No es la primera vez que Quaderns de la Mediterrània aborda el tema del diálogo, y tampoco el de la interculturalidad. De hecho, esta publicación nació con los objetivos estratégicos de contribuir al conocimiento de las diversas culturas y ofrecer diferentes visiones complementarias para propiciar el diálogo. El primer dossier de Q.M, publicado en el año 2000, se titulaba Los retos de la inrterculturalidad en el Mediterráneo, y las aportaciones que aparecían eran fruto de un encuentro con el mismo nombre que se había llevado a caboen Barcelona en 1999. Amin Maalouf, participante en el grupo de reflexión, acababa de entregar a su editor el original de Identidades Asesinas y nos ofreció un texto en que se preguntaba: “¿No sería lúcido y conforme a las realidades de nuestros días que cada uno pudiese asumir todas sus filiaciones?“. Antes había escrito: “La identidad de cada uno de nosotros está formada por numerosas filiaciones, pero en lugar de asumirlas todas, tenemos la costumbre de erigir una sola –la religión, la nación, la etnia, u otras- como filiación suprema que confundimos con identidad total, que proclamamos frente a los demás y en cuyo nombre, a veces, nos convertimos en asesinos”.
Podríamos argumentar que en el transcurso de casi una década, los retos del diálogo intercultural no han hecho más que crecer, a tenor de conflictos como el 11 de septiembre, las guerras de Afganistán, Irak o Israel y Palestina, los atentados terroristas de Al Qaeda, el conflicto de las caricaturas, la conferencia del Papa en la Universidad de Ratisbona, todos ellos seguidos de una explosión mediática que no hace sino aumentar el desconocimiento mutuo entre culturas. Es cierto que todo esto ha incitado a adoptar nuevas perspectivas para buscar elementos instrumentales que puedan ayudar al diálogo o, al menos, a tener una mayor comprensión de las culturas e identidades.
El tema del diálogo es espinoso, y el planteamiento del diálogo intercultural siempre resulta resbaladizo. Es difícil abordarlo de frente, ya que nos hallamos ante un cúmulo de historias reales o míticas, preponderancias, resentimientos, malentendidos. Los estereotipos son la base de numerosos malentendidos y prejuicios, incluso entre personas que pertenecen a una misma cultura o “área” de civilización. To Kill or to dialogue. Matar o dialogar. Así comienza el texto de la escritora Fatema Mernissi, acompañado por unas bellas caligrafías árabes realizadas por el artista marroquí Ouida, que utiliza para su creación frases de conocidos pensadores sufíes. Desgraciadamente, parece más fácil matar que dialogar porque pocos quieren convencerse con razones. El ser humano es un animal simbólico y los conflictos aparecen por el desconocimiento del sentido de las cosas, o peor aún, por las distintas interpretaciones que hacemos de los significados.
En el presente número dedicado al Año Europeo del Diálogo Intercultural, que ha sido también declarado Año Euromediterráneo del Diálogo entre Culturas, ofrecemos una entrevista con el Presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso, en la que afirma que este año 2008 debería ayudarnos a reconocer que la diversidad cultural es un reto, pero sobre todo una gran oportunidad: “Debería potenciar en todos nosotros la tendencia a explorar los beneficios de nuestra riqueza cultural y nuestro patrimonio común y, sobre todo, darnos la oportunidad de aprender más sobre las tradiciones y culturas de otros pueblos del mundo”.
Para contribuir al debate y conseguir algunos de los instrumentos necesarios, hemos pedido la colaboración de reconocidos escritores e intelectuales que normalmente participan con sus reflexiones en la palestra del diálogo cultural, tanto en los países europeos como de la ribera sur del Mediterráneo. Son escritores con vocación intercultural, muchos de ellos a caballo entre dos y más culturas. La presentación de los textos bajo tres epígrafes –“Memorias y mestizaje cultural”, “Fronteras y Cosmopolitismo”, “Representaciones: arte y espiritualidades”-es formal e incluso esquemática, ya que los textos son recurrentes y la mayoría de ellos inciden de forma transversal en varios ejes, pero hemos considerado que de esta forma conseguiríamos una mayor visualización temática.
