afkar/ideas
Co-edition with Estudios de Política Exterior

¿Qué es la Unión Europea?
No existe Europa, sino una europeización, un aprendizaje histórico del alma europea.
Ulrich Beck
La visita del Papa a Turquía ha vuelto a poner de actualidad esta pregunta: ¿forma Turquía parte de Europa? El debate no es de ahora. Ya en los años cuarenta, Edmond Vermeil, en Francia, y Rohan Butler, en Inglaterra, adelantaban la teoría sobre la conciencia del deber antioccidental de los turcos, que tendría su origen en la fe que manifestaba la sociedad musulmana en las autoridades y el militarismo turco. A mediados de los años sesenta, Ralf Dahrendorf reincidió en el tema con su tesis de que existía una vía turca específica hacia la modernidad. La idea principal era que, en Turquía, la industrialización no estuvo acompañada de la formación de una burguesía fuerte, sino que se produjo en la nación tardíamente formada bajo los auspicios de un Estado dominado por las antiguas elites dirigentes de la aristocracia y de los grandes propietarios.
Según Dahrendorf, así tomó forma una “sociedad industrial feudal” con estructuras autoritarias y “con individuos desconocedores del mundo moderno en el mundo moderno”. Por consiguiente, no tiene nada de sorprendente el hecho de que, a pesar de las convicciones democráticas afianzadas entre todos los grupos de la población turca, ésta acepte una forma autoritaria de gobierno más a menudo que cualquier otro país de la Unión Europea. El lector lo comprenderá: recurro aquí al principio de permutación, sustituyendo Turquía por Alemania. Excepcionalmente, tendrá a bien permitirme esta astucia, porque por sorprendente que parezca, en las reseñas históricas, los argumentos citados actualmente contra la integración de Turquía en la UE son los mismos que se defendieron contra la integración de la Alemania de la posguerra, vencida y anti-occidental, en la comunidad de los Estados europeos occidentales.
En cualquier caso, es lo que manifiesta Jens Alber en su artículo “¿Forma Turquía parte de Europa?” (Leviathan, 2004). De la misma forma que hoy ocurre en Turquía, la pertenencia de Alemania al círculo cultural occidental fue puesta en duda hasta los años sesenta. El autor resalta, pertinentemente, que la tesis de una burguesía débil y de una sociedad civil alemana subdesarrollada sigue siendo apoyada y analizada, especialmente por historiadores alemanes, entre ellos los que en la actualidad claman contra la entrada de Turquía en la Unión Europea, a saber, Ulrich Wehler y Heinrich August Winkler.
Naturalmente, esta clase de comparaciones son siempre problemáticas. ¿Quién pretendería legítimamente poner en el mismo plano la situación de la Alemania de la posguerra, ocupada y dividida por el conflicto entre el Este y el Oeste, con la situación interna de Turquía a punto de entrar en el tercer milenio? Pero una comparación ambigua permite abordar también esa importante cuestión debatida en todas partes: “¿Qué es la Unión Europea?”. Más allá de las sempiternas discusiones, la Unión sigue siendo una formación en buena medida incomprendida e indefinida. Su novedad la distingue de todos los conceptos de Estado conocidos hasta ahora. Los europeos no constituyen un pueblo ni una nación. Por el contrario, lo que caracteriza a la Unión son unos Estados miembro variables, unas fronteras variables y una geografía política variable.
Dicho claramente: no existe Europa, sino una europeización, un proceso, un aprendizaje histórico de descubrimiento y de expansión del espíritu europeo. Precisamente los alemanes, que solo consiguieron ser europeos en el segundo plano de una guerra mundial perdida, tienen muy buenas razones para grabar esto en su memoria histórica y en su identidad. A esto se añade que este proceso de autoeuropeización tiene un impacto que va más allá de sus fronteras. Está menos ligado al ingreso de Turquía en la Unión Europea que a la previsión de este ingreso, y al mismo tiempo a la promesa de integración después de un proceso de autoeuropeización.
La cuestión que se plantea actualmente no es, en absoluto, la de la entrada de Turquía como miembro de la UE, sino la de saber si la previsión de esta pertenencia impulsará esa capacidad de europeizarse a sí misma para conseguir la “maduración de Turquía para su ingreso en la UE” en 10 o 20 años. Sin embargo, actualmente, esta promesa de integración no es desinteresada. A su vez, esta tentadora pertenencia a la UE constituye para sus Estados miembro una especie de póliza de seguros contra las amenazas que emanan de las sociedades vecinas inestables. La promesa de integración en la Unión incita a los países no miembros a una pacificación interna, por un interés particular que conduce al interés general.
Por tanto, la relación de la UE con Turquía se apoya en un pacto que va más allá de las fronteras: la estabilidad a cambio del apoyo a la integración. El intento de definir la Unión basándose en un origen cultural común, en los valores occidentales cristianos, está abocado al fracaso. La UE es la consecuencia de los horrores del siglo XX: de la auto-destrucción de los valores occidentales en el transcurso de dos guerras mundiales, del Holocausto y del terror estalinista. Lo que constituye la esencia de Europa es el proceso de aprendizaje europeo, el milagro europeo: cómo los enemigos se convierten en vecinos.
Quizá sea ésta la razón por la cual el Papa, que ha reconocido la importancia histórica universal de un acercamiento entre cristianos y musulmanes, habla en favor de la promesa de una futura pertenencia europea y, en consecuencia, de la autoeuropeización de Turquía.