Para gestionar una buena conservación del medio ambiente en la zona mediterránea es necesaria, en primer lugar, la cooperación real y efectiva entre los países de ambas orillas. Los países del Sur conocen bien los problemas que afectan a la conservación medioambiental, y los criterios que se aplican en el Norte no son válidos para ellos. La actuación política debería sobrepasar los marcos establecidos (gobiernos estatales, UE, etc.) para asegurar una cooperación que posibilitara el establecimiento de áreas protegidas compartidas por varios países. Asimismo, deberíamos encontrar un denominador común en temas ambientales que cuajara en una unión de estados mediterráneos. Ello favorecería la investigación y la colaboración eficiente en varios aspectos relacionados con el medio ambiente: pesca, agricultura, educación, sostenibilidad, etc.
Exordio
Sobre la conservación del medio ambiente en la región mediterránea, y especialmente en aquellas situaciones que puedan promover la cooperación entre países y regiones, se han dicho y se pueden decir muchas cosas; algunas en fecha reciente y por parte de expertos solventes. En estas páginas me limitaré a realizar unas reflexiones sobre dos aspectos complementarios, sobre los cuales tengo alguna experiencia en tanto que profesor de ecología.
El primero de estos aspectos, desde el punto de vista de los problemas del medio ambiente, nos lleva a la cuestión: ¿qué tipo de cooperación es deseable que los países norteños organicen conjuntamente con los del Sur, qué limitaciones tiene esto y cuál es la experiencia hasta ahora? (Norte y Sur se emplean aquí no sólo en el sentido geográfico, sino también en el de desarrollo económico relativo; se trata de una simplificación excesiva pero que nos servirá para entendernos adecuadamente.) ¿Qué cosas no acaban de funcionar en esta cooperación, cuando la ha habido? Y, sobre todo y muy especialmente, ¿somos conscientes de cuál es la base de los problemas ambientales para poder abordar las soluciones con garantías de éxito?
El segundo aspecto tiene que ver con la enseñanza y la investigación en ciencias ambientales: ¿qué puede ofrecer el Norte de la región mediterránea al Sur (o al revés)? Y también, ¿por qué no?, ¿qué puede ofrecer el Oeste al Este (o al revés)? ¿Qué hemos hecho hasta ahora y qué experiencia hemos sacado? ¿Qué queda por hacer?
Cooperación en medio ambiente
La primera reflexión acerca de los problemas ambientales es una obviedad, pero es preciso insistir sobre ella: los países europeos ribereños del mar Mediterráneo tienen una gran ventaja sobre el resto de los países europeos a la hora de afrontar problemas ambientales del mare nostrum: los conocen porque los sufren; los otros países, no (o sólo estacionalmente, cuando sus ciudadanos viajan al sur de Europa a pasar las vacaciones). Los países meridionales de Europa saben qué son los incendios forestales, la carencia de agua, la desertización, el agotamiento pesquero y otros problemas que a los países del centro y norte de Europa les son completamente ajenos. Esta obviedad, que a menudo se traduce en carencias de las políticas europeas hacia los países mediterráneos en lo que al medio ambiente se refiere (los problemas comunes en toda Europa, por ejemplo, la contaminación, son considerados –pero la lluvia ácida es anecdótica en la región mediterránea, por ejemplo–; los exclusivos del Mediterráneo, como los mencionados, casi nunca), nos tendría que acercar a los llamados países terceros mediterráneos (PTM) a la hora de encontrar soluciones a problemas ambientales comunes.
Otra reflexión: un error craso que se ha cometido a menudo en el pasado, pero en el que no deberíamos volver a caer, es querer aplicar a los PTM los mismos criterios que a los del Norte, ya se trate de desarrollo económico (que suele generar problemas ambientales), ya de protección ambiental. Desde el punto de vista del medio ambiente esta aplicación digamos calcada no interesa en los países del Sur –y a nosotros tampoco–, pero es que, además, no es posible, porque está abocada al fracaso (por ejemplo, porque la sensibilidad hacia el medio ambiente va muy ligada a un cierto grado de bienestar económico y social, que alguien ha asimilado a la mala conciencia del degradador de la naturaleza, pero que seguramente tiene connotaciones más prosaicas: sólo cuando los problemas básicos están resueltos podemos ocuparnos de los que pueden considerarse secundarios: primum vivere…).
Hay dos reflexiones, también dentro de este contexto, que quizás habría que fundamentar. La primera es que el desarrollo económico propio de la sociedad occidental exige un consumo elevado de todo tipo de recursos, ya sea interno o externo, y el Sur raramente es consumista, y es poco exportador (o bien lo es de productos del sector primario). En segundo lugar, lo que para el Norte pueden ser problemas ambientales, para el Sur son muy a menudo problemas de mera y simple subsistencia, básicos.
