¿Pueden los movimientos de protesta derrocar los regímenes autoritarios en la región árabe? El caso de Egipto

Nader Fergany

Director del Almishkat Center for Research and Training, El Cairo

La historia demuestra que los acontecimientos sociales más importantes que suceden en Egipto suelen extenderse al resto de países árabes. Esta tendencia aún no se ha manifestado en el caso de los movimientos de protesta que sacuden al país en los últimos años, pero probablemente es cuestión de tiempo. Las protestas contra el autoritarismo del gobierno egipcio son, en efecto, cada vez mayores. La falta de libertades, así como las injusticias y abusos cometidos contra las clases medias y bajas, chocan contra la progresiva resistencia organizada de la sociedad civil egipcia. Ante esta situación, el gobierno aboga por negarse a llevar a cabo unas reformas que resultan imprescindibles para el desarrollo del país. Pero las protestas continúan creciendo y, para que den fruto, necesitan el apoyo de las élites egipcias, que deben unirse cuanto antes a las voces de la sociedad civil.

¿Por qué Egipto?

Egipto tiene por lo menos una cuarta parte de la población de la región árabe, por lo que es un caso a tener muy en cuenta desde el punto de vista cuantitativo. No obstante, lo más importante es que tradicionalmente Egipto ha ejercido un efecto de demostración en toda la región. Al parecer, los acontecimientos ocurridos en Egipto, ya sean buenos o malos, se han reproducido en los demás países árabes, normalmente tras un lapso de tiempo. Además, muchos árabes expresan el convencimiento –erróneo o no– de que la región está pasando un mal momento porque Egipto está en graves dificultades y, por lo tanto, la reforma en dicho país llevará inevitablemente a la reforma en toda la región árabe. Por estas razones, Egipto constituye un  importante estudio de caso.

Egipto, un breve perfil

La suerte de Egipto, que durante mucho tiempo ha gozado del reconocimiento como alma y pionero de los mundos árabe e islámico, ha experimentado un gran cambio en los últimos tiempos. Como potencia regional, el Estado egipcio parece haber optado por la dependencia e incluso por la sumisión respecto a las potencias dominantes en el mundo y en la región, la Administración norteamericana y también Israel. Por ello, últimamente su papel de liderazgo regional se ha deteriorado y se ha visto superado por una potencia petrolera como Arabia Saudí, e incluso por relativos advenedizos, como Qatar, por no hablar de dos potencias islámicas relativamente importantes: Turquía e Irán.

En el interior, con una población de casi 80 millones de habitantes, la penuria económica ha ido creciendo entre las masas populares, pese a que el régimen autoritario en el poder se jacta de los éxitos de su programa de «reforma económica» . Son los resultados naturales de la cohabitación de un sistema de gobierno despótico con un capitalismo desenfrenado.

En un contexto de corrupción descontrolada, el desempleo estructural ha aumentado, lo cual ha conllevado el incremento de la pobreza, al tiempo que se han acentuado las desigualdades en la distribución de ingresos y riqueza, lo que ha provocado una fuerte polarización social. Los jóvenes, el sector claramente mayoritario de la población, se han visto sometidos a una mayor cuota de pobreza. Y para colmo de males, el régimen autoritario en el poder ha adoptado una estrategia que coarta cada vez más las libertades básicas y ejerce una represión policial de creciente brutalidad, lo que obstaculiza las vías pacíficas para la reforma.

Obstaculizando el camino propicio para la reforma

Según el Informe Árabe de Desarrollo Humano (AHDR3), en los países árabes el camino hacia la reforma debe empezar por un primer acto que libere a la sociedad civil, en sentido amplio, mediante el respeto total a las libertades fundamentales de opinión, expresión y asociación (la libertad para reunirse y organizarse pacíficamente en la sociedad civil y política), siendo este último el requisito más importante para una sociedad civil vigorosa y llena de vida.

