Mediterráneo, gente y libros

Claudine Rulleau

Periodista y escritora, París

¿Libros? ¡Hablemos de ellos! ¿Podrán la cultura y la literatura suavizar las costumbres, como, según se dice, hace la música? No lo parece. El 10 de marzo de 2006, en la Facultad de Letras, Artes y Humanidades de la Manoubia (en Túnez) tuvo lugar una ceremonia: la hija de Paul Sebag y el presidente de la Société d’Histoire des Juifs de Tunisie de París asistían a la inauguración del Fondo Paul Sebag. Historiador, sociólogo, periodista, profesor en el Lycée Carnot y luego en la universidad, antiguo miembro activo del Partido Comunista Tunecino, locamente enamorado de su ciudad natal, a la que consagró muchos estudios y una gran obra, Tunis, histoire d’une ville, Paul Sebag, fallecido en Francia el 5 de septiembre de 2005 a la edad de 85 años, quiso que una parte de su magnífica biblioteca y todos sus escritos pasaran a disposición de los estudiantes e investigadores tunecinos. Además, en el país se conmemoraba el sexto centenario de la muerte de Ibn Jaldún, autor de la Mûqqadima, también tunecino y considerado el padre de la sociología moderna. Pero varios estudiantes —o pseudoestudiantes— tuvieron que estropear la fiesta: insultaron a Paul Sebag, «el judío», y trataron de «sionistas» a los dos invitados. «Una vergüenza para nuestro país», exclamaron numerosos tunecinos, afligidos por ese comportamiento; no obstante, el mal ya estaba hecho.

Hay que señalar que el clima intelectual se ha deteriorado sensiblemente tras el alud de estupideces que se han vertido a propósito de las «caricaturas satánicas» sobre el profeta Mahoma publicadas por un periódico danés a finales de septiembre de 2005, de las que todo el mundo ha oído hablar y a las que parece inútil volver a referirse. Un periódico egipcio, Al Fagr («El Alba»), las publicó todas a partir del 17 de octubre del mismo año, sin que nadie reaccionara lo más mínimo. La polémica no ha hecho sino dar un nuevo impulso a los debates ociosos —y en ocasiones mortales, en el sentido propio del término— sobre el choque de civilizaciones, culturas y religiones, y todo ello en medio de la mayor confusión. Ante lo que se considera una ofensa hay que responder con la misma arma: espada contra espada, palabra contra palabra, caricatura contra caricatura. Pero, ¿qué acogida habrían tenido unas caricaturas de Moisés o Jesús realizadas por dibujantes musulmanes? Lo mejor del humor, tal vez también lo más difícil, consiste en ejercerlo contra uno mismo. ¿Bastará con algunos estudios, como Les nouveaux penseurs de l’Islam, de Rachid Benzine, La civilisation islamo-chrétienne, de Richard W. Bulliet, o L’Islam. Tolérant ou intolérant ?, de Mustapha Chérif, para abrir las mentalidades?

Las diferencias cuantitativas y cualitativas entre el norte y el sur del Mediterráneo no han disminuido: con un intervalo de diez años, uno tiene la impresión de repetirse al leer la conclusión a la que llega el PNUD, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, en la parte de su informe Desarrollo humano en el mundo árabe dedicada al saber: los países árabes, con unos trescientos millones de habitantes, editan menos del 2% de la producción mundial, en tanto que Grecia —con menos de once millones de habitantes— traduce cinco veces más obras que ellos. También tienen el índice más bajo de periódicos, radios, ordenadores y conexiones a Internet. En cuanto a la televisión, que durante mucho tiempo ha ido a la zaga, la situación está cambiando con gran rapidez: desde 2004 el número de cadenas de televisión árabes se ha duplicado en menos de dos años y actualmente ha alcanzado la cifra de 250. Pero el crecimiento de las cadenas de televisión no trae aparejado el desarrollo cultural. Además, las que llevan la etiqueta de «cultural» no son las que cuentan con mayor número de espectadores y tienen dificultades para ampliar su audiencia. La francesa Arte cuenta en buena medida con España e Italia para desarrollar este sector. La explosión de la televisión, especialmente la de las cadenas por satélite, explica un fenómeno que se considera inquietante: la progresiva desaparición de las salas de cine en el Sur. A medida que aumenta la producción cinematográfica, disminuye la explotación de las salas; por ejemplo, Túnez disponía, en 1996, de 155 salas con capacidad para más de 44.000 espectadores; en 2006, sólo tiene 14, la mitad de ellas en la capital.

