Primavera árabe: un balance desigual

Tahar Ben Jelloun

Escritor y poeta

Cualquiera que sea la evolución de los países árabes, una cosa está clara: los pueblos árabes ya no temen a los dictadores y están decididos a luchar por su dignidad. Se nos ha olvidado el número de hombres y mujeres que han muerto en las revueltas, ya sea en Egipto, Túnez, Bahréin, Yemen o Libia. Muertos anónimos. Muertos por dar vida a unos valores en unas sociedades que durante demasiado tiempo han sido marginadas de la libertad y la justicia. Al igual que sus padres y abuelos lucharon por la independencia y contra el colonialismo, los hombres y las mujeres de hoy en día no vacilan en salir a la calle a reivindicar sus derechos.


Egipto, el regreso del ejército

El año 2013 se caracterizó por el fracaso de los islamistas tras acceder al poder. Antes de que estos fueran a parar de nuevo a las mezquitas o, en algunos casos, a la cárcel, fue el pueblo quien mayoritariamente les expresó su rechazo, con sus frecuentes y decididas manifestaciones[1]. En Egipto se produjeron sucesos violentos. Bien es cierto que el ex presidente Mohamed Morsi fue depuesto y arrestado, pero sus seguidores no cedieron y ofrecieron resistencia por todos los medios posibles, incluida la violencia, ya que hubo varios asaltos a comisarías y en todas ellos se registraron muertes. Morsi no solo acaparó todos los poderes, sino que no reaccionó cuando, en junio de 2013, unos ciudadanos chiíes fueron linchados en un pueblo de las inmediaciones de El Cairo, o cuando prendieron fuego a algunas iglesias coptas en el país. El ejército no optó por un método suave; no dudó en responder y disparar contra la muchedumbre cuando los partidarios de Morsi salieron a manifestarse. Violencia contra violencia. Y eso contradice la voluntad de instaurar en el país un Estado de derecho. La «democracia» de los militares es algo especial. Suele recurrir a la represión.

No se puede decir que un año después de la llegada de los militares al poder el país esté totalmente pacificado. No hay que olvidar que el movimiento de los Hermanos Musulmanes tiene muchos años (nació en 1920), está bien organizado y siempre ha sido combatido por los militares. El ex presidente Nasser, que era laico y decía ser revolucionario, mandó ahorcar, en 1966, a Sayed Qutb, uno de los fundadores de los Hermanos Musulmanes. Su sucesor, Anuar El-Sadat, cayó abatido por las balas de un grupo armado islamista; en cuanto a Mubarak, que desconfiaba de esta oposición, consiguió canalizarla. La prueba es que los Hermanos Musulmanes no participaron en absoluto en la revolución de la Primavera Árabe nacida en la plaza Tahrir. Más tarde, cuando se celebraron las elecciones, fue cuando se movilizaron y lograron que saliera elegido su representante, Mohamed Morsi.

Hoy, una comisión integrada por 50 personalidades de todas las tendencias, excepto la islamista, ha redactado una nueva Constitución. El islam sigue siendo la religión del Estado, pese a la existencia de aproximadamente un 8% de ciudadanos de confesión copta. La sharia, introducida en la Constitución por Sadat en 1962, se ha mantenido en el texto. Esta Constitución se someterá a la aprobación del pueblo mediante referéndum. Se convocarán unas nuevas elecciones legislativas y presidenciales con la esperanza de que los civiles lleguen al poder. Sin embargo, el general Al Sisi, el hombre que expulsó a Mohamed Morsi, convertido entre tanto en mariscal, anunció el 26 de marzo de 2014 que sería candidato presidencial y, por supuesto, saldrá elegido. ¡Esa misma semana, el ejército mandó condenar a muerte a 529 hermanos musulmanes! Esta justicia expeditiva es una farsa que revive las viejas costumbres dictatoriales. El pueblo egipcio se puede dar por avisado. Cualquier oposición se reprimirá con dureza y rigor.

