¿Qué futuro para el Mediterráneo?

Federico Mayor Zaragoza

Ex director general de la UNESCO

El Mar Mediterráneo ha estado históricamente dominado por potencias cambiantes que han convertido los orígenes comunes de los países que componen esta zona en puntos de confrontación y desencuentro. El inmenso patrimonio cultural y natural que es la región mediterránea no debe seguir dominado por los conflictos que lo asolan (el más evidente de los cuales es el de Israel y Palestina), sobre todo porque este patrimonio es un legado que debe transmitirse a las generaciones venideras. Así, se hace necesario impulsar una nueva ciudadanía capaz de crear una democracia participativa y responsable. Así podría establecerse un nuevo sistema de Naciones Unidas que facilitara el encuentro y la concordia entre pueblos y culturas. Las prioridades, en este “nuevo comienzo” que la conciencia global puede llevar a cabo, son claras: alimentación, acceso al agua potable, servicios de salud, cuidado medioambiental, educación y paz. 


“Aquí está el mar, casi infinito,

que guarda el secreto de todo”.

El Mare Nostrum, situado en el norte del sur y en el sur del norte. Agua intercalada, “media-terrania”, mar entre dos tierras, unidas por lazos hídricos más apacibles, en general, que los terráqueos. El mar “nuestro”, de todos los ribereños, no es lo que debería ser porque no ha sido lo que debería haber sido: espacio de confluencia, espacio armonioso, de haladas y azules aguas fecundadas por la paz de los olivos. Y es que no ha sido, con excesiva frecuencia, el Mare Nostrum sino el Mare Vestrum. El mar dominado por las potencias  en cada momento histórico.

Las civilizaciones circundantes han hecho una formidable contribución a la humanidad desde el Mediterráneo: Egipto, Grecia, Roma, el islam árabe y otomano, España, Francia… “Las ramas riñen mientras las raíces se entrecruzan”, dice un sabio proverbio africano. Lo mismo sucede en el caso de los países mediterráneos, ya que tienen orígenes comunes, con influencias mutuas, aunque después se hayan diferenciado hasta el punto de la confrontación en lugar del encuentro.

El espacio mediterráneo es un inmenso patrimonio cultural, natural e inmaterial que ha influido, a lo largo de los siglos, en hemisferios muy distantes del planeta. El Mediterráneo es un manantial de culturas, lenguas, creencias, filosofía, música, artes plásticas, expresión y comunicación de sentimientos, pensamientos y emociones. Una diversidad notoria de identidades culturales, cuya identificación en profundidad contribuirá a conocer mejor cada una de las trayectorias fomentando el recuerdo del pasado y la invención del futuro, a aunar esfuerzos de difusión y salvaguardia.

Para la protección y fomento del patrimonio, como dije en una ocasión anterior en el Instituto Europeo del Mediterráneo[1], hay que destacar dos puntos:

  • Es necesaria la colaboración de las agencias de viaje de turismo, para la inclusión del patrimonio cultural en recorridos y destinos de tal manera que se consiga en breve plazo igual atracción y protección que la que han alcanzado los sitios del patrimonio natural;
  • Hay que subrayar el papel del Foro Media Facing Tensions and Transitions in the Mediterranean, organizado por la Fundación Anna Lindh y la UpM, con las siguientes acciones principales: creación de foros de medios del Mediterráneo y de redes y observatorios de medios de comunicación del Mediterráneo, cursos de formación, etc.

Todo ello ha hecho posible una serie de transformaciones promovidas desde el Mediterráneo, desde las lecciones que nos repiten cada día sus olas, que deberían contribuir a modelar muchas estructuras de poder, a reconsiderar muchos conceptos éticos, políticos y económicos, y a reconducir muchas tendencias actuales en el mundo entero. Sí: es esencial que, ahora que disponemos de tantos medios de comunicación, no se deje que pasen inadvertidas las “experiencias” del mar Mediterráneo. Con frecuencia cantamos y contamos en exceso las imágenes más amables de los múltiples países que componen hoy esta auténtica cuna de civilizaciones.

