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Co-edition with Estudios de Política Exterior
Sector agroalimentario en el Mediterráneo: tendencias globales frente a viejas políticas de cooperación
El peligro actual no es tanto la producción de productos de calidad mediterránea, ni su comercialización, sino el modelo de organización de la cadena alimentaria.
Omar Aloui
Los turistas que visitan el oasis de Tiut, cerca de Tarudant, en el sur de Marruecos, pueden dar fe de ello: la globalización es un hecho. En efecto, algunos productos elaborados por las mujeres de la zona y antes destinados al consumo local, como el aceite de argán, se venden ahora en las tiendas chic de Alemania, Suiza, Francia o Japón, y suponen una significativa aportación de recursos para las familias de este pueblo. Al mismo tiempo y no lejos de allí, los productores y los comerciantes que prosperaban bajo un régimen comercial proteccionista, como el sector de repostería, sufren la competencia de los productos alimenticios importados y más o menos “de oferta” en el enésimo supermercado de una gran cadena europea.
Esta descripción de los efectos “probados” de la globalización en el sector agroalimentario, sin duda no es original ni es el objeto de este artículo. Nuestro análisis trata más bien de los cambios en las reglas del juego derivados de la globalización que, en este sector, articulan a la vez los intercambios entre los distintos territorios, las relaciones entre el mundo campesino y el mundo industrial, y la eficacia de las políticas públicas en general y la de las políticas de cooperación regional en particular, como las organizadas a partir de la puesta en marcha del Proceso de Barcelona.
Después de resumir el escenario perfilado por las tendencias globales, destacaremos algunos datos fundamentales de estas tendencias, para proponer después un nuevo marco de diálogo euromediterráneo en materia agrícola y alimentaria. En este espacio mediterráneo en el que el sector agroalimentario constituye a menudo uno de los principales creadores de empleo en varios países, tanto del Norte como del Sur, el desafío social y económico es enorme.
Tecnología, mercado y posibles escenarios
El sector agroalimentario ha experimentado una evolución paralela a las técnicas y a los mercados, marcada por la búsqueda de economías de escala y de rentas ligadas al control de dichos mercados. Actualmente, los protagonistas no son los que producen, como en los tiempos de escasez, ni los que transforman, como en los tiempos del éxodo rural. Hoy, los actores principales son los que dominan las condiciones de acceso al consumidor, ya sea fijando las normas y los estándares o por medio del control de la distribución final. Antes de conocer esta revolución en las reglas del juego consecuencia de la globalización, el sector vivió cambios importantes en lo que se refiere a la tecnología y a la organización de los mercados.
En un primer momento, la industria agroalimentaria se constituyó sobre la base de una ampliación empírica de los procesos artesanales conocidos en materia de conservación, separación y transformación, gracias a las técnicas de secado, fermentación, abono, congelación, molienda y triturado. En una segunda etapa, la industria adoptó una estrategia de sustitución, con el fin de reducir su dependencia con relación a la fase preliminar agrícola, y recurrió a la posibilidad de intercambio de los elementos de la producción, a la utilización creciente de sucedáneos químicos, en forma de aditivos o de ingredientes, y a la reducción de la parte que representan los factores de producción agrícolas en el valor final de los productos.
Con el tiempo, la industria se distanció progresivamente de su base agrícola, en particular en lo que se refiere a los productos que tienen una cotización internacional (café, cacao, azúcar y cereales). Aún así, a lo largo de esta etapa de sustitución, la industrialización siguió siendo parcial. La tercera generación de la industria estuvo marcada por el ataque “contra” la actividad culinaria, dirigido por la industria de comida rápida y preparada, que ha generado toda una serie de nuevas actividades y un crecimiento que alcanza tasas muy superiores a las de las industrias clásicas. La cuarta generación estuvo marcada por la búsqueda de la satisfacción de la demanda, por la innovación y por la diversificación.
Con esta evolución, la medida de las economías de escala se redefinió en función de los costes logísticos, publicitarios y de marketing. La quinta y más reciente generación es la de las empresas del sector que recurren a la biotecnología y que pueden beneficiarse de las mejoras de la productividad impulsadas por ella.
