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Co-edition with Estudios de Política Exterior
Norte, Sur, Este y Oeste: turismo mediterráneo
Recuperar la sostenibilidad medioambiental y aprovechar la unidad cultural son los aspectos básicos para que el Mediterráneo sea de nuevo un referente turístico.
Josep-Francesc Valls, catedrático de Dirección de Marketing y del Centro de Dirección Turística de ESADE
El Mediterráneo está presente a lo largo de toda la historia, de modo que sin él faltarían las piedras fundamentales del puzzle para reconocer el periplo humano. Durante un par de milenios, este mar intercontinental profundo ha sido cuna de las civilizaciones y de las innovaciones, de los fracasos, de las guerras y de los pactos que han hecho posible la configuración del mundo antiguo y medieval. En su ribera tuvieron lugar los desarrollos sociales, políticos, económicos.
Entre sus puntos litorales e islas se tejieron las historias y leyendas clave de la humanidad. Pero además de la importancia de este vasto periodo en el que el Mediterráneo es el mar del mundo, vuelve a aparecer nuevamente en la edad contemporánea como referente de la historia humana. A finales de los años cincuenta, este mar se convierte en el punto de encuentro de la naciente civilización de ocio europeo. Hace poco que los Estados del centro y del norte de Europa han introducido en sus legislaciones que las empresas concedan a sus trabajadores un mes de vacaciones pagadas.
Los turoperadores nacientes en Francia, Gran Bretaña y Alemania cazan la oportunidad al vuelo. Gracias a la experiencia aérea obtenida en la Segunda Guerra mundial de traslados masivos de militares a distancias medias de dos a cinco horas, aparece la flota de aviones más numerosa de la historia en tiempo de paz. Son los charters que vuelan desde esos países llevando a millones de ciudadanos hacia el Sur, hacia el Mediterráneo, mediante paquetes de viajes preparados que engloban avión, transporte en destino, alojamiento en hoteles a pie de playa, alimentación y juerga hasta las tantas de la madrugada.
El Mediterráneo se convierte en el objetivo: un mes de vacaciones junto a las playas, al sol, en un entorno alegre y jocoso, lejos del frío invernal y de la crudeza de las relaciones sociales en el centro y en el norte de Europa. Acaba de nacer el turismo masivo que conseguirá trasladar, al principio, unas semanas durante los meses de verano, y con el tiempo, de forma desestacionalizada a lo largo de todo el año, a millones de ciudadanos del norte y del centro de Europa, convirtiendo ese viaje en la mayor migración pacífica de la historia. Nace el turismo masivo que conlleva un cambio de mentalidad de la civilización. El Mediterráneo, que otrora fue el centro de la civilización, se convierte a partir de finales de los años cincuenta en el centro de la civilización del ocio.
Diríamos que ésta prolonga y completa aquélla, porque, al final, los seres humanos se acaban midiendo más por la cantidad y calidad de su tiempo libre que por otros aspectos, como por ejemplo, sus riquezas. En estos 50 últimos años, han coexistido modelos distintos de desarrollo turístico en su litoral, extensivo, intensivo, a base de ressorts, all-inclusive, planificación indicativa, libertad total…. El hecho es que en ese mar interior se ha fraguado la cultura del turismo y del ocio y se han incubado todas las ideas habidas y por haber en torno a ella.
Bien es verdad que las condiciones geopolíticas han convertido la zona en un rompecabezas difícil de identificar, puesto que los turistas han sido probablemente los únicos que lo han interpretado como una unidad. Pero el hecho es que el modelo de desarrollo turístico mediterráneo se ha identificado con la libertad absoluta para los constructores, el turismo masivo, el bajo interés por las condiciones medioambientales o la sostenibilidad. 50 años después de haber nacido en su litoral el turismo masivo, afrontamos un panorama bastante distinto:
– Llegan en verano más de 100 millones de turistas, principalmente europeos, en busca del disfrute de su vacación principal, que ocupan habitaciones hoteleras o plazas extrahoteleras, a precios, algunos caros, pero la mayoría, acorde con el modelo, bajos.
– Numerosas zonas reciben fuera de temporada centenares de miles de turistas que realizan estancias más largas: jubilados o pre-jubilados que llegan para pasar el invierno y permanecen por tanto unos cuantos meses; poseedores de segundas residencias o de propiedades compartidas que las ocupan durante las cortas vacaciones de Navidad, Pascua o fines de semana; personas que ocupan con frecuencia chalets y apartamentos alquilados; turistas, visitantes de distinta procedencia y motivación variopinta que se acercan una o varias veces al año como algo cotidiano, formando parte de su periplo vital.