Es necesario que se transmitan al mismo tiempo aquellos aspectos que deben ser, en la actualidad, rápidamente superados. Los más evidentes son el conflicto entre Israel y Palestina, que constituye una auténtica ofensa, después de tantas décadas de situar siempre las posibles soluciones en la fuerza y no en la palabra, en la riqueza y no en la igual dignidad. Debe ahora convertirse en un clamor popular, en un grito del conjunto de los seres humanos que, por primera vez en la historia, pueden ahora expresarse libremente gracias a las modernas tecnologías de la comunicación. “Todos los seres humanos somos iguales en dignidad”: solo así, si lo cree la mayoría de la humanidad, podrán resolverse estas situaciones que no deben seguir hiriendo la conciencia de la ciudadanía mundial. Las soluciones son impostergables. Las soluciones existen.

Tuve ocasión de vivir muy directamente los encuentros entre el presidente de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Yasser Arafat, y el presidente de Israel, Simon Peres, cuando la voz de Israel en las reuniones para poner en marcha los Acuerdos de Oslo, era la de Isaac Rabin. Estaba todo ya prácticamente acordado… cuando una bala cegó la vida de quien estaba convencido de que la única solución entre Israel y Palestina era la convivencia absoluta de los dos estados, de los ciudadanos de Palestina y de Israel. Otro disparo había acabado con la vida, unos años antes, del Rais Anwar El-Sadat, y el Mediterráneo vuelve a ser hoy más frontera que puerta. En efecto, después de tantos años de incumplimiento por parte de Israel de las resoluciones de las Naciones Unidas, se sigue obstaculizando la conciliación con la que soñó Rabin. Todo lo acaecido recientemente en Lampedusa, en Ceuta y en Melilla, así como el rosario de pateras, demuestra hasta qué punto los inmigrantes se juegan la vida porque vienen de lugares donde la perderían en cualquier caso. Se trata de una demostración trágica de que un sistema que se anunciaba “globalizador” ha resultado ser restrictivo. No es con vallas, verjas y “concertinas” como se resuelve este problema. Es con una gran ayuda al desarrollo. Esta fue precisamente la idea fundamental del plan que diseñó el presidente de Estados Unidos Franklin Delano Roosevelt después de la Segunda Guerra Mundial: promover un desarrollo integral, endógeno, sostenible y humano para que se llegara a una auténtica cooperación.

Es, pues, apremiante  dejar a un lado las lentes del dinero y la codicia y navegar, a contraviento, hacia costas de fraternidad, como preconiza, no debemos olvidarlo nunca, el artículo primero de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

En este destino común, en el que no hay excluidos –en estos momentos se calcula que en el barrio próspero de la aldea global no viven más del 18 al 20% de los habitantes de la Tierra–, es fundamental que todos sepan com-partir, “partir con” los demás de manera adecuada no solo sus bienes materiales, sino sus conocimientos y experiencias. Se trata de esa solidaridad intelectual y moral que establece tan lúcidamente la Constitución de la Unesco.

Los países del sur de Europa han sido los más castigados por el sistema neoliberal, que en la década de los ochenta sustituyó los valores éticos por los de los mercados, el multilateralismo democrático por los grupos oligárquicos plutocráticos. El mundo debe ser guiado –lo establece asimismo con gran clarividencia el preámbulo de la Constitución de la Unesco- por unos “principios democráticos” que recuerden todos los días a todas las personas que la convivencia armoniosa y la vida digna son derechos inherentes a la especie humana.

Por tanto, la solución está en una genuina democratización a escala mundial, regional, local y personal. Se hace necesaria la re-confección de Europa, de tal modo que esta no solo sea una unión monetaria, que ya hemos visto en qué desconcierto desemboca, sino una unión económica y política. Una ciudadanía activa hubiera permitido pasar de una economía de guerra, especulación y deslocalización productiva, a una economía de desarrollo sostenible global (energías renovables; producción de alimentos por agricultura, acuicultura y biotecnología; obtención de agua mediante energía termosolar para la desalinización; salud, con especial atención a las enfermedades neurodegenerativas propias de la mayor longevidad; protección del medio ambiente; transporte eléctrico; viviendas ecológicas…). Ya advertí, en 2009, que los cambios radicales son ya posibles y que la sociedad civil, que dispone de medios de participación no presencial, no tolerará por mucho tiempo la vergüenza colectiva que representa que mueran cada día más 60.000 personas de hambre, muchas de ellas niños y niñas de cero a cinco años, al tiempo que se invierten más de 3.500 millones de dólares en armas y gastos militares.

