La sociedad moderna está amenazada por cuatro graves factores: la crisis económica, la crisis ética, la crisis ecológica y, finalmente, la crisis epistémica. Es necesario aprovechar esta época de crisis, de cambio, en la que todo queda abierto, para afrontar el paso de nuestra sociedad a la madurez serena, a la reconciliación con el entorno que nos rodea, a un equilibrio planetario que pueda sostenernos. Para ello, es necesario renunciar al crecimiento económico constante que exige la sociedad actual y aspirar a la conexión con la naturaleza, que nos podrá proporcionar el bienestar propio, en armonía con el bienestar universal. Así, si nos sentimos agradecidos por vivir en este mundo y en este momento histórico, y conseguimos transformar nuestras actitudes y valores, emergerá una nueva civilización, más sabia.
Los cuatro jinetes
Todo está cambiando.
Ser humano nunca ha sido fácil. Y menos ahora.
El horizonte que venía guiando a las sociedades modernas se resquebraja por los cuatro costados. De cada uno de esos cuatro lados aparece, inesperadamente, un jinete que cabalga amenazador. Esos cuatro jinetes rompen el espejismo de la racionalidad moderna y las certezas que lo acompañaban.
El primer jinete, el más visible y estridente, el que primero golpea y acapara la atención, es la crisis económica, no prevista por los manuales de economía, no resuelta por los supuestos expertos, cada vez más dura para cada vez más gente.
El segundo jinete es la crisis ética que acompaña a la crisis económica: la codicia y la irresponsabilidad que están en su raíz, el despotismo con que se hace pagar a la mayoría por el delirio de una poderosa minoría (la oligarquía financiera) que sigue manteniendo o aumentando sus privilegios. Como Saturno devorando a sus hijos, el capitalismo se ceba con los suyos: en países como España la plaga del paro cae sobre más de la mitad de los jóvenes; en países como Estados Unidos los jóvenes, para poder estudiar, han de contraer enormes deudas que durante el resto de su juventud los mantendrán encadenados al sistema financiero.
El tercer jinete es la crisis ecológica. Estamos arruinando la base vital que nos sustenta, con consecuencias que ya son trágicas para muchas especies y ecosistemas y para numerosas comunidades humanas, y con un riesgo creciente de que el planeta en su conjunto entre en una fase de transformaciones abruptas e irreversibles que harían muy difícil la continuidad de la vida humana tal como la conocemos.
El cuarto jinete, menos obvio pero no por ello menos inquietante, es la crisis epistémica, es decir, la crisis de nuestros modelos de conocimiento, cada vez más alejados de la realidad que pretendían explicar. Ello es evidente en las ramificaciones teóricas del pensamiento tecnocrático, pero también lo es en muchas disciplinas científicas en las que quiebran las antiguas certezas a medida que aparecen nuevos y cada vez mayores interrogantes. Hace ya un siglo la física cuántica empezó a abrir paso a una nueva forma de entender la realidad que todavía no hemos sabido asimilar
Como en el Apocalipsis, palabra que de hecho significa «revelación», tras los cuatro jinetes de la incertidumbre de nuestros días ha de llegar un nuevo cielo y una nueva tierra: una nueva realidad.
La burbuja cognitiva
Imaginemos que mañana a mediodía se produjera un eclipse de Sol que nadie había previsto. No bastaría con dar un tirón de orejas a los profesionales de la astronomía. Sería evidente que la teoría astronómica requiere un cambio de paradigma, como el que en su día introdujeron Copérnico, Kepler y Galileo en la cosmología medieval. En vez de remendar la vieja teoría astronómica con más epiciclos, deferentes y excéntricas, habría que transformarla por completo.
En 1989 se dijo que todos los politólogos tendrían que dimitir por no haber previsto ninguno la inminente caída del muro de Berlín. También se ha dicho ahora que los grandes profesionales de la economía deberían dimitir por no haber previsto la magnitud de la crisis global en la que hemos entrado. No menos grave que la crisis del sistema económico es el colapso de las teorías económicas convencionales, que se han visto completamente desbordadas por la realidad. Los dioses que adorábamos resultaron ser falsos. Aunque nos empeñemos, por inercia, en seguir dando crédito a los mismos métodos y a los mismos expertos.
Hay una burbuja mucho más antigua y mucho mayor que la burbuja financiera y que la burbuja inmobiliaria. Es la burbuja cognitiva: la burbuja en la que flota la visión economicista del mundo; la creencia en la economía como un sistema puramente cuantificable, abstracto y autosuficiente, independiente tanto de la biosfera que la alberga como de las inquietudes humanas que la nutren. En este sentido, la crisis del sistema económico tiene su origen en una crisis de percepción. La solución a la crisis económica no puede ser sólo económica.
