En este artículo abordamos el proceso de cambio en el que actualmente se halla sumido el grupo étnico bereber de los Aït Haddidou, que habita en la parte más oriental de la cordillera del Alto Atlas (Marruecos), concretamente en el Valle del Assif Melloul. En este análisis prestamos una especial atención al modo en que este proceso afecta al colectivo de las mujeres Haddidou, quienes muestran mayores índices de vulnerabilidad y pobreza.
Introducción
La región que habita este grupo se caracteriza por tener una débil densidad de población y un déficit en agua (Berriane, 2002). Su clima es extremo, con un gran frío invernal y una aridez sahariana creciente. Sus agrupamientos humanos se ubican en los valles, al lado de los ríos, donde se forman oasis que permiten el mantenimiento de una agricultura irrigada dirigida al autoconsumo (y donde se ubican decenas de pueblos construídos con barro). El Valle del Assif Melloul está compuesto por 21 pueblos, ubicados sobre una longitud de 49 kilómetros. Actualmente habitarían en él cerca de 20.000 personas. La región permanece todavía hoy en un profundo aislamiento, y en invierno resulta particularmente inaccesible debido a la nieve, al hielo y a las deficientes infraestructuras de acceso (Laouina, 2002).
La ganadería sigue siendo la principal actividad de los Aït Haddidou, mientras que la agricultura es para ellos algo complementario al pastoreo, al ofrecer el valle pocas posibilidades agrícolas, pues se halla enclaustrado entre cadenas montañosas de elevada altitud. La ganadería es extensiva, de forrajes naturales. El pastoreo de ovejas entre los Aït Haddidou, se desarrolla gracias a la utilización en verano de los prados de altitud (Laouina, 2002: 362). Y es que éstos son pastores seminómadas -para poder sobrevivir en las montañas practican la trashumancia invernal, pues las frías temperaturas resultan incompatibles con el pastoreo-.
La situación de la mujer Haddidou en el contexto marroquí
Marruecos es un país en el que se dan grandes diferencias entre los niveles de desarrollo de las áreas rurales y las urbanas, siendo las zonas rurales las que presentan mayores índices de pobreza y las que mantienen unas condiciones de vida de mayor precariedad. Este hecho conduce a que, si ya de por sí las mujeres marroquíes presentan niveles de vulnerabilidad social más elevados que los que afectan a los hombres, sean las mujeres que habitan los enclaves rurales quienes concentren mayores índices de pobreza y de exclusión social. Y es que las áreas de montaña marroquíes, como dice Berriane (2002b: 343), han sido marginadas por los poderes públicos, sin conocer reales esfuerzos de equipamiento, tal como se ha hecho con las zonas de llanura. Este hecho tiene una especial importancia si tenemos en cuenta que la montaña cubre el 21% del territorio nacional (Berriane, 2002b: 342-343).
Actualmente las mujeres rurales se encuentran todavía con graves carencias en lo que se refiere a equipamientos básicos. Así, por poner un ejemplo, el acceso al agua potable y a la electricidad todavía hoy constituyen serios obstáculos para las comunidades rurales, pese a que desde los últimos años se están realizando importantes esfuerzos para ampliar la proporción de población rural que dispone de estos recursos. Y no podemos olvidar que tal como afirman las Naciones Unidas, dentro de las necesidades prioritarias para el medio rural, la electricidad se adjudica en primer lugar, seguida de las carreteras y del acceso al agua potable. Y es que la deficiencia en infraestructuras básicas se traduce en mayores índices de pobreza (PNUD, 2000: 16-18).
La mujer Haddidou padece las mismas deficiencias que en general afectan a todo el mundo rural de Marruecos. Y al igual que ocurre en otras poblaciones rurales del país, la mujer Haddidou sufre además las implicaciones que posee la existencia de un sistema patriarcal y patrilocal, cuyas normas y funcionamiento vienen a empoderar a la comunidad masculina. La marcada división sexual del trabajo viene a marginalizar a las mujeres, que tienen prohibida la realización de un trabajo remunerado, hecho que las condena a su dependencia financiera hacia los hombres de su familia. Tradicionalmente existía en la sociedad Haddidou la norma de reservar a los varones para la realización de una función guerrera –ante la necesidad histórica de defensa del territorio-, mientras que la mujer se encargaba de las tareas de manutención de la familia, debiendo existir un equilibrio y una complementariedad entre las tareas realizadas por ambos (Kasriel, 1989). Sin embargo, a partir de la Independencia – Marruecos fue colonia franco-española desde 1912 hasta 1956 -, los hombres Haddidou perdieron su rol militar, mientras que las mujeres mantuvieron las mismas funciones que hasta entonces habían venido desempeñando, con lo que el sistema social pasó a estar en una situación de desequilibrio hasta el día de hoy. Además, a mediados de los años setenta, algunos hombres partieron a trabajar a la zona del Atlas Medio. Esta salarización de los hombres quebró la antigua organización del sistema, que hasta entonces había delegado en las mujeres la función de manutención de las familias. Desde entonces, progresivamente han ido apareciendo nuevas oportunidades, únicamente para los hombres, de ejercer actividades remuneradas.
