Nueve apuntes para una reflexión sobre la religión

Raimon Panikkar

Filósofo, teólogo y experto en diálogo interreligioso

Para transformar las fronteras políticas y religiosas del Mediterráneo a través del diálogo es necesario establecer unas pocas líneas básicas. En primer lugar, la región necesita reencontrar su identidad homogénea, manteniendo al mismo tiempo su diversidad cultural. En segundo lugar, el hecho religioso presenta distintas dimensiones del ser humano, a nivel social y trascendental, por eso no debe obviarse. Los ciudadanos del Mediterráneo han tejido su identidad a partir de la religión, lo cual provoca la necesidad de un diálogo auténtico con la voluntad de aprender del interlocutor. Así, las religiones en tanto que fenómenos sociales deben regenerarse y evitar los fundamentalismos para encontrar la paz.  Por otra parte, dado que religión y política están indisolublemente unidas, debemos también fomentar un diálogo político en el sentido más social y en el marco de la democracia.

Para seguir con mi tradición, haré un novenario, nueve puntos telegráficos que servirán para el debate o tal vez para dejarlos de lado. Inspirado por Mohamed Arkoun, quien afirma que el lenguaje es de gran importancia, diría que las fronteras nos enfrentan, aunque también nos unen. La frontera es aquello que separa y aquello que une.

1. El Mediterráneo no es sólo una frontera histórica, ni exclusivamente geográfica, sino esencialmente cultural. Y tal vez es la falta de identidad y el futuro esperanzador de volver a encontrar esa identidad en el espacio mediterráneo, que tampoco es únicamente histórico o geográfico, sino también cultural, con unas culturas cuya diversidad conforma su riqueza.

2. Las fronteras son políticas y religiosas al mismo tiempo. Debemos distinguirlas, pero no podemos separarlas, dado que religión y política están íntimamente unidas. Una religión sin política, en el sentido más exacto de la palabra, es puramente ideología o es impotente. A su vez, una política sin religión es impotente (una técnica) o se convierte en religión desde el momento en que se quiere constituir en representante de unos valores últimos y fundamentales. Una política que pone la democracia como un dogma, digámoslo así, no es una religión.

3. Utilizando el lenguaje, el término «religión»tiene un triple sentido que creo que merece la pena distinguir, pese a que considero que no se puede aislar. La religión puede significar religiosidad, como un hecho antropológico según el cual todo hombre, por el hecho de serlo, tiene una dimensión que lo separa de los animales y le hace darse cuenta de lo infinito, lo desconocido, lo que ninguna palabra sabe describir, lo inefable, ese algo más. Eso sería la religiosidad, que como dimensión humana nos une a todos.

Luego está la religiología; es decir, puesto que somos seres intelectuales, hacemos una interpretación de este hecho y extraemos las diversas teologías, los sistemas religiosos, sistemas de creencias… No se debería confundir aquí creencia con fe; todo hombre tiene fe. Sin embargo, las creencias son las articulaciones intelectuales de esa fe, que es un patrimonio de la humanidad.

Y, en una tercera acepción, la religión puede significar religionismo, que se entiende en el sentido de belonging (o pertenencia) del hombre, la necesidad de hacer sociedad, de sentirnos en comunidad.

Por ello, no podemos confundir las religiones, como ha sucedido en más de una ocasión, con un mero hecho sociológico. Es un hecho sociológico, en efecto, pero no exclusivamente.

Estas tres acepciones son necesarias y, por ello, no las podemos separar. No hay ninguna religión que, como hecho de religiosidad, no se exprese de un cierto modo y no cree una cierta comunidad.

4. El factor religioso ha forjado y ha destruido a Europa. La ha forjado en el sentido de que ésta ha sido el fruto de un impulso religioso, pasando por Grecia, Roma, el cristianismo, el islam, el judaísmo y tantas otras religiones. Sin embargo, ahora la está desmoronando. No olvidemos que, al hablar de religión, el hecho religioso es el representante de lo mejor que hay en nosotros, y también de lo peor. Los actos más sublimes y más heroicos se han llevado a cabo en nombre de la religión; los actos más denostados y más bajos se han llevado a cabo también en nombre de la religión. No lo olvidemos.

En la actualidad se discute frecuentemente sobre las raíces cristianas de Europa, que se ponen en tela de juicio. Pero lo que sí cabría afirmar es que los frutos no son cristianos. Y si nos vanagloriamos de esas raíces cristianas y los frutos no lo son, tal vez deberíamos preguntarnos si esas raíces no están un poco empobrecidas. Conviene tener en cuenta que las religiones no se pueden poner en cápsulas, no se pueden encerrar herméticamente en sí mismas. Se asfixian. Pero tampoco se pueden diluir de modo que todas las fronteras desaparezcan.

