Una relectura de los privilegios, valores y compromisos para la educación intercultural y las políticas de vecindad

Nayla Tabbara

Vicepresidenta y fundadora de Adyan, Fundación para la Diversidad, Solidaridad y Dignidad Humana (Líbano)

Hace cinco años, en un artículo que escribí para Quaderns de la Mediterrània en 2015 titulado «Nuevas perspectivas para la educación euromediterránea: educación transcultural para una ciudadanía intercultural», intenté profundizar en varios aspectos de la educación en relación con el Proceso de Barcelona desde mi perspectiva de mujer árabe, musulmana y académica comprometida con la diversidad y la educación para una ciudadanía inclusiva, teniendo en cuenta el contexto posterior a las Primaveras árabes y el apogeo del ISIS que mi región presenciaba en aquella época. Hoy mi reflexión se enmarca en el contexto de dos fenómenos mundiales: por un lado, la pandemia del Covid-19 y, por otro, el movimiento #Black_lives_matter, que ha resurgido a partir del asesinato de George Floyd. No se trata de una reflexión destinada a indagar en los itinerarios curriculares de la educación, sino que trata de señalar, más bien, lo que constituyen, en mi opinión, los fundamentos y las cuestiones cruciales que atañen tanto a la educación intercultural como a las políticas euromediterráneas de vecindad presentes y futuras.


¿Quién es la norma?

Si las desigualdades que la pandemia del Covid-19 ha puesto en evidencia al mostrar que las comunidades más marginadas de todo el mundo están mucho más expuestas a los efectos del virus que los grupos más privilegiados, y también que nosotros, en cuanto que conjunto de seres humanos, no estamos en el mismo barco pese a estar en la misma tormenta, el asesinato de George Floyd del pasado 25 de mayo de 2020 y el resurgimiento del movimiento #Black_lives_matter han desencadenado una oleada de concienciación mundial acerca de los privilegios.

Ahora mismo hay muchas voces que hablan más alto que nunca, no solo en Estados Unidos, sino también en la región mediterránea. Hablan de racismo, discriminación y deshumanización. Así en la orilla norte como sur del Mediterráneo, el racismo inherente a las mentalidades, las percepciones y los comportamientos empieza a mostrarse sin tapujos, gracias sobre todo al empeño de las plataformas y redes sociales, que han permitido expandir este clamor. El tratamiento que los empleados domésticos y los negros reciben en el sur del Mediterráneo y el modo en que algunos países europeos han acogido a los migrantes y refugiados, especialmente a los llegados por mar, constituyen claros ejemplos de esta discriminación.

Lo más interesante de estas protestas es que nos están proporcionando una vasta comprensión de las dinámicas del privilegio y sus equivalentes. Mucha gente se está dando cuenta de que, aunque la ley otorgue igualdad de derechos, las mentalidades no conceden a todo el mundo el mismo valor. Todo ello nos revela, en resumidas cuentas, que las vidas de algunas personas parecen tener más importancia que el resto. En otras palabras, nos hemos dado cuenta de que, en la mentalidad de todos nosotros, y a través de las culturas a las que pertenecemos, ciertas personas valen más que otras, y generalmente son hombres blancos de clase social alta que forman parte de una cultura o religión mayoritaria. Y parece que valen más porque, a un nivel inconsciente, estos grupos privilegiados se consideran la norma, y por consiguiente los otros, que no son la norma, valen menos.

Una de las percepciones originadas en los círculos académicos de los estudios coloniales se ha extendido, poco a poco, como un elemento fundamental de la cultura de las raíces y la búsqueda identitaria. En educación, académica y no académica, dicha conciencia debe impulsarnos a trabajar la inclusión del diálogo intercultural e interreligioso y la aceptación de la diversidad en los itinerarios curriculares, para tratar de superar y contrarrestar así los estereotipos, prejuicios y generalizaciones. También nos impulsa a profundizar en nuestro pasado, revisitar la historia y desenterrar los restos del imperialismo en las mentalidades. Al fin y al cabo, el colonialismo no queda muy lejos, solo hace medio siglo que desapareció, y en nuestras mentalidades aún permanecen los fundamentos del colonialismo cultural. No podemos esperar que estos desaparezcan por sí solos, simplemente porque las prácticas coloniales ya no están a la orden del día, ya que estos fundamentos se enraizaron profundamente en las mentalidades de la población mundial durante dos siglos. En algunas de ellas, árabes e islámicas, aún permanece el orgullo colonial por Al-Andalus… ¡aunque han pasado más de seiscientos años! Por ello, no podemos esperar que el imperialismo cultural eurocéntrico simplemente se desvanezca en unos pocos años con el paso del tiempo. Necesitamos ser conscientes de su presencia y enfrentarnos a él, tanto a partir de los itinerarios curriculares educativos como en el ámbito político. El movimiento #Black_lives_matter ya ha dejado claro que el trabajo hecho hasta ahora en los ámbitos del derecho y la educación de los derechos humanos, la dignidad de la igualdad humana y la importancia de la diversidad debe complementarse con un cambio de mentalidades capaz de romper con cualquier forma de hegemonía, imperialismo y colonialismo, además de la insidiosa creencia de que «nosotros somos la norma».

