Mehmet y Edeltraud también: perspectivas para una Alemania multicultural

Cem Özdemir

Político, Alemania

La inmigración es un fenómeno que afecta a todos los habitantes de un país, no sólo al inmigrante desplazado. A partir de esta premisa, el autor describe la interacción entre inmigrantes y el resto de la población en Alemania y argumenta sobre la necesidad de crear un «techo» protector en el interior de la sociedad civil que ampare a todos sus integrantes, basado en un verdadero respeto al principio de igualdad.  


Una de las cuestiones que más preocupan y a las que ahora tiene que enfrentarse Alemania es si nos iría bien construir una especie de «techo» bajo el cual todas las personas que aquí viven —independientemente de su origen cultural, étnico o religioso— pudieran establecerse como parte de nuestra sociedad civil. Este techo debería erigirse, por supuesto, sobre bases estables para repeler todo tipo de ataques.

Durante bastante tiempo me he preguntado cómo habría reaccionado nuestra sociedad si en nuestro país se hubiera producido una catástrofe comparable al 11 de septiembre de 2001 —y perpetrada por personas de origen parecido. ¿Qué efecto habría tenido sobre el ya deplorable estado de las relaciones entre los inmigrantes de origen musulmán y la mayoría de la población? Parece poco probable que la Ley de Naturalización, que entró en vigor el 1 de enero de 2000, recibiera aún el apoyo mayoritario en las dos cámaras de la asamblea legislativa alemana. Efectivamente, si hace unos pocos años no se hubiera aprobado esta ley dudo de que hubiera entrado en vigor en el mundo actual posterior al 11 de septiembre.

En mi opinión, ello no está relacionado sólo con las realidades islámicas, sino que tiene que ver más con el carácter general del contacto con esas culturas que en Alemania se perciben como «extranjeras». Por ejemplo, las relaciones con representantes de comunidades judías —a los que automática y colectivamente se los responsabiliza de la política del ex primer ministro israelí Ariel Sharon, obviando los detalles de su trabajo o la naturaleza de sus asociaciones con Israel— nos permiten predecir lo que sucedería en este país si otro grupo minoritario viera de repente que es el centro de la atención negativa nacional.

Cuando nos referimos al antisemitismo, se deben considerar las consecuencias de la historia moderna alemana y del «sistema de salvaguardia civil» subsiguiente —la desnazificación, la política educativa y el «papel de perro guardián» de los medios de comunicación norteamericanos— que se han traducido en una amplia medida de autocontrol entre aquéllos cuyas opiniones se inclinan hacia el antisemitismo. Sin embargo, los políticos, alegando que se les agradece finalmente el decir «lo que todos piensan», demuestran con precisión lo delgada que es, de hecho, la capa de protección contra el antisemitismo.

Parece imposible erradicar cierta jerarquía de culturas, pueblos y religiones. Si pienso en las muy diferentes reacciones ante un fenómeno social —como, por ejemplo, la violencia juvenil— empiezo a perder la fe en la aplicación final del principio fundamental de la igualdad o la prohibición de la violencia, ambas estipuladas en la Constitución alemana. En el caso del delincuente juvenil varias veces reincidente «Mehmet de Bavaria», todo el mundo se indignó por el nivel de violencia extrema ejercido por un joven turco (quien se educó —y, por lo tanto, aprendió su delincuencia— aquí). Su deportación a Turquía pareció convertirse en la cuestión de política interior más apremiante de toda Alemania.

Mientras tanto, se considera que los jóvenes alemanes (léase hijos de padres autóctonos alemanes), después de prender fuego a unas instalaciones para solicitantes de asilo o de torturar y golpear hasta la muerte a un joven igualmente alemán a causa de su forma de vestir, son desafortunados —casos excepcionales que, con paciencia y mucha comprensión, pueden ser rehabilitados. Incluso los más apasionados defensores de la ley y el orden se transformarán en sociólogos que mostrarán su comprensión hacia los jóvenes y su compasión hacia los entornos sociales de esas desafortunadas criaturas. Podemos asegurar que a las víctimas no les importa de qué país provienen los padres de sus agresores. Sin embargo, nuestros políticos y nuestros medios de comunicación continúan obsesionados con el tema y, al estarlo, dan un tratamiento aún más sensacionalista al tema de la inmigración.