De esta forma, se ha producido en el grupo una sobreexplotación femenina. La mujer realiza la mayor parte de los trabajos domésticos y agrícolas y también administra la economía familiar, aunque todo ello sin percibir remuneración alguna. Sin embargo, la representación política en el valle es responsabilidad exclusiva de los hombres, siendo éstos quienes detentan todos los cargos. Por lo común, la presencia de la mujer en el campo político es todavía muy débil en Marruecos y prácticamente nulo en el Valle del Assif Melloul. En la sociedad marroquí esta situación es, en parte, compensada por la presencia de la mujer en el sector de las ONG (Nations Unies, 2001: 26). Sin embargo, en el Valle del Assif Melloul son los hombres quienes también ejercen la responsabilidad en este sector y la mayor parte de las tareas.
La década de los años setenta implicó toda una serie de transformaciones socio-económicas que han marcado el actual proceso de desarrollo que afecta a la comunidad Haddidou, y que supusieron el inicio del proceso de salarización en el que se halla sumida hoy en día. Fue en dicha década en la que se produjo una apertura del valle hacia el exterior y su creciente conexión con la economía nacional, lo que vino a incrementar los niveles de pobreza en la región, todo lo cual conduciría a la emigración de los Aït Haddidou hacia otras regiones del país. Asimismo en esta época se iniciaba el desarrollo turístico del valle. Estos hechos se plasmaron en el sector ganadero. Así en esta época, el grupo inició un proceso de sedentarización, reduciendo el tamaño de los rebaños, aunque continuara siendo la ganadería su principal medio de subsistencia. Esta situación vino a acelerar la desestabilización de la economía de subsistencia que hasta ahora había estado en la base, en beneficio de la introducción de una precaria economía de mercado, la cual ha impulsado el proceso de salarización de la comunidad y un incremento de la desigualdad social – y con ello también de la de género -, con las consecuencias que de ello se derivan.
Podemos afirmar que la aparición de la salarización en la comunidad Haddidou afecta casi exclusivamente a los hombres, ya que tanto en el comercio, como en las ONG, en el turismo, en la administración, etc., los puestos de trabajo remunerados que se crean, se dirigen y son ocupados fundamentalmente por la población masculina. De esta forma, los hombres han pasado a incorporarse en mucha mayor medida en los sectores económicos que se hallan plenamente integrados en la economía de mercado, frente a las mujeres, que se ven relegadas a trabajar sin remuneración en los sectores que forman parte de la economía de subsistencia. Esta situación ha venido a incrementar inevitablemente la desigualdad de género en el grupo, en el que el sector masculino es el más claramente beneficiado y donde las mujeres resultan desempoderadas, aumentando así su dependencia hacia los hombres y disminuyendo su valoración social.
Turismo y desigualdad de género entre los Aït Haddidou
Uno de los factores que ha transformado en mayor medida la sociedad de los Aït Haddidou en los últimos años ha sido, sin duda, el turismo – actividad que se inició en el valle a finales de los años setenta, consolidándose en la siguiente década -. El sistema turístico se halla impregnado de todo un sistema de estratificación de género, ya que se halla envuelto en procesos sociales construidos, donde las relaciones de género son jerárquicas y desiguales (Kinnaird y Kothari, 1996: 95). Por tanto, deberemos tener en consideración que la actividad turística ha penetrado en la comunidad Haddidou, una sociedad patriarcal y patrilocal, en la que impera todo un sistema normativo de género. Dichas normas prohíben el trabajo remunerado de las mujeres del grupo, limitando su aportación económica a la economía de subsistencia. Además también prohíben el contacto de las mujeres con personas ajenas a la comunidad. A lo que debemos añadir que el turismo llega a una sociedad en la que la autoridad es detentada únicamente por los hombres, pues el poder y el control se hallan articulados, entre otras, por las relaciones de género.
Si anteriormente decíamos que, tras la llegada de la economía de mercado a la región, las mujeres habían continuado con su trabajo tanto reproductivo como productivo dentro de la economía de subsistencia, destinado únicamente a cubrir las necesidades del grupo familiar, mientras que a los hombres les correspondía la realización de aquellos trabajos que implicaban la percepción de un salario con una mayor valoración social, la actividad turística ha venido a consolidar este proceso.