Nadie es la norma: ni los blancos, ni los negros; ni los hombres, ni las mujeres; ni los europeos, ni los árabes… Eso es lo que realmente puede enseñarnos la diversidad, y lo que necesitamos que nuestras mentalidades asimilen, sea cual sea nuestra posición en el espectro colonial o imperial (opresor, oprimido u oprimido que adopta la dinámica del opresor).

¿Qué es la norma?

Si nadie es la norma, ¿significa eso que no existe norma alguna y cualquier cosa es válida?

Si la mentalidad colonial desarrolló la noción de monismo moral, es decir, «la visión de que solo hay un camino verdaderamente humano, verdadero u óptimo, y que todos los demás, por consiguiente, son de algún modo defectuosos hasta el punto de situarse por debajo del primero», la decolonialidad y los estudios sobre diversidad han desarrollado el concepto de relativismo cultural en oposición a ese monismo. Aunque el relativismo cultural está basado en el reconocimiento del valor de cada cultura, en la riqueza que aporta a la civilización humana en su conjunto, y en la legitimidad de los diversos sistemas y perspectivas de las distintas culturas, el gran inconveniente del relativismo cultural es la relativización de los valores. En otras palabras, conlleva el peligro de considerar que los valores humanos fundamentales, es decir, los que recogen la Declaración Universal de los Derechos Humanos y las subsecuentes declaraciones de Naciones Unidas, son opcionales.

Es cierto que algunas personas de los países del sur del Mediterráneo, quizá incluso muchas de ellas, siguen considerando que Naciones Unidas es un organismo occidental que promueve los valores occidentales. Aun así, es preciso rebatir ese argumento, pues la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH) representa los valores que la humanidad entera ha alcanzado después de muchos aciertos y errores históricos, y puedo afirmar que estoy orgullosa de que un libanés de la orilla sur del Mediterráneo, Charles Malik, formara parte del comité de redacción de la misma.

Por tanto, es indudable que todos nosotros debemos contemplar la DUDH y las subsecuentes declaraciones de Naciones Unidas como la norma, independientemente de nuestra cultura, filosofía o religión; norma que podemos actualizar y enriquecer constantemente con nuevos hallazgos y valores procedentes de la sabiduría del patrimonio mundial. Así pues, cuando algunos países se abstienen en las votaciones o deciden no firmar los tratados o declaraciones, no podemos considerar dichas abstenciones o reservas con respeto, en cuanto que muestras de la diversidad cultural, puesto que a menudo son un producto de la discriminación, dominación u opresión perpetradas en nombre de ciertas especificidades culturales. El colonialismo, o imperialismo, no se da solamente entre culturas distintas, sino que también se desarrolla en una misma cultura en forma de racismo, sexismo y otras faltas de respeto a los derechos humanos y la dignidad humana.

Un ejemplo, extraído de mi país, son las reservas que muestran los libaneses con respecto a los artículos de la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW, en sus siglas en inglés); concretamente, el segundo párrafo del artículo 9 sobre la igualdad en materia de ciudadanía, y los párrafos (c), (d), (f) y (g) del artículo 16 sobre la igualdad de la ley de la familia. Las razones que se ocultan tras estas reservas pretenden aludir a especificidades políticas, culturales y religiosas, cuando en realidad se reducen a una mera discriminación contra las mujeres. En efecto, aún hoy las libanesas no pueden dar la nacionalidad libanesa a sus esposos si estos no la tienen, y tampoco a sus hijos, puesto que en Líbano solo los hombres pueden otorgarla. Tampoco existe un código civil para la ley de la familia, sino quince leyes religiosas distintas (cristianas y musulmanas), según las cuales las mujeres no poseen los mismos derechos a la hora de instaurar o rescindir un matrimonio, y tampoco en lo concerniente a la custodia de sus hijos, lo cual se opone terminantemente al artículo 16 de la CEDAW. Con el fin de proteger esta mentalidad patriarcal, Líbano expresó públicamente sus reservas, pese a que las mujeres y las ONG del país llevan mucho tiempo luchando contra esta clase de discriminación y esta oposición a la CEDAW, que surgió en 1996 de un gabinete gubernamental formado por hombres, y fue ratificada en un Parlamento compuesto por 125 hombres y tres mujeres.

Este ejemplo sirve para señalar el imperativo de enfrentarse a estas posturas que van en contra de los valores y principios que constituyen los fundamentos de la humanidad actual y que utilizan la excusa del relativismo cultural.

Por ello, en los itinerarios curriculares de nuestra educación, así como en nuestras políticas, debemos ser conscientes de estos peligros e intentar mantener un equilibrio que nos permita valorar la diversidad, por una parte, y rechazar el despotismo y la discriminación en nombre de la diversidad cultural, por otra. También es necesario reflexionar juntos acerca de ese mismo equilibrio, ya que se trata de una tarea complicada que implica tener en cuenta una gran cantidad de matices y líneas muy finas.

