Propuestas para dinamizar el espacio financiero euromediterráneo

A pesar de que las remesas son la primera fuente de divisas, los ahorros magrebíes huyen de la región debido a la falta de oportunidades y de confianza.

Guillaume Almeras y Abderrahmane Hadj Nacer

En el primer semestre de 2006, las remesas financieras enviadas por la emigración marroquí aumentaron un 16% con respecto al mismo periodo del año anterior, tras 15 años de crecimiento sostenido y prácticamente ininterrumpido. Se trata, sin duda, de un fenómeno muy importante, pues representa la primera fuente de divisas del país. Se trata también de un fenómeno del que se sabe extrañamente poco, en un momento en el que se intenta revitalizar el Proceso de Barcelona. Es un hecho ignorado en diversos aspectos: en sí mismo, porque para los tres países del Magreb las cifras y los datos son imprecisos; en lo que dice sobre el comportamiento de las poblaciones magrebíes asentadas en Europa y que trabajan allí; y por lo que representa: una formidable herramienta para el desarrollo, y más allá de eso una nueva manera de enfocar las relaciones mediterráneas.

Remesas financieras: un fenómeno relativamente desconocido

En términos cuantitativos, la problemática de las remesas enviadas por los magrebíes residentes en el extranjero (MRE) sigue siendo difícil de definir, tanto en los países de acogida (Francia tampoco publica estadísticas oficiales precisas sobre esta cuestión) como en los países de origen: en Argelia no ha se creado ninguna estructura propiamente dicha para recibir estos fondos. En Túnez, los bancos públicos no diferencian en su contabilidad los depósitos en función de su origen. Incluso en Marruecos, sin duda uno de los países mejor organizados del mundo en este campo, la importancia de este fenómeno a escala nacional no se ha reconocido plenamente hasta hace poco, con la creación de un Ministerio de Marroquíes Residentes en el Extranjero.

¿Cómo explicar semejante desinterés? Se podría pensar que estos flujos que parten de la emigración molestan tanto a los países de acogida como a los de origen. Si no, no se puede comprender de otra manera que se le haya prestado tan poca atención a semejante maná y que hoy día siga estando tan mal definido. Además, sin duda se creyó durante mucho tiempo que estas remesas acabarían por desaparecer progresivamente, a medida que la inmensa mayoría de los inmigrantes fuera abandonando la idea de volver a su tierra. Sin embargo, desde hace cinco años, las sumas transferidas aumentan significativamente. Los tres países del Magreb han conseguido controlar su inflación. Y sus tipos de cambio se han estabilizado.

La conexión no se establece a menudo, a pesar de que parece determinante, pues el dinero ya no se envía solamente al país de origen para mantener a la familia, sino que se invierte y se ahorra. Se intenta aprovechar el diferencial de poder adquisitivo que existe entre ambas orillas del Mediterráneo. Si se tiene en cuenta este diferencial, todo hace pensar que los países del Magreb han constituido sus clases medias más allá de sus fronteras. Y esto obliga a plantearse una nueva forma de ver el comportamiento de las poblaciones que emigran y, en particular, de aquellas nacidas en Europa, en búsqueda de una integración que no ocurre ni en el país de acogida ni en el de origen, sino a caballo entre los dos. Este fenómeno podría ser utilizado como una potente herramienta para el crecimiento en la región.

Una masa financiera determinante

Las cifras disponibles son esencialmente las de Marruecos: entre 3.000 y 4.000 millones de euros transferidos anualmente desde hace cinco años, de los cuales más de la mitad provienen de Francia. Estas remesas representan:

– el 21,6% de los ingresos corrientes de la balanza de pagos marroquí;

– más del 50% de los ingresos por exportación;

– ingresos superiores a los recibidos por turismo o por fosfatos.

Con todo el cuidado con el que se deben realizar las evaluaciones en este campo, parece que se puede hablar, como poco, de un flujo anual de entre 5.000 y 10.000 millones de euros entre Europa y los tres países del Magreb. En comparación, las inversiones directas totales europeas realizadas en los tres países del Magreb desde 2000 suman 4.500 millones de dólares (frente a 19.000 millones invertidos en los Países de Europa Central y Oriental, o PECO).