Es imperativo, por tanto, refundar unas Naciones Unidas que hagan posible la aplicación de la visión holística del presidente Franklin Delano Roosevelt que, junto a la ONU, puso en marcha un conjunto de agencias y organizaciones relativas al trabajo, la salud, la educación, la ciencia y la cultura, la alimentación, la infancia, el desarrollo, etc. Un sistema de Naciones Unidas en el cual puedan participar todos los países y no solo unos cuantos, de tal forma que decidan (en votaciones ponderadas pero sin veto) las pautas que deben guiar al conjunto de la humanidad. Como tan bien establece la Carta de las Naciones Unidas: “Nosotros, los pueblos […] hemos resuelto evitar el horror de la guerra a las generaciones venideras”. Son los pueblos los que consiguen con firmeza evitar la guerra y adoptan el compromiso supremo con las generaciones venideras.

Esto es lo que necesitamos, exactamente, hoy en día: que sean los pueblos, y no los estados o los gobiernos, los que decidan. Es decir, que sean democracias auténticas y que los gobiernos y los estados representen fidedignamente a los ciudadanos, de los que debe emanar todo poder. ¿Qué es lo que deben decidir? Evitar la guerra. Construir la paz. Seguimos, para nuestro infortunio, aplicando el perverso adagio de “si quieres la paz, prepara la guerra”. La paz ha sido en realidad más una pausa entre dos conflictos bélicos. El poder masculino absoluto ha dominado desde el origen de los tiempos, de tal forma que la inmensa mayoría de los seres humanos han sido invisibles, sumisos, silenciosos, atemorizados. Ahora la gran transición consiste en pasar de súbditos a ciudadanos, de espectadores a actores, de anónimos a identificables. Todos los seres humanos deben vivir en un contexto democrático, que les permita ejercer en plenitud las facultades distintivas y exclusivas de la especie humana. Solo así, con unas Naciones Unidas refundadas, que dispusiera de una Asamblea General en la que hubiera un 50% de representaciones estatales y otro 50% de representantes de la sociedad civil, con un Consejo de Seguridad, un Consejo Medioambiental y un Consejo Socioeconómico… solo así, podrían terminarse los tráficos que, a escala supranacional, constituyen una auténtica afrenta a los referentes éticos que en buena medida fueron patentes en las aguas mediterráneas, y que se llevan a cabo en la mayor impunidad (tráfico de drogas, armas, patentes, ¡personas!) porque no existen instituciones que puedan establecer rápidamente, eficazmente, las pautas del derecho internacional.

Un sistema de Naciones Unidas que dispusiera de la autoridad moral, de los medios personales, técnicos y financieros necesarios, permitiría la coordinación y la rápida utilización de los últimos adelantos tecnológicos frente a catástrofes naturales o provocadas; la interposición inmediata en casos de violación masiva de los derechos humanos (como en Camboya o Uganda) o por la ausencia de interlocutores (señores de la guerra, como en Somalia); la resolución de conflictos mediante la diplomacia o, cuando se precisara, por los cascos azules (Siria); la capacidad de evitar actos vandálicos propios de la hegemonía militar (como la invasión de Irak en 2003); el fortalecimiento de la seguridad en la lucha contra el terrorismo a escala global, asegurando la reconducción adecuada al comportamiento democrático cuando se impone la deriva violenta o se producen golpes de estado (Egipto, Ucrania…) que incluyen la utilización de mercenarios, etc. Democracia y derecho son, en este contexto, dos palabras clave, dos componentes troncales del árbol mediterráneo.

Así, este multilateralismo sería capaz de asegurar una justicia planetaria, facilitando el encuentro y la concordia no solo entre todos los pueblos y culturas del Mediterráneo, sino en el mundo entero. Solo así, preocupándose menos de  Marte y más de la Tierra, se lograría cumplir con nuestra responsabilidad ante las generaciones futuras. Solo así, la especie humana sería capaz de inventar su futuro y realizar la inflexión histórica que se avecina gracias, precisamente, a estos conceptos fundamentales que, en buena medida, tienen su origen en el Mare Nostrum.