Por lo tanto, el proceso nacido de la Primavera Árabe está lejos de haber llegado a su fin. Egipto sufre los mismos males desde hace más de medio siglo: superpoblación, corrupción, carencia de Estado de derecho, pobreza y un difícil aprendizaje de la democracia, lo que deja el campo libre al discurso religioso o a la fuerza de los militares. De todos modos, al igual que Argelia, el país siempre ha sido dirigido por militares desde la revuelta de los oficiales de 1952.

La ayuda norteamericana de casi 2.000 millones de dólares se suprimió (una ayuda que data de la época en la que el Estado egipcio firmó la paz con Israel, que recibe más del doble de este importe), mientras que Arabia Saudita y otros países del Golfo, excepto Qatar, ofrecieron 16.000 millones de dólares a los nuevos dirigentes, que podrán así resolver los problemas económicos más urgentes.

El rey Abdalá en persona afirmó su apoyo al nuevo poder egipcio «frente al terrorismo». Instó a «los egipcios, árabes y musulmanes a oponerse a todos los que intenten desestabilizar el país». Su ministro de Asuntos Exteriores, el príncipe Saud al-Faisal, fue aún más explícito al culpar a los Hermanos Musulmanes de la violencia. Los estados del Golfo, pese a vivir según las normas de la sharia y seguir el sistema wahabí, que preconiza un islam riguroso, temen los avances de los Hermanos Musulmanes en el mundo, puesto que se sienten directamente amenazados por la avidez de dicho movimiento.

El año 2014 será crucial, ya que se verá si el pueblo egipcio se reconcilia consigo mismo y si la democracia, como conjunto de valores y principios, se aplica o solo se utiliza como una técnica electoral sin instaurar un auténtico Estado de derecho.

El turismo, la principal fuente económica del país, está muerto o casi. Los disturbios y los atentados han generado una inseguridad que no anima a los extranjeros a visitar este hermoso país. Por otra parte, los oficiales de alto rango siguen participando activamente en los asuntos financieros, un regalo que les hizo, en su momento, el ex presidente Mubarak. Controlan el 25% de la economía del país, sin ocuparse, no obstante, de tomar las medidas necesarias ante un eventual ataque exterior. El ejército dirige la economía de 29 provincias. La mano de obra es gratuita, ya que se compone de soldados pagados por el Estado. Un observador señaló a la atención de las autoridades el declive de la capacidad táctica y operativa de este ejército. Los aviones F-16 y los tanques M1A1, suministrados por Estados Unidos, ya no se encuentran en buen estado de funcionamiento.

Túnez, la esperanza

En Túnez, los islamistas de Ennahda y la oposición laica han conseguido nombrar a un nuevo primer ministro, el actual ministro de Industria, Mehdi Jomaa. Debe presidir un gobierno provisional apolítico y preparar las elecciones, que se celebrarán en el primer trimestre de 2014. Se ha prorrogado el estado de emergencia. Al igual que en Egipto, ya casi no hay turismo; el Club Med de Hammamet acaba de cerrar. La crisis política, que dura ya dos años, ha sufrido el impacto del asesinato de dos personajes públicos: el sindicalista Chokri Belaid y el diputado de la oposición Mohamed Brahmi; el gobierno islamista no ha logrado erradicar el terrorismo de los extremistas salafistas. El país sigue afectado por una cierta inestabilidad y ha puesto muchas esperanzas en la nueva Constitución.

Al igual que en Egipto, en el año 2014 se pondrán a prueba las promesas democráticas. Siguen enfrentadas dos visiones del mundo y la sociedad: laicos contra tradicionalistas. El problema es que hay demasiados partidos políticos y estamos lejos de un sistema de alternancia. Sin embargo, el 14 de diciembre de 2013, se aprobó una ley sobre la «justicia de transición». Inspirada en las experiencias de países como Marruecos y Sudáfrica, que optaron por la justicia y la reconciliación tras décadas de represión, esta ley, promovida por la Comisión de la Verdad y la Dignidad, fue considerada positiva por varios círculos políticos tunecinos. Así, el portavoz oficial del Ministerio de Derechos Humanos, Chekib Darwish, precisó que esta ley se elaboró a partir de «una perspectiva participativa que asoció a todas las partes implicadas». Y ello constituye un progreso para un futuro saneamiento político del país.

