Panorama político tras las revueltas árabes

En Egipto, los partidos islamistas son fuertes y están unidos, los laicos débiles y fragmentados. En Túnez, no destaca ninguno. Esta diferencia está marcando la evolución de las transiciones.

Marina Ottaway

En las elecciones del año 2000 a la Asamblea Popular de Egipto, el Partido Nacional Democrático (PND), en el gobierno, obtuvo unos resultados desastrosos, con solo 175 de los 444 escaños, a pesar de todas las ventajas que le daban la titularidad del cargo y la manipulación. Pero cuando se constituyó el Parlamento, el PND controlaba 388, debido a que 263 de los denominados independientes se habían unido al partido de gobierno. Los ilegalizados Hermanos Musulmanes, que en las elecciones limpias celebradas después de la expulsión de Hosni Mubarak obtendrían más del 50% de los escaños, se las ingeniaron para asegurarse 17 escaños haciendo que sus candidatos se presentaran como independientes.

El resto de partidos legales laicos, aparte del PND, consiguieron menos del 10% de los votos. Esas elecciones resumen en pocas palabras un problema importante que enturbia las perspectivas de una transición democrática rápida en Egipto, y más en general, en Oriente Próximo. La mayoría de los países árabes carecen de una variedad de partidos políticos viables y competitivos. Muchos los prohíben del todo. En otros sitios, los partidos de gobierno dominan la escena mediante una mezcla de patrocinio y coacción, como en Egipto hasta 2011. Los partidos islamistas se las apañan para sobrevivir a la represión gracias al compromiso ideológico y a la disciplina de sus miembros, que siguen operando clandestinamente o desde el exilio si no tienen más remedio. Los partidos laicos de la oposición se fragmentan y se van a pique, incapaces de atraer a un electorado amplio.

La única excepción digna de señalar es Marruecos, donde incluso en sus días más autoritarios, la monarquía nunca sintió la necesidad de depender de un partido y nunca desmanteló las organizaciones políticas que se formaron para oponerse a la presencia francesa. Como consecuencia, la liberalización de los comicios en Marruecos ha creado un entorno político competitivo. En otras partes, la transición democrática requerirá una significativa reorganización de las fuerzas políticas, con el desmantelamiento de los partidos en el poder y la consolidación de los muy fragmentados partidos laicos en un número inferior de organizaciones viables. Hasta que eso suceda, los partidos islamistas disfrutarán de una importante ventaja electoral, y eso incita a sus rivales a mirar más allá de las urnas, a la acción callejera o incluso militar, para restaurar el equilibrio de poder. La dificultad de desmantelar los partidos de gobierno y de organizar otros nuevos es más que evidente hoy en día en Túnez y Egipto, dos países que han intentado desarrollar sistemas políticos democráticos después de las revueltas de 2011.

Los viejos partidos de gobierno, oficialmente disueltos, siguen teniendo a muchos de sus miembros en cargos de influencia y están reagrupándose con nombres diferentes. En Egipto, la ausencia de un sistema de partidos competitivos ha desembocado finalmente en el golpe militar de julio de 2013: los partidos laicos sufrieron una importante derrota electoral en las elecciones parlamentarias de 2011-2012 y, al carecer de confianza en su capacidad para ganar las próximas elecciones, recurrieron a las manifestaciones callejeras y al ejército. Túnez, con una variedad de organizaciones políticas más equilibrada, ha logrado hasta el momento canalizar la carrera por el poder a través del sistema político legal y de las nuevas instituciones.

De partidos de gobierno a nuevas formaciones políticas

Los partidos de gobierno siempre desaparecen en las transiciones políticas. Los comunistas se disolvieron en Europa del Este y en la antigua Unión Soviética, y lo mismo sucedió con los partidos nazi y fascista en Alemania e Italia después de la Segunda Guerra mundial, con el partido Baaz en Irak después de la invasión de Estados Unidos y en muchos otros países que han vivido una transición después de un régimen totalitario. Resulta fácil disolver esos partidos formalmente, porque son símbolos del antiguo régimen y sus exmiembros y seguidores quieren distanciarse de organizaciones que se han convertido en una carga.

