Pasión y compromiso con el Mediterráneo

Miguel Ángel Moratinos

Ex ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación

En 2014, el Instituto Europeo del Mediterráneo (IEMed) celebra sus 25 años de trabajo para el fomento de las actuaciones y proyectos que contribuyan al conocimiento y al intercambio entre las sociedades mediterráneas. El fundador del instituto, el hoy fallecido escritor Baltasar Porcel, emprendió esta gran tarea con una voluntad de aspiración general a la democracia y el bienestar desde el diálogo y el compromiso político. Todo ello ha reforzado la proyección de Barcelona como ciudad mediterránea y plural que, con el tiempo, se ha convertido en la sede de la Unión por el Mediterráneo. Hoy día el IEMed, junto con otras instituciones españolas, sigue trabajando con la pasión y el compromiso por el Mediterráneo que caracterizan la trayectoria y la obra literaria de Baltasar Porcel.   


Quizá los aniversarios y las fechas señaladas nos sirvan para volver la vista a las realidades y personalidades que son objeto de reconocimiento, memoria o actualización. El vigésimo quinto cumpleaños de la constitución del Instituto Catalán de Estudios Mediterráneos, desde 2002 Instituto Europeo del Mediterráneo (IEMed), y el quinto aniversario del fallecimiento de quien fue su inspirador e impulsor, Baltasar Porcel, reverdecen la actualidad mediterránea como concepto de naturaleza “constituida por la pluralidad” y no como “desván de tenebrosos problemas”[1]. Y sobre todo, como vector de civilización, espacio emergente y ámbito de creatividad político, social, económico y cultural, con “portentosa capacidad de futuro”[2].

Es difícil segregar la visión, la pasión y el compromiso con el Mediterráneo en la cimentación del Instituto Catalán de Estudios Mediterráneos, caracteres que recorren el pensamiento, la obra y la vida de Porcel, un “lúcido compañero y un amigo”[3] en los avatares de la navegación mediterránea. Como amigo compartí el enfoque de pensar el Mediterráneo “como fuerza constructora secular que constituye una indiscutible unidad de la que Europa, Occidente, son una consecuencia”[4].  Pensamos que la aceleración del tiempo y de los riesgos en la zona conducía indefectiblemente a “la aspiración general a la democracia y al bienestar”, lo que ha supuesto su incorporación a una globalización asimétrica, que se percibe con mayor incidencia en las riberas del Mare Nostrum. Entendimos que la cooperación era necesaria e imprescindible “para preservarse o para auto-realizarse” y “esta salida se produciría necesariamente según el patrón mediterráneo clásico: diálogo, democracia”[5]. Como director general de África y Mediterráneo en el Ministerio de Asuntos Exteriores español y, en posteriores misiones, así como en foros multilaterales, he impulsado estos conceptos y me he implicado en la búsqueda de consensos sociales y políticos. Solo desde el diálogo y el compromiso político se puede estabilizar una de las zonas más estratégicas e inestables del mundo, donde los flujos de actividad humana son cada vez más intensos y segmentados; la inmigración ilegal a Europa y a todo el Magreb así lo ponen de manifiesto, al igual que las redes de delincuencia organizada en sus más diversas modalidades y los fanatismos religiosos, que han centrado buena parte de la agenda de la primera década del siglo XXI.  

Desde la fundación del Instituto, compartí con Porcel la visión de reforzar aún más la proyección de Barcelona, lejos de estériles dialécticas nacionalistas, como “plataforma colectiva”[6] del Mediterráneo. Por ello, fue una satisfacción corroborar el éxito del Forum Civil Euromed en 1995, la mayor concentración pacífica y de especialistas de la sociedad civil mediterránea de la historia, que actuó como nexo e inspiración de muchas de las iniciativas de la Cumbre Euromediterránea, convocada por la presidencia española de la UE. A ella asistieron 12 países mediterráneos extracomunitarios y se sentaron las bases del partenariado euromediterráneo. Diez años después, tuve la responsabilidad de relanzar el Proceso de Barcelona y colaborar y gestionar el décimo aniversario de la Cumbre para la revisión y actualización de objetivos; desafortunadamente, muchos de ellos aún pendientes. También defendí llevar a Barcelona la Secretaría General de la Unión por el Mediterráneo, donde ya están representados 44 países, incluyendo el Estado de Israel. 