Considerando, como decía más arriba, la dificultad del diálogo, abrimos la primera parte del dossier con un trabajo de Arjun Appadurai en el que nos advierte que “nadie puede entablar un diálogo sin asumir serios riesgos”. Esta afirmación se opone a la visión habitual del diálogo como algo informal, cotidiano, e incluso secundario respecto al verdadero funcionamiento del poder y la riqueza. Según el antropólogo, si aceptamos que el diálogo es siempre un asunto arriesgado, podemos preguntarnos cuáles son los riesgos implicados y por qué merece la pena, e incluso se hace obligatorio, aceptar hoy tales riesgos. Bensalem Himmich coincide en la problemática del riesgo y añade que, para que el diálogo sea verdaderamente positivo, el reconocimiento del “otro” es un imperativo en contra de la ignorancia y el odio. El filósofo adopta una perspectiva crítica para afirmar que la humanización de la mundialización es obligada para, en un futuro, conseguir el necesario codesarrollo y la máxima participación de las culturas en el juego internacional. Siguiendo con las advertencias, Besnik Mustafaj, escritor albanés, nos recuerda a través de su dramática experiencia personal que crear una mesa de diálogo significa sentar en ella a actores que han crecido y se han formado en contextos con grados muy diferentes de libertad de expresión y creencia, pero precisamente éste es el reto, y no la exclusión de las experiencias humanas.
Para poder dialogar se necesita una voluntad de entendimiento real. ¿Se mata por envidia, por justicia, por tener razón? ¿Se anteponen los derechos humanos a la seguridad? Está claro que no podemos negar la historia particular de cada comunidad de cada país, porque se compone de memorias que enriquecen la diversidad de percepción labrada por un territorio, una cultura, una familia. Sin embargo, debemos tener al mismo tiempo una idea dinámica de la cultura, porque si decimos que ésta es el resultado de la historia, también debemos saber que se encuentra en constante reconstrucción con aportaciones de otras gentes, otras religiones, otras visiones que configuran aquello que algunos consideran fijo e inamovible. Por esta razón, con su peculiar y punzante estilo, Umberto Eco nos recomienda que “no andemos hurgando en la historia, porque es un arma de doble filo” y añade, después de evocar barbaridades de diferentes culturas y épocas, que “Bin Laden es un enemigo feroz de la civilización occidental, pero en el propio seno de la civilización occidental hemos tenido a unos señores que se llamaban Hitler o Stalin”, y remata el semiólogo: “Stalin era tan malo que siempre se le ha definido como oriental, pese a que había estudiado en el seminario y leído a Marx”.
Europa es cada día más diversa culturalmente. La globalización, la ampliación, la inmigración, han aumentado el carácter multicultural de muchos países, añadiendo lenguas, religiones y tradiciones. Aceptar el nuevo paradigma de la identidad múltiple equivale a repensar la interculturalidad y, con ella, el refuerzo de la ciudadanía y la identidad europea. Ian Buruma manifiesta que la Ilustración nos ha enseñado que el propio interés «ilustrado» es lo que muchas veces resulta más valioso en la historia del viejo continente. Para el escritor holandés, lo más estimulante de la Unión Europea es la movilidad de sus ciudadanos: el modo en que éstos pueden vivir y trabajar en cualquier parte de Europa; la posibilidad de que haya más constructores polacos en París, más diseñadores ingleses en Berlín o más empresarios franceses en Londres.
Aun así, y a pesar de los esfuerzos y éxitos conseguidos, tampoco a la Unión Europea le resulta fácil encontrar el canon de la identidad cultural. En este contexto, el historiador Bronislaw Geremek manifiesta que “el conflicto entre la religión y la laicidad, uno de los elementos de discusión sobre las bases ideológicas de la Constitución Europea, puede resolverse reflexionando sobre lo que ambas tienen en común: el antropocentrismo, que pone al ser humano y su dignidad en el centro del proyecto comunitario”. Esta idea, cuyo origen se remonta a la filosofía griega clásica, influye en las dos orillas mediterráneas, al igual que la controversia entre fe y razón que animó a Al-Farabi, Avizena y Ramon Llull a encontrar parámetros analógicos en su pensamiento. Este último centró su interés en llevar a cabo un diálogo con el islam más allá de las referencias textuales de cada religión y cultura, que en la época medieval –igual que hoy día- sólo servían para encerrarse en creencias y no en aspectos universales. Así, podemos afirmar que en el tiempo de Llull, que vivió la dificultad del diálogo, como en la actualidad, los intelectuales instan al encuentro no sólo de un terreno común, sino también de una conceptualización equivalente que sirva para compartir y negociar valores.
