La creación de la Unión del Magreb Árabe (UMA) en el año 1989 constituyó un primer paso en la esperanza de lograr una colaboración política y económica entre los países miembros: Argelia, Libia, Marruecos, Mauritania y Túnez. No obstante, ese modelo pronto tuvo que afrontar unos bloqueos políticos que impidieron el libre comercio entre dichos países, un comercio que sigue siendo absolutamente marginal. Pese a las numerosas declaraciones de los países de la UMA a favor de la creación de un mercado común, los recientes acontecimientos políticos registrados en la zona del Magreb aún dificultan más los acuerdos comerciales entre los países miembros. Esos acuerdos representarían un gran impulso para la economía de la zona, sobre todo para los empresarios privados y las pequeñas y medianas empresas; un factor importante –clave– para el desarrollo económico de los países de la Unión del Magreb Árabe.
Hace casi un cuarto de siglo que se discute y anuncia la integración de los países del Magreb[1]. Pero, ¿de verdad se desea dicha integración? En febrero de 1989, cinco estados (Argelia, Libia, Mauritania, Marruecos y Túnez) deciden crear la Unión del Magreb Árabe (UMA) y firman un tratado constitutivo en Marrakech. Pero muy pronto la Unión se topa con la situación política regional. La guerra civil argelina paraliza enseguida el proceso. Además, un contencioso sobre el Sáhara Occidental enfrenta a Rabat y Argel. Su frontera común permanece cerrada desde 1994. Túnez y Mauritania son incapaces de ejercer una auténtica influencia en el curso de los acontecimientos. En cuanto a la Libia del coronel Gadafi, se caracteriza más por su tropismo saheliano y africano que por una auténtica propensión a querer edificar la UMA.
Esos bloqueos políticos hipotecan los intercambios económicos entre los países. Retrasan la creación de sinergias en materia de estrategias comunes de desarrollo, pese a la existencia de una Secretaría General en la capital del reino jerifiano. El comercio entre estos países sigue siendo marginal, a diferencia del practicado con Europa, en un momento en el que se intensifican los flujos con otras regiones del mundo, sobre todo con las economías emergentes (Brasil, India, China). Pese a las reiteradas declaraciones de los responsables políticos a favor de un mercado común, cada Estado magrebí actúa por su cuenta y riesgo en el terreno diplomático y comercial. Sin embargo, el coste del no-Magreb, del que desde hace varios años se queja sobre todo el mundo de los empresarios privados y los inversores extranjeros, representaría la pérdida de varios puntos de posible crecimiento anual para unos países norteafricanos muy necesitados de él[2].
Poco después de las revueltas populares derivadas de las revoluciones que tuvieron lugar en Túnez y luego en Libia durante el año 2011, la reactivación de la UMA se convirtió en un importante reto para los nuevos gobiernos llegados al poder. Así, por ejemplo, los líderes tunecinos multiplicaron las gestiones en ese sentido: en febrero de 2012, el presidente Moncef Marzouki llegó a anunciar la inminente celebración de una cumbre magrebí en Túnez, durante una gira regional en la que se vanaglorió de los méritos de un «Magreb de las libertades» en el que el día de mañana los ciudadanos de los cinco países tendrían derecho a circular, establecerse e invertir libremente. Apoyado por vientos de inspiración democrática, un aliento político inédito parece impulsar una mayor cooperación regional. No obstante, la integración del Magreb aún podría ser durante mucho tiempo una utopía.
El perfil de los países magrebíes presenta crecientes diferencias. Si bien siempre han existido especificidades nacionales, en el contexto geopolítico actual estas parecen acentuarse.
- Dos estados han vivido una revolución (Túnez y Libia). Las transiciones son inevitablemente laboriosas. A las tensiones territoriales (Cirenaica y Fezán frente a Tripolitania, en Libia; regiones rurales del interior frente a costas urbanizadas, en Túnez) se suman las dificultades en el ámbito de la economía y la implantación de las nuevas constituciones.