El PND de Egipto y el Reagrupamiento Constitucional Democrático (RCD) de Túnez fueron disueltos poco después de la expulsión de los dos presidentes sin demasiada oposición, pero eso no fue más que el principio. Al igual que todos los partidos de gobierno, las dos organizaciones tenían en sus filas a gente experimentada y con ambiciones políticas, a notables locales y a empresarios que consideraban que tener buenas relaciones con el gobierno era un activo crucial.

A menos que se lleve a cabo una purga, esas personas tienden a seguir activas en la escena política. Por consiguiente, el verdadero problema después de la disolución de un partido de gobierno es qué sucede con los que movían los hilos en el sistema anterior, cómo se reorganizan para seguir influyendo en la escena política y su grado de éxito a la hora de formar nuevas organizaciones políticas. En Egipto, el proceso ha sido extremadamente difícil y ha culminado, al cabo de dos años, con la restauración de facto del antiguo régimen bajo la tutela militar. En Túnez, el cambio ha sido más fluido, pero el resultado seguía siendo incierto en el momento de escribir estas líneas.

Egipto

El PND fue disuelto en abril de 2011 por orden judicial, y sus bienes incautados por el Estado. A esto le siguió una batalla por el derecho de sus antiguos miembros a presentarse a los comicios. Ese derecho les fue negado en noviembre de 2011 por una decisión de un tribunal menor, pero inmediatamente restaurado por el Tribunal Constitucional Supremo (TCS). En consecuencia, muchos exmiembros del PND se presentaron a las elecciones parlamentarias de 2011 -2012 como independientes o como candidatos de viejos y nuevos partidos políticos laicos.

El partido liberal más antiguo de Egipto, el Wafd, se mostró especialmente hospitalario con ellos. No está claro cuántos viejos miembros del PND resultaron elegidos al Parlamento, aunque probablemente no fueran muchos porque los candidatos laicos en general obtuvieron malos resultados en las elecciones. No obstante, la ininterrumpida participación en la política de individuos que se consideraban parte del anterior régimen, apodados despectivamente felul, o “restos”, provocó nuevos intentos de inhabilitarlos. El Parlamento de mayoría islamista redactó una Ley de Exclusión Política, pero el Tribunal Supremo, en sí un remanente del antiguo régimen, rápidamente la declaró inconstitucional. El derecho de los felul a presentarse a cargos fue ratificado nuevamente por el Tribunal Administrativo en septiembre de 2012.

La decisión del TCS hizo posible que Ahmed Shafik se presentara como candidato a las elecciones presidenciales de junio de 2012. Había sido ministro de Aviación Civil durante nueve años con Mubarak, y este le nombró primer ministro en un intento a la desesperada de salvar al régimen después de que se iniciara el levantamiento en 2011. Shafik salió derrotado por un estrecho margen frente a Mohammed Morsi. El TCS también disolvió el Parlamento después de declarar inconstitucional la ley electoral. Esto era claramente una decisión política disimulada tras una débil fachada de legalidad. Básicamente, un tribunal dominado por personas que habían desempeñado cargos en el antiguo régimen anuló la victoria de los partidos islamistas en las elecciones. En teoría, esto daba a los partidos laicos una oportunidad de oro para protagonizar un regreso político en las nuevas elecciones que, hasta el golpe de Estado, debían celebrarse antes de finales de 2013. Por desgracia para ellos, los esfuerzos para reorganizar el espectro político laico fueron lentos y no llevaron a ninguna parte.