Rito de paso
En una crisis todo queda abierto. Es como un viaje por los espacios que analiza la teoría del caos, en los que una pequeña fluctuación puede dar lugar a desarrollos sorprendentes y duraderos. Por ello nuestras acciones en tiempos de crisis pueden tener mucha mayor repercusión que en tiempos de estabilidad. Lo único que está claro es que las cosas no seguirán igual. Como afirma Edgar Morin, «antes de que se produzca una transformación, antes de la aparición de un nuevo sistema, no puede concebirse ni definirse». O como decía Heráclito hace veinticinco siglos, «quien no espera lo inesperado no lo encontrará, pues es inescrutable y no hay caminos que lleven allí».
Hasta ayer, el crecimiento económico y material parecía no tener límites. El progreso, creíamos, nunca dejaría de acelerarse y nos brindaría siempre más prosperidad y fraternidad. Pero hoy sabemos que nuestro rumbo no es sostenible en el ámbito económico, energético, ecológico o psicológico. Mientras la economía crecía podíamos ignorar el incremento de las desigualdades y el deterioro ecológico, o soñar que serían compensados por la bonanza económica. Ahora ya no. La burbuja cognitiva empieza a desvanecerse: el mundo real existe y llama con fuerza a nuestras puertas, por ejemplo en forma de cambio climático y escasez de materias primas. Las crisis interrelacionadas del mundo de hoy nos sitúan, a escala planetaria y a escala personal, ante un rito de paso sin precedentes.
Los ritos de paso marcaban en muchas sociedades tradicionales el cruce del umbral entre la adolescencia y la madurez. A nuestra sociedad ahora le toca cruzar ese umbral. El mundo contemporáneo tiene mucho de rebelión e hiperactividad adolescentes: rebelión contra la biosfera que nos sustenta y contra un cosmos en el que nos sentimos como extraños, hiperactividad en el consumismo y en la aceleración que nos lleva a posponer la plenitud a un futuro que nunca llega. La crisis como rito de paso nos desafía a alcanzar una madurez sostenible y serena que redescubra el regalo de la existencia en el aquí y ahora.
La economía, filial de la biosfera
Como Karl Polanyi explicó en La gran transformación, es cosa inaudita que toda una cultura esté sometida al imperio de lo económico, en vez de ser la economía, como lo fue en todos los lugares y épocas hasta no hace mucho, un área ceñida a consideraciones éticas, sociales y culturales. Por arte de magia, hemos insertado la sociedad en la economía en vez de la economía en la sociedad. Aunque se cree por encima de todas las cosas, la economía global es solo una filial de la biosfera, sin la cual no tendría ni aire ni agua ni vida.
En otras culturas, el propósito último de la existencia humana era honrar a Dios o a los dioses, o fluir en armonía con la naturaleza, o vivir en paz, libres de las ataduras que nos impiden ser felices. En nuestra sociedad, el propósito último es que crezca el producto interior bruto y que siga creciendo. En esta huida hacia delante se sacrifica todo lo demás, incluido el sentido de lo divino, el respeto por la naturaleza y la paz interior (y la exterior si hace falta petróleo). La economía contemporánea es la primera religión verdaderamente universal. El ora et labora dejó paso a otra forma de ganarse el paraíso: producir y consumir. Como ha señalado David Loy, la ciencia económica «no es tanto una ciencia como la teología de esta nueva religión». Una religión que tiene mucho de opio del pueblo (Marx), mentira que ataca a la vida (Nietzsche) e ilusión infantil (Freud). Una forma de autoengaño que ahora nos pasa factura.
¿Cuánto vale?
Una economía sensata reflejaría en los precios de las cosas su verdadero coste social y ecológico. Hoy, la mayor parte de la producción externaliza sus costes, pasando factura alegremente a la naturaleza, a los países del Sur y a nuestros descendientes. Un estudio publicado por la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos concluyó que la deuda ecológica de los países ricos con los países pobres, incurrida en el período 1960-2000, es del orden de varios billones de dólares, cifra que supera con creces toda la deuda financiera que los países del Norte reclaman a los del Sur. ¿Quién debe a quién?