En este contexto y en medio de estas expectativas es donde el árbol de la Primavera Árabe acaba de dar sus primeros frutos en Túnez. Es la primera vez que un país árabe y musulmán incluye en la nueva Constitución la igualdad entre hombres y mujeres («las ciudadanas y los ciudadanos son iguales ante la ley sin discriminación alguna») y, al mismo tiempo, ha logrado dejar a un lado la sharia al instaurar la libertad de conciencia («el Estado es el guardián de la religión. Garantiza la libertad de conciencia y creencias y la libertad de culto»). Asimismo, el Estado garantiza la libertad de expresión y prohíbe la tortura física y mental («la tortura es un crimen imprescriptible»).

Gracias a la participación de la sociedad civil, y sobre todo gracias a la lucha de las mujeres, Túnez no solo ha conseguido que el partido islamista Ennahda vuelva a las mezquitas, sino que también ha abierto el país a una modernidad de la que por desgracia carece el resto del mundo árabe. La igualdad de derechos significa que ya no habrá más poligamia ni repudios, y también quiere decir que la herencia ya no seguirá las leyes del islam, que sistemáticamente dan una parte al hombre y media parte a la mujer. Sura 4, versículo 12: «En cuanto a tus hijos, Dios te ordena asignarles una parte igual a la de dos hijas.»

La igualdad es también un paso hacia la paridad en la representación y los salarios. En Europa, se sigue pagando más a un hombre que a una mujer por el mismo trabajo. Tal vez Túnez dé ejemplo cambiando radicalmente las estadísticas y haciendo retroceder los prejuicios y arcaísmos.

La igualdad de derechos entre hombres y mujeres es, precisamente, lo que los islamistas no pueden aceptar. Porque lo que se oculta tras la utilización de la religión en la política es el miedo a las mujeres, el miedo a la sexualidad liberada de las mujeres, el miedo del hombre a perder la supremacía que le otorgan unos versículos. El fundamentalismo religioso está obsesionado con el sexo. Por eso, el hombre quiere tapar con un velo a la mujer, ya sea su esposa, hermana o madre. Hay que ocultarla, hacerla invisible. Hay que matar el deseo porque todos los problemas de la sociedad nacen, según los fundamentalistas, de la libertad de la mujer. Ponen el ejemplo de Occidente, donde la liberalización de las costumbres habría causado la desintegración de la célula familiar.

La lucha de las tunecinas por la liberación de hombres y mujeres no es nueva. Justo es reconocer que el ex presidente Habib Burguiba (1903-2000) fue quien implantó, en los años sesenta, el programa de liberación de la sociedad tunecina. Al principio, dio a Túnez el código de familia más progresista del mundo árabe. Ese estatuto o código personal, que data del 13 de agosto de 1956, fue un paso esencial en el camino hacia la modernidad. Luego vino un intento de laicización de la sociedad. Burguiba tuvo el valor de aparecer en televisión durante el ayuno del Ramadán y decir, antes de beber un vaso de zumo de naranja: «Túnez está luchando por el desarrollo económico; el Ramadán retrasa esa lucha. Ahora bien, en una guerra, se permite a los soldados comer y beber; consideremos que estamos en una guerra por el desarrollo.» Quienes se negaban a abandonar sus creencias religiosas eran libres de practicar su fe. Los demás también tenían libertad para comer y beber en público. Fue una decisión histórica. Hoy provocaría violentas manifestaciones. La religión ha pasado a ocupar un lugar demasiado importante en la vida de las personas, a causa de las frustraciones y desilusiones políticas. Por ello, la nueva Constitución tunecina constituye un hito en la historia de una primavera que ha estado a punto de convertirse en una pesadilla invernal. Pero no todo está dicho. Todavía falta que las elecciones legislativas y presidenciales confirmen en las urnas este progreso y modelo de sociedad. Aún no se ha ganado la partida. Las fuerzas de la regresión no han renunciado a las armas. Los salafistas no han desaparecido del paisaje tunecino, y de vez en cuando se manifiestan atacando a la policía o a los ciudadanos que viven en libertad. Su movimiento, Ansar al Sharia  (Defensores de la Sharia), dirigido por un veterano de la guerra de Afganistán, el tunecino Abu Iyade, ha sido catalogado por el gobierno como «organización terrorista».