Las causas de las diferencias entre el Norte y el Sur en lo que se refiere al mundo de la edición son bien conocidas: la insuficiencia de las ayudas dedicadas a investigación y desarrollo en el caso de las publicaciones científicas, la falta de libreros y distribuidores, los elevados aranceles aduaneros, la falta de cohesión en las relaciones Sur-Sur y el peso de la censura política y religiosa en los ensayos y la literatura; tal es el caso de Awlâd Haratina, la novela del Premio Nobel de literatura de 1988, el egipcio Naguib Mahfouz, publicada por entregas en el periódico egipcio Al Ahram en 1959 y en el Líbano en 1967, pero nunca editada en El Cairo (¡excepto en edición pirata!). El propio autor, víctima de un atentado islamista en 1994 cuyas secuelas aún padece, practica la autocensura y se niega a dejar que la obra se publique en Egipto hasta que no haya recibido el imprimátur —si se puede llamar así— de la Universidad Al Azhar, la primera instancia religiosa del país, que, sin embargo, desde el punto de vista jurídico no tiene ningún derecho en esta materia. Además, el novelista, periodista y director de la revista Akhbar al Adab («Las noticias literarias»), Gamal Ghitany, multiplica, hasta ahora sin éxito, los alegatos en defensa de la publicación de la obra prohibida; pero, ¡oh, ironía!, en Egipto se encuentran ejemplares de la edición libanesa, que circulan bajo mano. Al parecer, un cierto número de dirigentes, políticos o religiosos, no son aún conscientes de los nuevos modos y medios de distribución y difusión. Pese a estos avatares, en el mundo árabe —sobre todo en Egipto y el Líbano, donde Beirut ha reanudado su intensa actividad editorial— la novela goza de gran favor y vive un crecimiento exponencial en detrimento del género hasta ahora privilegiado, la poesía. En la escena internacional se está consolidando un escritor egipcio autor de una novela, L’immeuble Yacoubian, ya traducida al ruso y al italiano. Se trata de Alaa al Aswani, que vuelve medio siglo más tarde al filón de El callejón de los milagros, 8 pero con mayor crudeza y menos tabúes.

Estas incursiones en el Norte por parte de autores del Sur no deben hacernos olvidar las dificultades que subsisten —cuando no se agravan— para la circulación de libros e ideas por el Mediterráneo, tanto más cuanto que la diversidad de lenguas hace obligatorio el paso por la traducción. Ahora bien, de todos es bien conocido que el aprendizaje recíproco de las lenguas de la cuenca mediterránea apenas se ha desarrollado, y se acusa a la Comisión de Bruselas —cuyo responsable de promover el multilingüismo en la Unión es Jan Figel— de dar una prioridad absoluta al inglés a y a su enseñanza en la educación primaria. Las dificultades de comunicación se observan incluso en publicaciones oficiales cuya difusión es esencial para el futuro del Mare Nostrum; así el nuevo informe del Plan Bleu 2005, Méditerranée : les perspectives du Plan Bleu sur l’environnement et le développement (Plan Azul 2005, Mediterráneo: las perspectivas del Plan Azul sobre el medio ambiente y el desarrollo), resultado de las investigaciones y observaciones de más de trescientos expertos de ambas orillas, se ha publicado sólo en francés e inglés; al parecer, no hay dinero para otras versiones, y los directores de la obra tienen que buscar editores del sector privado que acepten traducirla y publicarla en cada país. Eso es tanto como decir que no proliferan las versiones: el anterior informe (1989) sólo se pudo publicar, aparte de en francés e inglés, en árabe, turco y español.

Pero hay resquicios para la esperanza: con la creación de la Fundación Euromediterránea Anna Lindh para el Diálogo entre Culturas, instalada en la Biblioteca de Alejandría, se espera volver a insuflar vida y color al Partenariado en este ámbito, que sigue siendo el «pariente pobre», pese a las buenas intenciones declaradas por doquier. Se alzan voces escépticas. Démosle, pues, un poco de tiempo a la Fundación — que acaba de reunir por primera vez, el 26 de abril de 2006, a su Consejo Superior— para que muestre de qué es capaz. Debe organizar, en colaboración con el gobernador de Alejandría y la Biblioteca, la próxima bienal de jóvenes artistas de Europa y el Mediterráneo, la número trece, que por primera vez se celebrará fuera de Europa. Un millar de jóvenes artistas (músicos, poetas, novelistas, cineastas, artistas plásticos, etc.) se reunirán y trabajarán juntos en Alejandría, que los acogerá durante diez días, del 10 al 20 de julio de 2007. Deseémosle un gran éxito a esta iniciativa. ¿Y al libro? Deseémosle también larga vida. Todavía tiene frente a sí tiempos felices si todos los seres humanos siguen el eslogan de la editorial Casbah, de Argel: «Asegúrese contra la ignorancia».