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Co-edition with Estudios de Política Exterior

¿Podrá Estados Unidos encontrar una nueva vía en Oriente Próximo después de Bush?
El nuevo presidente americano estará limitado por las mismas restricciones internas y regionales.
Diyana Ishak
El próximo presidente de Estados Unidos tendrá que enfrentarse a una serie de desalentadores desafíos para recuperar la credibilidad de su país en Oriente Próximo. La opinión de esta región y del mundo en general sobre la política de EE UU se ha deteriorado enormemente durante los últimos cinco años por culpa de los excesos de la guerra contra el terrorismo, Irak, el apoyo aparentemente incondicional a Israel y un irregular compromiso con la democracia en el exterior. Muchos en Europa y en Oriente Próximo esperan que las elecciones de EE UU proporcionen un nuevo punto de partida, pero aunque John McCain y Barack Obama han adoptado diferentes tácticas en sus campañas, existen unas restricciones subyacentes tanto en la región como en EE UU que probablemente hagan que la política americana en esta zona cambie menos de lo que muchos desearían.
Irak
Los candidatos presidenciales han presentado ideas encontradas respecto a cómo actuar en Irak. McCain es un acérrimo defensor de la presencia permanente en la región, e incluso del aumento del despliegue de tropas, y se enorgullece de haber sido un prematuro y entusiasta partidario del refuerzo de tropas en 2007. A diferencia de Obama, McCain se opone a cualquier tipo de retirada hasta que los iraquíes sean capaces de autogobernarse plenamente, y ha llegado a insinuar que apoyaría una presencia “de 100 años”.
Sostiene que la retirada perjudicaría los intereses de seguridad regionales y occidentales al permitir el renacimiento de Al Qaeda y a los rebeldes Irán y Siria dominar la situación en Irak. Obama, por su parte, está a favor de un “repliegue paulatino” como forma de presionar al gobierno iraquí para alcanzar la reconciliación política. Defiende la retirada de todas las tropas de combate de Irak para el verano de 2010, y la reubicación de una parte en Afganistán. En Irak permanecerían algunas fuerzas residuales para controlar las amenazas de Al Qaeda y continuar con el entrenamiento de las fuerzas de seguridad iraquíes.
Estas propuestas son diferentes en teoría, pero es probable que en la práctica no lo sean tanto. Aunque el presidente es el Comandante en Jefe, se enfrenta a restricciones en el Congreso que limitan su margen de acción en lo relativo a la guerra. Bush ha mantenido una tensa relación con el Congreso desde que los demócratas obtuvieron la mayoría en ambas cámaras en noviembre de 2006. El Congreso se ha opuesto al presidente en las peticiones de fondos para financiar una presencia permanente y el aumento de tropas en Irak.
Si McCain asume la presidencia con una mayoría demócrata en el Congreso –los analistas prevén un aumento de entre 10 y 20 escaños demócratas en noviembre– se enfrentaría a importantes restricciones institucionales para prolongar la presencia de EE UU en Irak. Aunque Obama probablemente contaría con el apoyo de un Congreso de mayoría demócrata para su política de repliegue paulatino, su deseo de llevar a cabo una rápida retirada dependería de la situación sobre el terreno y del consejo de los altos mandos castrenses de EE UU en Irak. Actualmente parece plausible y el gobierno iraquí incluso parece apoyarlo, pero si la situación se deteriora, EE UU tendría que permanecer allí.
Irán
Irán ha causado mayores diferencias entre McCain y Obama que Irak. McCain apoya firmemente la postura de Bush e insiste en que, como presidente, no negociará directamente con Teherán sobre temas nucleares ni sobre el papel de Irán en Irak. Además ha hecho un llamamiento para llevar a cabo una campaña de desinversión en Irán de alcance mundial y ejercer presión sobre sus pretensiones nucleares. Obama, sin embargo, dice estar abierto a las negociaciones directas y asegura que llevaría a cabo una “dura diplomacia presidencial directa con Irán sin condiciones preestablecidas… (y) que le ofrecería incentivos como entrar a formar parte de la OMC, inversiones económicas y un acercamiento para lograr la normalización de las relaciones diplomáticas”. Sin embargo, ninguno de los dos candidatos ha descartado una acción militar contra Irán, principalmente como respuesta a un posible ataque contra Israel.
La reciente evolución de la política de Bush –subrayada por la decisión de enviar al subsecretario de Estado, William Burns, a Ginebra para mantener conversaciones con el principal negociador iraní, Sabed Jalili– podría apuntar a una convergencia. McCain puede encontrar útil un contacto más directo de EE UU con Irán, aunque sólo sea para destacar la falta de voluntad de Teherán para negociar. Y el pequeño paso adelante de Bush abre la puerta a Obama para ir más allá en sus llamamientos a la diplomacia. Sin embargo, aunque McCain y Obama no estén de acuerdo en si EE UU debería negociar o no con Teherán, que estas negociaciones sigan adelante depende en parte de las elecciones presidenciales iraníes de junio de 2009.
En caso de que un líder más moderado y pragmático llegase a gobernar Irán, McCain presidente podría reaccionar potenciando la diplomacia. Si, por otro lado, Obama presidente llevase adelante su plan de negociar con Irán en la primavera de 2009, antes de las elecciones, éste podría cambiar la menguante popularidad de los partidarios de la línea dura iraníes, incluyendo al presidente Mahmud Ahmadineyad y ayudarle inconscientemente a ser reelegido en junio. Es más, Obama reflexionará sobre la alianza estratégica de EE UU con Israel antes de buscar negociaciones directas y, para eso, podría establecer condiciones para que las conversaciones se llevaran a cabo.