En la actualidad está en marcha un gran proceso de reevaluación a todos los niveles. El estudio internacional The Economics of Ecosystems and Biodiversity (TEEB) es un ejemplo de que empezamos a reconocer el valor de los servicios que los ecosistemas proveen a las comunidades humanas. Por ejemplo, se ha calculado que el valor global de la polinización (que nos regalan las abejas, además de producir miel) es de 153.000 millones de euros al año.
Durante siglos hemos sido miopes al valor de la naturaleza. Nuestra mente calculadora solo veía lo que le queda más cerca: cifras y abstracciones, alejadas del latir del mundo. Ante esta miopía, estudios como TEEB nos ofrecen unas gafas de gruesas lentes para que empecemos a percibir el valor (meramente económico) de lo que nos rodea. Es un primer paso. Pero la red de la vida siempre tendrá un valor incomparablemente mayor que el de las economías humanas. Los ecosistemas y la biodiversidad constituyen la matriz del equilibrio planetario que nos sostiene. Sin ellos se desvanecería la humanidad y toda la producción de las economías del mundo: el producto mundial bruto valdría 0. En comparación con el valor del producto mundial bruto, el valor económico de la red de la vida es infinito.
Conectar con la naturaleza
Según el norteamericano Richard Louv, hoy padecemos, sobre todo la generación más joven, un «síndrome de déficit de naturaleza». Después de miles de generaciones en que los niños crecían al aire libre, desde hace pocas generaciones pasan la mayor parte del día entre las paredes de la escuela o el hogar. La incidencia creciente, en la infancia y la adolescencia, del síndrome de déficit de atención e hiperactividad, la depresión, la ansiedad y la obesidad, ¿podría estar relacionada con nuestro «déficit de naturaleza»? Louv cree que sí. Como remedio, aconseja a los padres que hagan lo posible para que sus hijos pasen más tiempo al aire libre. En los niños que tienen una mayor oportunidad de conectar con la naturaleza, el síndrome de déficit de atención e hiperactividad se reduce significativamente. Un mayor contacto con la naturaleza también contribuye a aliviar la depresión y estimula la intuición, la imaginación y la creatividad. Para los niños, la naturaleza es mucho mejor maestra que una pantalla de televisión o de ordenador.
Se ha desarrollado en los últimos años una teoría de la recuperación de la atención (attention restoration theory), según la cual nos concentramos mejor tras haber estado en la naturaleza o incluso con solo contemplar la reproducción de un paisaje. Por su parte, el eminente biólogo E.O. Wilson habla de nuestra biofilia innata: todos tenemos una necesidad instintiva de conectar con la naturaleza. Wilson también sugiere que en un ambiente puramente artificial la capacidad mental y la salud psicológica tienden a atrofiarse.
Plotino, el gran filósofo del final de la Antigüedad clásica, afirmaba que la psique «se convierte en aquello que contempla». Nuestra mente se expande cuando contempla el horizonte desde lo alto de una montaña o desde la costa. En cambio tiende a contraerse (y a veces a concentrarse) cuando se halla en un espacio cerrado. Diversos estudios realizados en hospitales muestran que las habitaciones con buena vista aceleran la recuperación del paciente –tal vez, diría Plotino, porque su alma se amplía y ayuda así a sanar el cuerpo.
El bienestar universal
En su autobiografía, Gandhi explica cómo encontró tres principios clave en el libro de John Ruskin, Unto This Last: que el bien del individuo es inseparable del bien común; que todo trabajo tiene el mismo valor, tanto el del abogado como el del barbero, y que la vida más digna de vivir es la de quien se dedica a cultivar la tierra o a la artesanía. Gandhi acuñó posteriormente el concepto de sarvodaya o «bienestar universal», que implica que el bien del individuo es inseparable del bien común.
Sabemos que el verdadero bienestar no depende de la continua acumulación de posesiones materiales, sino de desarrollar una vida llena de sentido en un contexto social cooperativo y en armonía con un entorno natural que mantenga su integridad. Para conseguir una sociedad sostenible es necesario desvincular el bien-estar del mucho-tener, es decir, desvincular nuestra identidad, nuestro sentido-del-yo, de los bienes materiales, de los que nunca podremos tener suficiente, y basar la autoestima no en el tener sino en el ser, desarrollando una identidad más participativa, más fluida y más consciente de nuestra interdependencia con el resto del mundo.
Abraham Maslow constató, en todas las personas que él denominaba autorrealizadoras (self-actualizing), que estaban «dedicadas a alguna tarea «fuera de sí mismas», a alguna vocación, tarea o trabajo estimado», al que se entregaban de forma «apasionada y desinteresada». El propio Maslow compara esta característica de la autorrealización con un acto de entrega, «en el sentido de ofrecerse uno mismo en algún altar para alguna tarea específica, alguna causa externa a uno mismo y más grande que uno mismo».