También se puede comparar con la ayuda internacional (créditos reembolsables) que recibe cada año un país como Marruecos: 320 millones de euros procedentes de Europa (46% MEDA, 54% BEI), 189 millones de dólares del Banco Mundial/IFC y 164 millones del BAD. Hay que tener en cuenta que las cantidades transferidas no se reducen necesariamente con la instalación permanente de las poblaciones inmigrantes en los países de acogida. Bien organizados, estos flujos pueden incluso aumentar. Mejor aún, se podría imaginar, al contrario de lo que se suele pensar, que el desarrollo económico de los países del Magreb no hará que disminuyan las remesas, al contrario, contribuyendo al mismo tiempo a fijar el ahorro constituido localmente.

Porque hay que tener en cuenta una masa considerable –aunque absolutamente indeterminada de manera fiable y que solo podemos calcular que asciende a unos 7.000 millones de euros al año aproximadamente– de capital proveniente del Magreb que no puede ser invertido más que en Europa y Estados Unidos, pues a nivel local escasean los soportes adecuados para colocarlo.

Por eso, a pesar de que las remesas constituyen la primera fuente de divisas, los ahorros magrebíes van en sentido contrario y literalmente huyen de la región debido a la falta de oportunidades y de confianza. Aparece así otro freno estructural para el desarrollo, basado en la incertidumbre percibida respecto al futuro y la estabilidad política de los tres países por sus propios habitantes. Por tanto, surgen tres elementos clave para favorecer el envío de remesas, sobre todo en un país todavía poco organizado en ese sentido como es Argelia: confianza, estabilidad y asignación productiva.

Necesidades y expectativas de las poblaciones inmigrantes

Estos fenómenos de remesas ilustran expectativas y necesidades nuevas de las poblaciones inmigrantes. En las remesas procedentes de la inmigración, el mantenimiento de la familia sigue siendo lo más importante, como lo demuestra que en Marruecos las cantidades enviadas varían en función de la calidad de las cosechas.

En los países receptores, los beneficiarios directos de las remesas siguen utilizando el dinero principalmente para gastos de consumo diario (51%), o para educación y sanidad (18%) y vivienda (14%). Sin embargo, el porcentaje dedicado a inversiones es cada vez más importante. Representa ya el 18% de las remesas tunecinas. Los fondos movilizados con este fin se dedican esencialmente a inversiones inmobiliarias (83%), al comercio (12%), a la industria (3%) y a la agricultura (2%).

Esta nueva orientación de las remesas es lo único que explica el crecimiento de aquellas procedentes de las poblaciones inmigrantes magrebíes. De hecho, un fenómeno como éste no tiene más que una explicación de fondo: las poblaciones instaladas permanentemente en Europa han comprendido que les interesa aprovechar el diferencial de poder adquisitivo que existe entre las dos orillas del Mediterráneo: sacar beneficios allí del dinero ganado aquí. Las remesas en la actualidad parten de poblaciones nacidas en Europa, que no conocen demasiado bien el país de origen de sus antepasados, o que no tienen una imagen demasiado halagadora de él; en cualquier caso, se trata de poblaciones que en su mayor parte no contemplan en ningún caso instalarse definitivamente en él. Esto significa dos cosas:

– Que a las poblaciones magrebíes instaladas en Europa realmente no les interesa integrarse del todo, sino al contrario, cuidar su doble procedencia, acentuando para ello sus particularismos. Paradójicamente, debido a esto, las generaciones europeas de la inmigración magrebí podrían estar bastante menos integradas en su país de acogida que sus padres.

– Financieramente, significa que el volumen de remesas no va a disminuir, sino que va a cambiar de destino: ya no se dedicará al mantenimiento de la familia, sino a oportunidades de inversión. Prueba de ello es la importante y reciente adquisición de capital de MarocTelecom por no residentes.

En total, en los tres países del Magreb, un flujo constante e importante de depósitos busca cada vez más y en mayor medida: ahorro líquido atraído por las oportunidades de inversión; ahorro de precaución (salud, jubilación); ahorro en proyectos (inmobiliario, inversiones).

En la actualidad estas demandas de los inmigrantes distan de verse satisfechas. A día de hoy en Francia no existe, por ejemplo, ninguna plataforma de ahorro sencilla, abierta a todos y asegurada, que favorezca las inversiones inmobiliarias en el Magreb, o inversiones en el marco de las privatizaciones. Y para los nacionales la situación es aún peor. Por ello, la cuestión de la movilización del ahorro, a ambos lados del Mediterráneo, parece ser en efecto una de las principales claves del desarrollo financiero –del desarrollo a secas– de los países del Magreb.