- Argelia, tras vivir la «revolución» a principios de la década de 1990, se mantiene en la periferia del vasto movimiento de revueltas que sacuden al mundo árabe desde 2011.
- En Marruecos, se han llevado a cabo varias reformas (nueva Constitución en julio de 2011) sin que el régimen monárquico sufra profundas transformaciones, pese a que las tensiones socioeconómicas se propagan en el interior del reino.
- En Mauritania persiste la inestabilidad. Herido por una bala en octubre de 2012, el presidente Mohamed Uld Abdelaziz se enfrenta a una oposición cada vez más activa. El riesgo de golpe de Estado en este país sigue estando muy presente.
Así pues, los cinco países magrebíes son heterogéneos. El islam sigue siendo un denominador común, pero ofrece una gran variedad de expresiones, cuya coexistencia se ve a veces obstaculizada por el actual clima. Además, su aplicación en el campo político no se produce de manera uniforme en toda la región. Mientras que algunos países viven la experiencia de contar con partidos islamistas en el poder, otros los ven con inquietud. Dentro de las propias empresas, los islamistas son fuente de divisiones e incluso dentro de los partidos surgen distintos movimientos. Túnez constituye, en este sentido, un auténtico laboratorio, e ilustra también toda la complejidad que entraña la integración de una fuerza política prohibida durante mucho tiempo. Los éxitos de unos y las derivas de otros podrían dibujar un islam político con varios rostros dentro del Magreb. Y como la ola democrática no se extenderá por toda la región, o lo hará muy lentamente, las transiciones se efectuarán en cada país a un ritmo distinto y seguirán trayectorias más nacionales que transversales.
En esta larga secuencia que se acaba de iniciar, los patriotismos serán la norma y la expresión identitaria llegará a su apogeo. En primer lugar, cada Estado parece actuar en solitario en sus relaciones exteriores. Tal es el caso de las relaciones con Europa, en las que predomina el enfoque bilateral. Lo mismo sucede con Estados Unidos, China y los países árabes. Basta con ver, respecto a la crisis siria, la divergencia de puntos de vista entre las capitales norteafricanas, lo que subraya hasta qué punto la UMA sigue siendo una engañifa diplomática. Así pues, parece mantenerse el escenario de ayer y hoy, en el que cada país magrebí se presenta en la esfera internacional con su propia agenda y sus propios intereses. Los acuerdos de libre comercio corren el riesgo de multiplicarse, excepto entre vecinos, y el comercio en el interior de la zona podría seguir siendo uno de los más débiles del mundo, en detrimento de los actores del sector privado, que podrían verse tentados a invertir cada vez más en el África subsahariana, a falta de un clima favorable a los negocios en el propio Magreb.
Por su parte, las distintas minorías harán oír su voz entre los 90 millones de personas que viven en los cinco países. Tal es el caso sobre todo de los bereberes, que, por otra parte, cuestionan la denominación «Magreb árabe» y recuerdan constantemente que la árabe no es la única identidad cultural de la región. El ministro marroquí de Asuntos Exteriores propuso en 2012 que se hablara a partir de entonces de «Unión Magrebí». Sólo Mauritania se mostró de acuerdo con la propuesta de Marruecos, mientras que en Libia se intensificaban las reivindicaciones a favor del reconocimiento de las tradiciones y la lengua de los bereberes (los defensores de la cultura bereber vivían amenazados durante la dictadura del coronel Gadafi ).