La libertad de asociación es tal vez la esencia de la democracia. En la región árabe, la libertad y la buena gobernanza son objetivos que deben lograrse a través de procesos precarios de reformas sociales y, además, la amenaza de supresión de las elecciones está siempre presente. En estas condiciones, la libertad de asociación es necesaria, por un lado, para garantizar un camino pacífico hacia la reforma y, por otro, para impedir que una mayoría surgida de unas elecciones pueda socavar o incluso anular los procesos democráticos.

El problema es que los actuales regímenes autoritarios son, en la práctica, los guardianes que impiden el acceso a las reformas jurídicas e institucionales requeridas para garantizar el respeto a estas tres libertades fundamentales. En realidad, dados los acontecimientos de los últimos meses, no es creíble que el gobierno aplique una reforma desde dentro e introduzca los cambios jurídicos e institucionales necesarios para asegurar el respeto a las tres libertades fundamentales. Antes al contrario, ha dado prueba de su determinación de mantenerse en el poder aunque ello acarree la destrucción del país. Para lograr este objetivo ilusorio, los regímenes han hecho justamente lo contrario. Han introducido cambios jurídicos e institucionales, mal llamados «reformas», para coartar aún más las libertades fundamentales. En efecto, el régimen ha elaborado unas enmiendas constitucionales que han insertado en el núcleo de la carta magna restricciones a la libertad. Cuando se permite sólo un estrecho margen de libertad de expresión, que además se manipula cuidadosamente, la libertad de asociación se raciona con dureza y se somete al control del régimen. Se administra entonces una fuerte dosis de lavado de cerebro a través de unos medios de comunicación intervenidos y se ejerce una brutal represión policial para sofocar el descontento popular.

No debemos olvidar que este régimen también ha fracasado rotundamente en el campo del desarrollo y ha inflingido indescriptibles sufrimientos a los ciudadanos ante la desocupación generalizada, el crecimiento de la pobreza y el empeoramiento de la distribución de ingresos y riqueza, en un contexto de corrupción galopante, lo que ha llevado a una escalada en la polarización social y la tensión política.

Al parecer, el régimen autoritario está convencido de que esta combinación letal facilitará la perpetuación del régimen. Pero la historia nos enseña que se equivocan de medio a medio. Su comportamiento recuerda a los espasmos frenéticos y violentos de una gallina ya sacrificada y a punto de «expirar». En realidad, estos actos desesperados podrían ser el anuncio de la caída de este tipo de regímenes. Dado que siguen causando unas injusticias atroces derivadas del empobrecimiento y la represión, al tiempo que impiden abordar estos problemas de un modo pacífico y eficaz, forzosamente acaban espoleando las protestas.

Los movimientos de protesta

La difusión y el avance de los movimientos de protesta en Egipto han puesto fin a las creencias tradicionales sobre la pasividad política de los egipcios. Según algunas estimaciones, el número de movimientos de protesta sólo durante 2007 fue de casi 1000, que incluían 400 huelgas, manifestaciones y huelgas de celo de trabajadores. Los funcionarios también han contribuido a la conflictividad laboral, algo que hace unos años habría parecido impensable. En una de estas famosas huelgas de funcionarios, miles de hombres, mujeres y niños de las oficinas gubernamentales de recaudación de impuestos permanecieron acampados durante semanas detrás de la sede del primer ministro en pleno invierno.

No es de extrañar que el avance de los movimientos de protesta en Egipto haya dejado boquiabiertos a todos los observadores y estudiosos de la sociedad y la política. Pero ¿a qué se debe? La combinación letal ideada por los regímenes autoritarios para seguir controlando la sociedad ha acabado volviéndose contra ellos. La injusticia provocada por el empobrecimiento y la represión ha llegado a tal límite que lo único que pueden perder los oprimidos es su propia miseria, y las protestas colectivas se convierten en el único medio de expresión al que pueden acceder. Es posible que los regímenes autoritarios se hayan suicidado al maquinar esta estrategia tan brutal y, sobre todo, tan inhumana. Los movimientos de protesta han tenido un éxito admirable. ¡Otro importante efecto de demostración! Muchos de estos movimientos han asumido reivindicaciones sindicales, sociales o económicas.