Ocuparse de la calidad del mar, que ocupa más del 70% de la piel de la Tierra, es ocuparse de la calidad del aire ya que, es bien sabido, las emisiones de gases con efecto invernadero, especialmente de anhídrido carbónico, se neutralizan gracias a la capacidad de recaptura de la clorofila, presente en primer término en el fitoplancton de los océanos, que constituyen más del 80% de los “pulmones” de la Tierra. Es intolerable que los barcos transportadores de petróleo laven los residuos del cracking en las aguas del mar en lugar de hacerlo en las instalaciones portuarias adecuadas, porque dejan una monocapa de varios kilómetros cuadrados que asfixia el fitoplancton, lo cual afecta esta capacidad de eliminación de gases cuya acumulación va impulsando, poco a poco, un cambio climático que puede ser el gran catalizador del deterioro de la habitabilidad de la Tierra.

Estamos, quieran o no reconocerlo algunos obcecados por elpresente, en el antropoceno. Por tanto, la calidad del medio ambiente depende no solo del número de seres humanos, sino de las actividades que realizan y que pueden alterar, llegando a extremos de irreversibilidad, las condiciones medioambientales. Es preciso ser vigías del mañana. Abandonar el cortoplacismo y mirar al conjunto de la Tierra, de sus habitantes, del devenir. Darse cuenta de que “nos contemplan ya los no nacidos”, como dijo Jacques Yves Cousteau, un gran amigo de la mar. Debemos la voz a los jóvenes, a las generaciones venideras y la memoria permanente del futuro, que será su presente.

El Mediterráneo representa todo el mar. “Cada uno en su mar, sabiendo que existe un solo mar”, escribió Santiago Genovés. Desde el Mediterráneo nos damos cuenta, tomamos conciencia, de cuáles son las prioridades que, en este “nuevo comienzo” que la conciencia global permitirá llevar a término en poco tiempo, las prioridades a escala mundial deben ser –vale la pena insistir en ello– la alimentación, el acceso al agua potable, los servicios de salud, el cuidado medioambiental, la educación y la paz. Es deseable que el diálogo intercultural permita acercar no solo las dos orillas, sino a los que habitan países colindantes, de tal modo que –progresivamente y gracias al sentimiento de que es necesario inventar el futuro para el conjunto de la Tierra, para todos sus habitantes– este diálogo consiga superar la inercia y preservar lo que debe conservarse al tiempo que se cambia lo que debe cambiarse. La evolución –que se inició, precisamente, en el agua marina– es la mejor estrategia a seguir. Si no hay evolución, hay involución y revolución. La revolución, que casi siempre va acompañada de violencia, forma parte de los “secretos” que tan sigilosamente guardan las aguas mediterráneas. La diferencia entre evolución y revolución es la “r” de responsabilidad.

Hay que acercarse. Hay que encontrarse, dialogar, hallar razones para la reconciliación y la alianza para que la paz tan anhelada se convierta en realidad identificando y aprendiendo las lecciones que el Mar Mediterráneo nos ofrece. Ahora, por fin, será la voz del mundo, puesto que ya es posible la participación no presencial en los acontecimientos, la que marcará la inflexión de la fuerza a la palabra. La mayor equidad de género es un componente esencial de este cambio apremiante y profundo que la humanidad requiere. La primavera árabe se inició gracias a la voz de los ciudadanos tunecinos, en su  mayoría mujeres jóvenes. Desde el Mediterráneo, la libre expresión se extendió al mundo entero. Desde el Mediterráneo, debe llegar la paz después de tanto enfrentamiento.

Las lecciones del mar del viejo continente deben ser aprendidas para el “nuevo comienzo”. Los referentes éticos deben hallarse muy patentes en nuestro firmamento porque, como dice el conocido refrán marinero, “solo hay buen viento para quien sabe adónde va”. El futuro es lo que importa. El futuro del Mar Mediterráneo dependerá del tesón con que todos los ribereños sean capaces de deponer la fuerza, arriar las banderas de la guerra, hablarse, comprenderse, respetarse. El por-venir está por-hacer. Esa es nuestra esperanza: diseñar un futuro que, por fin, esté a la altura de la dignidad humana. El Mediterráneo puede ser hoy, si lo observamos atentamente, si miramos y admiramos su trayectoria histórica, un faro de grandes proporciones para iluminar los rumbos del mañana.

Notas

[1]Seminario Internacional sobre la Gestión y Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial en la Cuenca Mediterránea (Barcelona, IEMed, 2009).