Vaya por delante que nunca he tenido la mínima intención, ni siquiera el pensamiento, de reconquistar España o el principat de Cataluña, y menos aún, Europa. Dicho esto, me gustaría comenzar evocando el esplendor de la España musulmana, mejor dicho de Al-Andalus, a la vez que uno de los pilares fundamentales de aquel esplendor que fue, sin duda, la convivencia armónica que hubo entre las tres comunidades religiosas –cristiana, judía y musulmana-, basada en la diversidad, el diálogo, el intercambio cultural y, sobre todo, en una razonable intertolerancia. Mientras eso sucedía en ese hermoso pedazo de tierra, en el resto de Europa dominaban el oscurantismo y la sinrazón.
Todos sabemos que la reconquista cristiana de Al-Andalus, así como las expediciones guerreras de los cruzados hacia Oriente y algún conflicto secundario más, convirtieron el espacio del Mediterráneo en un lago de frontera y confrontación entre el norte, cristiano en su mayoría, y el sur islamizado. Pronto, la fructífera colaboración cultural de Al-Andalus fue desplazada por la intolerancia y los estereotipos más ajados.
Entre Occidente y Oriente, como entre el sur y el norte, siempre ha habido relaciones en todos los ámbitos, la mayoría de veces con no pocos altibajos. Hoy día existe una gran fractura entre las gentes que rodean el pequeño y común espacio del Mediterráneo, lo cual genera una gran desconfianza. Pero, ¿cómo se llegó a esta situación? Para no divagar con discursos históricos y filosóficos, quisiera concretar una serie de hechos que, según mi modesto criterio, fueron decisivos para llevarnos a tal punto de desconfianza.
- Como todos sabemos, el lago del Mediterráneo fue un área de intercambio de todo y entre todos (algo así como un mar de comercio), pero después del siglo VIII y especialmente con la emergencia del islam, este mar se convirtió en un espacio de rivalidad económica, religiosa y cultural.
- En el siglo XI, el papa Urbano II quiso consolidar su papado y enfrentarse así al poder temporal que le imponía el Imperio Sacro Romano Germánico, para lo cual predicó la guerra santa contra el infiel de un modo bastante oportunista.
- El oriente perdió centralidad y entró en decadencia después del descubrimiento del Nuevo Mundo.
- Más tarde llegó a su cenit el Imperio Otomano e inmediatamente fue demonizado no sólo por los poderes políticos sino también, de forma irracional, por algunos grandes ilustres europeos de la cultura.
- En Europa cada vez dominaba más el etnocentrismo y la visión de superioridad respecto a otras regiones, a la vez que se imponía entre la población el espíritu de folclorización y ninguneo de las culturas de los otros, que se convirtieron en objetivos de conquista. Así fue como muchos países del Tercer Mundo fueron colonizados y saqueados durante muchos años.
- Al cabo de varias décadas, con la excepción de Palestina, el colonialismo real y su soldadesca abandonaron las colonias no sin antes dejar colocados regímenes déspotas, dirigidos por colaboradores locales para ejecutar el trabajo sucio de los colonialistas. Así, el colonialismo real se convirtió en una fuerza invisible que ha practicado hasta el día de hoy políticas de saqueo que originan, en consecuencia, más pobreza y dependencia que independencia.
Era de esperar que los nefastos resultados de la falsa descolonización provocara, entre tantos estragos, la emigración. Conviene recordar que los movimientos migratorios siempre se producen por varias causas (catástrofes naturales, guerras, persecuciones) y que la gran mayoría de los emigrados se desplazan empujados hacia aquellos lugares en los que pueden desarrollar una vida mejor. Llegan como pueden a un entorno nuevo y diferente, de forma individual o en grupúsculos, con un bagaje cultural propio enraizado tanto en sus cerebros como en sus vísceras. Una vez que se encuentran razonablemente establecidos –después de unos inicios de desamparo y aislamiento- empiezan a añorar sus hábitos y su forma de ser de antaño.
He dicho todo esto para abordar algunas razones del porqué de la situación que se vive en estos momentos.