En consecuencia, no era ni mucho menos seguro que los partidos laicos pudieran ganar las elecciones a pesar de la creciente hostilidad hacia los Hermanos Musulmanes provocada por su despótico estilo de gobernar. Los partidos laicos han seguido fragmentados y desorganizados, y no han hecho mucha gala de tener la voluntad de dedicar tiempo y esfuerzo a la humilde tarea de congraciarse con posibles electorados. No han desarrollado mensajes que atraigan a los egipcios de a pie en vez de a los intelectuales de clase alta. Los partidos islamistas son muy disciplinados y les mueve la ideología, mientras que la mayoría de los partidos laicos parecen estar motivados más que nada por la ambición personal de sus líderes, lo que a su vez aumenta la tendencia a la fragmentación. Conscientes de la debilidad de su posición, los partidos laicos han intentado formar coaliciones, pero durante meses estas se rompían tan pronto como se anunciaba su formación en una rueda de prensa.

Después de que los Hermanos Musulmanes lograran que se aprobara una nueva Constitución, a pesar de los intentos de la oposición por impedirlo, en noviembre de 2012, la mayoría de los partidos laicos se unieron por fin en un Frente de Salvación Nacional (FSN). Esta coalición de partidos, con unas estructuras organizativas débiles, no tenía mucha presencia sobre el terreno y no estaba preparada para competir con éxito en unas elecciones. De hecho, la mayoría de los miembros de la alianza anunciaron que no participarían en las elecciones. Por tanto, no es de extrañar que cuando el movimiento Tamarrod (rebelde) empezó a reunir firmas en mayo de 2013 para pedir la invalidación del mandato de Morsi, los miembros del FSN se unieran ansiosamente a su causa. Y tampoco es de extrañar que, a pesar de su supuesto compromiso con la democracia, apoyaran el golpe militar que derrocó al presidente Morsi en julio de 2013.

El golpe rectificó el equilibrio de poder temporalmente al destituir a Morsi y permitir que los militares nombraran un presidente de transición que era parte del antiguo régimen, al igual que el nuevo primer ministro y el gabinete. Pero el problema fundamental seguía sin corregirse. Si el ejército mantenía su promesa de celebrar en pocos meses elecciones para elegir un nuevo Parlamento y un nuevo presidente, los partidos laicos seguirían siendo débiles y estarían desorganizados.

Túnez

En Túnez, la disolución del viejo partido de gobierno así como la reestructuración del espectro político laico no fueron tan controvertidos como en Egipto. Aunque los problemas a los que se enfrentaban los dos países eran similares en muchos aspectos en Túnez, los gobiernos posrevueltas fueron al principio capaces de marginar con más éxito a los dirigentes del viejo régimen. El equilibrio de poder entre el partido islamista Ennahda y la oposición laica también estaba menos descompensado, ya que Ennahda controlaba menos del 40% de los escaños de la Asamblea Constituyente.

Esto forzó la formación de un gobierno de coalición en el que dos partidos laicos también estaban representados, dándoles la esperanza de poder ganar las siguientes elecciones, lo cual era un incentivo para jugar al juego político siguiendo las reglas, en vez de recurrir a la calle como sucedió en Egipto. El RCD, el partido del presidente Zine el Abidine Ben Ali, fue disuelto inmediatamente después de que él huyera del país e ilegalizado oficialmente por orden judicial el 9 marzo de 2011. El Estado confiscó sus bienes, y la enorme sede que ocupaba en pleno centro de Túnez permanece todavía vacía ya que ninguna organización quiere trasladarse allí. La Alta Instancia para la Realización de los Objetivos de la Revolución, de la Reforma Política y de la Transición Democrática, la gran organización que ejerció como Parlamento de facto durante unos meses en 2011, incorporó al decreto-ley electoral cláusulas que prohibían a los altos cargos del RCD y del antiguo régimen presentarse como candidatos al Parlamento.

Al producirse poco después de las revueltas, la decisión no fue especialmente controvertida en Túnez, pero provocó las críticas de las organizaciones de derechos humanos internacionales que la consideraban demasiado radical. En 2013, la situación era distinta y la idea de ilegalizar a los miembros del RCD y a los funcionarios del antiguo régimen ya no se aceptaba tan fácilmente.

