Mosqueteros empresariales en Orán y Tlemecén

La emergencia de empresarios privados, a pesar de las dificultades que deben superar, resulta esperanzadora para el futuro del país.

Francis Ghilès

Tiene 35 años, los ojos azules y el cráneo algo pelado, pero se conserva bien. A los 15 era camarero, a los 20 regentaba un bar, el Bristol, en el corazón de esta capital del occidente argelino antaño conocida como el Pequeño París. Con sencillez, recibe al visitante en sus oficinas, situadas en la primera planta de un piso del barrio de Miramar, que rezuma arquitectura colonial. No se anda con rodeos; expone sus proyectos, en el sector del vino, sobre todo, pero también en el de la leche. Murad Hamamuch no ha estudiado empresariales, pero, desde luego, todo extranjero deseoso de invertir o hacer negocios en Argelia tendría mucho que aprender de él. Hoy en día, lo suyo es más que una empresa. IFKI, que fabrica y distribuye leche en el oeste del país (160.000 litros/día), está revolucionando la obtención y la comercialización del vino en los viñedos oraneses. Como los empresarios norteamericanos, va directo al grano: expone sus ideas, sus puntos de vista, no duda en aportar cifras ni oculta las dificultades con que ha tropezado.

No parece que nada vaya a detenerle. En unos meses, lanzará al mercado un nuevo vino, llamado Santa Cruz, inspirado en el nombre de la montaña que domina abruptamente esta ciudad, española hasta 1792. Patrocina veladas musicales en el Sheraton a las que invita a DJ franceses y españoles. Cuenta la historia del vino en Argelia. El monopolio de la Oficina Nacional de Comercialización de Vinos (ONCV) estaba consumiendo los viñedos a fuego lento: las bodegas pertenecían a cooperativas, la ONCV erigió el monopolio de la comercialización y el distribuidor privado tenía que pagar por adelantado el vino que compraba a la ONCV. Dificultades de suministro, una calidad muy aleatoria que va a menos…

La lista de desengaños sufridos por el sector es larga. Entre 1962, año de la independencia, y el inicio del segundo milenio, no se replantaron viñedos; las cubas utilizadas eran más viejas que Matusalén, los obreros que conocían el oficio se ponían en manos de Alá. La ONCV aún produce 250.000 hectolitros de vino al año. Tras embarcarse en la aventura vinícola, Mourad Hamamouche tuvo que hacer frente a varios retos, el primero realojar a las familias de las antiguas cooperativas, para quienes las granjas y edificios destinados a la producción del vino se habían convertido en viviendas, a menudo sórdidas. Su empresa adquirió pisos y los reubicó a todos. Luego hubo que comprar edificios, muchas veces en estado ruinoso, que mandó arreglar.

Desde Ain Temuchent hasta Mascara, desde Monstaganem hasta Misserghin, se puso manos a la obra. Hoy es propietario de 20 bodegas y viñedos. VDO o Western Wines produce 62.000 hectolitros, y cuenta con capacidad para 100.000. La empresa, cuyas denominaciones más conocidas son Coteau de Mascara, Coteau de Tlemcen, Dahra (tintos que suponen el 85% del total del consumo) y Royal Berkeche –un blanco– ocupa el 20% del mercado, con un índice de crecimiento del 2,5%anula en los últimos años. En Ben Badis, cerca de Tlemecén, a 140 kilómetros de Orán, un nuevo local contiene cubas nuevas, importadas de España. A unos cientos de metros, en una antigua bodega, se exponen unos recipientes de medio siglo de antigüedad.

En la fachada del edificio, el año de su fundación: 1930. Las antiguas cubas, ahora limpias, servirán hasta reemplazarlas por nuevas unidades. ¿Algún problema por fabricar vino en esta región cercana a Sidi Bel Abbes? Para nada, me dice el director, ex alcalde de Ben Badis. Los jóvenes se alegran de encontrar un trabajo bien remunerado, lo que no es de extrañar, en un país donde la tasa de desempleo es de un cuarto de la población activa. Mourad Hamamouche importó vino de Francia y de España, en tetrapac. La marca Don Simón que se vende bien es española. Ahora puede comprarse vino por 100 dinares (1 euro), en un pack de larga conservación. Más tarde importó equipamientos de ocasión, procedentes de Francia, salvo los destinados al frío. Posteriormente se afanó en aumentar la calidad, crear nuevas botellas, etiquetas más elegantes.