El conflicto palestino-israelí
A diferencia de lo que sucede con Irak e Irán, McCain y Obama parecen no tener un punto de vista demasiado diferente en lo relativo al conflicto palestino-israelí. Los dos han prometido involucrarse más activamente para lograr la resolución del conflicto y encontrar una solución en la que quepan los dos Estados. A pesar de estar abiertos a ejercer de mediadores en el proceso entre israelíes y palestinos, ambos candidatos han mostrado una clara inclinación a favor de Israel.
Concretamente, ambos se han posicionado sobre el asunto clave del estatuto final de Jerusalén, el centro del conflicto. Según su principal asesor de política exterior, Randy Scheunemann, McCain “ha dicho que Jerusalén es la capital de Israel, que hoy por hoy es indivisible y que deberíamos trasladar allí nuestra embajada. Si un gobierno democrático de Israel decide aceptar un cambio del estatuto, desde luego él no cuestionará a ningún gobierno democrático de Israel”. Obama hizo unas declaraciones similares en la conferencia del AIPAC (Comité de Asuntos Públicos EE UUIsrael) en junio: “Los palestinos necesitan un Estado limítrofe unido y que les permita prosperar. Pero cualquier tipo de acuerdo con los palestinos debe preservar la identidad de Israel como Estado judío, con fronteras seguras, reconocidas y defendibles. Y Jerusalén continuará siendo la capital de Israel y debe permanecer indivisible”.
Aunque más tarde puntualizó dichas declaraciones, su marcado tono pro israelí ya resuena en Oriente Próximo. Las presiones internas de EE UU –principalmente el gran número de posibles electores a favor de una política pro israelí– llevarán a cualquier presidente americano a emprender un rumbo pro israelí.
Fomento de la democracia
Bush rompió la tendencia de los anteriores presidentes americanos al hacer un llamamiento a que EE UU fomente la democracia en el mundo árabe. En la práctica, su estrategia se vio muy limitada por los fracasos en Irak, las realidades de otros intereses de EE UU y la dificultad de forjar una reforma real en la región. Sin embargo, propuso algunas nuevas recetas políticas como el aumento de la ayuda para la reforma política, principalmente por medio de la Iniciativa de Asociación EE UU-Oriente Próximo (MEPI). Es probable que dichos programas se mantengan en la siguiente administración, independientemente de quién tome las riendas.
Como escribe la periodista Paulette Chu Miniter, cualquier cambio en las iniciativas establecidas “requeriría un desmantelamiento intencionado de la sólida burocracia para la democratización que el actual presidente puso especial esmero en construir con dinero, burócratas, programas gubernamentales y, por último, pero no menos importante, tarjetas de resultados”. Ambos candidatos probablemente afirmarán que se proponen promover la democracia, sin especificar demasiado cómo hacerlo. Pero en cuanto ocupen la presidencia, tropezarán con las mismas limitaciones.
Futuro de las relaciones
EE UU-Oriente Próximo La fiebre de las elecciones de EE UU llega a todos los rincones del mundo. Desde los taxistas egipcios que apoyan a Obama a los jeques de Arabia Saudí que cruzan disimuladamente los dedos por McCain, las elecciones han provocado muchas especulaciones en todo Oriente Próximo acerca del rumbo político que seguirá EE UU en la región después de Bush. Muchos se sienten atraídos por Obama por su color de piel, su segundo nombre y los antecedentes religiosos de su padre.
Pero su popularidad en el mundo árabe se ha visto disminuida debido a sus repetidos intentos de recordar a los ciudadanos americanos que no es musulmán. Es más, el deseo de Obama de pulir sus credenciales de política exterior y no parecer demasiado pro musulmán o demasiado comprensivo con los extremistas podría llevarlo a compensar la situación ofreciendo demasiado apoyo a Israel. Su discurso en el AIPAC despertó la alarma en la región, y si continúa haciendo declaraciones de ese tipo, podría acabar poniendo a la opinión pública árabe en su contra. Aunque los árabes de a pie parecen tener, en general, preferencia por Obama –según una encuesta del Pew Global Attitudes Project tiene un margen de apoyo del 9% en Líbano–, la opinión de las élites de Oriente Próximo es más difícil de interpretar.
Los líderes de Oriente Próximo que han disfrutado del apoyo americano en el pasado podrían preferir a McCain, ya que creen que con él es más probable que continúen las actuales alianzas estratégicas con los gobiernos árabes. En las últimas décadas, las élites árabes han preferido a presidentes republicanos. Como comenta Karim Sadjadpour, del Carnegie Endowment for International Peace, “Los demócratas parecían estar más cercanos al lobby pro israelí y comprometerse más con temas como los derechos humanos, mientras que los republicanos tenían una imagen de hombres pragmáticos de negocios (principalmente de la industria petrolífera) motivados por la realpolitik”. El presidente Bush ha echado por tierra esa visión tradicional.
Es posible que algunas élites en Oriente Próximo vean en Obama un refrescante regreso a las políticas de antes, más moderadas, y se decanten por él en vez de por una continuación de la política de Bush, que es lo que McCain parece prometer. Dejando a un lado la retórica de la campaña, tanto Obama como McCain se verán limitados por las mismas restricciones internas y regionales. En consecuencia, es probable que la política de EE UU en Oriente Próximo siga los mismos derroteros que ha seguido desde el final de la guerra fría, e incluso décadas antes: un precario equilibrio en el que EE UU manifiesta su apoyo a la reforma política al tiempo que sigue manteniendo estrechos lazos con aliados no democráticos que disfrutan del patrocinio americano y se abstienen de cualquier reforma política importante.