En primer lugar, el nuevo gobierno instaurado tras las elecciones generaba bastante polémica. Aunque consistía en una troika compuesta por el islamista Ennahda, el Ettakatol y el Congreso para la República, ambos laicos, la oposición en general percibía que estaba dominado por los islamistas. En segundo lugar, a medida que los partidos laicos de la oposición trataban de reorganizarse, como se comentará más adelante, Beyi Caid Essebsi, un político de los viejos tiempos que estaba hasta cierto punto comprometido por su vinculación con Ben Ali, se había convertido en su abanderado. Por tanto, la exclusión de miembros del antiguo régimen constituía una amenaza directa para la oposición. En junio de 2013, se presentó formalmente ante la Asamblea Constituyente el proyecto de Ley para Inmunizar la Revolución. Se trataba de una ley de gran alcance que habría inhabilitado para desempeñar cargos o funciones importantes durante cinco años a un amplio abanico de gente asociada con el régimen de Ben Ali entre los años 1987 y 2011.

La ley era válida para todos los ministros y sus segundos, todos los candidatos del RCD a las elecciones parlamentarias, incluidos los que perdieron, y los altos cargos del partido en los niveles local, regional y nacional. Ninguno de ellos podía presentarse como candidato a la presidencia, a la función de primer ministro o al Parlamento, y no podían ser nombrados gobernadores, embajadores, cónsules, o gobernadores del Banco Central. Por consiguiente, la ley habría aislado efectivamente de la política durante cinco años a toda la clase dirigente del antiguo régimen político justo cuando intentaba regresar formando nuevos partidos.

En el momento de escribir estas líneas, la ley ha sido interminablemente debatida en la Asamblea Constituyente, pero todavía no se ha sometido a votación. La suerte de los exmiembros del partido de gobierno y la reestructuración de la oposición laica son temas estrechamente relacionados en Túnez. El principal partido que ha surgido desde los levantamientos, Nida Tunes, debe su existencia a los esfuerzos y liderazgo de Essebsi, un hombre cuya carrera abarca todo el periodo de la independencia de Túnez. Participó en el gobierno del primer presidente del país, Habib Burguiba, ejerciendo una serie de cargos ministeriales y diplomáticos demasiado larga para enumerarla. Es el ejemplo por excelencia de la vieja clase dirigente política tunecina: un hombre culto, francófono, laico, urbano, y definitivamente de clase alta. No obstante, si está o no mancillado por su asociación con Ben Ali es un tema abierto a debate.

Cuando Ben Ali echó al anciano Burguiba del poder, Essebsi era el portavoz del Parlamento. Ejerció el cargo durante dos años más hasta el final de su mandato y luego se apartó de la política hasta que volvió como primer ministro en funciones durante el periodo que transcurrió entre el derrocamiento de Ben Ali y las elecciones a la Asamblea Constituyente. No era miembro del RCD, no fue nombrado para ejercer ningún cargo por Ben Ali, y ostentaba el cargo de portavoz del Parlamento antes de la llegada al poder de Ben Ali. Pero sus partidarios temen que la adopción de la Ley para Inmunizar tenga como consecuencia su inhabilitación para participar en la política. (La Constitución que se debate actualmente también le prohibiría presentarse: el borrador impone una edad máxima de 70 años para los candidatos presidenciales y Essebsi tiene 85).

La suerte de Essebsi no es un asunto menor en Túnez, porque ocupa un lugar esencial en el nuevo espectro político que empieza a dibujarse. Nida Tunes ha creado una amplia coalición centrista entre los islamistas, por un lado, y los partidos de izquierdas, por otro. Pero Nida Tunes sigue siendo frágil y muy dependiente de Essebsi, ya que en la organización no hay otra personalidad con la misma imagen de hombre de Estado respetable que pueda sustituirle. La desaparición de Nida Tunes provocaría que el centro laico volviera indefectiblemente a fragmentarse. El panorama político se encuentra dividido actualmente en tres partes: el ala islamista, que en este momento se limita básicamente a Ennahda porque, hasta ahora, los salafistas no han entrado en la política electoral. De las tres tendencias, es la más unida.

