Los jóvenes y lo intercultural en el Mediterráneo

Sylvie Floris

Instituto de Estudios Políticos, París

La juventud de hoy, al ser muy plural, presenta unas fracturas que, a fin de evitar conflictos, solamente pueden relacionarse a través de los vínculos de la interculturalidad. Esta interculturalidad no sólo debe ejercerse dentro de los propios países y entre aquellos países que comparten una proximidad lingüística, sino también entre la juventud de los países del Sur y la del Norte, con el fin de facilitar la aprehensión de la diversidad y el fomento de intercambios que permitan conocerse mejor. En este sentido, los gobiernos deben apoyarse en las redes asociativas, la promoción de la educación y el uso de Internet, principal actividad de ocio que fomenta aspectos fundamentales de la interculturalidad ya que los jóvenes, al usar Internet, comparten, intercambian y «actúan conjuntamente».

La definición de la juventud de los países del sur del Mediterráneo encaja perfectamente con la que nos ofrece Bourdieu: «La juventud es una construcción sociohistórica que emerge como categoría social en relación con una ideología, el nacionalismo, o con un dispositivo, la educación». A pesar de que las desigualdades en educación generen puntos de vista muy diferentes sobre el concepto de juventud en estos países, todos ellos tienen en común el hecho de que los jóvenes entre 15 y 24 años constituyen cerca del 20% de la población total, y que hoy en día son dos veces más numerosos que sus padres a esa misma edad.[1] Este peso demográfico de la juventud contribuye poderosamente a redefinir las relaciones entre generaciones tanto respecto a las condiciones materiales como a las mentalidades. La inmensa mayoría de estos jóvenes pueden beneficiarse de las políticas de democratización de acceso a la enseñanza. Algunas cifras ilustran la rapidez de este cambio: en Marruecos, entre 1970 y 2000, el porcentaje de los escolarizados en primaria ha pasado del 32 al 61%, y del 1 al 15% en la enseñanza superior. En otras palabras, en estos países la generalización de la escolaridad ha constituido un factor de discontinuidad en el proceso de reproducción social y de transmisión intergeneracional, fenómeno al que se ha dado en calificar de «revolución cognitiva silenciosa».[2] Se trata de una juventud «plural», marcada por las fracturas existentes entre jóvenes rurales y urbanos, entre chicos y chicas, y entre jóvenes que son víctimas de la exclusión y aquéllos otros que ya son actores en la sociedad.

Es urgente llevar a cabo una reflexión sobre lo intercultural respecto a esta juventud, ya que de otro modo corremos el riesgo de ver cómo las diferencias mencionadas más arriba se convierten en actitudes de resistencia conflictiva tanto por ignorancia del otro como por ausencia de reconocimiento respecto a él. Cuando hablamos de lo intercultural, a este término le añadimos la palabra diálogo; es decir, la posibilidad de entrar en comunicación con el otro, con alguien que es diferente por su modo de vida, su edad, su cultura, sus prácticas religiosas, sus orígenes; en fin, por todo aquello que lo conforma a «él» y no a «mí».

En primer lugar, abordaremos los factores que impiden la promoción de un diálogo intercultural dentro de esa juventud «plural» y, en segundo lugar, los elementos que la facilitan, pero sabiendo que seguimos estando en un «proceso», es decir, en una evolución que implica tolerancia, reconocimiento y respeto, tres nociones muy relativas y que siguen siendo objeto de un sempiterno y planetario enfrentamiento.

En la inmensa mayoría de los países del sur del Mediterráneo se detecta una creciente incomprensión entre el mundo de los adultos y el mundo de la juventud. Se trata de una juventud más individualista que la de generaciones anteriores debido a ciertas transformaciones estructurales como, por ejemplo, la escolarización, la urbanización y la terciarización del empleo. Antes, los jóvenes eran una fuerza de trabajo; pero ahora, debido a los elevados índices de desempleo y a la falta de vivienda que tanto los afectan, constituyen una carga para los adultos. En Túnez, el 20% de los jóvenes licenciados están en paro, y esta situación constituye una fuente de tensión entre generaciones: «la juventud lo es todo, pero no tiene derecho a nada», declara una joven tunecina. Este sentimiento de frustración muestra hasta qué punto es urgente volver a crear una estrategia intergeneracional para «actuar conjuntamente».