Modificación de las reglas y posibles tendencias
Los factores que modifican las reglas del juego en el espacio mediterráneo guardan relación tanto con la organización de la oferta como con la de la demanda de productos alimenticios. Respecto a la oferta, el sector agroalimentario evoluciona al ritmo marcado por las siguientes tendencias. Por un lado, la globalización de la producción, que reduce progresivamente la ventaja que tenía antiguamente el Mediterráneo en algunos productos como por ejemplo las aceitunas, los dátiles, los cítricos, los vinos o los higos.
Por otro, la movilidad creciente del capital y de la mano de obra que, de hecho, hace competir a los territorios y erosiona de forma significativa su capacidad para decidir de manera autónoma. Respecto a la demanda, el sector ha vivido también grandes cambios. Por una parte, la presencia cada vez más activa en la zona mediterránea de grandes grupos de distribución cada vez mayores, a través de las compras y las inversiones en grandes superficies. Por otra, la multiplicación de las normas y de los estándares en materia alimentaria, que tiene un efecto de selección masiva de los productores en la fase preliminar y favorece la concentración de las unidades, y termina por desorganizar los sistemas productivos locales que funcionan siguiendo una lógica de redes ligadas a los territorios y a los recursos, y de competitividad sistémica.
Los legisladores responden a diversas categorías: organismos multilaterales como la Organización Mundial del Comercio- OMC (acuerdo relativo al acceso a los mercados; acuerdos SPS, relativos a la utilización de los productos fitosanitarios; acuerdo TBT, relativo a las barreras técnicas al comercio), la Organización Mundial de la Salud-OMS (normas Codex Alimentarus, código de definición de los productos y los procesos de fabricación de los productos alimenticios) y la Organización Mundial de Sanidad Animal-OIE, que define las normas para los productos animales; organismos privados como la Organización Internacional para la Estandarización (normas ISO), el Sistema de Análisis de Riesgos y de Puntos Críticos de Control- HACCP, EurepGAP (norma de calidad en materia de trazabilidad adoptada por las grandes distribuidoras europeas) y el British Retail Consortium-BRC; organismos de certificación de calidad en agricultura biológica como la Denominación de Origen o los Indicadores Geográficos (IG); y por último, las organizaciones de consumidores.
En los cambios en curso se ve claramente que lo que está en peligro no es tanto la producción de productos de “calidad mediterránea”, ni su comercialización, sino más bien el modelo de organización de la cadena alimentaria que hay detrás. Más exactamente, nos dirigimos hacia un contexto en el que las pequeñas y medianas empresas que dominaban el sector no podrán sobrevivir fácilmente. Marginadas, verán cómo decae su cuota de mercado o sobrevivirán al margen de las grandes unidades integradas en las redes globales.
Nuevos protagonistas y nuevas tensiones
La estrategia de los protagonistas que dominan los sectores agroalimentarios es bien conocida: segmentación de los mercados a través del control del aval; desarrollo de las marcas globales; ampliación de la gama de productos; intensificación del uso de las nuevas tecnologías; desaparición de los productos de imitación, por medio de su adquisición; e integración creciente con los proveedores de materias primas. Sin embargo, las estrategias de estos macro protagonistas suscitaban y suscitan fuertes tensiones que los obligarán a afinar su puntería en un proceso cuyo resultado sigue siendo incierto:
– El movimiento a favor de la globalización de los suministros se contrarresta con una mayor valoración de la proximidad por parte de algunos tipos de consumidores y de los movimientos ecologistas.
– La extensión de los mercados de productos y servicios estandarizados convive con un gran crecimiento de la demanda de productos diversificados. – En materia de investigación y desarrollo, el sector está inspirado por un nuevo productivismo que provoca una gran oposición.
Propuesta de diálogo para un nuevo marco de negociación
Frente a esta realidad, el marco de cooperación en materia agrícola y agroindustrial entre la Unión Europea (UE) y el sur del Mediterráneo resulta muy obsoleto. Al apoyarse en el principio de excepción agrícola y de la reforma de los intereses nacionales, cada vez más virtuales, excluye vías de convergencia entre los protagonistas de las dos orillas que tienen un interés objetivo en cooperar, para seguir existiendo y para controlar en parte su destino en el marco de la globalización.