El centro laico sigue estando fragmentado y se fragmentaría aún más si Nida Tunes se fuera a pique. Además de esta formación, el centro laico incluye a varios partidos más pequeños que podrían optar por cooperar con Ennahda, como han hecho Ettakatol y el Congreso para la República, o hacer causa común con otros partidos laicos; la fuerza de Nida Tunes podría determinar esa elección. Por último, el espectro político tunecino incluye una izquierda de corte europeo. Incluye a varios partidos pequeños, más o menos unidos en el Frente Popular, y también a la Unión General Tunecina del Trabajo (UGTT), la principal federación de sindicatos del país. La UGTT, durante mucho tiempo subordinada a Burguiba y más tarde a Ben Ali, ha recuperado su autonomía y a sus militantes desde las revueltas. Es enemiga acérrima de Ennahda y se ha convertido en una importante fuerza política. Es posible que la situación no dure; Ennahda afirma que aunque en la actualidad los responsables del sindicato son de izquierdas, las filas de la organización no lo son. Sin embargo, de momento, la UGTT es parte de la izquierda, y le aporta la mayor parte de su peso político. Esta división en tres del espectro político crea una situación a la vez frágil e inestable en potencia, pero también deja abierta la posibilidad de un resultado democrático. Ningún partido o tendencia destaca sobre los demás, y esto genera la necesidad de alianzas amplias y compromisos.

Conclusión

Las transiciones en Egipto y Túnez empezaron al mismo tiempo y de un modo muy similar, con grandes manifestaciones en la calle que llevaron a la expulsión de dos presidentes y a la disolución de sus partidos de gobierno. Dos años y medio después, Egipto contempla la restauración del viejo régimen, con la vuelta de la antigua clase dirigente a la escena política bajo la tutela del ejército. Por el momento, la transición desde el autoritarismo ha quedado interrumpida y el ejército desempeña la función política más visible desde los días de Gamal Abdel Nasser, en las décadas de los cincuenta y sesenta. Túnez, por su parte, sigue en transición.

No hay garantía de que el resultado sea la democracia, pero el panorama político es pluralista, ningún partido predomina y el ejército se ha mantenido al margen de la política como ha hecho durante toda la historia de la independencia de Túnez. Un resultado democrático sigue siendo al menos concebible. Entre los dos países existen muchas diferencias que ayudan a explicar los distintos resultados. Desde luego, no hay un solo factor que explique los diferentes caminos que parecen estar tomando ambos. Sin embargo, no hay duda de que las características del espectro político han tenido un impacto en el resultado. El panorama egipcio se encuentra dividido entre partidos islamistas fuertes y unidos internamente, que han sido capaces de aprovechar las oportunidades que les han brindado las elecciones libres, y unas organizaciones laicas fragmentadas y mal estructuradas incapaces de movilizar a su electorado en un proceso electoral.

Como consecuencia, los islamistas ganaron las elecciones y los laicos rechazaron rápidamente el proceso democrático formal y recurrieron a los tribunales, a la calle y al ejército para echar por tierra los resultados de los comicios. No es de extrañar que el ejército haya prevalecido. En Túnez, ningún partido o tendencia destaca sobre los demás, y el ejército se ha mantenido al margen de la refriega. Es más, el enfrentamiento entre islamistas y laicos se ha visto atemperado por la división de los partidos laicos entre una izquierda militante y un centro conservador, lo cual ha mantenido viva la esperanza de todas las organizaciones de que el proceso político juegue a su favor. Mientras esa esperanza exista, un resultado democrático es posible. Si hay partidos que creen que las elecciones jamás puedan decantarse a su favor, la primera oleada democrática en el mundo árabe terminará en fracaso, como ya sucediera con las primeras oleadas en otras partes del mundo.