Porcel, con su actividad y obra, contribuyó a forjar la mentalidad mediterránea, al tiempo que colaboró en la construcción de la mediterraneidad de Barcelona y Cataluña, y también de España y Europa. Nuestro país, antes que muchos otros de nuestro entorno con economías más dimensionadas, fue consciente de crear un modelo de diplomacia pública dentro del Estado, representado por todos sus niveles político-administrativos. Por ello, y en mi modesta opinión, Porcel fue pionero en las formas de soft power y en la creación de la diplomacia pública española.

Así, tras largas sesiones de trabajo y gestiones exitosas, se creó el consorcio público Instituto Europeo del Mediterráneo (IEMed), que se abre también a la sociedad civil y al ámbito económico-empresarial para que participe y canalice su conocimiento y sus intereses a través de múltiples contactos, actividades y estudios. Desde el IEMed y, posteriormente, con Casa Árabe, Casa Sefarad-Israel y Casa Mediterráneo, se ha potenciado el espacio mediterráneo y se le ha dado visibilidad a su diversidad. Se ha reforzado también el conocimiento mutuo y, lo más interesante, se ha trabajado para la “fluidez” de nuestra interdependencia.

Europa vuelve al Mediterráneo, tras cerca de 30 consejos europeos sin mención alguna, porque sus intereses geopolíticos se transforman y está obligada a comprometerse aún más con una región que bulle y aún no ha culminado el proceso conocido como Primavera Árabe, que pasa por el empoderamiento ciudadano en un sistema de democracias. Europa ha estado ensimismada en los últimos años con la crisis financiera, económica e institucional, mientras que el Magreb sigue siendo un espacio segmentado, enfrentado y sin garantías de seguridad humana, salvo en estados que representan la excepcionalidad significativa y plausible. Afortunadamente, instituciones como las antes citadas y el IEMed han continuado con su trabajo y han mantenido los lazos de cooperación y diálogo en la región, lo que contribuye a ser más optimistas con un horizonte de estabilidad y progreso sostenible. Oriente Medio sigue siendo un avispero con la guerra de Siria como fondo y con los escasos avances del diálogo israelo-palestino.

La solución de estos conflictos no puede distraernos de otras prioridades como el avance de los derechos humanos y la cooperación en materia política, social, cultural, económica o medioambiental. Ámbitos de relación reforzados en la última Cumbre Euromediterránea de Barcelona y en los que profundiza nuestro sistema de diplomacia pública y los organismos multilaterales de la región. En efecto, “si dejamos que el Mediterráneo degenere en cloaca, ¿qué sentido tendrá entonces salvar política y económicamente al hombre y las sociedades mediterráneas?[7]”. Con la pasión y el compromiso con el Mediterráneo que muchos compartimos con el IEMed y Baltasar Porcel en sus aniversarios, podemos contribuir a que el Mare Nostrum sea un mar limpio y vivo: un espacio de paz y de progreso; “el ecosistema más amable, un paisaje histórico armónico y sugerente”[8].

Notas

[1]Porcel, B., Mediterráneo. Tumultos del oleaje, Barcelona, Planeta, 1996, págs. 10 y 11.

[2]Ibídem, pág. 384.

[3]Dedicatoria manuscrita de Baltasar Porcel.

[4]Ibídem, pág. 416.

[5]Ibídem, pág. 416.

[6]Ibídem, pág. 412.

[7]Ibídem, pág. 389.

[8]Ibídem, pág. 416.