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Co-edition with Estudios de Política Exterior
Nadie se interesó por ellos
Las llegadas de inmigrantes subsaharianos a Canarias no cesan y sobrepasan a unos servicios de emergencia infradotados para la importancia de este fenómeno creciente.
Juan Manuel Pardellas, periodista de El País y Associated Press, autor de Héroes de ébano
El fenómeno de la inmigración clandestina en barcas hacia las islas Canarias ha conocido en los últimos meses dos episodios especialmente llamativos y dramáticos. A principios de abril de 2006, dos buques de la Armada española intentaron contactar con el pesquero Miss (último de los cinco nombres que se pudieron confirmar) para evitar que llegara a las costas de las islas. Su reluciente casco y potentes motores enfilaron de nuevo hacia el Sur y se alejó. Dos meses después, el Miss fue localizado en Costa de Marfil. Mientras la opinión pública internacional y ONGs protestaron airadamente cuando Marruecos y Mauritania abandonaban en el desierto a centenares de inmigrantes esposados, sin víveres ni asistencia, nadie, excepto la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), se ha preocupado por preguntar al gobierno español qué ha sido del destino de los 200 a 600 inmigrantes que transportaba el Miss.
Y aún sigue sin conocerse qué ocurrió, en qué puerto desembarcaron (en el mejor de los casos), cuántos viajaban y cuál era su estado de salud cuando los interceptó la armada española. El segundo episodio dramático ocurrió a finales de ese mismo mes, cuando un pescador localizó un yate sin mástil, nombre ni bandera a 70 millas al Este de la costa de Barbados (en la otra orilla del Atlántico) con los cuerpos de 11 senegaleses momificados y documentación de otros 37. Una investigación de El País consiguió reconstruir lo sucedido a raíz de documentos policiales y, en especial, del testimonio de familiares en Francia, España y Senegal. Un español residente en Canarias que viaja con frecuencia a Cabo Verde reclutó a 53 senegaleses que querían viajar a Canarias. Les cobró 1.200 euros a cada uno.
Minutos antes de zarpar abandonó el yate y les presentó a otro senegalés como el capitán que les llevaría a la costa española. Cinco de los inmigrantes sospecharon de su palabra y bajaron a tierra. Los otros 48 partieron la noche del 25 de diciembre de 2005 del puerto de Praia. A los tres días de navegación, el yate se avería y es asistido en alta mar por un buque mayor, que los remolca. En vez de llevarlos a Canarias o de regreso a Cabo Verde, los abandona en mitad del océano. Cuatro meses después, el mismo yate aparece en Barbados con solo 11 cuerpos momificados. Como han relatado en otras ocasiones los supervivientes de naufragios de pateras y cayucos, a medida que los integrantes de la expedición fallecen, sus compañeros tiran los cuerpos por la borda.
Estos 11 últimos encontrados serían los que más sobrevivieron, no más allá de la tercera semana de haber partido. Se trata de dos episodios espeluznantes, pero no extraordinarios. La Cruz Roja advertía que solo en los primeros meses de 2006 han fallecido más de 1.500 inmigrantes que trataban de alcanzar la costa canaria desde Mauritania (fundamentalmente partiendo de Nuadibú) o Senegal (desde San Luis). La propia Unión Europea (UE) reconocía la muerte de 10.000 personas entre el Estrecho y Canarias en los últimos cinco años. Los expertos calculan que actualmente por cada tres cayucos que parten con 40 a 100 inmigrantes en su interior, uno naufraga en la ruta de 800/1.000 kilómetros que separan ambas costas.
Aún así, en estos 10 años de muerte, no se conoce el caso de un familiar que haya reclamado uno solo de estos cuerpos. Como no existe registro de los que parten, también se desconoce la dimensión de la tragedia. Los que sí tienen la fortuna de llegar (más de 7.000 en los primeros cinco meses del año) sobrepasan a unos servicios de emergencia infradotados para la importancia de este fenómeno creciente. Cuando la primera patera llegó a las costas de Fuerteventura en 1994 con dos saharauis a bordo, los policías locales los arroparon sin entender cómo era posible que alguien hubiera sobrevivido al pasillo de 90 kilómetros de mar que separa las islas de la costa marroquí y del Sáhara. Aquellas primeras barquichuelas eran conocidas allí como pulperas, aunque posteriormente se les identificó como pateras por mimetismo a la denominación que reciben las lanchas neumáticas que se adentran en el Estrecho.
Canarias, destino de la inmigración
El fenómeno de la inmigración hacia las islas ha conocido distintas fases. La primera la integraban marroquíes que alcanzaban la costa de noche o madrugada, desembarcaban el pasaje, casi siempre magrebíes y saharauis, y regresaban a casa. Posteriormente, a finales de los años noventa, el transporte se convirtió en un lucrativo negocio, por el que inmigrantes subsaharianos pagaban entre 600 y 1.500 euros por llegar a Europa.
