Retos europeos en el Mediterráneo: las lecciones del pasado año

Risto Veltheim

Coordinador de Asuntos Euromediterráneos, Ministerio de Asuntos Exteriores, Finlandia

2009 ha sido un año difícil en lo que respecta a las relaciones políticas en la región euromediterránea. Las disputas acerca del grado de participación de la Liga Árabe en el futuro de la Unión para el Mediterráneo, el conflicto de Gaza y la ausencia de reuniones de expertos a nivel regional han sido algunos de los acontecimientos negativos que han marcado la agenda política de este último año. Sin embargo, los buenos auspicios de la Unión para el Mediterráneo, posibles gracias al trabajo realizado desde el Proceso de Barcelona, mantienen vivo el espíritu euromediterráneo. Éste permanece necesariamente ligado a las políticas de vecindad con los países nórdicos y bálticos, los cuales han participado activamente en la evolución y el desarrollo de la región euromediterránea desde los inicios del Proceso de Barcelona.

En el momento de redactar estas líneas, a finales de 2009, dejamos atrás un año difícil en las relaciones euromediterráneas. Asimismo, para muchos estudiosos y observadores independientes, es un año de contratiempos y frustraciones. Los nuevos y audaces proyectos concebidos en la cumbre de París en julio de 2008 siguen siendo sólo promesas. Asimismo, en muchos de los ámbitos tradicionales de nuestras actividades intergubernamentales hemos estado estancados en la práctica. Ya el otoño de 2008 se vio seriamente afectado por la disputa política sobre la participación, o no, de la Liga Árabe en los futuros trabajos de la Unión por el Mediterráneo. La cuestión se resolvió en la reunión de ministros de Exteriores de noviembre, y la Liga Árabe se convirtió así en participante de pleno derecho a todos los niveles. El verdadero golpe, no obstante, se produjo en enero de 2009, cuando estalló el conflicto de Gaza y el grupo árabe pidió que se interrumpieran todas las reuniones intergubernamentales.

Recordemos que, de unas 15 reuniones ministeriales sectoriales planeadas, discutidas y aprobadas en el plan de trabajo de Marsella el pasado mes de noviembre, no se celebró ninguna durante la presidencia checa de la Unión Europea, en el primer semestre del presente año. Sólo a finales de junio se convocó en París una reunión de nivel ministerial sobre los futuros proyectos de desarrollo sostenible en la Unión por el Mediterráneo. Aunque en sí mismo fue un encuentro muy fructífero, no se consideró una reunión ministerial regular, y terminó sin conclusiones formales.

Asimismo, otras actividades conjuntas de los expertos, como las reuniones sobre la lucha contra el terrorismo, el fomento de las relaciones comerciales, el Horizonte 2020 o las cuestiones de la Política Europea de Seguridad y Defensa, no se celebran desde enero de 2009. Este vacío se ha compensado en parte por las actividades de nuestras instituciones y ONG comunes, que mantuvieron viva la llama del diálogo en una situación muy delicada. Quisiera mencionar en especial a la Fundación Anna Lindh para el diálogo entre culturas, que ha trabajado de manera rápida y oportuna en los efectos que podía tener el último conflicto palestino-israelí en dicho diálogo, en la medida en que parecía surgir una creciente brecha en las percepciones sobre el conflicto entre las distintas partes del Mediterráneo.

Además, se encontró una nueva sinergia entre la Fundación Anna Lindh y la Alianza de Civilizaciones en su reunión conjunta de alto nivel celebrada en París en marzo de 2009. Como resultado, se elaboró y puso en marcha un programa pertinente y muy necesario llamado «Restaurar la confianza, construir puentes». Así, la dirección de la Fundación, en las personas de su presidente, André Azoulay, y su director, Andreu Claret, ha estado a la altura de las expectativas en estos tiempos turbulentos. Las reuniones de la Asamblea Parlamentaria Euromed, ahora bajo la dirección del presidente del Parlamento Europeo Hans Pöttering, han servido a ese mismo propósito.