¿Cuándo se puede pedir que el Sur invierta en protección del entorno? Un triple ejemplo me servirá para explicar cómo veo que esta exigencia es factible. Corresponde a tres zonas húmedas de Tunicia, cada una de las cuales está protegida por el gobierno de aquel país por razones muy diferentes. Bahiret el Biban es una gran laguna litoral, la más meridional del país, separada del mar Mediterráneo por una barra susceptible de urbanizarse (al estilo de lo que ha ocurrido en la Manga del Mar Menor en España). Pero este desarrollo turístico se ha impedido hasta ahora, a pesar de las presiones internas y externas, porque la acuicultura de la laguna genera la cuarta parte de la producción piscícola del país, que se exporta hacia Europa y se paga con divisas. Los beneficios económicos del desarrollo turístico de la laguna no compensarían, a buen seguro, los de la explotación piscícola y la protección conjuntamente; la degradación ambiental sería muy grande, como lo es en el caso español mencionado y se puede observar en otras áreas litorales de Tunicia.
El segundo caso corresponde al Lago de Túnez, otra laguna que era ejemplo, hasta hace pocos años, de contaminación extrema en el Mediterráneo en todos los textos de referencia. Desde entonces, las dos mitades de esta laguna se han depurado para mantenerlas limpias para el turismo europeo. El hecho de tener la ciudad de Túnez, que basa en el turismo buena parte de sus ingresos económicos, prácticamente rodeada por una cloaca pestilente propició la depuración, que se hizo con ayudas europeas, especialmente alemanas (como es alemán la mayor parte del turismo), además de las tunecinas. El acicate aquí fue la necesidad de acoger un turismo de calidad que encuentre el entorno más interesante que en los países turísticos competidores, los norteños.
El tercer ejemplo es el de otra laguna, la de Ichkeul, en este caso de aguas dulces, con una riquísima fauna de aves migratorias, que convenía proteger desde todos los puntos de vista. El gobierno tunecino estaba dispuesto a extraer de la laguna tanta agua como hiciera falta para que la ciudad de Bizerta, que se halla en las inmediaciones, pudiera obtener la que su industria necesitaba y la que se preveía que podría necesitar en el futuro. Pues bien, hizo falta una ayuda europea muy importante para poder mantener, al menos parcialmente, esta laguna, que por su biodiversidad aviar sería el equivalente del Coto de Doñana o del Delta del Ebro para aquel país, con el fin de conservarla como área riquísima en aves al tiempo que se permitía un desarrollo menos agresivo para Bizerta (Ros, 1997, 2001). Hay que reconocer, sin embargo, que la extracción de recursos hídricos ha sido superior a la prevista, que ha habido salinización por intrusión de agua marina, y que la población de aves ha disminuido en la última década.
En todos estos y otros casos es muy evidente el papel del turismo, que es a la vez una bendición y una maldición (Ros, 2003, 2007). Una bendición porque genera riqueza y abre los países receptores a los vientos del desarrollo social y político, y no sólo económico, que los visitantes europeos aportan. En contrapartida, los aspectos negativos del turismo no son pocos. En primer lugar y generalmente, en los países del Sur las áreas turísticas están apartadas de los cascos urbanos o rurales: no hay por ahora la fecunda mezcla que hubo, por ejemplo, en España en los años del boom turístico y que propició la entrada de ideas nuevas en unos momentos de cierre político, social y cultural (que, dicho sea de paso, es la situación actual, por varias razones, en muchos de los PTM, a pesar de la primavera árabe).
En segundo lugar, la población abandona el sector primario para ir a los servicios básicos (hostelería), pero no más allá, de forma que se genera una sociedad de servicios. En tercer lugar, el turismo puede afectar negativamente al medio ambiente (y suele hacerlo); pero, al mismo tiempo, la presión de los turistas europeos, que quieren una oferta de más calidad, puede ser la semilla que genere más respeto para el entorno, como ha ocurrido en Tunicia.
Hay que encadenar este comentario con otra reflexión obligada. No se debe confundir medio ambiente exclusivamente con la contaminación de aguas, suelos, atmósfera; tampoco debe asociarse la contaminación exclusivamente a los efectos sobre la salud humana. En el mar Mediterráneo es muy importante la ocupación del espacio litoral por construcciones de todo tipo, la degradación de los ecosistemas, las presiones sobre las especies de animales y plantas y las comunidades naturales, la sobrepesca, el agotamiento de los acuíferos, la erosión del suelo, etc. (Ros, 2001).