El marco actual de cooperación no permite tener en cuenta estas tendencias globales que hacen peligrar el modelo mediterráneo, y mucho menos afrontar las amenazas y aprovechar las oportunidades. A título de ejemplo, las negociaciones entre la UE y Marruecos, que tropizan con temas de cuotas, de calendarios y de otras definiciones de productos “sensibles”, parecen completamente desfasadas con respecto al funcionamiento actual de la economía alimentaria.
En los dos bandos hay las posiciones de defensa de los intereses “nacionales”, definidos como los intereses de las producciones establecidas en cada uno de los territorios. Ahora bien, en el juego global actual, las ventajas “arrancadas” por un país dado no constituyen automáticamente una ventaja permanente para los operadores que ejercen en ese país. Todo dependerá del juego de los actores globales. Podrán aprovechar directamente esta distorsión suplementaria de la competencia para organizar una plataforma de producción, cuyo valor añadido se repartirá según las relaciones de fuerza, que están sobradamente a su favor.
Con la movilidad actual de los capitales y de los trabajadores, es ilusorio creer en la creación duradera de riqueza por medio de la manipulación de los “derechos de entrada” controlados por los Estados. A pesar del lenguaje liberal adoptado, la lógica de la hoja de ruta se basa sobre todo en tres hipótesis difíciles de admitir, dadas la sofisticación y la globalización de los mercados alimentarios:
– Los costes de producción de la materia prima bruta no son el factor determinante de la competitividad de los productos en la era de la trazabilidad y del marketing;
– Los costes de producción de la materia prima dependen cada vez menos de las condiciones naturales y cada vez más de la incorporación de las tecnologías transferidas por las inversiones extranjeras directas (IED);
– La demanda no puede considerarse ya como un dato exógeno, sino que la producen las estrategias de innovación cada vez en mayor medida.
Más grave todavía es que, en lugar de contribuir a crear una visión compartida sobre las cuestiones de interés común provocadas por la evolución de la economía alimentaria a escala global, la agenda actual intensifica los conflictos sobre la base de falsos argumentos y de falsas premisas. No es cierto que los productos de origen marroquí necesiten un tratamiento preferente para exportarlos. No es cierto que los beneficiarios de los contingentes arancelarios sean siempre los pequeños campesinos pobres, candidatos a la emigración clandestina.
No es cierto que los productores europeos tengan necesidad de preferencia, para ocupar el terreno en Marruecos. Pueden perfectamente desviar en su provecho las protecciones marroquíes, como se ha dado el caso. No es cierto que la producción de frutas y verduras en Europa empobrezca a Marruecos, sino que contribuye incluso a emplear parte de su mano de obra. Es decir, todas las relaciones simples, incluso simplistas, que asocian la producción en un territorio con las preferencias comerciales de las que se beneficia y que ligan esta producción con el enriquecimiento del territorio y de las poblaciones residentes, constituyen actualmente verdaderas cortinas de humo que impiden ir a lo esencial. Si la globalización significa un relajamiento de los vínculos entre territorios y producciones, constituye entonces una gran amenaza para el modelo mediterráneo.
No se logrará reducir esta amenaza enfrentando a los territorios entre ellos sobre problemas en los que no hay nada en juego. Con más clarividencia y más audacia, debería ser posible definir un nuevo marco de negociación “agresivo”, centrado en la salvaguarda y en la modernización del modelo mediterráneo, y para ello, abrir el diálogo sobre los factores decisivos de la nueva economía alimentaria, como son la elaboración de normas específicamente mediterráneas, la regulación del movimiento de las IED y de las adquisiciones en este sector, la gestión de los flujos migratorios o los instrumentos del desarrollo territorial.
En lo relativo a estas cuestiones, por desgracia el enfoque nacional sigue dominando en el contexto mediterráneo. Para terminar, pondré un ejemplo sobre este asunto que procede de las últimas Reuniones sobre Agricultura en Francia. Cuando tuvo lugar este acontecimiento, organizado por iniciativa del ministro, se identificaron claramente las amenazas que entraña la globalización, especialmente las que proceden de Asia y de América Latina.
En la respuesta a esta amenaza, articulada alrededor de una estrategia basada en la identidad y en la calidad de los productos, no se hizo ninguna referencia al espacio mediterráneo. Si los problemas serios se excluyen del diálogo entre las dos orillas, será sorprendente que las negociaciones sobre temas secundarios lleguen a buen término.