Sólo podremos cuidar aquello que realmente amamos. Para vivir en equilibrio con el planeta es necesario sentir reverencia y amor por la vida. Erich Fromm escribía en la última página de El arte de amar que «el amor es la única respuesta sensata y satisfactoria al problema de la existencia humana». Por su parte, Gandhi afirmaba que «el poder basado en el amor es mil veces más efectivo y duradero que el poder derivado del miedo al castigo».
Una de las manifestaciones más fructíferas del amor es la gratitud. Podemos sentirnos agradecidos por vivir en este mundo que desborda nuestra comprensión, y por vivir en este momento histórico, con todos sus retos y oportunidades. Si conseguimos transformar nuestras actitudes y valores, emergerá una nueva civilización, mucho más sabia. La verdadera sabiduría nos lleva a darnos cuenta de que en el fondo no hay ninguna separación real entre el «yo» y el mundo. Gandhi, declarado seguidor del advaita («no-dualidad» en sánscrito), expresaba así el hecho de que no estamos aislados: «Creo en la unidad esencial del ser humano y, de hecho, de todo lo que vive. Por tanto, creo que si un solo ser humano gana en espiritualidad, todo el mundo gana con él, y si uno falla, todo el mundo falla en la misma medida».
Armonía invisible
Nuestras acciones crean olas en el océano del mundo, olas que impulsan a otras y llegan a playas que no conocemos del mismo modo, en nuestras acciones cotidianas confluyen corrientes que vienen de lejos y de las que a menudo nada sabemos. Hay corrientes oscuras, pero la experiencia de los sabios de todas las culturas es que el mundo quiere inundarse de luz. Como afirmó Heráclito desde el otro extremo de la historia de Occidente, «la armonía invisible es más fuerte que la visible»
En las desarmonías del mundo de hoy confluye la agonía de milenios de historia ya agotada. Una realidad nueva quiere nacer. Una realidad que no tenga como horizonte el crecimiento material ilimitado, sino el crecimiento de lo que nos hace verdaderamente humanos y participantes en la red global de la vida. Donde podamos pasar:
- de un mundo centrado en los objetos y el dinero a un mundo centrado en las personas y las relaciones;
- de la codicia del ego a una conciencia planetaria y solidaria;
- de la inteligencia calculadora al desarrollo de nuestras múltiples inteligencias;
- de la visión reduccionista y fragmentadora a la visión sistémica y holística;
- de la organización jerárquica a la organización en red;
- de la sociedad industrial a nuevas sociedades sostenibles;
- del individualismo consumista al sentido de comunidad;
- de la alienación a la vida con sentido;
- del materialismo al postmaterialismo.
Cambio de rumbo
La física cuántica nos muestra que la visión materialista y mecanicista resulta falsa cuando nos acercamos al núcleo de la realidad. La coyuntura social y económica nos muestra que la búsqueda de la prosperidad a través del crecimiento material es hoy insostenible. La neurociencia nos muestra que la visión materialista del mundo surge de un tipo de pensamiento, lógico, lineal y literal, que debería estar al servicio de un tipo de pensamiento más amplio y vital: holístico, participativo, contextual y relacional. La evolución del conocimiento nos muestra que el universo es un lugar mucho más fascinante de lo que habíamos pensado, y que la realidad se manifiesta a través de nuestra participación en ella, a partir del presente, en una aventura abierta y creativa.
Esto, sabemos, debería ser suficiente para cambiar nuestra visión del mundo, nuestros valores y prioridades; para transformar lo que hacemos y lo que somos. Dicho de otro modo, la evolución del conocimiento nos invita a imaginar un mundo en el que veríamos:
la prosa al servicio de la poesía,
la razón al servicio de la intuición,
lo material al servicio de lo personal,
lo analítico al servicio de lo holístico,
lo metódico al servicio de lo espontáneo,
lo cuantitativo al servicio de lo cualitativo,
la información al servicio de la imaginación,
lo calculable al servicio de lo creativo,
lo tangible al servicio de lo intangible,
lo mecánico al servicio de lo vital,
el poder al servicio del amor,
el tener al servicio del ser.
Con este cambio de rumbo quedan atrás milenios de historia en que nos habíamos esforzado en dominar y controlar la realidad. Lo que hoy necesitamos no es controlar la realidad, sino participar plenamente en ella.