La problemática ambiental tiene una base demográfica y energética y, por tanto, económica. Hay una pescadilla que se muerde la cola y que es difícil de resolver a medias o, muy a menudo, con chapuzas: hay que ir a las raíces y resolver los impactos demográficos y económicos.
Lamentablemente, es habitual dividir a los países en ricos y pobres, y desde el punto de vista tanto de la economía como de la ecología es difícil prever un futuro en el que esta situación de Norte y Sur, como ya se ha dicho, pueda variar. Es de aplicación aquí el llamado principio de San Mateo, que dice que los ricos serán cada vez más ricos y los pobres, más pobres, y esto es básicamente porque los países sureños del Mediterráneo crecen en demografía y los norteños, en utilización de recursos de todo tipo, especialmente energéticos. Esto es muy difícil de resolver, al menos en un futuro a corto y medio plazo.
La solidaridad expresada, entre otras cosas, en forma de cesión del 0,7% del Producto Interior Bruto (cuando se realiza: la actual crisis económica no ayuda, precisamente, a extender esta medida, que no deja de ser una muestra de buena voluntad por parte de algunos países), no es suficiente. Entiendo que hace falta colaborar para resolver el problema demográfico por las únicas vías posibles: la integración de los inmigrantes en el Norte, y el aumento del nivel de vida en el Sur, que como subproducto reduce la natalidad. Y hay que resolver la problemática económica a través de la condonación de la deuda externa y de un desarrollo económico que no siga las pautas ya tan conocidas que en el Norte sólo funcionan (y apenas) con una sociedad consumista que derrocha energía y alimentos, y que se puede permitir invertir en protección ambiental. En el Sur (y aquí “Sur” es de aplicación a todos los países del Tercer Mundo, no sólo a los mediterráneos), estos lujos son difícilmente posibles.
Algunos aspectos ambientales derivan de una agricultura de subsistencia agresiva con el medio, pero también de una agricultura intensiva destinada a la exportación, y la entrada de divisas parece justificar cualquier entuerto. Una agricultura sostenible sería más respetuosa con el ambiente (cada país sería más eficiente en relación con su clima), gastaría menos agua, generaría menos contaminantes y podría dedicarse a resolver problemas de alimentación. Asimismo, la manera en que el Norte mediterráneo (España, Italia) está tratando el tema de la pesca es vergonzosa y no favorece nada el comportamiento del Sur hacia los recursos marinos (Ros, 2001).
La creación de un estado de opinión favorable a la protección de la naturaleza en el Sur supone favorecer la presencia y actividad de grupos ecologistas, ONG, asociaciones, etc. Ello conlleva un cambio político hacia una mayor democracia y participación, que son pasos previos y necesarios para cualquier política medioambiental. El papel de la mujer es fundamental, pero su participación en los asuntos sociales no tendría que interferir con la manera de ser de los países, ya bastante conflictiva por otras razones. La no injerencia norteña en los modelos de funcionamiento del Sur debería tenerse en cuenta, siempre que en estos países se respetara un marco mínimo de derechos fundamentales.
Está todavía en sus inicios otro tipo de colaboración que puede resultar muy importante: el establecimiento de áreas protegidas, terrestres, litorales, insulares o marinas, bajo administración compartida de dos o más países. La naturaleza no entiende de fronteras políticas ni de legislaciones distintas, y algunas especies migratorias (aves, peces, tortugas, etc.) recorren rutas internacionales y están sometidas a criterios diversos de explotación y conservación. No parece tan difícil ponerse de acuerdo para proteger conjuntamente áreas valiosas desde el punto de vista ecológico, como se hace (pero no de manera generalizada) para explotar de manera sostenible recursos compartidos. Algunos ejemplos incluyen áreas litorales o marinas comunes a Francia, Italia y Mónaco, España y Marruecos y España y Portugal, pero son todavía la excepción a una regla que debería generalizarse (Ros, 2001, 2003, 2007).
A otra escala, los acuerdos internacionales sobre el medio ambiente son una cosa, y el modelo de crecimiento urbanístico, económico, industrial, etc, de cada país, norteño y sureño, otra. Ambos tendrían que concordar para poder establecer las pautas de actuación. No es en absoluto disparatado pensar que, en cuestiones ambientales, los países mediterráneos puedan asociarse y resolver conjuntamente sus problemas, en un marco que rebase no sólo los diferentes convenios que hasta ahora ha habido, más bien tímidos, sino el mismo marco de la UE. Del mismo modo que para temas culturales o comerciales, Gran Bretaña y Francia juegan a la vez en la UE y en la Commonwealth y la Francophonie, respectivamente, para los temas ambientales los países mediterráneos deberían encontrar un denominador común que cuajara en unos Estados Unidos del Mediterráneo para el medio ambiente, o algo parecido (Ros, 2001).
