Nuevas orientaciones diplomáticas

La política exterior de los países del norte de África es víctima de la indecisión e inestabilidad, que se prolongarán hasta la llegada de regímenes legítimos y estables.

Ridha Kéfi

Las revoluciones árabes, que se saldaron con la caída de tres regímenes dictatoriales en el norte de África –Túnez, Egipto y Libia–, y con el ascenso en los tres países de regímenes islamistas, han cambiado completamente la configuración geopolítica regional, sobre todo en lo que concierne a las relaciones magrebíes, árabes y euromediterráneas. A decir verdad, las líneas ideológicas y políticas en los tres países continúan moviéndose, las revoluciones siguen estando inacabadas y la situación general es susceptible de sufrir sobresaltos, mutaciones, incluso cuestionamientos radicales, ya que las fuerzas presentes (islamistas, nacionalistas, liberales, laicas, progresistas…) se encuentran, a su vez, en fase de reestructuración. En cuanto a las poblaciones, que se han liberado del yugo de la opresión y de la dictadura, no piensan dejarse dominar de nuevo por un régimen dictatorial, sea cual sea su obediencia.

Más aun cuando la reivindicación de libertad y democracia es ahora muy fuerte entre todas las clases sociales y no solo entre las élites políticas. La prolongación de las manifestaciones populares para presionar a los gobiernos provisionales hoy en el poder, y modificar algunas de sus decisiones, es la prueba del gran dinamismo sociopolítico nacido gracias a las revoluciones. Además, estas manifestaciones a menudo están convocadas y dirigidas por organizaciones de la sociedad civil. Eso explica el estrecho margen de maniobra del que gozan los actores políticos, sobre todo los que detentan el poder, y cuyos hechos y gestos mira con lupa la opinión publica. Incluso algunas veces, llegan a denunciarlos e impugnarlos, lo que da lugar a virajes espectaculares del poder ejecutivo.

Comenzar este artículo realizando estas precisiones era necesario para subrayar la dificultad de identificar, hoy en día, cambios o nuevas orientaciones de la política exterior en los países de la Primavera Árabe, víctima de la indecisión y la inestabilidad que prevalecen actualmente en estos países y que se prolongarán aun hasta la llegada de regímenes legítimos y estables. A continuación pasaremos revista a los acontecimientos que han marcado las relaciones íntermagrebíes, interárabes y en el seno del espacio euromediterráneo desde que estallara la revolución tunecina el 14 de enero de 2011.

El Magreb en estado de hibernación

Después de la caída del régimen de Ben Ali en Túnez, el viento de revuelta se impuso, casi simultáneamente, en todos los países del norte de África, Egipto y Libia obviamente, pero también en Argelia y Marruecos. Sin embargo, estos dos últimos lograron, al cabo de algunas semanas, reprimir las revueltas populares utilizando la zanahoria de los regalos sociales (subida de salarios, control de los precios de los bienes de primera necesidad, etcétera) y el palo de la represión policial. No obstante, la caída de los regímenes de Ben Ali y Mubarak, así como la guerra civil en Libia, acrecentaron el miedo a un hipotético efecto dominó que alcanzaría Argel y Rabat.

Este temor afectó a las relaciones intermagrebíes, que pasaron por un periodo de enfriamiento. Ante el temor al empeoramiento de la guerra civil en Libia y a la dispersión de los combatientes islamistas y las armas por sus regiones saharianas, en las que la red Al Qaeda del Magreb Islámico (AQMI) está ya activa, Argelia mantuvo una especie de neutralidad condescendiente con respecto a la vecina Túnez. Aun con el miedo provocado por el ascenso del partido islamista Ennahda, que no tardó en llegar al poder tras las elecciones del 21 de octubre de 2011, Argel no intentó en ningún momento inmiscuirse en los asuntos tunecinos. La visita a Argel realizada por el exprimer ministro, Beyi Caid Essebsi, en cuanto asumió el cargo, fue bien recibida por las autoridades argelinas, que incluso decidieron conceder una ayuda financiera para apoyar a su huésped en su misión de conducir el barco de la transición política a buen puerto. Incluso después de que los islamistas accedieran al poder en Túnez, Argelia no se separó de dicha posición de neutralidad condescendiente respecto a su vecino.

