Lucha por la supervivencia de los no islamistas
Para triunfar en el mundo islámico, las inspiraciones liberales y marxistas del bando no islamista tienen que enmarcarse en un contexto adaptado a las condiciones nacionales.
Bahgat Korany y Karim Hamdy
A pesar de el panorama ideológico tras la Primavera Árabe no para de evolucionar en la región, sigue estando dominado por la polarización entre las fuerzas políticas islamistas y las no islamistas. Aunque en diferentes grados, esta ha sido la suerte que ha corrido el mundo árabe desde la Segunda Guerra mundial, con la aparición, a principios de los años cincuenta, del partido panárabe baazista –inspirado originalmente en el movimiento de liberación árabe contra los otomanos– y el nasserismo. La denominada guerra fría árabe que tuvo lugar en ese periodo reflejaba la oposición entre los que reivindicaban el papel de la sharia (encabezados por Arabia Saudí) y los que apoyaban los valores nacionalistas y la importancia de la política por encima de la religión (nasserismo/socialismo árabe baazista). Como toda oposición bipolar, la identificación islamista/ no islamista está excesivamente simplificada, ya que ningún bando –pasado o actual– constituye un grupo monolítico, sino que es más bien un “grupo de grupos”. En el “bando reaccionario” de las monarquías árabes en los cincuenta y sesenta había enemistades familiares históricas como entre Arabia Saudí y Jordania. El “bando progresista” estaba dividido entre los nasseristas y los baazistas, que también –a pesar de ser socialistas– encarcelaban a los comunistas. Tras la Primavera Árabe, la situación en la región ha cambiado, pero al menos en Túnez y en Egipto, la (excesivamente) simplificada polarización entre islamistas y no islamistas sigue siendo un punto de partida relevante para explicar en pocas palabras una situación compleja. Es oportuno hacer dos aclaraciones:
– No se debe equiparar a los no islamistas con los anti- islamistas. Ellos prefieren que se les denomine partidos civiles. De hecho, todos los grandes partidos no islamistas han reafirmado su convicción de que el islam es la religión del Estado y fuente de legislación. Por ejemplo, en el momento de escribir estas líneas (agosto de 2013), corren rumores sobre si el general Al Sisi, que derrocó al expresidente egipcio Mohamed Morsi en julio, tiene o no tendencias islamistas. Estos rumores se basan en el informe que realizó Al Sisi en 2006 mientras estudiaba en el War College de EE UU. En el informe, de 22 páginas, insistía en el papel de la religión en la sociedad de Oriente Próximo y en su integración en cualquier plan para establecer la democracia. En efecto, esto es algo generalmente aceptado por muchos analistas árabes no islamistas y responsables políticos.
– En el plano operacional, la principal línea divisoria en esta polarización entre islamistas y no islamistas es el papel de la sharia, pero no su papel como creencia religiosa, sino como mecanismo para gobernar. El debate –exceptuando a los radicales de ambos bandos, como por ejemplo los que están a favor de la plena aplicación de la sharia en una sociedad “islamista” y los que aspiran a su exclusión total – se centra en dónde y hasta qué punto se debe aplicar la sharia a la hora de gobernar.
Este artículo está organizado en dos secciones: la primera dedicada a los retos intelectuales y de comunicación a los que se enfrentan los no islamistas; la segunda, centrada en cinco aspectos de sus retos organizativos y de conducta. Investiga el comportamiento político actual de los no islamistas y sus consecuencias, desde la mala gestión de las campañas electorales y de la construcción de coaliciones hasta la fragmentación y los conflictos internos. La conclusión reflexiona sobre la manera en que los no islamistas pueden reforzar su posición para modelar la política y la sociedad en el mundo árabe del siglo XXI.
Después de liderar la ‘Primavera Árabe’, ¿se comunican los no islamistas con las masas?
Escribir ahora sobre los no islamistas en Egipto y Túnez es como disparar a una diana en movimiento. Peor aún, la diana no solo se mueve con rapidez, sino que también rebota en muchas direcciones. La frecuente unión y dispersión de este amplio frente de no islamistas (desde los liberales acérrimos hasta GRAN ANGULAR AFKAR/IDEAS, los marxistas radicales e incluso algunos salafistas y el ejército) refleja estos rebotes. Es más, mientras empieza a surgir un consenso mayoritario en lo relativo al programa económico, este no es ni mucho menos el caso con su equivalente político.