La demanda aumentó. Al fin y al cabo, el 40% del vino que se consume en Argelia corresponde a la región de Orán. Murad Hamamuch relata su visita a Napa Valley, al norte de San Francisco; sus viajes a España; sus proyectos futuros. Una de sus ambiciones es plantar cepas nobles, exportar vino a España… ¿Por qué no? No le asusta la mayor libertad de empresa existente en Argelia; es un vaquero del mundo de los negocios, no cuesta nada imaginarle cabalgando por sus dominios. Sin embargo, este hombre que tuvo que dejar la escuela a los 14 años, que trabajaba a los siete, sabe con quién codearse. No le da miedo la competencia, ni los más cualificados. Con una plantilla de 500 personas –muchas de ellas mujeres, puntualiza, porque son competentes–, este argelino es la viva estampa del país: imprevisible y capaz de dar muestra de un talento y un espíritu inesperados.

Por último, cabe decir que este mosquetero empresarial ha escogido un nicho de mercado con salida: no es solo que en el Oeste se consuma más vino que en otras regiones argelinas; es que, además, el gasto en alcohol aumenta en todas las variedades –vino, cerveza y licores– desde hace ocho años. En el caso del vino, se calcula que el gasto por habitante es hoy el doble que en 1999, 8.736 dinares. Hace dos años, con un estilo distinto, pero igual de emprendedor, Ismet Merabet fundaba First Packaging. Se trata de una nave, situada en Ued Tlelat, unos kilómetros al sur de Orán, donde se fabricarán cochecitos infantiles, papel higiénico y pañuelos de papel.

Este antiguo alumno de la Escuela Nacional de Administración iba a ser funcionario, pero el destino lo llevó por otros derroteros. Tras vivir tres años en Canadá, entre 1988 y 1991, adquirió un inglés perfecto. Más adelante, en 2003, montó una fábrica de detergentes para Unilever. De ahí pasó a Smith Klein Beecham, para quien fundó un centro de fabricación de productos genéricos. Finalmente, emprendió la gran aventura: se estableció por su cuenta, con la intención de empezar a producir de aquí a final de 2007. Para entonces, contará con 50 empleados. Las máquinas de que dispone, así, como la materia prima, son de origen español, aunque jamás ha puesto los pies en ese país.

A pesar de los problemas, la empresa privada renace

Hay mosqueteros, desde luego, pero se requieren grandes esfuerzos a la hora de convencer a los bancos estatales para que concedan préstamos, para que expliquen a los altos funcionarios cómo acabar con el dumping que tan alegremente practican empresas extranjeras y sus confidentes argelinos, hay que perder mucho tiempo convenciendo a funcionarios anquilosados o corruptos de las virtudes de la empresa privada de verdad, no la que se cuelga esa etiqueta y copa los permisos de importación gracias a sus contactos en la nomenclatura. Distintas generaciones, distintos estilos: Athmane Chérif es un antiguo oficial del Ejército de Liberación Nacional que, tras la independencia, fundó una firma de dragado de puertos, Salmar.

Tras la nacionalización de su empresa, como de tantas otras a principios de los años setenta, volvió a la carga, montando una firma de baterías de cocina en los años ochenta. A finales de los noventa se pasó al sector inmobiliario y hostelero. Así nació un bonito hotel, en Ain el Turk, al oeste de Orán –sobre un frente marítimo que hoy, desgraciadamente, es casi enteramente pasto del cemento–, el Eden. En Orán y cerca del aeropuerto se construirán otros establecimientos hoteleros, a partir del modelo de Accor. Los hijos tomarán el relevo del padre.

El grupo emprenderá otros importantes proyectos inmobiliarios, entre ellos un centro comercial. Hace años, era imposible para los vistantes extranjeros encontrar un alojamiento correcto en Orán. Ahora ya no es así. La gama alta la encabeza el Royal, situado en la avenida Larbi Tebessi. Su propietario, Yamel Mehri –originario de El Ued, en el sureste del país– invirtió 45 millones de euros en la renovación del establecimiento. Es un hotel sobrio y lujoso, pero su decoración no evoca demasiado el país donde se encuentra. El Sheraton, inaugurado, como es habitual en Argelia, por el jefe del Estado, dos años antes de que entrara en funcionamiento, también ofrece un confort de clase internacional.

Poco a poco, Orán va abriéndose y equipándose. Sin embargo, es mucho el dinero invertido en costosos proyectos, sin ofrecer empleo alguno a los millones de parados: el nuevo y flamante hospital militar erigido por Brown Root Condor, subcontratado por una firma turca, que construyó una zona de servicios en Orán; una pomposa sede para la Sonatrach, obra de la misma compañía norteamericana, cuyos vínculos con el vicepresidente americano, Dick Cheney, son la comidilla de Washington. Tras estas obras de lujo tan onerosas, se oculta un factor importante para la Argelia del mañana: la emergencia de una clase de empresarios privados que, a pesar de los obstáculos y de una burocracia puntillosa al estilo de Parque Jurásico, a pesar de la corrupción y la desesperación de los miles de jóvenes que deambulan por las calles sin nada que hacer, permite albergar algo de esperanza en el futuro de este país y de esta región.