La visita a Argel del presidente de la república provisional, Moncef Marzuki, a su llegada al Palacio de Cartago, permitió reforzar este clima de confianza. Paralelamente, la cooperación militar y en materia de seguridad permitió asegurar las fronteras comunes e impedir la circulación de combatientes yihadistas y armas procedentes de Libia. Por su parte, Marruecos se dedicó a calmar el frente interior con la promulgación de una nueva Constitución que reequilibra los poderes sin afectar a la autoridad de la institución monárquica, y con la organización de unas elecciones que permitieron que el partido islamista moderado y legal, Justicia y Desarrollo, formara gobierno. En cuanto al ámbito exterior, Rabat no se precipitó para responder positivamente a las demandas del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) para su adhesión oficial al club cerrado de las monarquías petroleras.

De ese modo, hubiese dado una estocada mortal a la Unión del Magreb árabe (UMA), organización regional de la cual es miembro y alberga la sede del secretariado general. Pero el reino jerifí supo aprovechar la ayuda financiera de estas monarquías para resistir mejor el impacto de la crisis económica. Asimismo, ha conseguido reforzar sus vínculos con la Unión Europea (UE), su primer socio económico. En cierto modo, aunque no se llegara a celebrar la cumbre magrebí que el presidente Marzuki quería acoger en Túnez en octubre de 2012, y para la que ya había conseguido el acuerdo de principio de los cinco jefes de Estado miembros de la UMA durante su gira magrebí en marzo de 2012, los países del Magreb parecen dispuestos a mantener sus relaciones históricas, más allá (y a pesar) de las transformaciones políticas inducidas por las revoluciones en algunos de sus países miembros.

La realpolitik y la inquietud por no hipotecar el futuro incitaron a los jefes de Estado de la región a mantener la construcción regional “en barbecho” (según la expresión del difunto rey Hassan II) a la espera de días mejores.

Mundo árabe: los envites de los países del Golfo

Al día siguiente de la caída de los regímenes de Ben Ali, Mubarak y Gadafi –a la que los países del Golfo, especialmente Catar, contribuyeron, y no precisamente poco, a través de la cadena informativa Al Yazira–, las monarquías petroleras se volcaron rápidamente, en Túnez, Egipto y Libia. Sus conexiones en estos países, los partidos islamistas, que habían pasado a ocupar la primera línea, desempeñaron un papel importante en este despliegue. Su objetivo era desviar las revoluciones acaecidas en los países del norte de África de su orientación inicial, liberal y demócrata, e impedir que sirvieran de modelos para sus propias poblaciones.

¿Qué mejor forma para lograrlo que ayudar a hacer triunfar en estos países a los movimientos islamistas y salafistas? Así, los cataríes apoyaron, financiera y diplomáticamente, a los Hermanos Musulmanes en Egipto y a Ennahda en Túnez, mediante la defensa de su causa ante Estados Unidos y otras potencias occidentales. Los saudíes, por su parte, financiaron a los grupos salafistas, que se dispersaron por los tres países a un ritmo increíble, creando asociaciones tapadera a las que denominan caritativas, de enseñanza del Corán o de obras sociales, y que en realidad sirven para reforzar la implantación de dichos grupos por las diversas regiones. A través de estas redes es precisamente cómo se reclutaron y enviaron a Siria, vía Turquía, a los combatientes yihadistas, tras unos breves entrenamientos en Libia.

Muchos de ellos han muerto y otros han sido detenidos por las autoridades sirias y han aparecido en la televisión estatal. Esta evolución ha tenido un impacto importante en las políticas exteriores de los tres países, cuyas relaciones hoy les atan fuertemente a Catar, Arabia Saudí, e incluso Turquía que, en este contexto, sirve de señuelo o de falso modelo de un régimen islamista laico prooccidental. En realidad, los partidos islamistas en el poder en Egipto y en Túnez no son en absoluto comparables con el AKP de Erdogan: son partidos fundamentalistas conservadores, que pueden mostrarse pragmáticos tejiendo relaciones útiles con los países occidentales al modo de Catar o de Arabia saudí, pero que en el fondo siguen siendo monolíticos y antidemocráticos. Las recientes derivas autoritarias de los gobiernos de estos dos países delatan que, tras una fachada democrática, tienen objetivos no declarados de instaurar progresivamente regímenes islámicos en el sur del Mediterráneo.