Afortunadamente, y no hay que olvidarlo, las actuales oleadas migratorias hacia Europa han ocurrido desde el preciso momento en que el mundo occidental empezó a necesitar más que nunca mano de obra y población joven. Pero lamentablemente, y lo digo sin ambigüedades, hay amplios sectores de la población autóctona que todavía andan desorientados y mantienen intacta hasta cierto punto la mentalidad colonialista y prepotente según la cual su país necesita mano de obra y no personas. Es decir, necesita esclavos y no trabajadores que forman familias y que tienen, como los demás, deberes y derechos. Precisamente en esta última materia se centra el quid de la cuestión y la discordia. Para cubrir razonablemente tales derechos (educación, sanidad y prestaciones sociales) se necesitan grandes inversiones. Hay una realidad irrefutable, y en este caso me refiero a España y a Cataluña en particular, y es que las inversiones destinadas a la ampliación de infraestructuras de prestaciones sociales son infinitamente insuficientes en relación con el aumento de la población. Un ejemplo que cito con conocimiento de causa: la mayoría de los centros de atención sanitaria tienen hoy, en 2008, el mismo personal y las mismas infraestructuras que en 1998 a pesar del importante aumento de usuarios, tanto jubilados autóctonos como inmigrados que, en su mayoría, cotizan al erario público. El nefasto resultado es irremediable y significa la degradación de los servicios públicos, colegios, ambulatorios, etc. Dicho de manera simple, si hace diez años las prestaciones sociales eran bastante mediocres, ahora son aún peores y hay que buscar la causa de esta nueva situación degradante en el chivo expiatorio de siempre, el más débil; en este caso, el inmigrante. Dicha acusación simplista y de cliché adquiere tintes miserables y de pura demagogia cuando la agitan y se aprovechan de ella para fines propios algunos partidos fascistoides que, lamentablemente, arrastran a otros partidos moderados a la misma irresponsabilidad, sólo para arañar el voto de la ignorancia y el miedo. El conflicto está servido.
Por otra parte, el panorama internacional y sus belicosos agentes (Bush, Bin Laden, el ciego apoyo occidental a Israel, la guerra de Irak, los fanáticos de todos los colores) no permiten un sosiego entre el mundo occidental y Oriente.
Posiblemente, estos argumentos, aunque no son exhaustivos, constituyen el origen de las tensiones, felizmente hasta estos momentos bajo control, entre la sociedad de acogida y la colectividad inmigrada, especialmente aquella adscrita a la religión musulmana. En relación a este última, vemos que al hablar de los términos interculturalidad, multiculturalidad o inmigración, el subconsciente europeo sólo los relaciona con los musulmanes o árabes, como si no existiesen en Occidente otras colectividades foráneas (japoneses, chinos, norteamericanos…) que son precisamente las que menos disposición muestran a la hora de integrarse en la sociedad de acogida.
Llevo casi cuarenta años viviendo en estos lares, y me doy cuenta de que los prejuicios de las personas -a pesar del loable esfuerzo de muchos para acercar culturas y grupos humanos- cada vez son más primarios, toscos y enraizados. Veo con tristeza que el trabajo que mucha gente realiza durante años se derrumba por un solo titular de mal gusto en cualquier periódico amarillento, una película, una noticia manipulada o el discurso demagogo de un politiquillo de séptima fila.
Por lo tanto, y ya para concluir, debo decir que a mi juicio, mientras haya desigualdad entre los grupos humanos, de muy poco servirán los miles de encuentros y talleres que se realizan en favor de la interculturalidad, la multiculturalidad o la integración de los inmigrantes. La verdad es a menudo acerba: la cultura del más fuerte no sólo impone, sino que ningunea o folcloriza a la otra. La interculturalidad sólo funciona entre personas en igualdad de condiciones, de tú a tú, y la multiclturalidad, tarde o temprano, erige guetos enfrentados. Así, pues, hay que abordar el tema globalmente y, en primer lugar, buscar y aplicar soluciones político-económicas de desarrollo y viables para aquellos países obligados a exportar seres humanos. De otro modo, todo lo que se hace a nivel de debates teóricos y ayudas de cooperación de las ONGs no es más que un parche que no elimina el fenómeno migratorio, sino que lo convierte en endémico y con ello, sin duda, alarga la agonía de mucha gente.