Aunque Egipto y Túnez presentan diferencias regionales y nacionales (por ejemplo, su peso demográfico y cultural, o su grado de centralidad geográfica en el mundo árabe), comparten retos de transición similares. Lo más relevante aquí es la presencia en ambos de un número considerable de no islamistas, a pesar de la supremacía de los islamistas en la “sociedad profunda”. Los dos se enfrentan a retos como el deterioro de la situación económica y de seguridad, o la febril búsqueda a tientas de una fórmula política consensuada. En este tenso contexto, a los no islamistas les resulta difícil perfilarse como los próximos gobernantes. ¿Por qué?
Merece la pena señalar que los términos para designar el amplio frente no islamista (como “liberales”, “marxistas”, “demócratas”) no se han traducido, sino transliterado, del inglés, del francés y del español, un hecho del que se derivan dos consecuencias:
– Cada vez que estos conceptos se emplean, en campañas ante una audiencia de cultura limitada, es necesario explicarlos, con diferentes grados de persuasión, dependiendo de la claridad y la elocuencia del orador.
– Esta transliteración de términos extranjeros permite a sus adversarios manipularlos para destacar connotaciones y modos de pensar “extranjeros”, e insistir en que estos conceptos y prácticas no son locales. Al enmarcar el contexto posterior a la Primavera Árabe en la identidad, la acusación de “importar” una solución extranjera puede convertirse en una gigantesca desventaja para los no islamistas, incluso cuando sus adversarios están en prisión.
De hecho, Túnez ha llevado a cabo durante décadas una represión tan dura contra los islamistas que algunos tenían la impresión de que en su revuelta “no había islamistas”. Por ello, Túnez –donde no existe una oposición islamista– está considerado el modelo de una democracia laica árabe, con el Partido Democrático Progresista (PDP). Es más, la falta de un ejército poderoso y dominante en este país ha permitido que las condiciones previas para establecer la democracia fueran mejores. Los partidos no islamistas habrían perdido tanto en Túnez y como en Egipto por varias razones, empezando por su incapacidad para vincularse con sus masas, especialmente las de las zonas rurales.
Este caso es especialmente evidente en Túnez. Muchos de sus partidos están liderados por una élite altamente internacionalizada que a menudo se encuentra igual de cómoda hablando francés que árabe y que, desde un punto de vista cultural, está desconectada de la mayoría de sus compatriotas y hasta se siente incómoda en su compañía. Un activista tunecino afirmaba orgulloso el pasado otoño que “la gente no debería comparar Túnez y Egipto… Nosotros somos más parecidos a Francia o a cualquier otro país europeo”. En este contexto los islamistas ganaron las elecciones parlamentarias: en Túnez cerca del 40% de los votos, y en Egipto, aproximadamente el 70%. Los votantes de las zonas rurales y del interior posiblemente hayan sentido una afinidad cultural e incluso económica con Ennahda, los Hermanos Musulmanes y los candidatos salafistas, menos acaudalados y de aspecto no occidental. Esta falta de comunicación es básica, pero ha habido otras razones más inmediatas, como las deficiencias organizativas y la inexperiencia política de los no islamistas.
Desventajas sobre el terreno, o por qué los islamistas están perdiendo las elecciones
– Mala gestión de los temas de campaña y caer en la trampa de los islamistas
Si hay que destacar una sola consecuencia importante de la Primavera Árabe, esta sería la organización de elecciones libres. Pero los no islamistas desaprovecharon esta oportunidad que fundamentalmente habían creado ellos. Tanto en Túnez como en Egipto, los no islamistas basaron sus campañas electorales en la amenaza que representaban los islamistas para la identidad del Estado (su islamización), más que en transmitir un mensaje positivo sobre su capacidad para gobernar “mejor” que los inexperimentados islamistas. Como consecuencia, las elecciones se percibían como un referéndum sobre el papel de la religión en el Estado. En realidad, los poco convincentes intentos por parte de los no islamistas de asustar a los votantes con temas como una posible prohibición de los biquinis y del alcohol se volvieron en su contra, ya que aparecieron como inmorales y desconectados de la calle conservadora.
– El electorado desea caras nuevas Por definición, una revolución es un cambio trascendental.
La gente quiere deshacerse del antiguo régimen y de lo que este representa. Esta necesidad de “algo realmente diferente” ha favorecido a los islamistas. Por un lado, no formaban parte de los regímenes corruptos de Ben Ali y Mubarak; de hecho, eran víctimas de su brutal aparato de seguridad. Y, por otro, nunca habían sido puestos a prueba como gobernantes. En pocas palabras, el electorado dio a los islamistas el beneficio de la duda.