Cooperación en investigación
En lo que se refiere a enseñanza e investigación en medio ambiente, tengo una cierta experiencia en la coordinación de un programa de tercer ciclo (doctorado) que juntaba a alumnos de Marruecos, Tunicia y Malta, los colocaba en Barcelona durante dos meses y, además, enviaba profesores de aquí y de otras universidades norteñas (Francia, Italia) a las de estos países para realizar estancias docentes cortas. Los cursos de dicho programa, MEDCAMPUS, eran sobre ciencias del mar, pero había un interés especial por parte de los estudiantes en los aspectos más aplicados (acuicultura, por ejemplo) y ambientales (estudios de impacto ambiental, etc.) (Ros, 1999a).
Este proyecto duró tres años de la década de 1990, y de la experiencia del mismo se podrían extraer algunos aspectos pertinentes para el tema que nos ocupa. Las universidades norteñas son todavía demasiado egoístas; las del Sur, demasiado rígidas; los investigadores y grupos de investigación, de aquí y de allá, están demasiado centrados en sus propios problemas. Hay también, todavía, demasiadas carencias materiales y lingüísticas, pero se pueden ir resolviendo. Dos ejemplos muy positivos: Royal Air Maroc ofertaba pasajes de avión a precios muy asequibles a los estudiantes y profesores marroquíes inscritos en el programa MEDCAMPUS; por su parte, la Universidad de Barcelona impartía a los estudiantes, de manera intensiva, eficientes crash-courses de castellano durante los quince días previos a la asistencia a los cursos de ciencias del mar. Los estudiantes recibían la mayoría de las clases en castellano, pero también en inglés y francés.
Sin embargo, es necesaria una intensificación de las ayudas y programas que la UE dedica a esta colaboración Norte-Sur, y también una reconducción de usos docentes consagrados (por ejemplo, las obligaciones docentes sobrecargadas del profesorado de nuestras universidades) que impiden una mejor cooperación. Los presupuestos totales dedicados a estos proyectos deberían ser más importantes que en la actualidad, pero a menudo los programas concretos que canalizan las ayudas hacia los PTM pueden ser irreales o poco adecuados. Por ejemplo, no es realista hacer gravitar programas docentes como el mencionado en países del Sur; aunque esto promovería seguramente una mayor implicación de sus universidades, sería mucho mejor si los proyectos los diseñaran los países del Sur (que saben qué problemas tienen) y los norteños conjuntamente, y estos últimos pusieran todo su know-how para resolverlos, y si los estudiantes y profesores de la orilla meridional del Mediterráneo pudieran entrar en contacto con los centros de enseñanza superior e investigación de la orilla septentrional.
Porque, ¿qué es lo que más aprovechan los estudiantes del Sur cuando están aquí? Más incluso que los cursos formales que se les imparten (en el caso que comento, en el contexto de las ciencias del mar), aquello que valoran más los futuros profesionales de los países terceros mediterráneos son lo que les suele faltar en sus universidades de origen: básicamente las pesquisas que pueden hacer por su cuenta en nuestras surtidas bibliotecas, el acceso libre a internet para explorar revistas y páginas web de universidades y centros de investigación accesibles en la red, el contacto con los estudiantes de aquí y, en especial, con los profesores de nuestros departamentos universitarios y con los investigadores de nuestros centros de investigación. La valoración de estos diferentes aspectos era generalizada en los informes que redactaban los estudiantes al final de su estancia, pero a veces había consideraciones adicionales, que deberían hacernos pensar.
Por ejemplo, la convivencia con los estudiantes del Norte deshacía muchas ideas preconcebidas con respecto a los “riesgos” (religiosos, sociales, políticos) de sumergirse, aunque fuera por un breve período, en una sociedad occidental, burguesa, laica y poco religiosa, en comparación con las del Sur. Asimismo, los estudiantes valoraban muy positivamente la relación con los profesores catalanes, que curiosamente siempre salían mucho mejor parados (en cuanto al trato humano y al tiempo dispensado a las consultas de los estudiantes, con independencia de los conocimientos académicos del profesor) en comparación con los profesores de los países de origen, quizás demasiado “estirados” en su relación con sus pupilos, como supuestos herederos de un pasado colonial que tratan de olvidar, sin demasiado éxito. Nil novi sub sole: viajar, convivir, compartir nos hace a todos más personas y nos recuerda que pertenecemos a una misma especie y compartimos una misma historia y una misma región geopolítica, antigua y diversa, pero común. Las políticas medioambientales y de formación en ciencias ambientales en la región mediterránea deberían partir de esta base fundamental.