Las percepciones los “otros” por parte de los grandes grupos religiosos parecen completamente definidas y homogéneas, cuando en realidad existe una gran diversidad que ha provocado, y aún sigue haciéndolo, cruentas guerras fraticidas. Las religiones del Mediterráneo han dado grandes místicos que han construido bellas imágenes de conexión intemporal que hoy continúan ofreciendo un sentido a las diversas espiritualidades. Sin embargo, en el Mediterráneo, así como en muchas otras zonas del mundo, las religiones monoteístas han sostenido la Inquisición, las cruzadas, la yihad y la verdad absoluta e intransigente. Por esta razón, Juan Goytisolo nos incita a rechazar los aspectos fundamentalistas de cualquier cultura, al tiempo que nos anima a enriquecernos de todas aquellas prácticas culturales que no sean contrarias a los principios democráticos. En este contexto, la escritora Helé Bejí considera que para acabar con los malentendidos se deben superar las lógicas culturales y “buscar las reglas civiles para dialogar y vivir conjuntamente sin necesidad de parecerse”. Randa Achmawi, por su parte, advierte que frente al actual repliegue identitario entre Occidente y el mundo arabomusulmán, cada día es más difícil deshacerse de clichés y representaciones negativas mutuas. Frente a este problema, los ciudadanos que aportan en ellos estas dos culturas pueden jugar un papel importante como puentes comunicativos interculturales.
Las fronteras cambian, se crean y se diluyen; pueden ser políticas, religiosas o individuales. Por ello, el concepto de cosmopolitismo se hace necesario para comprender que el único modo de mantener Europa y los países del Mediterráneo cohesionados es aceptar y celebrar las diferencias de los pueblos que los conforman y de los individuos que se han convertido en agentes transnacionales portadores de la interculturalidad. Los actores de este mundo nuevo no son sólo las élites, sino todos aquellos que, por su trabajo, tienen que desplazarse, como los emigrantes. Ulrich Beck manifiesta que es necesario tener al mismo tiempo raíces y alas. Así, las tecnologías de la comunicación abren puentes virtuales y reales que hoy en día permiten hablar de un cosmopolitismo con muchas posibilidades de abrirse camino en todo el mundo. Este concepto adquiere especial relevancia en una entidad como Europa, donde interactuar con el abanico de culturas, tradiciones e intereses del entramado de sociedades nacionales es una cuestión de supervivencia. Pero también advierte el sociólogo que “aunque ese cosmopolitismo pretende basarse en unas normas cohesivas y recíprocamente vinculantes que puedan ayudar a evitar la tendencia al particularismo posmoderno, no es simplemente universal”.
Parece fundamental la idea de que en el marco del diálogo entre Europa y sus vecinos mediterráneos debe tenerse en cuenta el papel y liderazgo de los intelectuales, creadores plásticos, cineastas y escritores. Favorecer el flujo de conocimiento e ideas, la producción cultural conjunta, implica el desarrollo de la traducción, la movilidad, los foros de intercambio. El 28 y 29 de mayo tendrá lugar en Atenas la tercera reunión de Ministros de Cultura (la primera desde hace 10 años) de la Unión Europea. Las expectativas son grandes, ya que se espera la elaboración de una estrategia euromediterránea para la cultura y el diálogo. Entre las aportaciones de los intelectuales y artistas que participan en este número 10 de Quaderns de la Mediterrània, hay una serie de consideraciones y elementos instrumentales, algunos de los cuales son el resultado de otros foros y experiencias relacionados con el partenariado euromediterráneo. Interesantes son, en esta línea, las reflexiones que nos invita a compartir Lucio Guerrato en su despedida como director de la Fundación Anna Lindh para el Diálogo entre Culturas. Su balance, en realidad no demasiado optimista, puede servir de aviso a navegantes.
Si tenemos en cuenta que todo proceso de desarrollo social está estrechamente vinculado a elementos culturales, las instituciones que promueven la enseñanza de una herencia cultural sin prejuicios pasan a desempeñar un papel imprescindible. Ello se debe a que permiten ilustrar la memoria histórica y cultural de un país, reflejando siempre la diversidad y los grupos culturales no hegemónicos. Así, según constata Katarina Runesson, hace falta cambiar el concepto clásico de museo y entenderlo como la institución más capaz de transmitir la diversidad y el dinamismo de las culturas de forma no discriminatoria.
Las ferias y los certámenes artísticos internacionales, también abiertos al multiculturalismo, piden nutrirse de originalidad. Todos ellos constituyen foros donde los artistas son capaces de mostrar temas impactantes sobre la violencia o las relaciones con el entorno inmediato en un marco espectacular y comunicativo. Dando voz a los intelectuales que se sienten mediterráneos, Baltasar Porcel manifiesta que los escritores tienen en común la diversidad de un mar que ha vivido experiencias históricas de intercambios, enriquecimientos y conflictos, y en el cual la literatura se presenta como un mundo de incitación estética, pasiones, aventuras. Esta reflexión se ve secundada por Tahar Chickhaoui y Zeyneb Ferhat en sus respectivos artículos sobre cine y teatro, lo que demuestra que la empatía entre artistas es mucho mayor que los discursos apocalípticos programáticos o deterministas.