Euromediterráneo: sumarse a lo útil y a lo ingrato

Tras la caída de los regímenes dictatoriales en el norte de África, la opinión pública en estos países cultivó algún que otro resentimiento hacia los países europeos, considerados, sin duda erróneamente, como los apoyos más sólidos de los regímenes derribados. Los países europeos, a los que el alcance de las revueltas y la fragilidad de los sistemas dictatoriales en el poder en el sur del Mediterráneo pillaron desprevenidos, tardaron varios meses en reaccionar.

Contemporizaron durante la revolución en Túnez, luego en Egipto, y dieron la impresión de dudar sobre qué posición tomar, hecho que se consideró como un apoyo tácito a las dictaduras. El compromiso de Francia, y tras ella de otros países europeos, a favor de los grupos rebeldes libios corrigió esta impresión. Además del apoyo prestado por estos países en el plano bilateral y de la Unión Europea (UE) a las nuevas autoridades de Túnez y El Cairo. Las visitas a Túnez de los altos responsables europeos, como la del expresidente de gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, a principios de marzo de 2011, la ayuda aportada a los refugiados libios en los campos del sur de Túnez y las ayudas financieras asignadas para apoyar a las transiciones democráticas en curso en la región, permitieron restablecer los puentes de diálogo entre el norte y el sur del Mediterráneo. Asimismo, el 19 de noviembre de 2012, tras la 9ª sesión del Consejo de Asociación Túnez-UE, se firmó en la sede del Consejo Europeo en Bruselas un acuerdo político relativo a un nuevo plan de acción entre la UE y Túnez, un signo definitivo de la reanudación de este diálogo.

El acuerdo, en formato de “asociación privilegiada”, define el marco jurídico de la cooperación entre Túnez y Bruselas y abarca el periodo 2013-2017, con posibilidad de prórroga. El acuerdo pone el colofón a una voluntad común de seguir la dinámica de integración euromagrebí lanzada desde mediados de los años noventa. Las revoluciones de la Primavera Árabe y la llegada de los partidos islamistas, y el muy desarrollado tropismo de Oriente Medio, no han supuesto hipotecar este proceso como nos hizo temer el inicio de 2011. Hay que decir que, a pesar de la crisis que sufre la zona euro, la UE no ha escatimado medios para ayudar a sus socios, tunecino y egipcio, cuyas economías han quedado muy maltrechas por las sacudidas del movimiento revolucionario.

Túnez se ha beneficiado de una primera ayuda financiera de 400 millones de euros, a los que hay que añadir 80 millones de euros adicionales en ayuda humanitaria concedidos en 2011 para hacer frente a la acogida de refugiados libios. Asimismo, Túnez se beneficiará de los préstamos firmados por el Banco Europeo de Inversión (BEI), destinados fundamentalmente a apoyar al sector privado. Estos préstamos ascienden a un importe global de 1.800 millones de euros para el periodo 2010-2013. Solo en 2012 estos préstamos suman entre 200 y 265 millones de euros. Por su parte, Egipto recibirá de la UE, en términos de cooperación bilateral, una ayuda total de 449 millones de euros para el mismo periodo 2011-2013. En cuanto a los préstamos firmados por el BEI a favor de Egipto ascienden a 1.700 millones de euros para el periodo 2010- 2013. “Durante mi última visita a Túnez en julio pasado hablé de cuatro puntos de cooperación a llevar a cabo: la asociación privilegiada, un plan de acción, una negociación de los acuerdos comerciales y un acuerdo sobre el Open Sky.

Hoy hacemos realidad el primer punto y estoy convencido de que el resto saldrán adelante”, declaró Stefan Füle, comisario europeo para la Ampliación y la Política de Vecindad, durante la firma del acuerdo con la parte tunecina. Y añadía: “Somos serios con respecto a nuestras promesas. Queremos concluir acuerdos que sean beneficiosos para las dos partes. El éxito de la transición requerirá muchos esfuerzos pero no están solos, estamos dispuestos a ayudarles”. Estas palabras iban destinadas a tranquilizar a los socios del Sur que hoy se enfrentan a retos fundamentales, especialmente en los ámbitos vinculados a las reformas democráticas, económicas y sociales, así como en el sector de la seguridad.

El interés de fondo de la Unión por una integración más estrecha entre los países del Magreb, y entre el Magreb y la UE, servirá como base para el refuerzo de los vínculos entre el norte y el sur del Mediterráneo y, sin duda también, para el relanzamiento de la Unión por el Mediterráneo, que ha quedado en stand-by tras su primera cumbre, en julio de 2008 en Marsella.