A medida que el Ministerio del Interior desplegaba radares del Sistema Integral de Vigilancia Exterior (SIVE), se produjo otro cambio sustancial: las redes dejaron de utilizar las pulperas y construían las barcas en el interior con madera cada vez de peor calidad, las transportaban en todo terrenos hasta las playas, embarcaban a los subsaharianos (cada vez más) que llevaban semanas muertos de miedo y hambre esperando en el desierto alimentados por una coca-cola, pan duro y alguna lata de sardinas y dejaban la barca en manos de uno de estos infelices, al que le habían entregado una artesanal brújula metida en una caja de madera, con la indicación de que navegara siempre en dirección 340 Norte hasta dar con la luz del faro de la Entallada, al sur de la isla de Fuerteventura.
Este cambio se tradujo en una multiplicación de llamadas al teléfono de emergencias 112, de náufragos perdidos en la inmensidad del océano y de naufragios en la costa, donde los inmigrantes, ateridos de frío, hambrientos y sin fuerzas se ahogaban a pocos metros de la costa. La Navidad de 2004 se recuerda en estas salas del 112, porque fue imposible detectar una embarcación en la que viajaban casi 40 inmigrantes, entre ellos tres niños de corta edad. El despliegue de la gendarmería marroquí por toda su costa y la del Sáhara trasladó la actividad de las redes más hacia el Sur.
Nuadibú (principal puerto pesquero de Mauritania) se convirtió en el puerto base de la inmigración clandestina. Desde el último trimestre de 2004 robustos cayucos construidos en fibra de vidrio, propulsados por motores de 40 caballos, surcan los 800 kilómetros de distancia en cinco días hasta llegar a las costas de Gran Canaria, Tenerife, La Gomera y El Hierro. Paradójicamente, los subsaharianos que llegan ahora lo hacen en mucho mejor estado de salud que los que solo recorrían 90 kilómetros y partían desde Marruecos. Los expertos solo alcanzan a adivinar que eludir la tortura del desierto del Sáhara, alojarse en casas de familiares, amigos o conocidos y comer de forma regular hasta el momento de embarcar son factores que juegan a favor de resistir mejor la travesía.
La logística también se ha modernizado. Frente a las artesanales brújulas de las pateras, los cayucos parten con un GPS, un sistema de localización por satélite en el que programan la ruta desde Nuadibú hasta el puerto de Los Cristianos (sur de Tenerife) y solo tienen que limitarse a seguirla. El gas oil se adquiere en la costa y se almacena en 15 a 25 bidones de 50 litros. Frente a los ateridos que vestían harapos, ahora todos los náufragos llegan con impermeable, chaleco salvavidas, dos pantalones, tres camisas y ropa de abrigo.
Reacción de los gobiernos marroquí y español
Hasta el 21 de mayo de 2006 habían logrado alcanzar la costa de las islas unos 7.000 inmigrantes africanos, casi 3.000 más que el total de 2005. En apenas 15 días (los que distan entre el 27 de febrero y el 14 de marzo) 703 subsaharianos alcanzaron alguna de las siete islas Canarias en barca. Aquellas llegadas dieron pie a una avalancha de declaraciones y acusaciones cruzadas, cada cual más radical, entre representantes políticos y entre administraciones.
La tensión subió tanto de temperatura que la vicepresidenta del gobierno español, María Teresa Fernández de la Vega, recién llegada de Mozambique, se trasladó a Tenerife para visitar los equipos de la Cruz Roja, Guardia Civil, Cuerpo Nacional de Policía, centros de internamientos, campamentos militares provisionales y entrevistarse con el presidente canario, Adán Martín. Dos días después, una delegación española viajó a Mauritania –nuevo punto caliente de las redes que trafican con seres humanos– para acordar la construcción de un centro de internamiento –que ya no ocupan los retornados desde España, sino los detenidos en la costa mauritana en su intento de partir en cayuco hacia las islas– y copiar el modelo implantado en Marruecos de patrullas policiales mixtas y cooperación de servicios de inteligencia.
Una semana después de aquella visita, otra delegación del gobierno de Canarias mantuvo una ronda de entrevistas similares, de donde han surgido proyectos de cooperación al desarrollo. Pero casi dos meses después y tras haberse detectado un descenso del 70% en el número de llegadas de inmigrantes africanos a las islas, el 6 de mayo llegó al puerto de Los Cristianos, un precioso cayuco de 22 metros de eslora artesanalmente pintado de rojo y cubierto por un toldo con 116 varones subsaharianos en su interior, que aseguraban haber estado siete días navegando, aunque no especificaron desde dónde partieron, si de Mauritania o Senegal. Se trata del mayor grupo que ha alcanzado las islas en un solo bote en los últimos 10 años, descontando los pesqueros, mercantes y petroleros.