– Contemplando unos paisajes, diríamos que en muchas zonas aparece el genuino Mediterráneo, los olivos, los árboles de frutos secos, las playas de arena fina, los acantilados cortados en pico sobre el piélago azul turquesa. Así lo avalarían los dioses griegos o romanos, los grandes pintores de principios del XX que se acercaban a la Provenza, a Cadaqués o se iban a las islas griegas a buscar sus colores, o los poetas, escritores, cantantes y cineastas como Moustaki, Serrat o Kavafis. Contemplando otros paisajes, diríamos que han sido suplantados por los grandes bloques verticales de hoteles y apartamentos y se han convertido en commodities sin personalidad ni futuro.
– El litoral está repleto de macrociudades que no sólo atraen a turistas de forma más o menos estacional sino que se han convertido en lugar de destino de una numerosa población residente o flotante.
– Además de estas macrociudades, el kilómetro cuadrado que rodea el Mediterráneo será en breve, si no lo es ya, una línea continua de construcciones más que una sucesión armónica de playas, acantilados y zonas boscosas ofrecidos al habitante y al visitante como un lugar de reencuentro con el paisaje y con la cultura milenaria.
En 50 años, el turismo ha modificado extraordinariamente el espacio cálido cercano al mar. Existen algunos lugares equilibrados pero cada vez quedan menos y el impacto de la presencia humana intensiva está cambiando las condiciones físicas y medioambientales. Si persiste el modelo de crecer de forma indefinida en primera línea de mar buscando atraer más turistas –que requieren más construcción, más servicios, más infraestructuras–, en vez de mejorar la experiencia y que vengan menos turistas –los que permita su capacidad de carga– nos encontraremos ante la amenaza del deterioro definitivo. Este modelo de desarrollo turístico se exportó 20 años más tarde, hacia los setenta, al Caribe. Con leves modificaciones, ese mar americano se ha convertido en el mejor discípulo del Mediterráneo: tanto para lo bueno como para lo malo. Si ha sido valorado como modelo de éxito, se impone su revisión. El Mediterráneo puede convertirse nuevamente en referente si recupera dos aspectos: las condiciones de sostenibilidad medioambiental de su paisaje y supera las fronteras, aprovechando su unidad cultural.
Sostenibilidad y condiciones del desarrollo
Hay islas y zonas de litoral en las que se ha sobrepasado hace años la capacidad de carga. Y hay otras zonas en las que todavía no se han cometido desaguisados. En las primeras, algunos destinos ya están trabajando en el freno a la construcción de alojamiento turístico que genera más visitantes y sientan las bases de un nuevo equilibrio basado en acompasar las infraestructuras y servicios al número de turistas y en no permitir el deterioro de ninguna de las condiciones medioambientales.
En las segundas, en aquellas zonas donde no hay destrozos, se pueden establecer los criterios de racionalidad de no seguir la fiebre constructora que se observa. En unas zonas y otras, la sostenibilidad medioambiental no puede tomarse como un estricto concepto de modernidad; de ella depende que el desarrollo ofrezca también beneficios sociales y económicos; de lo contrario, los mejores turistas, empresarios y trabajadores se irán a otras partes del mundo o abandonarán los lugares más densos para emigrar a otros menos intensos. Los países de la cuenca mediterránea tienen, en este sentido, un paso que dar con el fin de proclamar los criterios sostenibles en la planificación por encima de las fronteras: en primer lugar, desarrollando territorios homogéneos hacia el interior como unidades de destinos que aúnen patrimonio y naturaleza de playa y de interior, y no sólo en primera línea de playa; y en segundo lugar, extendiéndose más allá de cada país.
Unidad cultural
Que el Mediterráneo ha sido en la historia antigua un lugar de desencuentros no resulta ninguna novedad decirlo aquí. En la actualidad las diferencias quedan marcadas en sus aguas: árabes/israelíes, turcos/chipriotas, comunitarios/no comunitarios, Norte/Sur, Este/Oeste, ricos/pobres. La competencia entre países para obtener los mejores turistas resulta fructífera en sí misma. Pero el Mediterráneo recuperará su valor territorial y patrimonial cuando los países cooperen en el desarrollo de productos turísticos transnacionales por encima de las barreras existentes.
¿Cómo recorrer la ruta romana o la cartaginense o las emigraciones árabes hacia Al Andalus sin combinar la visita entre varios países? ¿Cómo hacer lo propio con una ruta para conocer los lugares de Jesús de Nazaret o de los faraones, sin atravesar fronteras? Desde la Unión Europea se están realizando algunos esfuerzos, tímidos, en este sentido. Pero los países turísticos más desarrollados, si quieren ser más competitivos, deberán explorar la creación de destinos intermediterráneos; no sólo enriquecerán los objetivos de la satisfacción de los ciudadanos sino que, en la complementariedad de los recursos y atractivos, hallarán un nuevo impulso turístico, más acorde con las demandas contemporáneas de los turistas.
El equilibrio medioambiental y la recuperación de la unidad cultural son condiciones indispensables del desarrollo, en una época en la que viajar al Mediterráneo se ha convertido en algo cotidiano para decenas de millones de europeos.