A comienzos de julio se anunció un nuevo calendario de reuniones ministeriales para el segundo semestre del año, empezando por la reunión de ministros de Economía del 7 de julio y terminando con la reunión de ministros de Exteriores de noviembre. Cabe desear que las circunstancias sobre el terreno, y especialmente en el ámbito de Gaza, sigan por ese camino. Pese al difícil período transcurrido, la creación de las nuevas instituciones y reglas de la Unión por el Mediterráneo ha requerido el trabajo de muchas personas en el primer año tras la cumbre de París celebrada en 2008. El más profundo deseo de todos los miembros de la familia euromediterránea es ver funcionando su secretaría en el hermoso Palau de Pedralbes lo antes posible. Sólo cuando esto se logre habrá una nueva Unión por el Mediterráneo en pleno funcionamiento. La fecha tope de finales de mayo de 2009 establecida por nuestros ministros en Marsella (en noviembre de 2008) se ha superado ya. Prosigue todavía la tarea sorprendentemente delicada de formular las declaraciones generalmente aceptadas en unos textos legalmente vinculantes.

Aunque no se ha presenciado el progreso y la dinámica del Partenariado Euromediterráneo esperados, el pasado ha sido un año de aprendizaje y reflexión. Lo primero que hay que tener en cuenta es que estamos trabajando en un entorno más político, si no políticamente explosivo, del que muchos ya eran conscientes. La labor euromediterránea, y en particular su dimensión multilateral, no es sólo un proyecto de cooperación técnica o un programa económico. Es básicamente un proyecto político, una visión política, concebido para respaldar el proceso de paz y consolidar los cimientos de la cooperación regional a raíz de los Acuerdos de Oslo de 1993. Desde el principio, con la primera reunión en Barcelona en 1995, este proyecto se basaba en el supuesto de una plena integración de todos los participantes, para colaborar conjuntamente de cara a la creación de una zona de paz, seguridad y prosperidad compartidas. Se dio ese estatus a la Autoridad Palestina, ya considerada y reconocida por muchos como embrión del futuro estado palestino. Si se le niega ese carácter de estado, no puede haber auténtica participación, tal como los propios representantes palestinos nos han dicho en nuestras sesiones de diálogo político. Ésa es la razón por la que la suspensión, originariamente iniciada como protesta por la acción militar israelí en Gaza, se vio reconfirmada tras las elecciones israelíes de marzo de 2009, dado que éstas llevaban en la práctica a un punto muerto el proceso de cara a una solución con dos estados, establecido ya durante la anterior administración de Israel.

No cabe duda de que el propio espíritu euromediterráneo, que ahora trata de crear una Unión por el Mediterráneo viable, se refuerza o debilita en la misma medida que la capacidad de los principales agentes para mantener encarrilado el proceso de paz. ¿Cómo avanzar, entonces, con el doble reto de hacer más en un entorno más vulnerable? Ya desde que se lanzara la iniciativa de la nueva Unión por el Mediterráneo, se convirtió en lugar común decir, especialmente en los medios de comunicación, que el Proceso de Barcelona había sido un fracaso. Personalmente, lo interpreté como un argumento bastante político o interesado, puesto que apenas correspondía a la verdad objetiva. Pero el propósito útil era, obviamente, movilizar el apoyo general para un proyecto más ambicioso.

Sin embargo, el Proceso de Barcelona ya estaba ya en plena y constante evolución en nuevas áreas y nuevas prioridades, siempre según la iniciativa o los deseos específicos de los países participantes. Si alguien tuviera que escribir la historia del Proceso de Barcelona desde 1995, no sería ciertamente la historia de un fracaso. Lejos de ello, ha contribuido a la conciencia de un destino común en el área mediterránea, y ha creado vínculos y métodos de trabajo que antes no existían. El hecho de que la situación global en el área mediterránea no haya cambiado lo suficiente, y ciertamente no tanto como se esperaba, es más bien una responsabilidad del entorno internacional rápidamente cambiante, los insuficientes procesos de reforma interna a nivel nacional, y la falta de capacidad para resolver problemas políticos fundamentales. El Proceso de Barcelona, respaldado ahora por las estructuras de la nueva Unión por el Mediterráneo, era, obviamente, más modesto que su sucesora. No tenía instituciones formales comunes, y resultaba menos visible (a veces, y para vergüenza nuestra, incluso era ignorado por la mayoría de la prensa diaria europea). Pero funcionó y siguió creciendo a través de un modus vivendi característico, unas prácticas comúnmente aceptadas y una experiencia propia. Frente a las actuales dificultades que entraña la creación de instituciones comunes y la formalización de las relaciones intergubernamentales, estos hechos deberían al menos tenerse en cuenta a fin de comprender mejor los actuales desafíos.