Una de las consecuencias más importantes de la llegada del turismo ha sido la aparición de un importante desequilibrio en lo que se refiere a la distribución sexual del trabajo en la comunidad. Con la llegada del turismo a la región, los hombres han encontrado una nueva fuente de ingresos, mientras que a las mujeres les supone una mayor carga de trabajo – pero sin remuneración – al tener que sumar a sus tareas habituales las que implica esta nueva actividad. En los casos de las mujeres de aquellas familias que se han beneficiado en una mayor medida de esta actividad, éstas han podido desatender determinadas tareas agrícolas que resultaban duras, para pasar a concentrarse en las derivadas del turismo. Para ello se remunera a otras mujeres locales, que pasan a realizar las tareas agrícolas que ellas han abandonado. Esta situación sin duda estaría derivando en una mayor y más patente desigualdad social, desvalorizando aún más, si cabe, las tareas agrícolas femeninas.
Por tanto, la salarización, acelerada por el propio proceso turístico, es un fenómeno que ha beneficiado principalmente a los hombres, mientras que las mujeres han permanecido en la esfera de la economía de subsistencia y no remunerada. De esta manera, la mujer progresivamente ha sido desposeída de su función productiva, quedando en un lugar de subordinación. Y como bien expresa Kasriel (1989: 72-73), al mismo tiempo, con estos cambios las mujeres han perdido también una parte de su identidad. Asimismo, la simbología del grupo que valorizaba el honor guerrero en los hombres ha sido transformada, dando lugar a una nueva racionalidad económica que ha permitido la aparición de una nueva valoración social basada en la acumulación de bienes y dinero. Por tanto, son los hombres los grandes beneficiados por estas transformaciones del sistema, pasando a mejorar su estatus en el seno de la comunidad, mientras que las mujeres permanecen excluidas de sus beneficios, perdiendo poder, incrementando su dependencia hacia los hombres y resultando más desvalorizadas.
Esta situación actual del turismo que privilegia a los hombres, tenderá a intensificarse con el tiempo. Pues la mayor parte de las ganancias derivadas de esta nueva actividad, están siendo reinvertidas en la ampliación y mejora de los proyectos turísticos iniciales, lo que tenderá a incrementar cada vez más los beneficios y el poder de los actuales propietarios masculinos de los establecimientos turísticos, mientras que las mujeres sólo percibirán sus beneficios de una forma indirecta, generalmente a través de los hombres de sus familias.
A todo ello se debe añadir el hecho de que actualmente sólo ellos pueden mejorar su cualificación a partir de las acciones formativas lanzadas por las ONG, lo que con el tiempo contribuirá a mantener a las mujeres en los puestos de trabajo de menor cualificación y valoración social. Este proceso se convierte de este modo en un círculo vicioso, pues como afirman Kinnaird y Hall (1996: 96), los mejores puestos de trabajo se hallan relacionados con una mayor acumulación de capital humano, quedando así las mujeres en situación de desventaja.
Sin embargo, tampoco se puede pensar que las mujeres no vayan a realizar intentos de romper con este círculo vicioso. Pues pese a que las relaciones de dominación se plasman también en la división sexual del trabajo en el ámbito turístico, como dice Bourdieu (2000: 26), “siempre queda lugar para una lucha cognitiva a propósito de las cosas del mundo y en especial de las realidades sexuales (…). La indeterminación parcial de algunos objetos permite unas interpretaciones opuestas que ofrecen a los dominados unas posibilidades de resistencia contra la imposición simbólica”. De hecho, actualmente han aparecido algunos casos de mujeres en la comunidad que tratan de superar estos límites normativos que les impiden la realización de un trabajo remunerado. Pues el turismo también supone la aparición de mayores oportunidades de independencia para el colectivo femenino, teniendo en cuenta que los visitantes acercan nuevos valores a los lugares a los que acceden, fomentando la aparición de nuevas aspiraciones por una vida mejor. De esta forma, en los últimos años una mujer Haddidou ha comenzado a gestionar por sí misma uno de los albergues del valle, mientras que a su vez, han aparecido otras dos mujeres que están trabajando como camareras en sendos cafés de Imilchil. No obstante, todos estos casos tienen en común la penalización en diversos grados que estas mujeres están sufriendo por romper con lo que su comunidad espera de ellas. Lo que de momento no ha impedido que continúen con sus proyectos.