Cierto es que la cobertura mediática de casos como el de Mehmet no es representativa del conjunto de la opinión alemana. Mis experiencias personales dan fe por sí solas de ello —experiencias, cabe señalar, con las que muchos otros individuos de origen no alemán, y que representan a todos los sectores de la sociedad, pueden sin duda identificarse.

No obstante, en Estados Unidos un titular como el que se publicó hace poco en una de las más importantes revistas de información es simplemente inimaginable. El titular se utilizó para un artículo que describía una campaña de simpatizantes del Partido Verde que yo ayudé a organizar, en la que cuarenta y dos ciudadanos alemanes de origen turco y kurdo se habían registrado como verdes. Proclamaba: «Özdemir trajo a sus 42 turcos». Casi 2,5 millones de personas en Alemania con pasaportes turcos entienden perfectamente la connotación que aquí tiene la palabra «turcos», intencionadamente escogida. El autor del artículo se mostró indiferente al hecho de que se tratara de ciudadanos naturalizados —ciudadanos alemanes. En este contexto, el término «turcos» conlleva las mismas implicaciones que los ahora anticuados términos «gente de color» y «negros» tendrían en América. Siguiendo con este ejemplo, no sólo en Estados Unidos ese periodista habría tenido dificultades para encontrar un periódico que quisiera publicar algo tan falto de sensibilidad sobre, por ejemplo, un miembro afroamericano del Congreso.

Me cuesta trabajo entender las reacciones a los resultados del Estudio de Pisa, que evalúa en qué medida los estudiantes que están a punto de terminar los estudios obligatorios poseen los conocimientos básicos necesarios para participar de forma plena en la sociedad. En Alemania, los resultados se han simplificado (y malinterpretado) en extremo a una única cuestión: todos los problemas a los que se enfrenta el sistema educativo alemán se pueden atribuir a los chicos y chicas turcos que aún no han desarrollado por completo sus conocimientos de la lengua alemana. Es preciso hacer un esfuerzo suplementario para encontrar los informes sobre chicos y chicas de la tierra de Goethe, Schiller y Lessing cuyos conocimientos literarios son igualmente muy sorprendentes.

Así pues, ¿cómo tendría que ser una «visión multicultural» positiva de Alemania? Debe ser posible que jóvenes con nombres como Mehmet, Giovanni y Olga lleguen a formar parte de nuestra sociedad, sin que la cultura de sus padres sea un obstáculo para ser aceptados. (Cabe señalar aquí que los niños y niñas y jóvenes de origen ruso-alemán, a pesar de enfrentarse a problemas de discriminación y de integración en sus vidas cotidianas, están generalmente fuera del debate y exentos de datos estadísticos gracias a su remota ascendencia alemana.)

Una nueva «identidad con guión» podría hacer posible que existieran los «suevosanatolios» y que fueran reconocidos como le sucede a la Olga de habla alemana y rusa. Nuestra Grundgesetz —la Constitución alemana— establece las directrices para una sociedad civil que lucha por unos valores compartidos y un idioma común. De ahí que el dogmatismo religioso y la intolerancia hacia los disidentes sean tan poco oportunos como la opresión sexual disfrazada y aceptada bajo el manto de la religión. En nuestras escuelas se tiene que conseguir el derecho a la igualdad de oportunidades, con independencia de la lengua materna y del nivel de educación de los padres.

No será hasta que Alemania reconozca que los temas migratorios nos afectan a todos —a alemanes autóctonos y no autóctonos por igual— que habremos establecido un «techo» protector para cada miembro de nuestra sociedad. Lo que tenemos que reconocer y, sobre todo, aceptar es que estos temas no sólo afectan a Mehmet, Giovanni y Olga, puesto que también afectan a aquéllos y aquéllas con nombres como Hans, Eberhardt y Edeltraud.