Movilizar el ahorro

Es necesario romper con los esquemas clásicos de ayuda al desarrollo, usando como resorte la movilización del ahorro. La reasignación productiva de los flujos financieros procedentes de la inmigración magrebí en la actualidad se ve comprometida de dos maneras: los flujos desaparecen en gran parte en los canales informales, porque no hay medios mejor organizados; y no encuentran plataformas de ahorro adecuadas. Por otra parte, el ahorro constituido localmente huye de la región. A partir de 2000, la balanza externa por cuenta corriente de las economías emergentes ha registrado superávit: en 2005 alcanzó 423.000 millones de euros. Esto significa que al contrario de lo que dicen los esquemas clásicos de la economía del desarrollo, los países con economías incipientes generan excedentes de ahorro que colocan en las economías desarrolladas. En el Magreb, solo Argelia sigue este patrón, debido al aumento del precio del petróleo.

El resto de la región está muy lejos de registrar los excedentes comerciales chinos (158.000 millones de dólares en 2005). Sin embargo, los ahorros magrebíes también se colocan en su mayor parte en países desarrollados. Y lo único que disimula este fenómeno es su carácter informal. Aquí, como en otras partes, se observa una verdadera penuria de inversiones, a causa de la escasez de proyectos realmente innovadores y a las dificultades de todo tipo a las que se enfrentan los emprendedores, derivadas del rendimiento insuficiente del capital inmovilizado. Esto se debe, a su vez, a que las empresas internacionales ya no pretenden invertir directamente en los países con economías incipientes, sino llegar a acuerdos con empresas autónomas.

Esta situación resulta preocupante si se piensa que la cuenca mediterránea es posiblemente la principal zona de contacto, divisiones e interdependencia del planeta. En el Magreb podrían aparecer desequilibrios a largo plazo al llenarse la región de islotes privilegiados destinados a los europeos (turismo, jubilación y salud), convirtiéndose lo demás en una especie de patio trasero para el Sur de Europa, que deslocalizaría a la zona sus industrias contaminantes y sus actividades con salarios bajos. Lo que ocurre es que evitar semejante futuro podría llevar a romper con dos premisas que hasta ahora han guiado la ayuda europea:

– que la ecuación “desarrollo = x” se resuelve sustituyendo “x” por “inversión”. Más bien todo parece basarse sobre todo en la movilización del ahorro, algo que sin embargo se ha descuidado en gran medida;

– que cada uno de los tres países justifique dispositivos particulares. De hecho, incluso el Magreb es algo que empieza a quedarse pequeño a nivel internacional, y sería necesario empezar a pensar a escala “mediterránea”.

Los sistemas bancarios

Los sistemas bancarios de los tres países del Magreb no pueden sostener por sí solos el desarrollo económico de la región. Cuando se piensa en soluciones para el desarrollo, desde el punto de vista institucional, se invoca inevitablemente la aportación, en forma de ayuda o de préstamos reembolsables, del capital a largo plazo. Se plantea la financiación de grandes infraestructuras, así como el apoyo a empresas innovadoras mediante fondos de capital riesgo (a estas medidas se suman, desde hace poco, las ayudas destinadas a microcréditos). Se olvida lo más importante: el papel de los bancos comerciales sobre el terreno en la selección de proyectos, así como en el conocimiento de los métodos de pago.

De hecho nada, ni la falta de recursos, ni de medios, frena tanto el desarrollo de los países del Magreb como el peso de las prácticas y las costumbres en los bancos, que amordazan el desarrollo. Una situación que, sin duda, los bancos no crean, que sufren incluso, al tiempo que la repercuten de lleno al resto de agentes económicos y, en especial, a las pequeñas y medianas empresas (pymes). En el Magreb como en otros lugares –sobre todo en China– solo el papel de palanca del sistema bancario, solo el efecto multiplicador del crédito podrá ser verdaderamente determinante: tiene la capacidad de movilizar unos ahorros que en la actualidad son poco productivos y están gestionados individualmente por empresas y particulares y, además, tiene la capacidad de asumir riesgos.

Porque, en estos tres países, los sistemas bancarios frenan el desarrollo económico mucho más de lo que lo fomentan y están atrapados en una espiral de subdesarrollo en vez de dedicarse a prestar apoyo a una economía emergente. Al fin y al cabo, estos sistemas bancarios no son más que los restos de economías nacionales rentistas basadas, de manera general, en la explotación de materias primas y de recursos naturales y paisajísticos, y en la búsqueda de beneficios especulativos o comerciales a corto plazo, más que en verdaderas estrategias de desarrollo. A ello se debe la dificultad y estrechez de los mercados financieros, en los cuales no se puede decir que las posiciones ocupadas por los bancos extranjeros, especialmente franceses, sean éxitos rotundos, mientras que en el Magreb existe un gran problema de asignación productiva de recursos financieros.

