Francesc Torres (Barcelona, 1948) inicia su trayectoria artística muy joven, con unes primeras obras que ya apuntan la pretensión de borrar las fronteras entre los distintos lenguajes artísticos. Este aprendizaje lo lleva muy pronto a interesarse por las videoinstalaciones. Al acabar sus estudios en Barcelona se traslada a París y, más tarde, a Estados Unidos, lo cual supone una ruptura con el pasado y una liberación personal y artística, ya que así puede abordar temas de interés universal que en ese momento estaban prohibidos en España debido a la dictadura franquista. Así, Torres evoluciona con la voluntad de convertir el arte en una expresión de libertad y un camino de búsqueda de la propia identidad. Poco a poco, su lenguaje va quedando definido. Su mirada contra los abusos de poder es muy clara, así como su interés por los mecanismos de poder y violencia. En sus obras analiza el origen humano de acciones agresivas, construyendo analogías y metáforas sobre las formas de comportamiento humano respecto a la agresión. Sus instalaciones, realistas y muy vinculadas a la conciencia colectiva, siguen esta línea temática, como vemos en este trabajo.
El pueblo viejo de Belchite (Aragón) fue frente durante la Guerra de España. Cambió de manos tres veces. Primero fue tomado por los fascistas, luego reconquistado por los republicanos y retomado de nuevo, finalmente, por los que habrían de ganar la guerra. Hubo muchos muertos, algunos sepultados donde cayeron. El ataque republicano fue liderado por los voluntarios americanos de la Brigada Lincoln, al mando de Robert Hale Merriman, profesor de ciencias económicas en la Universidad de Berkeley. Murió más tarde durante la retirada del Ebro.
El pueblo viejo de Belchite nunca se reconstruyó. Se levantó por decreto un nuevo pueblo pegado al viejo utilizando como mano de obra a prisioneros de guerra del ejército vencido.
En 1987, cincuenta años después de la batalla que distinguió a Merriman, Terry Gillian, miembro fundador de Monty Python, dirigió una película titulada Las aventuras del Barón Munchausen utilizando el Belchite viejo como escenario natural. Necesitaba una antigua ciudad europea destruida por la guerra y Belchite constituía una escenografía ready made imposible de superar con cartón piedra, pero no de completar con artificio donde hiciera falta.
Pude fotografiar el resultado de aquella barbarie al día siguiente del final del rodaje, antes de que se lo llevaran todo. Estas imágenes muestran lo que vi. El pueblo parecía un cadáver maquillado y vestido de payaso. Reproducciones muy realistas de edificios, murallas y paredes de yeso sustentadas por mecano-tubo, construido todo para verse frontalmente, habían sido añadidas en varias partes. Cañones, balas de artillería, ataúdes, falsos artefactos de sitio y asalto yacían alrededor del perímetro del pueblo junto con basura de todo tipo. Edificios originales en ruinas habían sido pintados con spray para parecer ennegrecidos por el humo de los incendios y la pólvora. Los interiores de los edificios también habían sido pintados para ocultar el color añil típico de la región y para dar la impresión de estar empapelados. Se añadieron antiguallas para rematar el efecto. Al frente de la misma iglesia que Merriman había atacado al frente de sus hombres como último reducto enemigo, se había erigido un patíbulo en el que colgaban mecidos por el viento tres nudos de horca.
La guerra como simulacro, la historia como chiste. Memoria, sacrificio y sufrimiento desacralizados por inanes bufonadas sobre tumbas sin nombre.
Solo los imbéciles se toman las cosas en serio.