Ese mismo fin de semana alcanzaron las costas de Fuerteventura, Gran Canaria y Tenerife 521 hombres en seis barcas. Y el 18 de mayo ocho cayucos alcanzaron simultáneamente cuatro islas con casi 700 inmigrantes, el récord de llegadas en un solo día. Y la locura dialéctica volvió a desatarse, mientras la población asistía atónita (entonces y ahora) a cómo no se dotan de más medios a las comisarías de las poblaciones a las que llegan estas personas (que, tras una travesía infernal de una semana y una lucha entre la vida y la muerte en alta mar, tienen que dormir hasta tres días en garajes mientras esperan a que les tomen declaración) y a cómo, sobre este desprotegido colectivo de inmigrantes se vierte todo tipo de sospechas, sobre la posibilidad de que porten enfermedades contagiosas o sobre su posible pertenencia a grupos islamistas radicales con intención de cometer atentados.
Una mentira contada cien veces sigue siendo una mentira, al contrario de lo postulado por Goebbels. Pero la perversa combinación de palabras como inmigrante, infecciones, terrorismo, superpoblación, inseguridad, desempleo, avalancha, invasión u oleada conveniente, voluntaria y conscientemente aireada desde los responsables políticos y medios de comunicación está agriando el carácter de la amable gente que habita Canarias, hasta el punto de pensar que realmente está en juego su identidad como pueblo, sin caer en la cuenta de que los 12 millones de turistas adinerados que llegan cada año desde Europa ya han aculturizado el archipiélago desde hace más de dos décadas.
“No se ha establecido una comunicación fluida entre el Estado y la comunidad canaria, desconocemos el grado de cumplimiento de los compromisos adoptados con Mauritania, no se han instaurado las patrullas mixtas con la policía de ese país, ni se ha enviado material suficiente para combatir el fenómeno en origen”, denunció a principios de mayo el consejero de la Presidencia del gobierno de Canarias, José Miguel Ruano, uno de los más profundos conocedores de la realidad africana en el gabinete nacionalista de las islas.
El portavoz del gobierno, Miguel Becerra, añadió que “los canarios nos sentimos totalmente desprotegidos ante la falta de control de las fronteras marítimas y solo nos invade el desasosiego cuando en 48 horas llegan casi 500 inmigrantes y los vemos entrar en nuestros puertos y playas sin que nadie los detecte”. Frente a estas críticas, el delegado del gobierno central, José Segura, manifestó su reconocimiento a “la solidaridad del resto de comunidades autónomas que han recibido 5.000 inmigrantes en lo que va de año, a los responsables de Extranjería por el mantenimiento de los centros y vigilancia de los traslados y al Ejército de Tierra por haber construido dos campamentos en Tenerife y Gran Canaria en apenas unas horas”.
Ruano aseguró que, desde la visita de una delegación española el 16 de marzo a Mauritania, “desconocemos en qué quedaron todos los compromisos adoptados”, al tiempo que apuntó la falta de información diplomática y de los servicios de inteligencia sobre la situación de Senegal y Malí, dos de los principales países emisores de inmigrantes. “Todo un gobierno no puede desplegarse un solo día y luego olvidarse de sus compromisos”, criticó Becerra la actuación del Estado.
Semanas después, el gobierno central aprobaba el Plan África y se comprometía a hacer partícipe a la UE de este fenómeno y sus posibles soluciones a medio y largo plazo. La llegada del cayuco de 22 metros de eslora con 116 varones apiñados en su interior ha resucitado la vieja polémica sobre la existencia o no de unos buques nodriza, en los que viajarían inmigrantes y cayucos, que son desembarcados a pocas millas de Canarias, mientras regresan a la costa africana para repetir la operación una y otra vez, con grandes beneficios económicos (entre 1.500 y 3.000 euros por cada inmigrante transportado, cuando el billete de avión en vuelo regular entre Nuadibú y Las Palmas cuesta solo ¡¡¡200 euros!!!, eso sí, si se obtiene visado).
El gobierno de Canarias cree “inverosímil” que más de 100 personas naveguen durante siete días de este modo y lleguen en tan buen estado de salud, si no es con la ayuda de un barco nodriza. “El 22 de marzo el presidente del Consejo Militar de Mauritania nos confirmó el traslado de algunas redes hacia más al Sur, a la localidad fronteriza de San Luis, en Senegal”, añadió Ruano. El delegado del gobierno, por su parte, descartó cualquier “fabulación” en este sentido y añadió que los interrogatorios efectuados no confirman que la embarcación partiera de Senegal.