Pero estos objetivos son esencialmente políticos en un país como Egipto, y la separación entre lo social y lo político es falsa. Además, lo que empieza siendo «social» pronto se convierte en «político», ya que la acumulación de cambios cuantitativos desemboca en una transformación cualitativa, como pone de manifiesto la reciente experiencia en América Latina. El gran éxito del movimiento popular de protesta es la aparición del primer sindicato independiente de la historia reciente, el de los recaudadores de impuestos, contra el deseo expreso del gobierno. Dado que el actual sistema político, en el que se incluyen los dóciles partidos opositores permitidos por el régimen, se revela cada vez más estéril, la creación de sindicatos independientes puede promover el único camino eficaz para una reforma política de base en el país.

¿Pueden los movimientos de protesta convertirse en el vehículo de la reforma?

Probablemente, sí. No obstante, para entender mejor la cuestión debemos tener en cuenta algunos detalles. Los movimientos de protesta han dado lugar a un nuevo tipo de dirigentes con los pies en el suelo, muy bregados, seguros de sí mismos y con ideas sociales y políticas progresistas. Un hecho especialmente positivo es la aparición de un nuevo tipo de mujeres también dirigentes de las protestas, lo cual constituye otro cambio de índole progresista que era impensable en Egipto hace pocos años. En realidad, creo que estos líderes de los movimientos de protesta han llegado mucho más lejos en el camino de la reforma política que la mayoría de élites intelectuales y políticas del país.

Un indicio de que el descontento se ha extendido por todo el país, más allá de los círculos de la protesta activa, reside en el hecho de que los ciudadanos de a pie de los barrios donde se organizaron sentadas solían abrazar calurosamente a los manifestantes, e incluso las fuerzas de seguridad enviadas para intervenir mostraban a veces un apoyo pasivo que rayaba en el respeto y la admiración.

No obstante, últimamente el régimen autoritario suele ordenar a la policía y al ejército que, mediante un uso excesivo de la fuerza, haga el trabajo sucio de sofocar los movimientos de protesta, incluso los potenciales, como sucedió en la catástrofe del desprendimiento de tierras de Dweeka, en el centro de El Cairo. Asimismo, ha ordenado saquear las tierras de los agricultores en beneficio de proyectos de inversión de la camarilla gobernante; impedir a los palestinos de Gaza, sometidos a un bloqueo tremendamente injusto, entrar en Egipto en busca de medicinas básicas o alimentos, y prohibir a los activistas de la sociedad civil egipcia que les presten ayuda.

Puede que esta táctica funcione durante algún tiempo. Pero, si bien es cierto que puede procurar a los regímenes autoritarios un poco más de tiempo, nunca será capaz de detener el avance de la historia. De todos modos, la premisa más importante que convierte los movimientos de protesta en candidatos a pioneros de la reforma es su predisposición a coordinar y construir puentes dentro del ámbito de los movimientos de protesta y del país en general. Si las élites políticas e intelectuales que se oponen al régimen autoritario dan pruebas de tener esta misma predisposición y alcanzan el nivel de fortaleza y audacia de los dirigentes de los movimientos de protesta, se podría forjar una alternativa creíble al actual régimen autoritario y, previsiblemente, se iniciaría así una transición histórica hacia una sociedad de libertad y buena gobernanza.

Hay un cometido de especial importancia que los movimientos de protesta tal vez no estén en condiciones de llevar a cabo por falta de capacidad o recursos: la formulación de una visión intelectual sólida del cambio y la reforma. Si las élites pueden cumplir en este sentido y tienden puentes con los cada vez más numerosos movimientos de protesta, podrán asentarse los pilares para la deseada transformación de la sociedad que lleve a la libertad y la buena gobernanza.

No obstante, se puede desencadenar una catástrofe si el régimen autoritario, en un acto de estupidez histórica, se enfrenta a los movimientos de protesta con excesiva brutalidad y transforma el conflicto en un fenómeno violento y destructivo. Por desgracia, el reciente comportamiento de este régimen despótico tiende a multiplicar las probabilidades de este escenario catastrófico.