Los bancos magrebíes, al acumular numerosos impagos y demoras y verse debilitados por un tratamiento difícil de los contenciosos, limitan la oferta de crédito en cantidad, en calidad, y en los términos de las condiciones (garantía patrimonial imperativa, que es una garantía en efectivo exigida para las operaciones de comercio internacional). Resumiendo, el crédito, no es fácil de obtener, y es caro. Como en otros muchos países en vías de desarrollo, en Marruecos los bancos tienen un exceso estructural de liquidez, pero sus recursos son absorbidos bien por obligaciones del Estado a corto plazo, bien por importantes créditos a empresas públicas que pagan mal, lo que hace que a los bancos les falte liquidez para apoyar el desarrollo económico.

Para captar depósitos de particulares, los bancos se ven implicados en una auténtica carrera por abrir sucursales, tanto en Túnez como en Marruecos. Sin embargo, se hace poco por transformar estos depósitos en ahorros a largo plazo que puedan ser reinvertidos. En los tres países del Magreb, los establecimientos bancarios siguen siendo ante todo conservadores de valores, y por tanto, se mueven en mercados limitados a fracciones privilegiadas de particulares y empresas. En este contexto, el crédito no se considera una herramienta creadora de riqueza. Al contrario, se ve condicionado por la posesión previa de valores inmobiliarios, de modo que los bancos no han desarrollado una verdadera cultura de financiación de proyectos, y no sienten atracción alguna por la asunción de riesgos. Tras la situación contrastada de los tres sistemas bancarios nacionales, existe una realidad magrebí que requiere responsabilidades conjuntas.

El Magreb se verá obligado a existir como polo económico unificado

Con el retorno a la estabilidad política en Argelia, el Magreb se ha convertido recientemente en un polo de atracción para las empresas francesas, que ahora se interesan por el conjunto de la región, y no solo por un país u otro de los tres. Sin embargo, como espacio económico unificado en el que estén integrados los tres países, el Magreb no existe. Y a medio plazo hay pocas posibilidades de que lo cree una iniciativa política común de los tres países. Pero hay que tener en cuenta los impulsos externos y estar dispuestos a razonar en el marco de una zona euromediterránea de codesarrollo, marcada por el aumento y la regularidad de los flujos humanos, comerciales y financieros. Éstos dotarán a la región de un carácter cada vez más homogéneo, más allá de la pertenencia nacional, a pesar de que ésta sin duda seguirá existiendo, y representa un factor de desestabilización que no se puede ignorar.

Mientras que indudablemente reforzarán sus flujos comerciales con la UE y otras áreas más lejanas (EE UU, China), los tres países se verán obligados a acercarse, pues ninguno de ellos tiene un tamaño crítico a nivel internacional. Por su parte, los inversores internacionales desarrollarán estrategias comunes y tenderán a realizar una sola implantación para abarcar toda la zona. Por consiguiente, se puede apostar por la constitución de un mercado magrebí cada vez más homogéneo, incluso si no se ve acompañado por la constitución de una zona de libre comercio, algo posible a pesar de los acontecimientos que ya están en marcha, o de una comunidad política, algo probable.

Conviene, por tanto, razonar en el marco de una coexistencia reforzada entre los países de las riberas del Mediterráneo, algo que se reflejará primero en los flujos financieros pero que, al faltar armonía política, no excluye la posibilidad de que haya conflictos. En la actualidad, no cabe duda de que los dirigentes de los tres países no tienen voluntad alguna de gestar rápidamente un Magreb económicamente unificado. A pesar de ello, se hará. Pero de manera desorbitada, a través de los contactos comerciales, industriales y financieros con la ribera norte del Mediterráneo, que aumentarán sin cesar. Y de llegar a cumplirse esta hipótesis, es poco probable que ocurra sin generar divisiones, tanto en lo que se refiere al desarrollo (un Magreb de dos velocidades) como a su difusión (algunos polos con proyección internacional, otros que posiblemente asuman un papel regional y, por último, otros a los que les cueste mucho sobrepasar lo local).

