muchas prevenciones (imaginarios entrecruzados, papel de los medios de comunicación, etc.) y negativas (de derechos, dignidad, libertad, igualdad, etc.).
¿Por qué hay que privilegiar esta relación? Seguramente no para prevenir un muy hipotético choque de civilizaciones, sino más bien debido a la certeza de que las dos mitades del espacio euromediterráneo pondrán en práctica, en el espacio de medio siglo, la experiencia cotidiana de sus principales complementariedades; por tanto, hoy día es necesario prepararlas para ello. Actualmente, dichas complementariedades ya se están perfilando, pero corren el peligro de no obtener el resultado deseado si no se hace ningún esfuerzo para acompañarlas a lo largo de un ambicioso proceso de encuentro entre los pueblos y las culturas. La apuesta es, pues, histórica y políticamente, capital y muy urgente.
¿Por qué la cultura aparece como vector de diálogo en esta relación? Ciertamente, no se trata de una panacea ni de un sustitutivo de las políticas existentes en el Partenariado Euromediterráneo implantado en Barcelona. Más bien se trata de asociar a las sociedades civiles con las soluciones que pretenden poner fin a las discriminaciones que sufren, todavía con demasiada frecuencia, los ciudadanos europeos de origen inmigrado y a la permanente situación de injusticia, violencia e inseguridad en Oriente Próximo. Así, es necesario poner en marcha programas educativos concebidos para sustituir las recíprocas percepciones negativas por la comprensión y el conocimiento mutuos. Asimismo, este proceso pretende crear condiciones favorables para una combinación armoniosa de la diversidad cultural —especialmente la religiosa—, la libertad de conciencia sin restricciones y en todas sus dimensiones, y la neutralidad del espacio público. Una vez reunidas, dichas condiciones pueden asegurar una secularización abierta, en la que cesen los prejuicios racistas, en particular los antisemitas e islamófobos.
El Comité de Sabios ha mostrado unanimidad en lo referente a condenar con firmeza las doctrinas y discursos que legitimen cualquier forma de exclusión y discriminación, sean cuales fueran sus fines. El Comité de Sabios también ha destacado tres orientaciones operativas en los ámbitos de la educación, la movilidad y la valoración de las buenas prácticas, y los medios de comunicación, y ha dado a conocer cada una de ellas mediante una serie de proposiciones concretas.
La historia reciente se ha caracterizado por una sucesión acelerada de rupturas que se han producido aproximadamente cada diez años: la revolución islámica de 1979 en Irán, la caída del Muro de Berlín en 1989 y, posteriormente, el ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001 contra las torres del World Trade Center. Todas y cada una de ellas han marcado su tiempo y, en su conjunto, han dado forma al mundo de incertidumbres y temores en el que vivimos hoy. Primero a través de síntomas, y después de causas y cambios históricos mayores, dichas crisis han acabado por desvalorizar las formas habituales, así como los métodos y reglas del orden internacional.Bajo el efecto conjugado de estas crisis y de la globalización, las sociedades contemporáneas se ven afectadas por cambios de toda índole cuyo impacto acumulado ha engendrado en su seno profundas evoluciones, e incluso modificaciones en su naturaleza. Este estado de cosas reclama nuevos paradigmas. Hay que revisar el diálogo intercultural teniendo en mente el acta fundacional de la Unesco, en lo referente a que «las guerras se originan en el espíritu de los hombres, y es en el espíritu de los hombres donde hay que fomentar la defensa de la paz».
Lo que más me ha interesado durante las sesiones de trabajo de nuestro comité ha sido ver la permanente confrontación entre dos escuelas de pensamiento: una que hace hincapié en la importancia de la aceptación de las diferencias, y otra que incide en la necesidad de encontrar el mínimo de universalidad de los valores en la diversidad de las culturas. Esta confrontación no ha separado siempre a las personas según sus orígenes. Por ejemplo, Umberto Eco, cuyas intervenciones fueron especialmente destacadas, se consagró en ellas a preparar a la población infantil para una aceptación de lo insólito, lo extraño, lo extranjero y lo diferente. En este empeño se vio acompañado por el politólogo Bichara Khader, quien, partiendo de la alienación colonial y la arrogancia occidental, desconfía de la uniformidad jacobina, centralista y, finalmente, imperial.
En la otra escuela, hemos estado sobre todo atentos a los comentarios de Predrag Matvejevic, novelista y ensayista croata que ha visto en el culto de la diferencia un camino hacia esas «identidades asesinas» —que tan gratas resultan a Amin Maalouf—, y que se decantaba, al igual que yo mismo, por preconizar una concepción activa de la tolerancia que comprendiera una superación de las diferencias toleradas por una mayoría ideal. En principio, todas las religiones son respetables, pero si de ellas no se extrae un principio pedagógico común, la coexistencia no es más que una yuxtaposición arriesgada. De todas maneras, no puede haber una cooperación igualitaria y profunda entre pueblos que se consideran víctimas y pueblos que se arrepienten de haber sido verdugos. A cada instante y en cada recoveco del razonamiento se puede encontrar, imponiéndose con fuerza, la necesidad de un concepto que vaya más allá de las raíces, los orígenes, la etnia y la historia. Y, posiblemente, ésta es la lección más importante.