La empresa privada reinaba desde hacía años en el Oeste. Todos los argelinos trabajan la tierra. Por ello, la carretera serpenteante entre las colinas de Orán a Tlemecén, la vieja capital de los ziyaníes, es más bella que nunca. Merced a la fruta, al trigo y a la abundante lluvia, se reviven paisajes que la revolución agraria de los setenta y la guerra civil habían destruido. Las construcciones se multiplican por doquier; pocas veces resultan elegantes, pero cuando menos brindan un techo bajo el que guarecerse, en un país que ha conocido una de las peores crisis de la vivienda del En Tlemecén, florecen algunas industrias tradicionales. En 1990, dos amigos –Hayj y Abu– deciden fundar una empresa especializada en la fabricación de hilo dorado de primera calidad, destinado al bordado, para preservar el patrimonio artesanal.

La facturación y la plantilla de la empresa, llamada Le Roi de la Dourure, han crecido regularmente durante los últimos años, especializándose en los bordados en oro, un arte muy apreciado en Argelia, dado que para las bodas, sobre todo en el Oeste, se exigen caftanes, mandiles y cofias lujosamente bordados. Tras instalar una cadena de producción, llegó el momento de plantearse competir con el producto importado, que contaba con el favor de los argelinos. Los dos amigos importan productos de gran calidad –hilo metaloplástico dorado, plateado y de colores; viscosa, goma y trama–, así que deciden vender con el nombre Le Roi de la Dorure. Con el fin de asentar el prestigio de su nueva marca, no dudan en optar por el patrocinio, en participar en ferias nacionales, en establecer contactos con costureras tradicionales, en recurrir a las vallas publicitarias, a los anuncios por televisión.

Estas opciones, corrientes en Europa, no lo eran tanto en Argelia, durante los tormentosos años noventa. Luego llegaría la confección de bolsos. Merecen capítulo aparte los problemas con los bancos, que conceden préstamos a regañadientes a los verdaderos productores; con los puertos, las aduanas. La devaluación del dinar, a finales de los años noventa, encareció soberanamente el coste de las importaciones. El Estado no se prodigaba protegiendo a los productores frente a los prestadores de servicios, que, siendo importadores, disfrutaban de las mismas ventajas fiscales que los productores. El Estado brilla por su incapacidad de estimular la producción nacional, y es notable la existencia de escandalosos favores ilícitos de que se benefician los muchos que tienen acceso a los arcanos de la nomenclatura.

Sin embargo, con la apertura del mercado argelino, Le Roi de la Dorure, como otros miles de empresas pequeñas y medianas argelinas, se enfrenta a enormes problemas, surgidos de la competencia desleal que el Estado parece del todo incapaz de castigar. Los empresarios argelinos se muestran muy pesimistas, pues consideran incorrectas las negociaciones del gobierno con la Unión Europea, lo que explica que tantas empresas hagan recortes de personal y dejen en la calle a los obreros. Le Roi de la Dorure debe replantearse toda su estrategia, pero sin contar con ningún apoyo del Estado. Tlemecén, bien conservada, y sus muchos monumentos son prueba de la historia: un hotel con normas internacionales le iría como anillo al dedo.

Sin embargo, el Estado se niega a ceder el establecimiento Les Zianides, construido en los setenta, que debe remodelarse en su totalidad, por el simbólico precio de un dinar. El pulso, que lleva prolongándose desde hace una década, priva a la ciudad y su universidad de un lugar donde poder recibir decentemente a sus invitados. Un conjunto de riads renovados, tan apreciados por quienes llegan de Europa; un punto de encuentro de turistas extranjeros, con pocos visitantes argelinos. Esta ciudad se resiente enormemente del cierre de la frontera, que le impide relacionarse con el Este marroquí, con quien mantenía unos vínculos seculares.

De restablecerse, esa relación impulsaría considerablemente –tanto en Marruecos como en Argelia– el optimismo, los intercambios culturales y los comerciales. El socialismo duro de Huari Bumedian no ha triunfado sobre la burguesía de esta ciudad orgullosa y discreta y, en el Oeste, son muchos los que no comprenden por qué los dirigentes políticos de su país no hacen nada por ayudarles.