Las diferencias entre jóvenes urbanos y rurales también constituyen —o mejor dicho, están en camino de ser— uno de los factores que actúan como freno para la juventud del sur del Mediterráneo. Son dos mundos que a veces se ignoran, y esta ignorancia aparece tanto más acusada cuanto que entre la juventud de los países del norte del Mediterráneo no es relevante. Dos elementos de primer orden contribuyen al aislamiento de los jóvenes rurales: por un lado, la ausencia o la pobreza de los medios de comunicación y, por otro, la poca calidad de los equipamientos públicos (el servicio eléctrico, las escuelas o los transportes colectivos). Cuando se instalan nuevos bienes colectivos, su presencia pasa a ser crucial porque permite que algunos jóvenes instruidos, o incluso jóvenes emigrantes que han vuelto a su lugar de origen, tomen parte activamente en la modernización y la apertura de la sociedad civil. Munia Bennani-Chraïbi e Iman Farag[3] supieron mostrar perfectamente cómo los jóvenes rurales del vilayato de Marrakech pueden abrirse a la modernidad cuando disponen de las mismas herramientas que sus homólogos de las ciudades. Pero las experiencias de esta clase siguen siendo marginales y constituyen meros ejemplos. A día de hoy, el analfabetismo es mucho mayor entre los jóvenes rurales, ya que afecta al 19,2% de los chicos y el 39,4% de las chicas del campo marroquí, frente al 10% que se detecta en las ciudades. Esta divergencia entre los jóvenes del campo y los de las ciudades, aunque no sea tan acusada en todos los países, sigue constituyendo actualmente un factor de ruptura entre la juventud.

Otro factor entorpecedor que impide el diálogo entre los jóvenes y en el seno de la sociedad atañe a la condición de las chicas en los países del sur del Mediterráneo. No podemos silenciar los grandes progresos que se han llevado a cabo en materia de legislación durante estos últimos años en favor de las mujeres, como el código tunecino del estatuto personal o la reforma de la Mudawana en Marruecos. Sin embargo, hoy en día las mujeres son aún víctimas de numerosas discriminaciones en su escolaridad, en el trabajo, en la familia y en el modo en que emplean su tiempo libre. Las nuevas leyes emancipadoras plantean un problema de aplicabilidad debido a la falta de anclaje social e institucional en un entorno de resistencia a la cultura igualitaria, sobre todo en los medios rurales. Por otra parte, las encuestas muestran que, en estos países, los chicos se hallan más implicados en este asunto que las chicas, debido a la reproducción de las identidades y a los papeles definidos por la tradición. La gran cuestión social que se plantea actualmente en dichos países es la puesta en práctica de los nuevos códigos, que quiebran los estereotipos y exigen la consideración de una alteridad femenina basada en el respeto y el reconocimiento, atributos consustanciales de la interculturalidad.

Otro factor de bloqueo que ha irrumpido violentamente en la escena pública, con ocasión de los atentados de Casablanca de 2003, es la cuestión identitaria de una juventud urbana marginada que ha perdido sus valores, víctima de una urbanización galopante y del empobrecimiento de ciertos barrios de las grandes ciudades de los países del sur del Mediterráneo. Estos jóvenes viven al margen de la sociedad, y sus relaciones con el cuerpo social y el poder político se basan no sólo en la fuerza, sino también en el odio. Privados de futuro y de raíces, estos jóvenes a menudo oscilan «entre la droga y la piedad».[4] Son presas fáciles de los doctrinarios de un islamismo radical, tanto político como religioso, que pretende ser un recurso contra las lacras sociales. Entre estos grupos de jóvenes frágiles y vulnerables, los comportamientos de riesgo aumentan sin cesar. La respuesta por parte de las políticas consiste en intentar acabar con esos males mediante el apoyo de las redes asociativas y, por tanto, de la sociedad civil. Ante estas situaciones de ruptura, es primordial plantear una dimensión intercultural que debe ir más allá de la mera «tolerancia hacia el otro» —que no puede corregir por sí sola el sentimiento de hostilidad—, para conseguir la implantación del diálogo, a fin de que los jóvenes puedan pasar del derecho a la supervivencia al derecho a su reconocimiento.

Ante esos factores bloqueantes que hemos mencionado, ¿cuáles son los elementos que atestiguan la existencia de una dimensión intercultural en esa juventud plural? En el empleo del ocio es, precisamente, donde los jóvenes comparten, intercambian y «actúan conjuntamente» de un modo más perceptible. El uso de Internet aparece como la primera actividad de ocio de los jóvenes en todas las encuestas. Aunque en un principio se trataba de una actividad practicada preferentemente por los jóvenes urbanos, cada vez se va extendiendo más por todos aquellos lugares rurales que pueden conectarse a la red. Esta herramienta es un formidable instrumento de libertad, que permite a los jóvenes sentirse ciudadanos planetarios, gracias a los blogs y los foros de discusión. Internet es un espacio de comunicación entre jóvenes de un mismo país, y entre países que hablan la misma lengua, y una herramienta que contribuye a reforzar el sentimiento de pertenencia identitaria entre jóvenes de cultura islámica con un talante de apertura e intercambio. Aunque en estos países los cafés siguen constituyendo el lugar de encuentro por excelencia, desde hace poco, para muchos jóvenes, los cibercafés se están convirtiendo en lugares con un indiscutible atractivo. Hoy día, todos los Estados de la orilla sur del Mediterráneo han implantado políticas que favorecen el dominio y la utilización de Internet.