En resumen, a 10 años vista es posible imaginar la constitución de una activa zona mediterránea de flujos financieros, escasamente reflejada en lo político, pero en la que apenas existen barreras. Hoy día, esos flujos son en su mayor parte transversales Norte-Sur. En el futuro serán mucho más laterales: en 2006, un millón de turistas argelinos habrá visitado Túnez. Y Egipto ya invierte más que Francia en la región, especialmente en el sector de las telecomunicaciones. En la actualidad, esos flujos son disimétricos: materias primas y agrícolas a cambio de prácticamente todo lo demás. En el futuro, el Magreb podría ser el interior industrial de la UE: una plataforma de deslocalización, algo que en la actualidad ya se puede observar en el desarrollo de centralitas telefónicas. Marruecos ya es el primer destinatario de África (150 centralitas a día de hoy, 15.000 puestos, 20.000 empleados).

A largo plazo, podrían aparecer de esta manera campeones económicos magrebíes. Los desengaños experimentados por Marruecos y Túnez en el sector textil han demostrado los límites de las actividades puramente subcontratadas. En un contexto de lucha mundial por disminuir los costes salariales, el futuro reside, sin lugar a dudas, en la cocontratación, con plataformas deslocalizadas capaces de encargarse de la elaboración de productos acabados y de servicios con valor añadido. A partir de ahora, en lo que se refiere a los flujos financieros, ya no se deberá pensar en función de la inmigración, sino que habrá que interesarse más bien por las personas físicas y morales cuyo gasto en inversiones y consumo se lleva a cabo en gran parte y de manera estable en la región. Habrá que pensar en la integración de las poblaciones inmigrantes no ya de manera nacional y unilateral, sino como algo que forma parte de un espacio de flujos mediterráneos.

Por eso habrá que prestar atención, más allá de los particularismos culturales y nacionales, a la creación de una zona caracterizada, a ambos lados del Mediterráneo, por el incremento de la porosidad de los flujos económicos y culturales, y basada al mismo tiempo en la fuerte complementariedad de niveles de desarrollo claramente diferentes. Desde un punto de vista macroeconómico, esta complementariedad debería surgir primero de los desequilibrios demográficos:

– el envejecimiento relativo de las poblaciones europeas debería provocar una migración de los ahorros del Norte hacia el Sur;

– el aumento del nivel de vida y de la juventud relativa de las poblaciones del Sur debería sustentar un afán de consumo y un crecimiento que, sin duda, el Norte no conocerá más.

Por ello el ahorro y el crédito son claramente las claves de un desarrollo magrebí que ya requiere soluciones globales, es decir, mediterráneas.

El desarrollo económico magrebí, por decirlo de otra manera, no depende en absoluto de la ayuda financiera europea, ni siquiera para la construcción de infraestructuras a nivel nacional o regional. Se trata más bien de movilizar y recaudar ahorros, y de redistribuirlos de manera productiva. Hay tanto en juego que se debería crear una institución multilateral, una institución euromediterránea, si se tiene en cuenta que las dos riberas del Mediterráneo están inmersas en un proceso de crecimiento compartido, y si se reconoce, sobre todo, que los primeros flujos que deben movilizarse son las remesas de la inmigración.

Una institución financiera multilateral dedicada al desarrollo

Lo único que puede paliar la ausencia general de beneficios económicos son las inversiones productivas. Sin embargo, su desarrollo se ve trabado por la escasez de recursos a largo plazo, de tal manera que la única manera de romper este círculo vicioso es intervenir en la recaudación y la transformación del ahorro, empezando por las remesas procedentes de la inmigración. Lo que falta precisamente es un operador internacional capaz de gestionar una transformación de este tipo. Se trataría por tanto de:

– organizar y facilitar la recaudación del ahorro. Favorecer la movilización de las remesas de ahorros a través de cartillas creadas para ese fin, cuya convertibilidad y remuneración podrían estar garantizadas en su totalidad o en parte, y cuya fiscalidad estaría controlada: cartillas de ahorros líquidos, de ahorros inmobiliarios, de ahorros destinados a sanidad y a la jubilación, y cartillas de inversión;

– garantizar la gestión, la conservación y la reutilización de estos ahorros; un objetivo que sería un servicio público y que se debería encargar a una institución multilateral ya existente o nueva, y que sería la única rúbrica “triple A” de la región; y

– asegurar la reutilización productiva de estos ahorros, aportando experiencia en la selección y financiación de proyectos. Una fuente de dinero a largo plazo que pueda ser invertido directamente o distribuido en forma de garantías de créditos bancarios o de disminución del riesgo en las operaciones derivadas del crédito y de la titulación.