Reconocer nuestra realidad presente y futura

Del mismo modo que hemos afirmado que nadie es la norma, podemos decir que el Mediterráneo no es una región más importante que cualquier otra parte del mundo, a pesar de que algunos han decidido —por razones puramente políticas e ideológicas— ponerlo en el centro del mapa mundial. Sin embargo, una de las muchas especificidades del Mediterráneo es su larga historia de intercambio entre sus dos orillas: intercambio comercial, en el que, al parecer, mis ancestros fenicios destacaron notablemente; intercambio de conocimientos y también intercambio de anexión, dominación o colonialismo procedente de ambas orillas.

Como el relato de la historia nos llega, generalmente, escrito de un modo tendencioso, en la historia de ese intercambio entre la orilla norte y la orilla sur mediterráneas solemos olvidarnos de la Prehistoria, especialmente del capítulo consagrado al período Neolítico. La clase de intercambio que tuvo lugar por entonces constituye, de hecho, una forma de colonialismo cultural que sucedió alrededor del año 6000 a.C, cuando las poblaciones de Oriente Próximo se desplazaron hacia Europa con sus rebaños ya domesticados y sus cultivos, con el fin de extender su cultura a lo largo de la orilla norte del Mediterráneo.

Más tarde, ya en la Antigüedad, el intercambio fue en la dirección opuesta, con la llegada del Imperio romano a Oriente Próximo y el norte de África. En la Edad Media, este pasó a ser bidireccional, ya que los árabes musulmanes se establecieron en la península ibérica y las cruzadas europeas hicieron lo mismo en algunos puntos de Oriente Próximo. Por último, y ya en épocas muy recientes, los europeos colonizaron Oriente Próximo y el norte de África. He incluido este breve y simplificado panorama histórico para recordar que, en ambas orillas del Mediterráneo, no existe un único «culpable» y una única «víctima», puesto que ambas han sido víctimas de las políticas expansionistas e ideológicas y, paralelamente, ninguna debe detentar un complejo de superioridad o inferioridad al respecto, ya que ambas comparten los pedazos de la «gloria colonial».

Tendemos a leer la historia únicamente en relación con los acontecimientos más recientes y, en lo que a estos respecta, la orilla sur del Mediterráneo es la parte perjudicada. El sur aún se halla en una posición de inferioridad con respecto al Norte, y tiene sentimientos encontrados hacia este: por una parte, siente un gran respeto por la manera en que el Norte enfocó su propia recuperación tras la Segunda Guerra Mundial, y el modo en que Europa se convirtió en un modelo de valores para el mundo; valores como la libertad, la igualdad y la dignidad humana. Por otra parte, ese mismo Sur contempla con suspicacia la interferencia del Norte en sus propios asuntos, no solo en relación con la historia reciente de la colonización, sino con el papel que algunos países europeos han desempeñado en los actuales conflictos que asolan Oriente Medio y el norte de África mediante la venta de armas y las distintas posturas a la hora de entrar o no en los conflictos, que al parecer no están basadas en los valores, sino en meras razones económicas. Asimismo, el Sur denuncia el doble rasero de algunas políticas europeas que reflejan esa mentalidad de «nosotros somos la norma» que hemos descrito más arriba. Aun así, el Sur acepta la ayuda financiera del Norte, especialmente porque hoy en día el segundo posee muchos más recursos que el primero y, de hecho, la mayoría de esos recursos son fruto del «saqueo del poder colonial». Por todo ello, el Sur entiende que los fondos que recibe actualmente del Norte constituyen una forma de justicia restaurativa, aunque nadie se atreva a afirmarlo públicamente con estas palabras.

Es necesario reflexionar acerca de todas estas dinámicas en los itinerarios curriculares educativos. No podemos esperar que los alumnos adquieran los valores de respeto a la diversidad quedándose simplemente en la superficie de los acontecimientos históricos. Necesitamos ahondar en ellos, reconsiderarlos y señalar las dinámicas que han generado y el modo en que estas afectan a nuestra lectura de la realidad actual.

Veinticinco años después del lanzamiento del Proceso de Barcelona, podemos decir que hemos dado pasos importantes para avanzar, pero aún debemos dar muchos más. Para ello, primero necesitamos ser conscientes de los lados oscuros que empañan nuestras realidades y las dinámicas de nuestras relaciones, pasadas y presentes, y establecer un compromiso respecto a los valores que hemos acordado entre todos, pues estos constituyen nuestra brújula sagrada. Dado que la historia implica un intercambio constante, el Mediterráneo puede erigirse en modelo para otras partes del mundo, siempre que sea capaz de reconocer las necesidades de su compromiso, tanto en la orilla norte como en la orilla sur, de converger hacia unos mismos estándares en cuanto a normas y valores.