Esta herramienta también puede contribuir a la emancipación y la creatividad de jóvenes que a menudo proceden de los barrios más desfavorecidos de las grandes ciudades. Es el caso de algunos grupos marroquíes y también egipcios que han inventado una música original, mezcla de rap, hip-hop y música tradicional. Así, podemos hablar del «rai-hop», del metal-gnawa» o de la «electro-chaabi». Son grupos cuya notoriedad está destinada a traspasar sus propias fronteras gracias a las tecnologías de la información y la comunicación (TIC). Constituyen el origen de una creación musical identitaria y contemporánea, y cantan públicamente las inquietudes y expectativas de una juventud urbana que a menudo se siente desarraigada y olvidada. Éste es un formidable ejemplo de reconocimiento hacia la alteridad, que pasa por una gestión intercultural respetuosa con las diferencias.

Entre las construcciones interculturales que se hallan vigentes entre la juventud, podemos mencionar la «emergencia de una esfera pública musulmana y la reinterpretación del papel de la religión en las sociedades modernas».[5] Hay que subrayar el carácter no europeo del modelo de modernidad en los países del sur del Mediterráneo, en los que el aumento del número de estudiantes procedentes de las nuevas clases medias en las universidades locales tiene lugar en un contexto en que las enseñanzas dispensadas y las instituciones se caracterizan, cada vez más, por su adhesión al islamismo. En tanto que instituciones estatales, las universidades están implicadas en la promoción de la identidad nacional y religiosa, y en la adaptación de los valores arabo-islámicos a la modernidad. El islamismo impregna las prácticas sociales y culturales de la vida cotidiana, poniendo en tela de juicio el orden tradicional de la sociedad árabe. La crítica religiosa de la autoridad tradicional permite el desarrollo autónomo de la subjetividad individual y promueve la participación de las mujeres en la vida pública. En consecuencia, el islam se muestra como un factor de integración y una especie de «lenguaje común» mediante el cual se construyen las diferencias. Así pues, de todo ello podemos concluir que este deseo de vincular  tradición y modernidad, y de convertir la religión en factor de legitimación de las identidades modernas, favorece un modelo de modernidad muy distinto al modelo europeo. Si, por una parte, éste tiende a unificar la juventud de la orilla sur del Mediterráneo, especialmente la juventud instruida, por otra parte impone la creación de las condiciones adecuadas para favorecer el reconocimiento y el diálogo entre las juventudes de ambas orillas del Mediterráneo.

A través de su programa «Juventud en Acción», la Unión Europea promueve la celebración de encuentros entre jóvenes de ambas orillas del Mediterráneo con el fin de fomentar el diálogo intercultural. Con ocasión de un encuentro en el Ministerio de Juventud marroquí, el secretario de estado consideraba que esa clase de partenariado representaba el mayor éxito de colaboración conseguido en materia de juventud, al tiempo que se lamentaba ante el escaso número de proyectos existentes, considerando su importancia para los participantes tanto por su dimensión intercultural como por cuestiones metodológicas y estratégicas. «Este programa —decía— es un puente entre ambas orillas del Mediterráneo». Cabe esperar que, en lo sucesivo, la supresión de las restricciones respecto a la movilidad de los jóvenes del sur del Mediterráneo permita establecer un partenariado que fomente el respeto de un tratamiento igualitario para todos.

Notas

[1] Rallu, Jean-Louis; Piche, Victor, et Courbage, Youssef, Anciennes et nouvelles minorités, John Libbey Eurotext, Montrouge, 1998. Fargues, Philippe, Générations arabes, l’alchimie du nombre, Fayard, París, 2000.

[2] Breviglieri, Marc (dir.); Cicchelli, Vincenzo (dir.), et Bontempi, Marc, Adolescences méditerranéennes, L’Harmattan, París, octubre de 2007.

[3] Bennani-Chraibi, Munia, y Farag, Iman,Jeunesse des sociétés arabes: par-delà les promesses et les menaces, Aux lieux d’être, Montreuil, CEDEJ, El Cairo, 2007.

[4] Benkirane, Reda,Le désarroi identitaire: jeunesse, islamité et arabité contemporaine, Éditions du Cerf, París, 2004.

[5] Eickelman, Dale F., «Religious tradition, economic domination and political legitimacy: Morocco and Oman», Revue de l’Occident musulman et de la Méditerranée, n.º 29, pp. 17-29, 2004.