Si Túnez consolida este cambio en la Constitución, si es capaz de ponerlo en práctica, el resto del mundo árabe será señalado con el dedo, en especial el vecino argelino, que tiene el código de familia más retrógrado del Magreb. En cuanto a Marruecos, aunque ha modificado el código de estatuto personal, no se ha atrevido a tocar el tema de la herencia.

Los países del Golfo, sobre todo Arabia Saudí y Qatar, siguen el rito wahabí, que es un dogma rígido y retrógrado que data del siglo XVIII. Hoy las mujeres se manifiestan en Arabia por el derecho a conducir un coche; en este país, se sigue aplicando la sharia. La hipocresía de Occidente, a quien le gusta firmar lucrativos contratos con estos países, finge no saber que tiene tratos con los paladines de la regresión. En un futuro próximo veremos cómo reaccionan estos países frente a este momento histórico y excepcional de una nación que ha emprendido el camino de la laicidad, la cual no supone el rechazo de la religión, sino la separación de la esfera pública y la privada, pero con la libertad de creer o no creer. La nueva Constitución también prohíbe la referencia a la apostasía. Egipto, por ejemplo, condenó a muerte en el pasado a ciudadanos que habían hecho una interpretación heterodoxa del Corán. Los declararon apóstatas, un crimen absoluto desde el punto de vista islámico.

Libia, en busca de un Estado de derecho

La primavera libia está lejos de dar frutos. Desde el 20 de octubre de 2011, día en que la muchedumbre linchó a Gadafi, Libia, pese a haberse liberado de esta familia de gánsteres, no ha logrado encontrar una base común para empezar de nuevo. Porque se trata de construir un Estado. Libia se compone de un conjunto de tribus (entre las que destacan 5); el 20 de junio de 2012 tuvieron lugar unos enfrentamientos, que duraron más de una semana, entre combatientes de la ciudad de Zintan, al suroeste de Trípoli, y miembros de la tribu Al Machachia. Balance: 105 muertos y más de 500 heridos. Según Le Figaro del 17 de marzo de 2014: «Desde el año 2011, unas 1.200 personas han muerto por actos de venganza, enfrentamientos entre milicias y acciones criminales.»

Debido a los 20 años de embargo, la población ha aprendido a vivir con la crisis. Desde la elección de una asamblea constituyente el 7 de julio de 2012, la situación política no es apta para la instauración de un Estado de derecho. El caos se mantiene debido a los activistas, probablemente de Al Qaeda, y a nostálgicos del gadafismo, que están armados. También sabemos que unos «grupos federalistas» crearon, en noviembre de 2013, un «gobierno autónomo» en la Cirenaica, zona histórica de la lucha contra Gadafi. La tribu de los Zintanis controla el aeropuerto de Trípoli. Libia, que producía 1,5 millones de barriles de crudo al día, ahora solo produce 250.000. Al parecer, un petrolero norcoreano cargó crudo en el puerto de Sidra y se marchó sin pagar la factura.

En medio de este desbarajuste Ali Zeidan, el primer ministro, fue descabalgado del cargo el 11 de marzo 2014 tras una moción de censura en el Parlamento. Prefirió irse a Alemania, donde vive una parte de su familia.

Pero sin estabilidad, sin estructuras políticas bien consolidadas, Libia tiene dificultades para transformar su revolución en una era de paz en la que prevalezca el imperio de la ley. El desbarajuste ha permitido al terrorismo aprovisionarse de armas, lo que ha facilitado las maniobras de desestabilización de Malí por hordas de mercenarios que, bajo el pretexto de defender el islam, toman rehenes y practican el narcotráfico.