Incluso el argumento de la falta de visibilidad del Proceso de Barcelona podría replantearse. De hecho, en muchas áreas delicadas este aspecto nos protegió de numerosos riesgos y peligros, y permitió que el trabajo intensivo pudiera proseguir. Muchas veces era más fácil simplemente hacer las cosas bajo una «aprobación tácita» que redactar principios solemnes y buscar publicidad. Esto es cierto especialmente cuando todo el partenariado bascula constantemente entre la esperanza y la desesperación, y lo que por una parte es un éxito puede verse como un contratiempo por otra. Pero a pesar de la ausencia de reglas escritas, lo cierto es que funcionó. El proceso siguió adelante, creció en sustancia e hizo progresos. En 2005-2006, por ejemplo, nos esforzamos en poner por escrito las reglas de una forma codificada, y también en mejorar nuestros propios métodos de trabajo. Posteriormente, este proceso se abandonó, dado que sencillamente no fuimos capaces de poner por escrito siquiera las prácticas entonces vigentes.

Cuando Finlandia ejerció la presidencia en el segundo semestre del año 2006, uno de los activos fundamentales que teníamos era la posibilidad de sacar provecho de la responsabilidad y confianza comunes que había que ganarse por parte de los miembros para beneficiar a todo el mundo. Dado que se trataba de un país pequeño, sin agendas nacionales predefinidas o intereses ocultos propios, Finlandia pudo seguir adelante tras el devastador conflicto del sur del Líbano en agosto de 2006. En algunas áreas, fuimos capaces de llevar adelante el proceso realizando algunas reformas importantes. Por ejemplo, en la reunión de ministros de Exteriores de Tampere celebrada en noviembre de 2006 se decidió organizar las futuras reuniones de ministros de Exteriores con una regularidad anual, para que se celebraran a finales de cada año y se aprobara el programa del año siguiente por años naturales. Para fortalecer el aspecto de la democracia y el estado de derecho, llegamos a un acuerdo de principios para debatir los sistemas electorales de todos los estados miembros euromediterráneos, inicialmente por parte de los altos funcionarios. Dicho debate se inició en 2007 y prosiguió, con carácter voluntario para cada país, hasta su suspensión en 2009. Pero una vez más, todo esto tuvo lugar con el telón de fondo de la continuidad del Proceso de Paz, confiando en que un día pudiera haber un acuerdo en Oriente Próximo.

Ahora se ha pasado página. Cualesquiera que sean las dificultades de construir la Unión por el Mediterráneo, nuestra tarea inmediata es hacer que funcionen las nuevas estructuras. Como nos recordaba un representante de alto nivel de la Comisión Europea en un reciente seminario, no porque encontremos dificultades tenemos derecho a abandonar el proyecto. De hecho, éste debe proseguir y continuar gozando de nuestra confianza, deben mantenerse el trabajo y el esfuerzo para seguir adelante, y no hay vuelta atrás. Basándonos en las lecciones aprendidas de la experiencia pasada, deberíamos ser más pragmáticos que espectaculares, más eficaces que meramente ruidosos. Y deberíamos hacer un esfuerzo más serio para dejar de lado los limitados intereses nacionales, especialmente cuando éstos obstaculizan el progreso hacia un objetivo común y compartido. Sólo así puede hacerse realidad el propósito original del Partenariado Euromediterráneo, ahora heredado por la Unión por el Mediterráneo, de crear una zona de paz, estabilidad y prosperidad compartidas, que en el momento de redactar estas líneas es una página todavía por escribir.

Nos han preguntado muchas veces cuál es el interés de Finlandia, un remoto país a orillas del Báltico, en las actividades euromediterráneas. La respuesta es que, a través de la pertenencia de Finlandia a la Unión Europea, desde 1995, muchas cuestiones mediterráneas, si no todas, han pasado a resultar mucho más cercanas para este país, y en muchos casos nos afectan directamente, tanto si se consideran retos como oportunidades. En muchos sectores, empezando por el comercio, el desarrollo, la emigración, el medio ambiente, la energía o, incluso, la investigación y la enseñanza superior, aspiramos a una política común y una coordinación con la Unión Europea. Es lógico, pues, que Finlandia, junto con otros países nórdicos y bálticos, se implique activa y plenamente a la hora de formular e implementar tales políticas en nuestra vecindad. También anhelamos ver cómo la política europea de vecindad se desarrolla correctamente y de una manera equilibrada en todas direcciones, tanto hacia el Sur como hacia el Este, por más que las soluciones y fórmulas institucionales puedan diferir. Existe también una buena oportunidad para la sinergia entre la cooperación en el mar Báltico, en el Norte, y la cooperación euromediterránea con los socios del Sur, tal como atestiguan los numerosos seminarios y reuniones organizadas por el IEMed o conjuntamente con éste.