De ahí la necesidad de abrir ventanas sin cerrar las puertas, de preservar una identidad abierta al mundo. En otras palabras, la necesidad del diálogo. Sin diálogo no hay vida humana plena, y para dialogar se necesitan muchas cosas: hay que escuchar; y no se puede escuchar sin entender, pero no se puede entender si no se ama, y no se ama sin conocimiento. 

5. Para que podamos, en cierta manera, conocernos, escucharnos, intentar entendernos, debemos vernos, hablarnos, tocarnos; y para eso se necesita una actitud más femenina, de dejarse fecundar por el otro: lo que a veces se denomina en términos anglosajones cross-fertilization. Yo lo llamo la «fecundación mutua que lleva al diálogo»; se trata de aprender unos de otros, y de no tratar de defender desde el primer momento las propias posiciones. De no actuar así, nos veremos abocados a la confrontación. El diálogo es indispensable a todos los niveles. Una de las fuerzas positivas de la democracia es que permite y favorece ese diálogo.

6. Las religiones practican poco el diálogo. En 2004, Cataluña fue la sede, por segunda vez consecutiva, de un Parlamento Mundial de las Religiones, cuyo fin era que las religiones pudiesen hablar, dialogar en pie de igualdad.

7. Este diálogo debe producirse también con la política –como hemos mencionado anteriormente, las religiones no se pueden encerrar en sí mismas. Necesitamos un diálogo político en el sentido de polis, de sociología, del mundo en el que estamos.

La función de este diálogo es dual: en primer lugar, evitar estar en el cielo, como un topos uranios que no existe, para estar con los pies en la Tierra; y en segundo lugar, colaborar con los demás. No olvidemos que el verdadero diálogo requiere siempre de un tercer interlocutor.

8. Rememorando el pasado, recuerdo una ciudad del centro de la India, hace unos cuarenta años, donde católicos y protestantes discutían acaloradamente en una reunión convocada por el Consejo Ecuménico de las Iglesias, en la que los protestantes sostenían inconscientemente la teoría católica de los sacramentos, y los tres o cuatro católicos que había allí defendían, inconscientemente, la teoría protestante de los sacramentos. ¿Por qué? Porque cada uno se da más cuenta de aquello que le falta.

En este sentido, el diálogo islam-cristianismo tiene un defecto fundamental: es un diálogo a dos, por lo que se requeriría un tercer interlocutor. Cuando digo, para escándalo de mucha gente, que la destrucción de la mezquita de Ayodhya (India) –que apenas ha tenido cobertura por parte de la prensa– ha causado un trauma más profundo en la psique de la humanidad que la destrucción de las Torres Gemelas en septiembre de 2001, la gente piensa: «¿Y cómo puede ser eso?». No olvidemos que ese trauma y esa herida han recaído sobre una población mucho más numerosa que toda Europa, Rusia y América juntas. Mil doscientos millones de personas se han visto traumatizadas por la destrucción de esa mezquita, pero como el hecho no ha tenido cobertura mediática, nos hemos quedado un poco al margen. Con ello quiero expresar que no se debería intentar entablar un diálogo a solas, no se debería incurrir en el eurocentrismo, ni olvidar que existe un problema capital, la paz, y que todas las religiones intentan ser caminos para lograr esa paz.

9. Finalmente, las religiones no pueden cristalizarse con sólo mirar al pasado o centrarse en sí mismas. Por decirlo con palabras religiosas: las religiones deben «convertirse» a sí mismas. Ellas, que tanto han querido convertir a los demás, deben empezar por convertirse a sí mismas; no sólo para volver al pasado, sino para abrirse paso hacia un futuro desconocido. Tienen que transformarse, y creo que en la actualidad nos encontramos ante los dolores de parto de esa progresiva transformación, más o menos consciente, de todas las religiones.

Debemos tener en cuenta que no nos podemos adentrar en el diálogo y representar el hecho religioso de esta Europa si sólo tenemos los ojos puestos en la historia o si sólo miramos al pasado. Si asumimos que la religión es un hecho vivo, como creo entender que hacemos, ello quiere decir que se trata de una creación constante en cada momento. Nadie nos puede obligar a decir totalitariamente: «Usted, como religión, tiene que hablar de una manera, y yo, como religión, tengo que hablar de otra manera», por lo que pido religiosamente que se respete esta otra habla. Gracias a ello lograremos eliminar el miedo. Esta metanoia, esta muerte y resurrección, son necesarias para el hecho religioso en sí. De lo contrario, estaríamos hablando de arqueología en el sentido más despectivo de la palabra.