A todo ello tenemos que añadir que el surgimiento de nuevas aspiraciones que, a nivel general, muy a menudo conlleva la llegada de turistas a una comunidad, puede conducir al surgimiento del deseo de emigrar de buena parte de los jóvenes locales, tal como ocurre entre los Aït Haddidou. Podemos afirmar que el trato directo de los habitantes locales con los visitantes facilita la emigración, ya que les proporciona los contactos necesarios y, en muchos casos, el aprendizaje de idiomas – son varios los casos en Assif Melloul de jóvenes que han emigrado ayudados por turistas que conocieron cuando visitaban la región -. Pero el turismo no sólo funciona como plataforma para las migraciones en el caso de los hombres Haddidou. Algunas mujeres jóvenes también buscan establecer contactos con los visitantes, que les puedan posibilitar salir de Marruecos y mejorar su situación económica. Pero la estrategia de ellas pasa por el matrimonio con los turistas, pues sería impensable que una mujer Haddidou abandonara el hogar familiar sin estar casada. Así una mujer de Imilchil se casó con un visitante belga, con quien tuvo tres hijos. Cada año regresa por vacaciones, convirtiéndose en el ejemplo que muchas jóvenes desean imitar. Por esa razón no resulta infrecuente que las mujeres planteen abiertamente a los hombres turistas su deseo de contraer matrimonio con ellos, o que les pidan que les presenten a algún amigo que quiera casarse con ellas. Este hecho resulta claramente relevante en la sociedad Haddidou, donde las mujeres tradicionalmente han permanecido ancladas al territorio, mientras que los hombres eran quienes salían a trabajar fuera o quienes realizaban las gestiones en las ciudades más próximas. Y si bien esta situación resulta sorprendente en esta sociedad, lo que comunica el paulatino proceso de transformación que se está produciendo en su seno, lo es todavía más el hecho de que algunos agentes turísticos estén deseando enviar a sus hijas de corta edad a Europa, para que aprendan idiomas, al cuidado de turistas que se han convertido en amigos y que se han ofrecido para ello. Por tanto, es de esperar que la próxima generación de mujeres Haddidou, accedan a empleos y a ámbitos que hasta el momento les han sido vetados.
Conclusiones
La comunidad Haddidou se halla sumida en un proceso de profundas transformaciones, fundamentalmente desde la década de los setenta. Fue en dicha época en la que se inició el proceso de salarización que desde entonces ha venido a beneficiar a la comunidad masculina. Las mujeres Haddidou continúan ligadas al trabajo no remunerado dentro de la economía de subsistencia, lo que les ha condenado a una dependencia financiera hacia los hombres del grupo.
La llegada del turismo a la región ha venido a consolidar todavía más este proceso. Los puestos remunerados en el sector son desempeñados por hombres, mientras que para las mujeres no ha significado más que un incremento de su carga de trabajo.
Sin embargo, la llegada de nuevos factores de cambio, como la televisión e internet o el turismo, posibilitan el acceso de las mujeres a nuevos valores provenientes del exterior. Este hecho está generando el surgimiento de nuevas aspiraciones dentro del colectivo femenino. El turismo posibilita el establecimiento de relaciones personales con el exterior y el aprendizaje de idiomas, lo que a medio plazo podría convertirse en una eficaz plataforma para la emigración. Asimismo, la aparición de mujeres que han comenzado a trabajar remuneradamente en el ámbito turístico –aunque todavía sean muy pocas y estén siendo penalizadas por su comunidad ante la transgresión que este hecho supone- hace pensar que este fenómeno se extenderá en el futuro a otras mujeres.
Todo este proceso ha impulsado una dinámica de desestructuración socio-económica en el grupo, que anteriormente era relativamente igualitario, y donde los conflictos de intereses se solucionaban por el propio grupo. La llegada de una incipiente economía de mercado a la región, ha implicado nuevas formas de inequidad social –entre ellas, ha conllevado un incremento de la desigualdad de género- y una mayor fragmentación social, favoreciendo a su vez un individualismo creciente. Este hecho resta poder a la comunidad como tal, cada vez más fragmentada y que ha de responder a intereses divergentes.
El resultado de todo este conjunto de transformaciones sobre la vida cotidiana de esta población es que el individualismo va sustituyendo progresivamente las formas de organización comunitaria tradicionales, lo que contribuirá a la degradación del sistema socio-cultural del grupo y a su fragmentación como comunidad. Este proceso puede que acabe afectando especialmente a las mujeres, pues los hombres disponen en mayor medida de sus propias vías y estrategias para escapar o diluir los efectos de los cambios en curso. No obstante, de forma inevitable, parte del colectivo femenino comenzará a experimentar nuevas alternativas individuales que les ayuden a salir de la situación de vulnerabilidad en que se encuentran –emigrando, trabajando remuneradamente, etc-, aunque ello suponga la transgresión de las normas comunitarias tradicionales. La cuestión de fondo es qué precio habrán de pagar las mujeres para beneficiarse de los cambios y, sobre todo, en qué medida el coste se ajustará al nivel de las mejoras que logren obtener.