Se podrían esperar importantes repercusiones macroeconómicas de una solución de este tipo:

– impacto en los tipos de cambio, debido a la convertibilidad de las cartillas;

– impacto en la política monetaria, con la aparición de referencias de tipos de interés a largo plazo. En la actualidad la curva de los tipos en los países del Sur suele ser completamente plana, y se guía esencialmente por los tipos de las obligaciones del Tesoro a corto plazo;

– función de entrenamiento y de regulación que podría cumplir la institución en la distribución de ayudas, que podrían estar subordinadas al respeto de una política de inversión;

– mantenimiento de los términos de la competencia entre bancos europeos y bancos locales, permitiendo que estos últimos accedan a recursos a largo plazo y subsanen su déficit actual de fondos propios.

En términos más políticos, una institución de este tipo reflejaría sobre todo el reconocimiento de que se ha tomado conciencia de que ya existe una esfera de codesarrollo que asocia a las dos riberas del Mediterráneo. Concretamente, todo se basaría en:

– un acuerdo firmado entre diferentes Estados sobre la convertibilidad euro/ moneda local de la totalidad o parte de los depósitos de ahorro realizados a través de cartillas reguladas;

– la aportación consecuente de una garantía de los Estados para la convertibilidad acordada;

– que cada acuerdo otorgara a los Estados que no pertenecen a la zona euro una especie de derecho de giro especial ante la institución, que sea proporcional a las sumas recaudadas.

A largo plazo, el objetivo sería ir hacia un control cada vez más multilateral, mediterráneo y paritario Norte/Sur, especialmente a través de la financiación de proyectos transversales.

– Al no funcionar a base de subvenciones, la institución podría crearse con una simple dotación de capital para su funcionamiento.

– Una vez definidas las cartillas de ahorro en los acuerdos entre Estados, la recaudación la garantizarían directamente los bancos comerciales de ambos lados del Mediterráneo. La totalidad o parte de los fondos serían confiados a la institución, y los bancos comerciales serían remunerados por la recaudación, directamente o a través de garantías sobre sus ayudas o de partes reservadas en fondos comunes destinados a grandes proyectos de inversión. De este modo, la institución multilateral intervendría en el marco de una asociación entre el sector público y el privado.

– Sería razonable esperar que en cinco años una institución de este tipo gestionase aproximadamente 10.000 millones de euros. El coeficiente de liquidez (compromisos/depósitos) seguramente se debería fijar con prudencia en un 50%, y de esta manera se podrían invertir 5.000 millones de euros durante los cinco primeros años.

– Estos fondos financiarían proyectos de inversión de interés general a largo plazo y permitirían establecer un dispositivo de garantía de préstamos bancarios que permita facilitar el acceso a financiación por parte de pymes y particulares para determinados fines.

– Además de ser un inversor prudente, la institución cumpliría el papel de incubador de actividades, especialmente en un contexto de privatizaciones, además de intervenir como fondo de fondos de capital destinado al desarrollo de proximidad.

– En resumen, sería una institución financiera de referencia, que dispondría de la mejor rúbrica de la zona y de este modo se establecería como una autoridad de pago ineludible, tanto para empresas extranjeras que deseen invertir localmente, como para programas de ayuda internacional.

– La institución se haría responsable de su solvencia y de los resultados obtenidos con fondos propios. El accionariado podría estar abierto a inversores privados.

Resumiendo, ésta sería sin duda la solución menos costosa de ayuda al desarrollo, pues al basarse en la movilización en forma de ahorro de los flujos monetarios procedentes de la inmigración, no requeriría ni un solo euro de subvención.

Conclusión: hay que cambiar nuestra visión del desarrollo de la ribera sur del Mediterráneo.

Para favorecer el desarrollo euromediterráneo hace falta mucho dinero y la aportación de recursos a largo plazo. La solución no será ni totalmente pública ni totalmente privada. Está precisamente en el punto de encuentro entre los objetivos de interés general y las actividades ordinarias de los establecimientos financieros. En efecto, sería posible asegurar la redirección productiva de los flujos financieros que transitan regularmente entre las dos riberas del Mediterráneo y usarlos como resorte, señalando así la existencia de una zona de codesarrollo que solo está a la espera de que se le reconozca como tal.