Como telón de fondo de este paisaje regional lleno de contrastes, resuena el eco amplificado de las amenazas de la franja sahelo-sahariana. Se despierta entonces la tectónica de las placas comunitarias, con un primer terreno de manifestación en Malí. Frente a la crisis en este país y a la intervención militar de Francia, los países magrebíes no han adoptado posiciones coherentes ni complementarias. En cualquier caso, los disturbios del Sahel y los movimientos terroristas que se despliegan en la zona no son un buen augurio para la estabilidad ni la integración regional del Magreb[3]. Resurge la cuestión de las fronteras y su control, al tiempo que cobra fuerza la tentación de aumentar los gastos en seguridad. No obstante, la carrera armamentística no favorecerá la resolución del conflicto saharaui, que incluso podría estancarse aún más en ese contexto geopolítico degradado. Sin una solución aceptable para el conjunto de partidos, seguirá siendo un absceso permanente en el proceso de construcción de un espacio magrebí común que vaya desde Nuakchot hasta Bengasi.
La Unión Europea no es responsable de esta fragilidad Sur-Sur a sus propias puertas. No obstante, cabe recordar la evolución de las políticas mediterráneas de la UE: el espíritu al principio multilateral del Proceso de Barcelona, iniciado en 1995, se vio sustituido luego por una orientación progresiva hacia la acción bilateral a partir de la aplicación de la Política Europea de Vecindad (PEV) en 2004. El fracaso de la Unión por el Mediterráneo (UpM), propuesta en 2008, vino a reforzar el modus operandi de la PEV, que se impone como la principal política de la UE para la cuenca mediterránea[4].
Priorizando sus intereses inmediatos y deseosa de actuar de una manera diferenciada, la UE no hace todo lo posible por ayudar a la construcción de la UMA. De todos modos, puede contribuir a fomentar las relaciones entre los países del Magreb, en especial a través del Diálogo 5+5, que propone reforzar las cooperaciones sectoriales en la cuenca mediterránea occidental[5]. Europa puede así apoyar las iniciativas que tienen como objetivo la mutua aproximación de los países magrebíes en los casos en que los desafíos vayan más allá de las fronteras y requieran soluciones compartidas[6]. Pero, de nuevo, los mensajes son de doble filo: ¿hay que poner a todos estos países al mismo nivel o bien se debe dar prioridad a los que se suben al tren de las reformas y el día de mañana respetarán las normas del juego democrático? ¿Se puede sacrificar la estrategia regional en nombre de la necesidad pragmática del bilateralismo? Esta opción, justificable en el fondo, plantea un problema en cuanto a la forma, puesto que irá a contracorriente de la integración magrebí. El hecho de que Europa esté actualmente más preocupada por sí misma que por sus relaciones exteriores debilita, además, la influencia que antes ejercía[7]. Por otra parte, es obligado señalar que, si bien parecía haberse recuperado un cierto interés por el Diálogo 5+5 desde 2011, sobre todo desde el cambio presidencial en Francia tras la llegada al poder de François Hollande (simbolizado todo ello por una Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno el 5 y 6 de octubre de 2012 en Malta), en los últimos meses el centro de gravedad estratégico para París se ha desplazado a Malí. En consecuencia, asistimos a un diálogo bilateral –no multilateral– con los países magrebíes para gestionar este conflicto.
Así pues, los países del Magreb tienen mucho que ganar si promueven los intercambios (comerciales, humanos, etc. ) e intensifican la cooperación (energética, alimentaria, en materia de seguridad, etc.). Podrían generar empleo desde esa perspectiva. Ese suele ser el punto de vista de las organizaciones patronales, los expertos y las instituciones internacionales[8]. En cambio, rara vez es ese el deseo de los responsables políticos. La UMA se reduce a muchos discursos, algunos compromisos y muy pocos logros. En enero de 2013, en el marco de una conferencia regional del Magreb sobre economía, se recordó que los países de la UMA representaban solo el 0,6% del PIB mundial y que las inversiones extranjeras en el interior del Magreb solo alcanzaban el 0,8% del total de la región. Se anunciaron medidas para estimular la acción del Banco Magrebí de Inversión y Comercio Exterior (BMICE), pero ¿cuáles serán sus efectos si persisten los bloqueos políticos? Además, pronto se descartan también las hipótesis alternativas. Así, por ejemplo, la posibilidad de empezar por un Magreb de tres países (Libia, Túnez y Argelia), mencionada en un reciente coloquio en Túnez[9], irritó más que el hecho de que en un cuarto de siglo no se haya logrado la materialización política de un Magreb de cinco. La viabilidad de un mercado común, con un auténtico marco jurídico para la libre circulación de bienes y productos, y para el derecho a la propiedad y la circulación de personas y capitales, estuvo en el orden del día de la reunión de ministros de asuntos exteriores de la UMA, que se celebró en marzo de 2013 en Libia. La idea ya figuraba en las agendas de la creación de la Unión, que no hace honor a su nombre.