– Retos organizativos
Aunque los no islamistas estaban unidos frente a Mubarak y Ben Ali, tras su caída se dividieron en docenas de partidos políticos nuevos. Por consiguiente, la falta de una visión única entre los no islamistas dividió el voto de sus simpatizantes. Es más, las luchas internas por los mejores cargos electorales (los primeros puestos en la lista del partido) hicieron que llegaran tarde a escena con respecto a los islamistas. También se equivocaron al depender demasiado de una campaña masiva en televisión en lugar de escuchar directamente a los votantes y sus problemas. Su inexperiencia a la hora de movilizar a la gente y la falta de recursos –en comparación con los islamistas– constituyeron trabas enormes.
– Fragmentación y coaliciones débiles
Tanto en Túnez como en Egipto, el panorama político refleja un campo de juego desnivelado en el que los partidos fuertes, Ennahda y los Hermanos Musulmanes, se enfrentan a un gran número de partidos no islamistas fragmentados. Estos se han visto perjudicados por los problemas de ego de sus líderes, que les impiden realizar un esfuerzo conjunto por el bien común. Otro problema adicional y más urgente es la ausencia de un programa económico integrado como consecuencia de la falta de una visión ideológica unificada entre los diversos partidos de centro-derecha y de centro- izquierda.
– Más fragmentación y la plaga de los conflictos internos
Los partidos no islamistas con perfiles similares –que de otro modo encajarían a la perfección– se han visto lastrados por las ambiciones personales de sus líderes, y han acabado dividiéndose en partidos todavía más pequeños. El hecho es que resultaba difícil estar al día con los nombres de los nuevos partidos políticos que surgen en Túnez –y en menor grado en Egipto– y los nombres de sus líderes. Ni siquiera el partido del actual presidente en funciones de Túnez, Marzuki, se libró de esta pesadilla de la división.
Conclusión
Los retos a los que se enfrentan los no islamistas no son exclusivos de Egipto y Túnez, sino que afectan a todo el mundo árabe. Irak, después de más de 10 años de ocupación de EE UU para establecer una “democracia”, sigue destrozado por una sangrienta guerra civil. De los seis países miembros del Consejo de Cooperación del Golfo, cuatro no permiten la formación de partidos políticos. ¿Existe una salida para la democracia? Los no islamistas –liberales, marxistas y demócratas– no pueden limitarse a copiar los métodos de sus homólogos occidentales. Su principal desafío es rehuir de su apatía intelectual, de su complejo de superioridad y ser más creativos. Su punto de partida debería ser su propio contexto local. Tanto en la teoría como en la práctica, sus programas deben ser locales, basados en una “indigenización” de sus principios básicos. Lo que puede traducirse de dos formas:
– La pobreza es un aspecto cada vez más dominante de la vida para la mayoría de los árabes. En Egipto o Marruecos, por no hablar de Sudán o Yemen, aproximadamente el 40% de la población vive con menos de dos dólares al día. Por consiguiente, los no islamistas deberían abordar directamente la lucha contra la pobreza y la injusticia social, e insistir en la repugnancia innata que los no islamistas sienten por la desigualdad y la corrupción. En otras palabras, tienen que introducir lo social para impulsar lo “político”.
– A la hora de librar sus batallas políticas, los no islamistas tienen que basar sus argumentos en las experiencias de sus sociedades. Por ejemplo, al abordar los controvertidos problemas de género, los no islamistas pueden hacer hincapié en la historia de la vida de la primera mujer del profeta, Khadija, que fue una empresaria de éxito. Cuando planteen los derechos de las minorías, los no islamistas pueden citar el énfasis que pone el islam en la primacía de la insaf (equidad) como base para enfocar el tema de los derechos humanos. Al tratar el sistema de gobierno, pueden exponer más detalladamente la experiencia del profeta como jefe de Estado en Medina y su tratado de paz con los judíos de la ciudad. Podríamos seguir enumerando ejemplos, pero el punto principal es que las inspiraciones liberales y marxistas del bando no islamista tienen que enmarcarse en un contexto adaptado a las condiciones nacionales. Superar este déficit de adaptación es la garantía de su éxito en Egipto y en Túnez, pero también en el mundo árabe e islámico en general.