Siria, una tragedia planeada por Putin

Mientras que para Egipto y Túnez el año 2014 podría ser el de la estabilización y la paz, en Siria el plan iraní y ruso para apoyar a Bachar el-Asad parece ganar terreno y sobre todo hacer de la oposición rebelde un campo de batalla entre islamistas extremistas y unos laicos demócratas desprovistos de ayuda europea ni norteamericana. Hay algo extraño y paradójico: Irán lucha sobre el terreno contra islamistas apoyados por Qatar y Arabia Saudí. Hezbolá, el Partido de Dios, armado y financiado por Irán, está con Asad. El genio de Putin ha consistido en alentar a Asad a privar de legitimidad y credibilidad a los rebeldes al infiltrar entre sus filas a extremistas que amenazan a la comunidad cristiana de Siria. Este plan ha funcionado tan bien que ha convencido a los contrarios a Bachar de la necesidad de ser cautelosos y no ayudar a una rebelión que, de triunfar, instauraría una república islámica en la que Al Qaeda tendría representantes.

Tras más de tres años de combates y más de 140.000 muertos, en su mayoría civiles, entre ellos 11.000 niños (cifras de la ONU), con millones de sirios refugiados en el Líbano y en el resto de Oriente Próximo, Bachar el-Asad está ganando la guerra contra su pueblo. Mientras tanto, los occidentales asisten pasivos a esta tragedia, en la que triunfa el mal absoluto, representado por el clan Asad, ya responsable del asesinato de 20.000 ciudadanos en Hama en 1982, y más en concreto, a la victoria del crimen institucionalizado contra la libertad.

La tragedia siria es lo peor que le ha pasado al mundo árabe desde la derrota propinada por Israel. Incluso la guerra civil libanesa fue una guerra de todos contra todos, estúpida e inútil. Pero en este caso se trata de una guerra librada por lo menos tres países contra un pueblo que, en marzo de 2011, empezó a manifestarse pacíficamente y recibió como respuesta los disparos del ejército del clan alauí.

La victoria del crimen y su legitimidad ha sido posible gracias a Putin, que ha planeado esta guerra. Ello avergonzará a las naciones civilizadas y se dirá «era complicado» para justificar una pasividad que ha precipitado esta vergonzosa victoria. En cuanto a los países árabes, su responsabilidad es inmensa. Cabe decir que todos estaban ocupados restableciendo el orden en sus propias calles. La Liga Árabe ha demostrado reiteradamente su incapacidad para actuar en la región. La gente lo sabe y a veces ignoran hasta la existencia de este organismo, que solo es bueno para sus miembros, quienes hablan, hablan y no hacen nada.

Marruecos, una excepción

En este escenario, en el que nada es definitivo, Marruecos aparece como una excepción: no ha vivido ninguna primavera que haya constituido un violento desafío al régimen. El rey Mohamed VI anticipó las reformas con una nueva Constitución, seguida de unas elecciones libres y transparentes que dieron la mayoría al Partido Justicia y Desarrollo (PJD), islamista no violento. El rey nombró primer ministro al líder del partido, que formó un gobierno de coalición. El país funciona pese a males difíciles de atajar, como la corrupción, la desigualdad y un sistema económico liberal sin cortapisas. El crecimiento es de un 4% aproximadamente y las previsiones son optimistas. Pero el rey, muy dinámico, trabaja sin descanso para hacer de Marruecos un «país emergente» abierto tanto a Occidente como a África.

El país iría aún mejor si no tuviera que afrontar los tejemanejes de la vecina Argelia, que bloquea cualquier salida política al problema del Sáhara, un territorio marroquí ocupado en el pasado por España, país que lo abandonó durante la agonía de Franco. Marruecos lo recuperó con una marcha, la famosa «Marcha Verde», que reunió a 350.000 marroquíes en noviembre de 1975.

La primavera está en camino. Ni todo es de color rosa ni todo está verde. A veces la resistencia a la modernidad es más fuerte que el proceso de cambio y democratización. La gente está impaciente. Quieren que todo cambie con bastante rapidez, pero olvidan que el mundo árabe es diverso y presenta escasos parecidos, pero tiene un punto en común: el no reconocimiento del individuo. La revolución habrá finalizado en el momento en que esta abra paso a la aparición del individuo, entidad única y singular. Esa fue precisamente la aportación de la Revolución Francesa.

Notas

[1] Este artículo se escribió en marzo de 2014.