Más allá de la problemática económica, el no-Magreb es ante todo una estrategia políticamente correcta. Forma parte de un orden establecido, que conviene mantener en un momento en el que todo evoluciona rápidamente en la región y entre sus vecinos. Las incógnitas políticas (y cada vez más, las incertidumbres económicas) son sin duda demasiado numerosas para avanzar hacia la integración magrebí. Por último, ya que ha llegado la hora de la libertad de expresión, ¿se le ha preguntado a la población cuál es su opinión sobre la construcción de un bloque magrebí unido? No cabe duda de que sería interesante analizar los resultados de ese referéndum. Siempre a condición de plantearlo y organizarlo con todos los requisitos. Huelga explicar por qué esa operación es poco probable mientras se mantengan los regímenes autoritarios en la región. No obstante, ¿acaso no es el cambio en profundidad del contrato social[10] entre el poder y la sociedad el primer desafío planteado por la dinámica contestataria que desde hace dos años debilita los países árabes?
Notas
[1] Una versión de este artículo ha sido publicada en Futuribles, nº 128, abril 2013.
[2]Achy, L., Le commerce en Afrique du nord : Evaluation du potentiel de l’intégration régionale en Afrique du Nord, Rabat, Commission économique pour l’Afrique des Nations-Unies, 2006. URL: http://www.northafricaforum.org/francais/integration.pdf
[3]Lacoste, Y., «Sahara, perspectives et illusions géopolitiques», Hérodote, n° 142, 2011. URL: http://www.herodote.org/spip.php?article508
[4]Abis, S., «Europe et Méditerranée: se souvenir du futur», La revue internationale et stratégique, n° 83, IRIS/Armand Colin, septiembre 2011; Drevet, J.F., «Vers une nouvelle politique euro-méditerranéenne? », Futuribles, n° 375, junio 2011.
[5]Coustillière, J.F., (director), «Le 5+5 face aux défis du réveil arabe», Cahier de Confluences Méditerranée, L’Harmattan, París, 2012.
[6]Comisión europea, High-Representative of the European Union for the Foreign Affairs and Security Policy, «Supporting Closer Cooperation and Regional Integration in the Maghreb», comunicado (2012), 36 final, Bruselas, 17 diciembre 2012.
[7]Pertusot, V., «Quand la crise menace la politique extérieure de l’Union européenne», Politique étrangère, IFRI, verano 2012.
[8]Rouis, M., y S. Tabor, Regional economic integration in the Middle East and North Africa: beyond Trade reform, Washington, D.C., Banco Mundial, 2012; Santi, E., Ben Romdhane, S. y W. Shaw, Libérer le potentiel de l’Afrique du Nord grâce à l’intégration régionale. Défis et opportunités, Abiyán, BAD (Banco Africano de Desarrollo), 2012. URL: http://www.afdb.org/fileadmin/uploads/afdb/Documents/Project-and-Operations/Unlocking%20North%20Africa%20RI%20FR%20Final.pdf
[9] «L’idée d’un Maghreb à trois fait débat à Tunis», Maghreb émergent, 5 de febrero de 2013.
[10]Galal, A. y J.L. Reiffers, The Season of Choices, FEMISE Report on the Euro-Mediterranean Partnership, Marsella, FEMISE (Foro Euromediterráneo de Institutos de Ciencias Económicas), 2012. URL: www.femise.org/PDF/Femise_A2012gb.pdf.